domingo, 31 de mayo de 2009

Los hombres a los que no les gustaban los hombres que no amaban a las mujeres

No suelo dejarme guiar por los números a la hora de leer un libro. Que lleve cinco o cincuenta semanas en la lista de los más vendidos, que haya un millón de lectores aclamando que es la obra maestra del siglo, o que el autor sea el más prolífico de su país de origen no constituyen, a la sazón, aliciente suficiente para decidirme a leerlo. No se trata de una actitud clasista, ni de aquello de no leo lo que el vulgo, no me dejo arrastrar por las modas o voy de intelectual por la vida. Para nada. Quienes me conocen saben que soy capaz de alternar la prosa engolada y de lenta asimilación de Hawthorne con cualquier libro de Stephen King y quedarme tan ancho. De hecho, después de Tolkien leí la Dragonlance (no la trilogía de las Crónicas, no, sino buena parte de la producción que la franquicia de Margaret Weiss y Tracy Hickman dio de sí), y bien que disfruté con ello en su día. A lo que voy es a que, si bien me gusta la Literatura con mayúsculas, no desprecio aquella que, bien porque la quieran enmarcar en una categoría inferior, bien porque claramente sea de menor calidad (literaria), aporta buenos ratos de disfrute y, en no pocas ocasiones, el trasfondo suficiente como para dejar volar un poco la imaginación en torno a lo que el autor dejó vislumbrar entre líneas.

Dicho todo esto, lo cierto es que Los hombres que no amaban a las mujeres es el tipo de libro sobre el que, habitualmente, no habría tenido nada que decir en el blog. Lo terminé ayer, y a fe mía que me costó hacerlo. Si lo que buscamos es pasar un rato agradable, de lectura agitada camino al trabajo, o tumbados en la playa, lo cierto es que el libro cumple con creces las expectativas que podamos depositar en él. Pero de ahí a algo más… sinceramente, no le veo la maestría por ningún lado, ni que se trate, junto a los dos libros siguientes de la serie Millenium, de la trilogía del siglo que nos quieren vender. O eso, o los otros libros son rematadamente geniales.

Los hombres que no amaban a las mujeres está escrito con un estilo simple, muy simple, en ocasiones repetitivo (por aquello de permitir, como buen bestseller, una lectura superficial, y que aun así no se pierda el hilo de la trama), con diálogos que en ocasiones hacen que uno se desespere. Los personajes, salvando a los dos protagonistas, no destacan el desarrollo psicológico que lleva a cabo Larsson sobre ellos, y sorprende –diría incluso que resulta chocante- la familiaridad con la que se tratan entre ellos cuando aún son completos desconocidos. Vamos, que o el autor no ha querido complicarle la vida demasiado a Mikael Blomkvist, el protagonista masculino de la novela, periodista de profesión y devoción, o en el norte de Europa las personas son de lo más sociable y colaboradores cuando alguien llega a sus casas investigando sobre un crimen acontecido unos cuantos lustros atrás. En cuanto a la idolatrada Lisbeth Salander, investigadora privada, antisocial, huraña, de estética y aficiones cercanas al cyberpunk, resulta el personaje más intrigante de la novela, y sus contradictorias reacciones únicamente se explican, precisamente, por su rareza inherente. En cuanto a su lado hacker, Larsson cae en el tópico del genio aislado, que trabaja de forma conjunta con una red de jóvenes inadaptados que sobreviven a base de pizza y refresco de cola en sus habitaciones, aunque introduce en el rol la capacidad del pícaro… algo sobre lo que no puedo decir más sin desvelar importantes partes de la trama. Sin embargo, una vez más, Larsson no me convence.

Todo lo anterior sería salvable en una novela escrita para entretener. No es el primer éxito de ventas, ni será el último, que adolece de algunas inexactitudes en la ambientación o la trama. Ya digo que el libro entretiene, aunque personalmente no me ha enganchado como pudieron hacerlo otros autores con idéntico afán de entretener. Ya lo hacían algunos durante los años 70 y 80, sobreviviendo mientras escribían novelitas de bolsillo (los tan famosos como denostados bolsilibros) bajo las draconianas condiciones impuestas por las editoriales, y en honrosas ocasiones lo hacían manteniendo un estilo superior al de bastantes autores de éxito actuales. De hecho, alguno incluso llegó a ganar, años después, y dejando de lado el seudónimo, premios como el Planeta. Es más, me parece interesante el fenómeno superventas que lleva a un país deficitario en la lectura a lanzarse a devorar volúmenes de más de 600 páginas con afán futbolístico. Ojalá más libros despertasen el ansia de leer con tal compulsión. Hasta ahí, chapeau. Pero no me hagan comulgar con ruedas de molino, que una obra maestra es mucho más que esto.

sábado, 30 de mayo de 2009

Terruño, y otros cuentos

Tiene más de nueve años, pero sigue siendo uno de mis cuentos (por buscarle algún enclave literario, y con el adjetivo posesivo me refiero a escrito por mí) preferidos. Lo recuperé recientemente, gracias a la versión electrónica de una revista juvenil en la que fue publicado, en tanto otros muchos se perdieron, puede que por fortuna, para siempre. Quería traerlo aquí para que no le ocurra como a esos otros.

Una historia de un tiempo en el que escribía habitualmente, y tal vez un aliciente para volver a hacerlo.

Terruño

Aún no amanecía y ya se encontraba el viejo caminando entre los olivos, despanzurrando bajo la suela de sus botas los terrones arcillosos del suelo de secano, precedido por la perra, que avanzaba olisqueando a una quincena de metros de él. La llamó mediante un silbido. El animal, una añosa hembra de pointer de pelo blanco y naranja, se volvió hacia el hombre y retrocedió sobre sus pasos, cansina. Éste vestía un jersey verde oscuro, apenas entrevisto por el cuello de la zamarra de lana que lo cubría desde el suyo propio hasta bajo la cintura, justo donde comenzaba el pardo pantalón de pana. La perra llegó hasta él, siendo acariciada tiernamente por una mano surcada, como la tierra, de arrugas y cicatrices realizadas por la yunta del tiempo y el arado del trabajo. El cielo comenzaba a tomar un color plomizo que fue enrojeciendo por el este, y los bancos de niebla que se asentaban en las vaguadas comenzaron a tomar consciencia de su pronta desaparición. "Hará buen día", pensó el viejo. Descolgó de su hombro la alargada funda que portaba, sacó de ella una escopeta de cañones yuxtapuestos, cromados y con el ánima estriada, la partió, cargó con cartuchos que previamente había sacado de un zurrón que llevaba en bandolera y volvió a cerrarla con un sonoro chasquido.

Era casi mediodía, el sol se alzaba en el cielo, brillante, pero no lograba calentar la mañana. El viejo había tomado asiento sobre una roca de superficie pulida, al abrigo de una retama; la perra a su lado, tumbada, con la lengua fuera, jipando, las ubres de perra vieja que dio a luz múltiples camadas moviéndose con laxitud al ritmo impuesto por la acelerada respiración, los ojos oscuros vigilando las bocas de gazaperas que se abrían frente a ella, al otro lado de la barranquera. Al viejo se le daba un ardite el conseguir una pieza, al contrario que esos jóvenes cazadores cuya máxima aspiración era volver con las perchas llenas; tal vez porque él había pasado por esa etapa durante su larga vida, prefería disfrutar del día en el campo de un modo más sosegado, gozando del olor del aire, transporte de aromas a tomillo, romero y salvia; de los rayos de sol calentando su cuerpo, por más que ese día el astro parecía un avaro guardando su oro tras una vitrina, mostrándolo sin desear compartirlo. Sacó del bolsillo un cajetín de tabaco, lo golpeó contra el dorso de su mano izquierda, haciendo salir un cigarro que puso entre sus labios. Guardó el paquete de tabaco y sacó un encendedor con el que prendió fuego a la punta del cigarrillo, protegiendo la llama entretanto con la palma de la mano. Dio un par de caladas y espiró el humo por la nariz mientras levantaba la cabeza y, usando la mano izquierda como visera, descubría una pequeña mancha contra el azul del cielo. Un cernícalo, alas y cola desplegadas, se cernía sobre una loma cercana, avanzando de vez en cuando ayudado por las corrientes eólicas para volver a detenerse algo más adelante como si estuviera sujeto por un hilo invisible, quizá el de la supervivencia.

La tarde comenzaba lentamente a morir y el viejo volvía a caminar con la perra por delante, como siempre, bebiendo ésta los vientos en busca de un rastro. Se detuvo el cánido, de repente, sin avisar, una pata delantera flexionada, el rabo perpendicular al suelo y la mirada fija en unos matorrales. El viejo tomó con ambas manos el arma y se la encaró a la vez que emitía un chasquido con la lengua. La perra se lanzó contra el matojo y de éste surgió una mancha rojiza que aleteando ruidosamente mostraba la espalda al cazador. Tronó la escopeta y su boca escupió fuego, y la perdiz cayó pesadamente contra el suelo, dejando tras de sí una estela de plumón. La perra alternaba su atención entre el lugar donde se encontraba el ave y su amo. A un gesto de éste fue trotando, cogió el inerte cuerpo y volvió cojeando, la cabeza gacha, moviendo el rabo y con mirada cómplice, hasta depositar a los pies del hombre la presa. "Buena chica" pensaba el viejo mientras levantaba con sus manazas el noble rostro de la perra y la miraba a los ojos, profundos, inteligentes. Le cogió la pata derecha y buscó en la parte inferior de ésta, hallando clavada entre los pulpejos una esquirla metálica. La tomó entre dos dedos y la extrajo haciendo manar la sangre cálida y espesa del animal. "Ambos estamos viejos, demasiado viejos. Anda, volvamos a casa, que ya es tarde", dijo mientras cogía del suelo la perdiz y la introducía en el zurrón, que presentaba desde siempre irregulares manchas parduscas de sangre.
También de aquella época es el cuento El puente vertical, que fue publicado por la revista de ciencia ficción argentina Axxón en su número 111. Con esto del Papyre y el jugueteo con los formatos digitales para este dispositivo, me dió por publicarlo en formato FB2. Si alguien se arriesga a probarlo en su lector, puede descargarlo sin más.

viernes, 29 de mayo de 2009

Cantares

Días atrás, tras descubrir el blog de Lammermoor, De libro en libro, aproveché para ir leyendo diversas entradas, y hubo un par de ellas en particular que atraparon de forma inmediata mi atención. Referidas a las lecturas de la infancia, llevaban por título Calle Melancolía y Continuamos en la Calle Melancolía, en alusión a la canción de Joaquín Sabina. Este hallazgo coincidió en el tiempo con la publicación por mi parte de una entrada referente a los memorables comienzos de algunas novelas. Pues bien, por una curiosa asociación de ideas, uní el Macondo de Cien años de soledad con Sabina, recordé la letra de Peces de ciudad, canción que escribiera éste para Ana Belén y que luego versionase él mismo cambiando en la letra Macondo por Comala (la ciudad del Pedro Páramo, de Juan Rulfo), y que dice así:



Se trata de una de las canciones que más me gusta de Sabina, y escuchándola se me ocurrió una idea para esta entrada: la presencia de referencias literarias en las canciones. En múltiples ocasiones música y literatura van de la mano, siendo aquella permanentemente deudora de ésta, especialmente en el caso de la poesía.

Me vienen a la cabeza, por ejemplo, las versiones musicalizadas de la obra de diversos poetas en los discos de Paco Ibáñez, como los dedicados en exclusiva a Pablo Neruda y José A. Goytisolo, o a poetas andaluces como Becquer, Lorca, Cernuda, Alberti o Antonio Machado, entre otros. Joan Manuel Serrat también hizo lo propio con poesías de los dos últimos, así como de Miguel Hernández (musicalizadas por Alberto Cortez), Benedetti, como vimos hace unos días por la triste noticia de su muerte, y de León Felipe, autor del que nos habló no hace mucho Nerea en su blog.

Por otro lado, Borges se hizo bulerías en la voz de José Domínguez, El Cabrero, que canta con voz templada el soneto La lluvia.
Esta lluvia que ciega los cristales
alegrará en perdidos arrabales
las negras uvas de una parra en cierto
patio que ya no existe. La mojada
tarde me trae la voz, la voz deseada,
de mi padre que vuelve y que no ha muerto.
No es ésta la única vinculación existente entre poesía y flamenco. Uno de los discos con más embrujo que he oído nunca es el Omega de Enrique Morente junto a Lagartija Nick; rock y flamenco, Lorca y canciones de Leonard Cohen se unen en un todo hipnótico y aterrador, como nos demuestra la interpretación de La Aurora de Nueva York.

Loquillo y Luis Eduardo Aute también ofrecieron su visión particular del poema lorquiano, al igual hicieron Los Suaves, grupo de rock gallego, con las Palabras para Julia de Goytisolo y la música de Paco Ibáñez.

Si nos adentramos en el mundillo del rock se multiplican las referencias veladas a la literatura, no tan literales como en los casos mencionados anteriormente. Dentro de la producción nacional tenemos a Héroes del Silencio, con una Sirena Varada en la realidad, tan ávida de sueños como la de Alejandro Casona, que vivieron sus días de gloria bajo la máxima el camino del exceso nos dirige hacia la torre de la sabiduría, de William Blake, interpretando canciones pobladas de fragmentos provenientes de la mente de poetas malditos.

Pero si un hay un poeta que realmente podemos calificar como maldito es Edgar Allan Poe. Su Annabel Lee inspiró a Radio Futura una de las canciones más recordadas de los años 80, y sin necesidad de remontarnos tanto tiempo atrás, podemos acercarnos a Lou Reed, que dedicó un disco completo a Poe, The Raven. Otro tanto ocurrió con un clásico de la literatura fantástica, la trilogía de Gormenghast, de Mervyn Peake, con el disco de rock sinfónico Titus Groan, y qué decir de Sting, seguidor confeso de los libros de Peake, que llegó a dar a su hija el nombre de uno de los personajes, Fuchsia.

Tal vez sea por mi vena tolkiendili, pero lo cierto es que de pocas obras literarias conozco tantas versiones y referencias musicales como de la de J.R.R. Tolkien. Tantas que darían para una entrada monográfica, pero de entre las cuales me gustaría destacar dos. La primera de ellas, la recreación de la Batalla de los Campos de Pelennor que llevó a cabo Led Zeppelin en The battle of Evermore, y la segunda, el disco Nightfall in Middle Earth, de los teutones Blind Guardian, dedicado completamente a los acontecimientos narrados en El Silmarillion. También cuentan en su haber canciones sobre El Señor de los Anillos, Otherland (una obra de ciencia ficción de Tad Williams) o el libro de los libros: La Biblia. No son los únicos; la banda británica Iron Maiden, con su Number of the Beast (las sagradas escrituras, una vez más), Lord of the Flies (William Golding), la tumba de Lovecraft, que aparece en la portada del disco en directo Live After Death, el título Seventh son of a seventh son (la saga de Alvin Maker, de Orson Scott Card, el autor del conocido El juego de ender y de Esperanza del venado) o una extensa Rime of the Ancient Mariner basada en La canción del viejo marinero, de Samuel Taylor Coleridge, son prueba de ello.

Sin duda existen muchos más ejemplos de los que cito, pero ya ha quedado suficientemente espesa la entrada con tanto nombre y referencia, y precisamente aquí entráis vosotros en juego. ¿Qué otras referencias literarias encontráis en la música? ¿Y al contrario? ¿Qué canción, disco o intérprete os incitó a escuchar una frase de un libro, un poema, un simple nombre?

jueves, 28 de mayo de 2009

¿'L' de libro, o de lucro?

Llevo unos pocos días utilizando el lector de libros electrónicos Papyre (la versión española del Hanlin V3), y de momento la sensación general que me transmite el aparato es bastante buena. En unos días os comentaré un poco más acerca del eReader, pero hoy quería llevar a cabo una reflexión acerca de las implicaciones que podría tener sobre el mercado editorial la proliferación de estos artilugios, que sin duda alguna irán incrementando su presencia en los hogares a corto o medio plazo.

Mi interés se centró en estos dispositivos hace algunos años, cuando aún parecían un invento de la ciencia ficción que tardaría mucho tiempo en materializarse. Por mi profesión, la informática, he de utilizar muchos libros “perecederos”, libros técnicos que usualmente no son traducidos al castellano y que pueden tener una vida útil de 4 ó 5 años, convirtiéndose en meros objetos para curiosos pasado este tiempo. Los que adquiría iban acumulando polvo en las baldas de mis estanterías, o debía leerlos en formato PDF o CHM en la pantalla del ordenador o en la PDA, con el consiguiente deterioro de mis queridos ojos, por lo que se me antojaba interesante que aparecieran pronto estos dispositivos. Aunque los lectores electrónicos actuales aún no están preparados aún para facilitar la lectura de este tipo de libros, con gran cantidad de gráficas y diagramas, hipervínculos, diferentes tipografías y numerosas secciones y notas de página, me seguían llamando la atención, ya que sabía que podría sacarle partido a uno de ellos, utilizándolo como alternativa a la biblioteca pública, ya que por motivos de trabajo en el último par de años me resultaba bastante gravoso ir a la biblioteca pública, que siempre fue una de mis fuentes preferidas, y últimamente compraba todos los libros que leía.

A lo que iba, que me pierdo en un mar de divagaciones; en los últimos tiempos han comenzado a surgir voces, principalmente provenientes de editoriales y políticos, que claman al cielo su preocupación por el impacto que puede tener la piratería en el mercado del libro. No se preocupan, no, del alto precio de los libros en España, que pueden venir a costar de media 20€ en las primeras ediciones, en tapa dura o incluso rústica, y unos 10€ las de bolsillo, que suelen salir al mercado al año de haber sido editadas las anteriores. Se trata de un mercado intervenido para asegurar la producción y que no haya competencia desleal entre distribuidoras, algo interesante para los pequeños comercios (y que conste que para nada me gustaría que se impusiesen efnacs , corteingleses y centros comerciales varios sobre las librerías de toda la vida) pero que termina siendo un pesado lastre para los lectores, que debemos desembolsar una importante cantidad de dinero a la hora de adquirir un libro cuyo coste de edición, posiblemente, sea bastante inferior. Por si fuera poco, leer un libro de cualquiera de nuestras bibliotecas públicas tampoco es gratis, al determinarse la aplicación de un canon que grava los libros que son sacados de aquellas para la compensación del ¿autor? y que al no recaer directamente sobre los usuarios, la compensación parte de las arcas públicas, es decir, del bolsillo de todos los ciudadanos. En resumen, que las editoriales están siendo sobreprotegidas por los distintos gobiernos que han ido pasando por este país, y para leer hay que pagar sí o sí.

Y ahora surge un nuevo enemigo (¿para la cultura o para el oligopolio?), lectores electrónicos que hacen más cómoda la lectura de textos en formato electrónico y que, en combinación con Internet, deberían suponer un acicate que instase a las editoriales a superarse, y que en cambio ven peligrar en ellos la onerosa hegemonía que ostentan desde tiempos inmemoriales. No se plantean las ventajas que puede reportarles este nuevo modelo de negocio, como tampoco lo hace una Ministra de Cultura que bien podría hacer honor a su cargo, y culturizarse un poco, ya que según ella resulta asustante que los libros circulen por Internet. Resulta también llamativo que una de las mayores ferias del libro, la de la capital del reino, no acoja ninguna representación de esta nueva forma de leer. El problema de estos señores es que no quieren ver que este nuevo modelo no supone un hándicap, sino una oportunidad. El libro electrónico no tiene que suponer la muerte del libro tradicional, pero sí podrá contribuir a una democratización del proceso de elección de nuestras lecturas.

Por mi parte, seguiré comprando libros, aunque los lea previamente en mi Papyre. El lector electrónico será mi biblioteca pública más cercana, no un impedimento para que compre los libros que desee tener. Obviamente no voy a comprar el bestseller de turno, que únicamente me interese para pasar el rato leyendo en la playa, pero sí un libro que me guste releer y conservar. Por el primero estaré dispuesto a pagar una cantidad justa por su consumo, que repercutirá sobre el autor en un grado mayor de lo que lo hace actualmente, donde son los intermediarios quienes se llevan el máximo beneficio; el segundo lo compraré en papel, porque sigue pareciéndome la mejor opción para disfrutar de todo el placer de la lectura y de la pasión bibliófila.

Por todo esto, creo que los libros electrónicos no sustituirán a los tradicionales, sino que los complementarán. Aportarán la posibilidad de leer libros de forma imperecedera, eludiendo caprichos editoriales que descatalogan libros maravillosos que se tornan en imposibles de encontrar, por sepultarnos en una vorágine de nuevas publicaciones. Permitirán leer sin preocuparse por la fecha de caducidad de libros que podremos conseguir desde casa, a través de Internet, y nos aportarán la garantía de adquirir al fin, en formato tradicional, aquellos que queramos conservar o regalar.

Ahora bien, si las editoriales no aprenden la lección inherente al varapalo sufrido por la industria musical (que aun así, podría asimilar mucho más fácilmente el cambio de modelo comercial), perderán irremisiblemente esta oportunidad de negocio. Y no podrán decir que no se les avisó.

miércoles, 27 de mayo de 2009

Imagina...

El segundo premio que recibe Homo libris ha llegado de la mano de Elwen, de Midnight Eclipse, a quien leo desde que tuve la suerte de descubrir su blog, a través del cual, además, estoy descubriendo un amplio catálogo de libros deseables, y de blogs interesantes.

“Let your imagination open its wings”
“Deja a tu imaginación abrir sus alas”

La distinción es un Premio a la Imaginación, y para alguien que se ha pasado media vida en las nubes, y la otra media en la Luna, recreando mundos imaginarios y perdido entre las páginas de los libros, la verdad es que se trata de una mención bastante acertada.

Entre las bondades del premio, se cuenta, además del cumplido agradecimiento a quien nos lo concedió, el poder expresar tres deseos. En estos momentos, con un par de premios recibidos, se me antoja deseable haber creado el blog en Wordpress y no en Blogger, para tener la facultad de crear páginas que no tengan la condición de entradas. Pero no, no malgastaré en algo así uno de mis deseos... Veamos:
  1. Mi primer deseo sería que, llegado el momento, no tuviera que explicar a mis hijos, o a mis nietos, por qué el oso polar que tienen de peluche no existe en la realidad, ya que el hábitat donde era posible su existencia ha desaparecido. Y quien dice el oso, dice tantas especies vivas que están desapareciendo de la faz de la Tierra.
  2. Mi segundo deseo está relacionado con el primero: que el Homo sapiens sapiens haga valer su nombre, que sea un poco más Homo libris, y menos ambicioso, que la crisis global de valores nos haga ser menos egoístas, más solidarios, menos consumistas y más sensatos.
  3. Por último, desearía que se cumplieran los deseos de toda la humanidad, siempre y cuando no constituyan una afrenta para sus iguales, ni para otros habitantes del planeta, ni para su propio mal.
En cualquier caso, ya que de momento lo único que está en mi mano es dar la oportunidad a otros cinco bloggers de expresar sus deseos, tras una arduo periodo de meditación, me gustaría premiar por su imaginativos blogs, que siempre me hacen disfrutar a... (redoble de tambores)
Espero que lo disfrutéis, y compartáis con nosotros vuestros más profundos deseos tal y como ya lo hacéis con tan imaginativos artículos.

Para terminar, y dado lo utópico de mis deseos (aunque nada me gustaría más que verlos cumplirse), os dejo con una canción bastante relacionada con los deseos y la imaginación. ¡Feliz audición!


martes, 26 de mayo de 2009

Por favor, ¿me presta su toalla?

Ayer se celebró el Día del Orgullo Friki y, por ende, el excelso Día de la Toalla. ¿De qué estoy hablando? Bueno, os pongo en antecedentes.
[…] una toalla es el objeto de mayor utilidad que puede poseer un autoestopista interestelar. En parte, tiene un gran valor práctico: uno puede envolverse en ella para calentarse mientras viaja por las lunas frías de Jaglan Beta; se puede tumbar uno en ella en las refulgentes playas de arena marmórea de Santraginus V, mientras aspira los vapores del mar embriagador; se puede uno tapar con ella mientras duerme bajo las estrellas que arrojan un brillo tan purpúreo sobre el desierto de Kakrafun; se puede usar como vela en una balsa diminuta para navegar por el profundo y lento río Moth; mojada, se puede emplear en la lucha cuerpo a cuerpo; envuelta alrededor de la cabeza, sirve para protegerse de las emanaciones nocivas o para evitar la mirada de la Voraz Bestia Bugblatter de Traal (animal sorprendentemente estúpido, supone que si uno no puede verlo, él tampoco lo ve a uno; es tonto como un cepillo, pero voraz, muy voraz); se puede agitar la toalla en situaciones de peligro como señal de emergencia, y, por supuesto, se puede secar uno con ella si es que aún está lo suficientemente limpia.
El fragmento pertenece a la Guía del Autoestopista Galáctico, un hilarante libro de Douglas Adams que tuvo su origen en una serie radiofónica del mismo autor, y que terminó siendo trasladada a la literatura tiempo después en una “trilogía de cinco libros”, transformada en película; llegó incluso llegó a convertirse en un juego de ordenador (una aventura conversacional o ficción interactiva, algún día hablaré sobre ellas).

La historia se inicia cuando a Arthur Dent intentan expropiarle la casa para derribarla. El Gobierno ha proyectado construir una autopista que pasa justo sobre la casa de Arthur, y cuando éste intenta evitar el derribo tumbándose frente a la máquina excavadora, recibe la visita de su amigo Ford Prefect, que en realidad es un extraterrestre perteneciente a un pequeño planeta en la órbita de la estrella Betelgeuse, y que le insta a animarse bebiendo su última pinta de cerveza: al fin y al cabo, lo que va a ocurrirle a su casa es una nimiedad en comparación con el destino que le espera a la Tierra; situada en medio del trazado de una nueva autopista intergaláctica, los Vogones, constructores del espacio, van a destruirla en breve. Así que tomando su toalla y pocos adminículos más, Arthur Dent parte al espacio exterior en compañía de Ford Prefect y de la insustituible Guía Intergaláctica, compendio del saber de todos los planetas del Universo.

Los libros de Adams son ciertamente surrealistas, críticos como ellos solos y realmente divertidos. Os los recomiendo encarecidamente. Anagrama los tiene en su catálogo editorial, y de hecho está reeditándolos dentro de la colección Compactos a un precio interesante (aunque con una calidad de encuadernado ligeramente inferior al de la edición anterior). Algunos blogs tienen incluso enlaces para su descarga, por si queréis echarles un vistazo antes.

En cuanto al Día de la Toalla, con el que comenzaba la entrada de hoy, se celebra dos semanas después de la fecha de la defunción de Adams, el 11 de mayo de 2001, y constituye un homenaje a su memoria. Todo esto que os cuento tiene un interés mayor al poder anunciaros que cuento con una particular versión de la Guía. Me la regaló ayer mi querida, maravillosa, magnánima e incomparable pareja (creo que hago bien en mencionarlo, so pena de sufrir una tanda de azotes en los comentarios… que no, que en el fondo es muy buena ;) ).


¡Sí! ¡Un Papyre!

Ya os iré contando mis impresiones al respecto, aunque de momento he de admitir que me encanta cómo se ven las letritas en el cacharro este. ¡Qué ilusión!

Pronto… más. ;)

lunes, 25 de mayo de 2009

La Puerta de los Cordeleros

"Después dijeron que aquel hombre había venido desde el norte por la Puerta de los Cordeleros. Entró a pie, llevando de las riendas a su caballo. Era por la tarde y los tenderetes de los cordeleros y de los talabarteros estaban ya cerrados y la callejuela se encontraba vacía. La tarde era calurosa pero aquel hombre traía un capote negro sobre los hombros. Llamaba la atención."
Geralt de Rivia, el personaje creado por el autor polaco Andrej Sapkowski, ha venido a revolucionar la concepción popular existente en torno a la literatura fantástica. Aunque el personaje nació hace más de dos décadas, no ha sido hasta hace poco más de un lustro que el brujo albino campa a sus anchas por nuestro país, de la mano de la editorial Bibliópolis, que tanto ha estado haciendo por renovar la que parecía cansada voz de la fantasía, recogiendo el testigo de la que hasta entonces fuera la editorial de referencia en este género, Minotauro (de Timun Mas, salvo alguna que otra honrosa publicación, mejor ni hablamos). En mi caso descubrí al brujo en la edición que Círculo de Lectores dedicó a sus dos primeros libros de cuentos (El último deseo y La espada del destino). El resto lo seguí en Bibliópolis, una serie de cinco libros -del que falta por publicar el último, que cierra las aventuras de Geralt- que constituyen una única novela (una novela río con todas las letras). Desgraciadamente, debido a una extraña maniobra editorial de Alamut, que está recogiendo prácticamente todo el fondo editorial de Bibliópolis, la publicación de este último título, La dama del lago, se está posponiendo hasta límites realmente vergonzosos, pero evitaré entrar al trapo con este tema.

La prosa de Sapkowski ha venido a traer a las letras polacas la voz de la calle, plasmada singularmente en sus continuos, chispeantes y divertidos diálogos. Claro está, con la traducción este matiz se pierde, pero no deja de permitir entrever la genialidad de los mismos. Desde que comenzó a ser reconocido por la crítica y sus lectores a crecer como la espuma, la obra más famosa de Sapkowski ha inspirado una película, una serie de televisión (no muy buenas, por cierto), un juego de rol y el videojuego The Witcher. En su país se le compara al clásico Stanislaw Lem, lo que dice mucho a su favor, y cuenta con una ferviente masa de seguidores.

El mundo en el que Geralt, de profesión matador de monstruos (el brujo o, en polaco, wièdzmin, un neologismo acuñado por el propio Sapkowski y que ha pasado al habla común, ya que antes de su obra sólo existía en polaco la palabra bruja, en femenino), se desenvuelve, está plagado de referencias a la mitología polaca en particular, y eslava en general. Tomando elementos del western, la novela negra, la fantástica y el mundo real, Sapkowski realiza una labor de introspección que le lleva a desensamblar los añejos cuentos de hadas y referencias populares, para hacerlas más reales y temibles, en un ejercicio de reconstrucción posmodernista. Así, para matar a un dragón, ¿quién llamaría al tonto del séptimo hijo de un viejo labrador? Llamaría a un matador profesional de dragones, y si encima el necesitado es el alcalde, intentaría escamotearle al cazador unas cuantas monedas, lavándose las manos de paso por si algo sale mal. Aquí Caperucita no es tan inocente, ni el lobo tan malo, y en la ciudad, la mayor preocupación para el tabernero son los impuestos que deberá pagar a final de mes.

En este entramado social y político, Geralt sitúa a un brujo, a un mutante matador de monstruos. Geralt, inhumano para todos, posee el corazón más humano de cuantos le rodean. Y sus decisiones no son siempre las mejores ni, obvia decirlo, acertadas. Pero son las suyas, y las toma como lo haría cualquiera. Tolkien, el maestro moderno de la fantasía épica, fue un creador de mitos, llevando a cabo la labor de la Historia de todo un pueblo. Sapkowski, en cambio, recrea a seres tan humanos como nosotros, desdeñando las frases grandilocuentes para acercarnos a una fantasía tan real como necesaria.

A Geralt le acompañará Jaskier, el bardo, un buen amigo metomentodo que en más de una ocasión le pondrá en un brete, y sus andanzas no le llevarán nunca demasiado lejos de la hechicera Yennefer, con la que Geralt mantiene una interesante y tormentosa relación amorosa. Ciri, la “Niña Sorpresa” de Geralt, a la que educará como a un brujo, constituirá un elemento clave en el desarrollo de una trama que, como apuntaba más arriba, aún está por descubrir en el último libro de la serie.

En cierto modo (y esto es una adenda al artículo que escribí sobre Geralt de Rivia hace casi dos años, y que ha servido como base a éste), el libro que ando leyendo en estos momentos, A punta de espada, me recuerda lejanamente a los de Sapkowski. Salvando el estilo, que en Kushner es mucho más elaborado y descriptivo, sus personajes resultan tan cercanos como Geralt, y las intrigas están a la orden del día. Si os sentís cómodos en La Ribera, posiblemente también lo estéis en compañía del brujo. ¿Venís?

Referencias:


viernes, 22 de mayo de 2009

Érase que se era…

Existen fórmulas establecidas sobre cómo debería comenzar un cuento infantil; “érase que se era…” o “hace mucho, mucho tiempo, en un reino lejano…” son, precisamente, dos de estos comienzos típicos. En el caso de las narraciones para adultos, el inicio de la historia, que nos predispone para prestar atención a lo que nos van a contar, no se da de una forma tan encorsetada, y esto es más cierto aún en el caso de la novela. Un comienzo atrayente, que capte la atención del lector, es algo fundamental, y puede marcar la diferencia entre que quien lo hojea decida llevarse el libro consigo o lo deje de nuevo sobre la estantería.

En general, no obstante, los comienzos de las novelas no se quedan en la simplificación que estoy llevando a cabo. Escritos o no con esa intención, no sólo llegan a atraparnos como a moscas en una telaraña, impotentes (y gozosos) de escapar de la trama que se desarrolla ante nuestros ojos y en nuestra imaginación, sino que quedan grabados de forma indeleble en nuestra memoria. Su mero recuerdo despierta en nosotros las maravillas que vivimos en el pasado, nos impulsa a departir con quienes nos rodean, compartir con ellos nuestras impresiones sobre el argumento (“¿recuerdas la ascensión por la chimenea del Stromboli sobre un mar de lava?”, “¡te encantaría el momento en que, echando mano al bolsillo, se pregunta qué es lo que tiene dentro!”), los personajes (“te sorprenderá descubrir la perspectiva de Jaime cuando empiece a hablar con su propia voz”, “sí, los de Dickens son un poco estereotipados, pero dime tú si en aquella época podía ser de otro modo”, “¡Ven, Milana! Milana bonita, ven…”) o el mero placer de la lectura (“te encantará, a mí me atrapó y me pasé la noche entera leyendo. ¡Así vengo con estas ojeras!”).
En un agujero en el suelo, vivía un hobbit. No un agujero húmedo, sucio, repugnante, con restos de gusanos y olor a fango, ni tampoco un agujero seco, desnudo y arenoso, sin nada en que sentarse o que comer: era un agujero-hobbit, y eso significa comodidad.
Ante tamaña invitación, ¿quién no pasaría al interior, tomaría asiento y se dispondría a maravillarse con las historias que los libros están dispuestos a contarnos? Hacedlo pues, sentaos y contemplad el mágico mundo de las palabras.

En ocasiones, a nuestro narrador no le queda más remedio que tomar pluma y papel, y consignar en él los hechos increíbles que vivió en su juventud. Así le ocurre al ya anciano monje de El nombre de la rosa, y también al bueno de Jim Hawkins:
El Squire Trelawney, el doctor Livesey y los demás señores me han encargado poner por escrito todo lo referente a la «Isla del Tesoro», de principio a fin, sin dejar otra cosa en el tintero que la posición de la isla, y esto porque aún quedan allí riquezas que no han sido recogidas. Tomo, pues, la pluma en el año de gracia de 17... y retrocedo hasta el tiempo en que mi padre era el dueño de la posada del «Almirante Benbow», y en que el viejo navegante, de moreno y curtido rostro, cruzado por un sablazo, se acomodó como huésped bajo nuestro techo.
¿Quién sería capaz de marcharse sin saber si, en un descuido, el joven Jim nos da alguna pista sobre la ubicación de tan singular ínsula? Al quedarnos escuchando su historia, descubriremos nuevos usos para los barriles de manzanas y algunas de las desventuras de Ben Gunn. Lo que no podríamos saber es que, llegando al puerto para embarcar junto a Jim en la Hispaniola, se nos acercaría un joven muy educado, que antes de nada, comenzaría por presentarse.
Llamadme Ismael. Hace unos años -no importa cuánto hace exactamente-, teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que me iría a navegar un poco por ahí, para ver la parte acuática del mundo. Es un modo que tengo de echar fuera la melancolía y arreglar la circulación. Cada vez que me sorprendo poniendo una boca triste; cada vez que en mi alma hay un nuevo noviembre húmedo y lloviznoso; cada vez que me encuentro parándome sin querer ante las tiendas de ataúdes; y, especialmente, cada vez que la hipocondría me domina de tal modo que hace falta un recio principio moral para impedirme salir a la calle con toda deliberación a derribar metódicamente el sombrero a los transeúntes, entonces, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda. Es mi sustituto de la pistola y la bala.
Nos vamos, pues, junto a Jim, con el pensamiento ocupado por las palabras de Ismael. Deberíamos, llegado el momento, intentar saber qué fue de él. Nos esperan peligros y aventuras, peleas a muerte y sin tregua, en las que haríamos bien en contar con el acero afilado y el pulso firme de un buen espadachín. Un hombre curtido en mil batallas y de honor, a pesar de lo que pudiéramos imaginar por su destartalado aspecto.
No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente. Se llamaba Diego Alatriste y Tenorio, y había luchado como soldado en los tercios viejos en las guerras de Flandes. Cuando lo conocí malvivía en Madrid, alquilándose por cuatro maravedís en trabajos de poco lustre, a menudo en calidad de espadachín por cuenta de otros que no tenían la destreza ni los arrestos para solventar sus propias querellas. Ya saben: un marido cornudo por aquí, un pleito o una herencia dudosa por allá, deudas de juego pagadas a medias y algunos etcéteras más.
Alatriste es un hombre valiente, ya lo sabemos, y el filo de su espada habrá acabado, sin dudarlo, con la vida de más de uno de sus coetáneos. Sin embargo, a pesar de mantener la calma en un duelo, no tiene la frialdad necesaria como para proclamarse a sí mismo como asesino.
Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona. Aunque ni el diablo sabe qué es lo que ha de recordar la gente, ni por qué. En realidad, siempre he pensado que no hay memoria colectiva, lo que quizá sea una forma de defensa de la especie humana. La frase "todo tiempo pasado fue mejor" no indica que antes sucedieran menos cosas malas, sino que —felizmente— la gente las echa en el olvido.
Y aunque así no fuese, aunque no cayesen en el olvido, lo cierto es que resulta terrible tener constancia del peso de las palabras, que nos transmiten noticias que nos gustaría ser capaces de borrar de nuestra memoria, ya que podríamos saber de ellas antes incluso que la persona que va a sufrir el impacto de la caída, mientras muere, contra el duro suelo.
El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo. Había soñado que atravesaba un bosque de higuerones donde caía una llovizna tierna, y por un instante fue feliz en el sueño, pero al despertar se sintió por completo salpicado de cagada de pájaros.
En estos momentos, cuando caemos hacia la tierra y el sueño eterno de la muerte, y justo antes, cuando contemplamos el frío acero que nos ha de matar, ya sea en forma de punzante cuchillo o afilada bala, el tiempo se estira, demuestra que es flexible, y nos concede la gracia de un último momento en el que recrear la vida que disfrutamos y que está a punto de finalizar.
Hace muchos años, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía, habría de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.
Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos.
El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarías con el dedo. Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos.
Afortunadamente, la naturaleza es sabia, y tras el doloroso momento en que acuchillan nuestro cuerpo, todo se vuelve blando, nos preguntamos qué le ocurre a ese cuerpo que yace rodeado de hombres y mujeres que se rasgan sus vestiduras, sus rostros rotos de dolor. Al fin y al cabo, aquí no se está tan mal.
Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Y sabemos que no será nuestra última aventura. Que a pesar de que una lágrima asome a nuestros ojos, tristes y tiernos, en otro momento saldremos de nuevo al camino, con un campesino por compañero y amigo de aquel desgarbado personaje que vemos venir hacia nosotros, con el desaliño y la mirada perdida de los cuerdos.
En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera.
Me consta que son muchos más de los que están, por lo que os invito a hacer memoria. ¿Qué comienzos de novela os han marcado de forma tal que seríais capaces de devolver a la mente toda la historia con recitar unas pocas palabras de aquéllos?

miércoles, 20 de mayo de 2009

Pájaro de celda

Vivimos momentos aciagos en los que la luenga sombra de la crisis económica se cierne sobre nuestras cabezas mortales. Podría parecer predestinado, pero lo cierto es que me he acercado ahora y no antes a este libro, que llevaba reposando el sueño de los justos unos años, ya que lo adquirí en una librería de viejo, poco tiempo después de leer Matadero Cinco, del mismo autor –Kurt Vonnegut–, por recomendación de Azote Ortográfico, y que tras sucesivas mudanzas ha visto la luz en las baldas de mi estantería.
E incluso ahora, a la triste edad de sesenta y seis años, noto que aún me tiemblan las rodillas cuando encuentro a alguien que aún piensa que es posible que llegue el día en que habite la tierra una gran familia feliz y pacífica: la Familia del Hombre. Si me conociese ahora a mí mismo tal como era en Milnovecientos Treintaitrés, me desmayaría de respeto y de lástima.
Pájaro de celda narra las desventuras de Walter F. Starbuck, ex consejero de Nixon e implicado en los escándalos de Watergate. Tras abandonar sus ínfulas de comunista al ser nombrado Consejero de Juventud de Nixon, y siendo implicado de forma casual en el caso Watergate, Walter abandona la cárcel para reencontrarse casualmente con un antiguo amor de la adolescencia. Entretanto, nos contará su vida, el devenir de la Norteamérica desde algo antes de la mitad del siglo pasado hasta los años setenta, y todo tipo de tejemanejes políticos y sindicales en el nacimiento de los derechos de los obreros. Todo ello, eso sí, salpicado de las entrañables peripecias de personajes secundarios, familiares de Walter e historias de ciencia ficción escritas por Kilgore Trout, una caracterización-homenaje de Theodore Sturgeon (del que os recomiendo Los cristales soñadores), que ponen en relieve la calidad artística y moral de Kurt Vonnegut, nominado en dos ocasiones al Premio Nobel, aunque falleció sin que le fuese concedido tal galardón. Vonnegut, como autor de ciencia ficción, no tiene precio, ni tampoco parangón. Escribe sus novelas posmodernas con un estilo entrañable, divagando entre diversos temas que, finalmente, confluyen en un argumento sólido que elimina de un plumazo todo atisbo de incongruencia que, en principio, pudiera antojársenos.

Como apuntaba, el libro está plagado de citas memorables. Alguna de ellas viene dada por relatos del propio Kilgore Trout, y sin miedo a desvelaros nada en particular de la trama, os dejo algunos fragmentos de uno de sus cuentos, que me ha encantado, titulado Dormido en el cambio de vía. En él, Vonnegut, perdón, Trout, nos narra la llegada el periplo de Albert Einstein tras su defunción.
No podías entrar en el cielo hasta haber pasado por una revisión completa de lo bien que habías aprovechado las oportunidades financieras que Dios, por mediación de sus ángeles, te había ofrendado en la Tierra.
El relato en sí es un despropósito sobre la llegada de Einstein al cielo, y la narración de cómo pudo hacerse millonario (¡ay, el materialismo exacerbado!) y no aprovechó su momento.
Einstein podría haberse hecho multimillonario si hubiese puesto una segunda hipoteca sobre su casa de Berna, Suiza, en Milnovecientos Cinco y hubiese invertido dinero en depósitos de uranio antes de decirle al mundo que E=mc2.
El gran físico, un poco desganado, asiente ante el funcionario que tiene ante sí. En todo tienen razón, no ha aprovechado su momento, pero lo que más desea es descansar. Así las cosas, le dejan pasar al cielo, y lo hace con una única pertenencia: su querido violín. Sin embargo, estando allí comienza a encontrarse con almas muy afectadas por lo que les ha dicho el auditor, a la entrada del cielo. Le da por cavilar, y se dedica a formular una serie de cálculos.
Einstein calculaba que si todos los habitantes de la Tierra hubiesen aprovechado al máximo todas sus oportunidades, y se hubiesen hecho millonarios y luego multimillonarios, etcétera, la riqueza dineraria del pequeño planeta habría sido superior al valor de todos los minerales del universo en cosa de unos tres meses. Además, no quedaría nadie para hacer trabajo útil.
Einstein cree que los auditores están estafando a la gente, y dirige una carta a Dios pidiéndole audiencia. Éste no le recibe, pero a cambio le envía una notificación a través de un arcángel loco de remate diciéndole que si no dejaba las cosas estar, le quitaría el violín para toda la eternidad.
Así que Einstein nunca volvió a hablar con nadie de los auditores. Aquel violín significaba mucho para él.
El libro está plagado de historias similares: nos hacen reír, nos estremecen por su crueldad, máxime si tenemos en cuenta que Vonnegut está reflejando una realidad no muy distinta a la que realmente se vivía hace unos decenios entre la clase obrera americana (y no digamos la de otros países). Os lo recomiendo encarecidamente. Como otras obras de Vonnegut, está escrita con un estilo bastante peculiar, pero a poco que os hagáis con él, os encantará.

Por último, a la imagen del libro le acompaña el segundo en discordia: Obi-Wan (sí, es una frikada, ¿y?), otro de nuestros felix libris silvestris, con una gran afición al posado fotográfico, que no quería ser menos que su querido amigo Lupi.

martes, 19 de mayo de 2009

El homo y los libris

El Felix libris catus guarda un gran parecido externo con la especie Felix silvestris catus, pero a diferencia de ésta, su actividad física se ve reducida a la mínima expresión, pasando entre 19 y 22 horas al día en estado de reposo, y repartiendo el resto del tiempo en partes iguales entre alimentarse a base de pienso light y lecturas variadas. En la imagen podemos contemplar a uno de estos ejemplares capturado por una trampa fotográfica en el momento de devorar una de sus presas más preciadas: el libro de bolsillo.
En nuestro estudio, el ejemplar mostrado ha recibido el nombre de Lupi, aunque nos consta que recibe otros similares en diversas culturas, en las que ha llegado a ser mitificado como un verdadero dios. Ñuqui, Ñuquiférico, Puppy, Pupillo, Colombo o Claxon son algunos de estos nombres, habiendo recibido otros tan pomposos como Aquiles, Hemisferio e incluso Lupo Chigliak (el que reza su cartilla de vacunación).

Como puede comprobarse, las bibliotecas no son únicamente el hábitat ideal para los ratones y ratas “modelo Firmin”, así como para otros roedores, sino que las más diversas especies coexisten en relativa paz en tan idílico entorno.

Nota: Aunque hacía tiempo que tenía ganas de publicar la fotografía, ha terminado por decidirme el leer la entrada de Fuego con Nieve, haciéndome comprobar la increíble expansión que está viviendo la especie ;) 

lunes, 18 de mayo de 2009

Otro cielo

Se fue el fin de semana y lo hizo dejando a su paso un regusto agridulce y una sensación de vacío. Por un lado, recibí una grata noticia por parte de Elwen, desde su Midnight Eclipse me hacía partícipe de un premio a la amistad entre blogs y entre bloggers. Es todo un honor recibir dicha condecoración, máxime si viene acompañada de tan hermosas palabras, por lo que lo recibo con toda humildad. Homo libris nació, tras mucho tiempo de espera (iba acumulando bitácoras, y quedaba pendiente siempre el correspondiente a una de mis grandes pasiones: la literatura), y en estos escasos meses de existencia me ha deparado enormes satisfacciones. La mayor de ellas ha sido permitirme conocer a gente como vosotros, quienes leéis el blog y lo enriquecéis con vuestros comentarios o meramente con vuestra presencia.



Ante lo inesperado de la noticia, y adoptando una postura un tanto ecléctica, lo comparto con todos vosotros (mi preferencia por la corrección lingüística no pretende obviar a género o condición alguna, únicamente las actitudes son sexistas, que no la Lengua, por lo que os hago a vosotras tan partícipes como a ellos de este premio). Me consta, en cualquier caso, que estos premios perviven gracias a ser compartidos entre la comunidad. Realmente, lo mereceríais muchos pero, por suerte, buena parte de quienes podríais recibirlo de mis manos ya lo habéis disfrutado desde las de Elwen. En pocas palabras, y citando al gran Bilbo Bolsón,

No conozco a la mitad de ustedes ni la mitad de lo que querría, y lo que yo querría es menos de la mitad de lo que la mitad de ustedes merece.
Convoco precisamente a la suerte porque gracias a ella hemos ido conociéndonos y conformando una pequeña gran familia de blogs con un nexo común, basado en el amor a los libros. A la familia querría unir a Azote Ortográfico, que es más que una amiga, ella bien lo sabe, y que con sus artículos nos enseña que los gazapos y errores ortográficos son una pesadilla hasta para los más grandes, y que la Lengua es un tesoro y un patrimonio que debemos cuidar. También me gustaría compartirlo con Mundo de K, que me demostró que nuestra pasión por la literatura supera incluso las diferencias idiomáticas. Y, por no tomarme demasiadas licencias en torno al premio, por último a El Txoko de Lonifasiko, un magnífico blog que os descubrirá, a quienes tengáis inquietudes por la informática, sus últimos experimentos en torno a esta disciplina.

También me refería, al comienzo de la entrada, a un vacío, a que el fin de semana se marchó dejando una sensación no del todo placentera. Es la desazón que nos queda ante la ausencia de Mario Benedetti, el grandísimo autor uruguayo que falleció ayer, domingo 17 de mayo, tras una prolongada enfermedad. De Benedetti me gustaban especialmente sus cuentos y poemas, aunque novelas como La Tregua me marcaron profundamente. Se marchó una de las grandes voces de la literatura latinoamericana, pero nos quedaran, para siempre, sus palabras.

Me gustaría compartir con vosotros uno de sus poemas, que plasma a la perfección la postura reivindicativa y luchadora, hasta el final, de Benedetti.
Con su ritual de acero
sus grandes chimeneas
sus sabios clandestinos
su canto de sirenas
sus cielos de neón
sus ventanas navideñas
su culto a dios padre
y de las charreteras
con sus llaves del reino
el norte es el que ordena

pero aquí abajo abajo
el hambre disponible
recorre el fruto amargo
de lo que otros deciden
mientras que el tiempo pasa
y pasan los desfiles
y se hacen otras cosas
que el norte no prohíbe
con su esperanza dura
el sur también existe

con sus predicadores
sus gases que envenenan
su escuela de chicago
sus dueños de la tierra
con sus trapos de lujo
y su pobre osamenta
sus defensas gastadas
sus gastos de defensa
son su gesta invasora
el norte es el que ordena

pero aquí abajo abajo
cada uno en su escondite
hay hombres y mujeres
que saben a qué asirse
aprovechando el sol
y también los eclipses
apartando lo inútil
y usando lo que sirve
con su fe veterana
el sur también existe

con su corno francés
y su academia sueca
su salsa americana
y sus llaves inglesas
con todos sus misiles
y sus enciclopedias
su guerra de galaxias
y su saña opulenta
con todos sus laureles
el norte es el que ordena

pero aquí abajo abajo
cerca de las raíces
es donde la memoria
ningún recuerdo omite
y hay quienes se desmueren
y hay quienes se desviven
y así entre todos logran
lo que era un imposible
que todo el mundo sepa
que el sur también existe.
Por último, ya que al fin y al cabo esta entrada ha revoloteado en torno a la amistad, os dejo con un pequeño regalo. Se trata de una de las más bellas poesías de Benedetti, hecha canción por Serrat en su disco El sur también existe. Su título, Hagamos un trato.



Descanse en paz, maestro.

sábado, 16 de mayo de 2009

Viajando

Llevaba la mochila entre las piernas, y permanecía sentado con el cuerpo inclinado hacia el frente. Su largo flequillo le caía sobre el rostro de vez en cuando, y él se lo apartaba con indolencia, como si estuviese espantando a una mosca. Su mirada permanecía fija, en todo momento, en el lector electrónico que tenía en sus manos.

Marta le observaba desde hacía un buen rato. Acababa de terminar Tormenta de Espadas, y su mente aún no había desconectado del todo: le inquietaba saber qué ocurriría con Jon Nieve, que imaginaba tan parecido al chico del gadget, con Tyrion y con Arya, su personaje preferido. Miró el enorme ejemplar que reposaba en sus rodillas, y volvió a contemplar al chico. Era guapo, con los rasgos marcados bajo una pelusa incipiente. El libro electrónico le intrigaba… ¿qué estaría leyendo? A Marta le gustaba adivinar lo que estarían leyendo los ocupantes del vagón, y en ocasiones tenía la ocasión de comprobarlo, en un pase de página, en el momento de cerrar el libro, o cuando su lector, apercibiéndose de su curiosidad, sonreía y levantaba un poco el ejemplar para que ella pudiese leer el título. En momentos así, Marta se sonrojaba, leía apresuradamente los caracteres de la portada, y bajaba la vista.

A Marta le gustaría tener un lector electrónico. ¡La cantidad de libros que podría leer! Era objetiva, y sabía bien que leer no era como escuchar música, o ver series en el iPod. Posiblemente, de poseer uno de esos cacharros, terminaría por convertirse en toda una Diógenes Digital. Por otro lado, le encantaban los libros tradicionales: su olor, el propio peso, el desgaste que marcaba sus páginas con sucesivas lecturas… ¿Qué estaría leyendo el chico? Volvió a mirarle, para encontrarse con que él la miraba a ella. Giró la cabeza tan rápido que no llegó a ver que él hacía otro tanto. Última parada.

Marta se levantó y se acercó a la puerta. Agarrada para no caer, volvió la cabeza antes de salir. El chico miraba su Tormenta de Espadas y sonreía. Bajó la mirada al dispositivo, y ella lo hizo del vagón, con una sonrisa asomando a los labios.

Siempre he preferido usar el transporte público por varios motivos: es más ecológico, desde el punto y hora en que mediante un mismo recurso se permite viajar a más personas, habitualmente puedes viajar más relajado, en tu burbuja, haciendo caso omiso a los problemas de circulación –máxime si se trata del sistema ferroviario o aéreo, en casos de tratarse de mayores desplazamientos- y, gracias a todo ello, puedes ir tan tranquilo, leyendo el último libro que se tiene entre manos.

Lo cierto es que Málaga, la ciudad donde vivo actualmente, no es la panacea en lo que se refiere a la promoción de este medio de transporte frente al privado. Como si no tuvieran poco con los coches, las bicicletas sufren ahora el acoso de los gobernantes, y se planean carriles-bici en zonas donde barrunto que se les va a dar poco uso, pero posiblemente haya que justificar subvenciones y ayudas a la inversión. Vamos, la película de siempre. Sin embargo, hay momentos, en los trenes de cercanías, donde el vaivén del vagón no imposibilita echar un vistazo alrededor en tanto no se halle literalmente saturado de cuerpos en la hora punta, o en el autobús –y especialmente en el metro, cuando estoy en una ciudad más grande-, donde puedo observar a los lectores que me acompañan. Entendedme, es una sana curiosidad por saber qué lee cada cual, por ver hasta qué punto habría imaginado a aquella viejecita leyendo a Kafka, o si el chaval que tengo al lado se está riendo con una novela del Mundodisco, con alguna sátira mordaz de Mendoza, o con la inigualable La conjura de los necios. En no pocas ocasiones pueden llegar a sorprendernos, aunque cuando vemos un voluminoso ejemplar en manos de cualquiera, posiblemente se trate de alguna de las novelas de Harry Potter, de cualquiera de Stieg Larsson o del bestseller de turno; hasta la fecha, nadie llevaba El Quijote en sus manos. Ah, y por qué no, descubrir que nos pica el gusanillo de saber de qué tratará el libro que acabamos de ver, y que nos lleve a leerlo.

Y por vuestra parte, ¿compartís esta sana curiosidad por descubrir qué leen quienes os rodean? ¿Soléis usar el transporte público, y leer en él?

martes, 12 de mayo de 2009

La Espada Rota, de Poul Anderson


Es de común conocimiento que estar en el lugar y momento adecuados es una habilidad que, en ocasiones, puede arrojar pingües beneficios a aquellos que hacen gala de la misma. Sin embargo, también puede suponer, de no poseerla, que seamos arrojados al más profundo y oscuro de los olvidos. Aunque el abismo en que se sume La Espada Rota no es realmente tan tenebroso, lo cierto es que ser publicado en 1954, justo el mismo año en que apareció La Comunidad del Anillo, puede suponer un flaco favor para un libro de fantasía. Y es que, si bien la novela del norteamericano Poul Anderson no pasó desapercibida, siendo de hecho citada frecuentemente como un clásico de la fantasía moderna, quedó durante bastante tiempo eclipsada por la obra de J.R.R. Tolkien.

Casualmente, han querido los hados que me encontrase leyendo este libro de Anderson justo cuando ha surgido la noticia del lanzamiento, en inglés, de un nuevo escrito de Tolkien. Esta vez su hijo Christopher ha escarbado un poco entre los papeles del querido profesor para encontrar (loados sean Ilúvatar y sus Ainur) el manuscrito que han dado en publicar bajo el título de The legend of Sigurd & Gudrún. Una obra que poco tiene que ver con las más conocidas del autor, salvo quizás la importante influencia que la mitología nórdica ejerció sobre cosmogonía de Arda, la Tierra Media (de middangeard midgard). Y digo que resulta casual, porque precisamente fue esta mitología la que inspiró la obra de Poul Anderson, quedando reflejada en La Espada Rota de una forma mucho más cercana a las fuentes que en los libros de Tolkien, y también porque esta coincidencia ha sido la que me ha motivado a escribir algo sobre este libro.

La Espada Rota bebe directamente de los Edda, de Snorri Sturluson, de la mitología nórdica con sus crueles dioses y no menos violentos humanos. Anderson nos plantea el reto de sumarnos a la vida azarosa y aventurera de los habitantes de Europa, de ser observados por los del mundo mágico de Faerie, donde los reinos de Alfheim y Trollsheim entablan continuas batallas, meros peones de los designios divinos de Ases y Gigantes. Gracias a su buen hacer literario, Poul Anderson consigue recrear en nosotros la sensación de estar contemplando la apoteósica y sempiterna batalla entre el bien y el mal; de encontrarnos ante una leyenda inmortal o frente a un cuento mitológico de sabor popular.

El argumento de la novela es simple y efectivo: Imric, el Conde Elfo de Inglaterra sustituye a un niño humano por otro, de idéntica apariencia, mestizo de troll y elfo. Aquél recibirá por nombre Skafloc, y será criado por los elfos, en tanto su mellizo, Valgard, desarrolla su despiadado carácter junto a los hombres. Pasado el tiempo, Valgard es acusado de parricidio, y huye hacia Faerie donde será acogido por los trolls. Llegando a la época adulta, la guerra entre elfos y trolls se verá desatada, y Skafloc y Valgard tendrán un papel preponderante en la lucha, en tanto que la espada rota que los Ases regalasen a Skafloc, y a la que todos los seres mágicos temen por la maldición que alberga, constituirá un elemento determinante en el desenlace de la historia.

Sin duda, por su marcado carácter tradicional y por plasmar como pocas unos seres que, de tan humanizados, resultan visiblemente creíbles, La Espada Rota es un título a tener en cuenta a la hora de comprender la influencia de la mitología nórdica sobre las sagas fantásticas, y resulta una obra imprescindible para los aficionados a este género.

miércoles, 6 de mayo de 2009

La dama de Shalott

De pocas obras puedo afirmar que me gustan tanto todas sus manifestaciones artísticas como The Lady of Shalott. El poema de Tennyson (del que en unos meses se celebrará el bicentenario de su nacimiento, como ya ocurriese con Poe, o Darwin hace no mucho), me encanta. Realmente, la historia de la dama de Shalott constituye una trilogía, formada por The Lady of Shalott, de 1888, Lady of Shalott. Looking for Lancelot, publicada en 1894, y I am half sick of shadows, said the Lady of Shalott, el último de los poemas, de 1915.

La hermosa leyenda de que nos hace partícipes Tennyson se encuentra inscrita dentro del ciclo artúrico. En ella se nos narra la historia de Elena, la dama de Shalott, que permanecía encerrada en su torre y tenía por única ocupación cantar mientras tejía día y noche. Avisada de que una terrible maldición caería sobre ella si osaba asomarse por la ventana y contemplar las torres de Camelot, contemplaba el exterior gracias a un espejo que reflejaba la luz del exterior sobre los paños que iba tejiendo.
On either side the river lie
Long fields of barley and of rye,
That clothe the wold and meet the sky;
And through the field the road run by
To many-tower'd Camelot;
And up and down the people go,
Gazing where the lilies blow
Round an island there below,
The island of Shalott.
[...]
Así pasaba el tiempo hasta que, un buen día quedó prendada de Lancelot, al contemplarle cuando éste se reflejó en el espejo. No pudo evitar asomarse por la ventana para verle mejor, y la maldición cayó sobre ella. Haciéndose con una barca se dispuso a cruzar el lago para llegar hasta Camelot, muriendo por el camino.

Sin duda, con motivo de la conmemoración del nacimiento de Tennyson, tendremos oportunidad de disfrutar de nuevas ediciones de su obra. También, y de ahí mi comentario al inicio de la entrada sobre otras expresiones artísticas en torno al poema, es posible disfrutar del cuadro que John William Waterhouse pintó a partir de la obra de Tennyson. Un cuadro de la escuela prerrafaelita, con una estética muy afín al imaginario que tenemos creado respecto a la Edad Media, y que es una delicia para los sentidos.
Por último, pero no por ello menos importante, os dejo la versión musical del primero de los poemas. Loreena McKennitt, con su increíble voz y su arpa nos lleva a conocer Camelot con una canción que, a buen seguro, os encantará.


martes, 5 de mayo de 2009

Elegía para un americano

Al comenzar a escribir esta entrada, me vino a la mente el escritor Paul Auster; también su hija, la polifacética Sophie. A ambos los conocí tiempo atrás, al padre antes que a la hija. Tras verme sumergido en el azaroso devenir que narra el autor de Leviatán, pasé a devorar La trilogía de Nueva York, El país de las últimas cosas o El palacio de la luna, entre otros. En el celuloide, con Smoke, Lulu on the Bridge o Blue in the face, Auster también consiguió atraparme. Y Sophie, con sus poemas, su música e interpretación en la película La vida interior de Martin Frost (basada una vez más en el mundo literario de Paul), se reveló como digna sucesora artística de su progenitor.

En cualquier caso, no me he sentado a escribir sobre ninguno de ellos, sino para repasar la última novela de Siri Hustvedt, esposa y madre, respectivamente, de los Auster arriba mencionados. Imagino que Siri habrá sufrido durante bastante tiempo la tortura de ser etiquetada como “la mujer de Paul Auster”, una situación comprensible, habida cuenta del éxito del autor norteamericano, pero no por ello deseable. Siri tiene su propio estilo, su propia voz, aunque es cierto que, bien sea por su particular visión de la vida, bien por su proximidad al círculo de amigos compartidos con su marido, los personajes de Elegía para un americano guardan cierta similitud con algunos de los que plasmaron las novelas del mago del azar.

Nuestro protagonista, Erik Davidsen, psicólogo de profesión, nos cuenta sus vivencias junto a su nueva vecina, Miranda, de la que se enamora nada más conocerla. La hermana de aquel, Inga, eclipsada por la fama de su marido ya fallecido, un famoso escritor (¿tal vez una velada alusión a la situación personal de la propia Siri?), convive con su hija Susana, y mantienen una estrecha relación con Erik, especialmente a partir del fallecimiento de su padre. Éste será otro de los protagonistas del libro, ya que Erik le rememora a partir de escritos de aquél y de sus propios recuerdos, dejando entrever la intensa vida del veterano de guerra y profesor universitario.

Elegía para un americano está bien construida, sus personajes resultan sugerentes y es una novela que se lee con agilidad. Sin embargo, de su propia perfección se deriva el problema más importante que le he encontrado: resulta demasiado estudiada, en parte parece un ejercicio de análisis de sus personajes; está, quizás, pensada de forma tan milimétrica que por momentos resulta un tanto artificiosa. Por lo demás, estamos ante una novela realmente redonda, cuya seduce y termina por atraparnos hasta conocer el desenlace de las turbulentas vivencias de Erik Davidsen y su familia. Y aun así, según comentan los autores de otras bitácoras, el nivel de la autora ha disminuido respecto a obras anteriores. Habrá que buscarlas.

Que disfrutéis de una grata lectura.

lunes, 4 de mayo de 2009

La aparición del hombre

Soy un confeso seguidor de la Biología y, en particular, de la Antropología Biológica. Me apasiona la evolución del hombre, y es por ello que entre mis lecturas de cabecera se encuentran algunas que, de forma rigurosa a la par que amena, tratan sobre esta faceta de la evolución y de nuestro pasado -no en balde este blog fue bautizado como Homo libris por la conjunción de ambas aficiones-. Si tenemos en cuenta este hecho, no os resultará extraño que, uniendo a la celebración del año Darwin el interés despertado por la serie de Los hijos de la Tierra, de Auel, entre los comentarios a la última entrada del blog, y ya que acabo de concluir la lectura de La aparición del hombre, del biólogo e historiador alemán Josef H. Reichholf, el título de la de hoy coincida con el del libro.

¿Qué importancia tienen las rayas para las cebras? ¿Por qué el caballo apareció en América y terminó por extinguirse allí, tras su expansión por Asia, Europa y África? ¿Qué provocó el aumento del cerebro en el australopiteco? ¿Y las expediciones del Homo erectus fuera de su cuna, en África? ¿Por qué se extinguieron los Neandertales? La aparición del hombre es un libro de divulgación científica, escrito de forma tan amena que en ocasiones me ha parecido estar viendo, como si de un documental se tratase, e incluso como si allí estuviera en ese momento, los hechos que intentan dar respuesta a esas y a otras muchas preguntas. Hechos relacionados más estrechamente de lo que cabría suponer en un principio, y que pueden arrojar algo de luz sobre el porqué ocurrieron así las cosas y cómo hemos llegado hasta el lugar que ocupamos a día de hoy en el planeta.

Hacía tiempo que no me divertía tanto un libro sobre evolución humana. Partiendo de una introducción básica a la genética mitocondrial y al devenir de las eras geológicas, Reichholf pasa a narrarnos, como si de una novela se tratase, las desventuras que vivió aquel primitivo mamífero hasta llegar a convertirse en el humano moderno. Posiblemente, las polémicas declaraciones del autor acerca de los motivos que llevaron al Homo sapiens sapiens a establecerse de forma definitiva en asentamientos, dejando de lado la vida de cazador-recolector para hacerse sedentario llevaran a equipararle con Desmond Morris, otro biólogo bastante conocido por su obra El mono desnudo. Sin embargo, ambas obras ofrecen enfoques muy distintos a la par que complementarios (el primero, mediante el estudio de la evolución desde la perspectiva del cambio genético y la presión del entorno; el segundo haciendo hincapié en el estudio del comportamiento humano desde la perspectiva de la Etología), acerca de cómo y por qué caprichos de la evolución llegamos a ser de ésta y no de otra forma.

En resumen, una obra a tener en cuenta si queremos pasar un buen rato aprendiendo un poco más sobre la Prehistoria, el peso de los factores externos en la evolución, y sobre nosotros mismos.