Para quienes se declaran amantes incondicionales suyos, los libros guardan innumerables formas de disfrute. Obvia decirlo, la principal de ellas es la propia lectura de los mismos, pero podríamos citar otras como la sorpresa del descubrimiento, tras horas ojeando estantes en una librería o biblioteca, hojeando volumen tras volumen, de un título que, como si de un flechazo se tratase, nos susurra al oído, llévame contigo, que no te decepcionaré, y así hacemos, descubriendo un nuevo mundo mágico o un autor al que consagrar nuestras horas felices de lectura.
Una de mis aficiones libreras, aparte de las ya citadas, es salir a la caza de libros. No confundamos ésta con la propia del bookcrossing, este ya no tan reciente fenómeno, a partes iguales romántico y bibliófilo, de liberar en un determinado lugar uno o varios libros que, bien encontrados por algún viandante o bien por alguna persona que va a tomar un té bien caliente a la cafetería donde hemos depositado el volumen, lo acoge con agrado para leerlo y, posteriormente, volver a liberarlo en algún otro lugar, convirtiendo así el planeta en una biblioteca global. Dejando de lado las divagaciones, lo cierto es que mi cacería habitual es más la de Luis Corso, el protagonista de El club Dumas, que la del bookcrosser, salvando que no suelo salir a la busca y captura de incunables sino de libros descatalogados o ediciones perdidas de libros recomendados, descubiertos por el boca a boca (o, en estos días, el blog a blog), o leídos por mí mismo años atrás en alguna biblioteca, e imposibles de encontrar hoy día. Siguiendo con el símil cinegético, el encuentro con el libro adecuado en una librería, de viejo o no, sería una caza en puesto, y ésta otra, más dinámica, al rececho.
Para localizar estos libros que se resisten a ser encontrados, antaño recorría una librería de viejo tras otra, buscaba entre libros de saldo, o en ferias de libros antiguos y de ocasión. En bastantes ocasiones tenía éxito en mi búsqueda, aunque el paso por tan suculentos lugares traía aparejada la adquisición de un sinnúmero de otras obras. Efectos colaterales que no resultan dañinos más que para la propia economía. Hoy día, aunque sigo practicando con más gusto el método tradicional (ando convenciéndome estos días de llevar a cabo una visita tanto a la Ciudad Condal como a la capital del país en un recorrido por todo tipo de librerías en un safari que me encantaría plasmar en esta bitácora), he encontrado en Internet una jauría de sabuesos dispuestos a facilitarme la localización de estos libros. A la conocida tienda Amazon se le suman numerosas librerías de viejo que cuentan con una versión de sus catálogos en la red, y un buscador común para todas ellas, Iberlibro. Gracias a éste, he conseguido localizar una serie de libros que marcaron mis primeros años lectores, y cuyas reseñas, por lo raros que resultan hoy día y por la poca información existente sobre ellos en la red, incluiré en su momento en la bitácora.
Vosotros, como Homo libris, ¿sois más cazadores o recolectores? ¿Buscáis de forma activa los libros, o esperáis encontrar buenos títulos en las baldas de cualquier librería? ¿Qué medios usáis para localizarlos?
Feliz captura.