lunes, 29 de junio de 2009

De los cuatro muleros...

Supe de Juan Eslava Galán por un profesor de instituto, que apareció un buen día extasiado y sonriente, con un libro bajo el brazo, presto a leerlos el primer capítulo, ya que había pasado la tarde anterior sumergido entre sus páginas con la única compañía del eco de su risa. El libro en cuestión era En busca del unicornio, novela escrita por el autor jiennense en 1987, y por la que fue premiado con el Planeta de ese año. La verdad es que la novela venía a colación de la asignatura, porque era de Geografía e Historia, y muy de la mano de los métodos de enseñanza del profesor en cuestión, que en un examen se dedicó a darnos pistas musicales silbando la música de Curro Jiménez.

A raíz de todo esto, busqué el libro para leerlo, y lo cierto es que me resultó divertidísimo, aunque conforme avanzaba la aventura de la búsqueda del unicornio tendía a hacerse algo monótono (para mi gusto, me habría saltado dos o tres aldeas africanas, donde los personajes hacían poco más de folgar con las nativas, y engañar al jefe de la tribu). Sin embargo, como os decía, el libro me resultó muy llamativo, y el autor quedó entre los de interesante lectura. Así, tanto las novelas de Eslava Galán, como sus ensayos historiográficos, e incluso las novelas históricas escritas bajo el seudónimo de Nicholas Wilcox, son recomendables, por la ironía que desprenden, el buen hacer literario y la profusa labor de documentación que se adivina entre sus páginas.

Con todo lo anterior, no resulta de extrañar que cuando tuve entre mis manos La mula, una novela nada reciente (data de 2003), pero sí muy interesante por la historia que prometía, me sumergiese en su lectura hasta terminarla. A grandes rasgos, la historia que quiere compartir Juan con nosotros es la del cabo Juan Castro, acemilero de un batallón del frente nacional durante la Guerra Civil Española, campesino de derechas que va al frente cuando los republicanos lo reclutan, pero deserta a la menor oportunidad, y pasa la guerra junto a su Valentinilla, la mula que encuentra perdida en el monte y que quiere preservar para llevarla a casa cuando termine la guerra. Así, Castro vivirá las más variopintas aventuras para eludir los recuentos de las caballerías y, de paso, nos mostrará las miserias de una guerra entre hermanos y vecinos, que se mataban a cerrojazo de fusil, pero mandaban recuerdos a la familia cuando se veían, fuera del frente, para intercambiar tabaco y ropa de contrabando. Castro también conocerá el amor en las trincheras, y tendrá que habérselas con el pundonor habitual de la época.

Eslava Galán construye así una novela entrañable, divertida, que nos hará sonreír, cuando no reír a carcajada limpia en más de una ocasión, pero también nos dejará con el gusanillo en la tripa al entrever un país sangrante por la decisión de unos pocos. Por su visión mordaz de la guerra y sus personajes inocentes, íntegros, me ha recordado ligeramente a libros como La sombra del águila, de Pérez-Reverte, o Las aventuras del buen soldado Svejk, de Jaroslav Hasek.

Entre otras curiosidades del libro se encuentra la inspiración para el protagonista, Juan Castro. Según parece, el autor se basó en las historias que, de primera mano, le llegaron de su padre, que fue también acemilero en la Guerra Civil, y que vivió algunas de las aventuras (que no todas) narradas en la novela.

Además, por lo que he podido ver mientras leía otras opiniones y críticas de la novela (me gusta buscarlas a posteriori, a ser posible, cuando no me influyen de cara a la lectura de la obra), se está preparando una versión cinematográfica del libro, a cargo de Michael Radford (El cartero y Pablo Neruda), y se espera empezar a rodarla a partir de septiembre.

Por todo lo dicho, creo que La mula es una lectura más que recomendable para el periodo estival que tenemos encima. ¿Y vosotros, leísteis algo de Eslava Galan o, en su defecto, de su alter ego Nicholas Wilcox?

sábado, 27 de junio de 2009

El/la perspectiva/o de género/a

Recupero la entrada de una de mis fenecidas bitácoras. Escrita hace algo más de un año, el tema de la perspectiva de género en los textos de políticos, asociaciones y personas vinculadas a la educación sigue levantándome ampollas, y es que considero que es más sexista la actitud del hablante que el propio uso del lenguaje. Precisamente escribí el texto en un arranque de indignación, al recibir un correo electrónico de una asociación que, precisamente por estar escrito desde esta perspectiva de género, se volvía prácticamente ilegible.

Os dejo con el texto, y parto para mi tierra, junto a la ciudad de la Alhambra. No tendré acceso a Internet hasta mañana por la noche. A mi regreso leeré con interés vuestros comentarios y opiniones sobre el tema. Dejo abiertas las puertas del blog, cuidádmelo. ¡Pasad un buen fin de semana!

Recientemente recibí un correo electrónico que venía encabezado del siguiente modo:

Estimadas/os amigas/os…

Hacía gala, como tantos escritos hoy día, de la llamada perspectiva de género. No sé a ustedes, pero para mí la idea que transmite dicho escrito está bien clara: dejar patente que existen DOS sexos, y que hay que distinguirlos pese a quien pese. Y es que, además de convertirse en textos ilegibles o, cuando menos, engorrosos, hacen un flaco favor en pos de la igualdad de sexos, aunque sea en lo tocante a derechos y obligaciones.

Porque si bien es cierto que el lenguaje puede tener matices sexistas, y la propia evolución del lenguaje en una cultura es permeable a estas inclinaciones, ya sean machistas o feministas, no es menos verdad que, en la mayor parte de los casos, la ciudadanía no es consciente de dicho sexismo en el lenguaje. Argüirán aquellos que se erijan como poseedores de la única verdad, que no percibimos matices sexistas de tan acostumbrados que estamos a comunicarnos de este modo, y posiblemente tengan parte de razón en ello. Pero deberíamos sentarnos a razonar si no será peor el remedio que la enfermedad. Por lo pronto, a “aquellos y aquellas” que opten por usar la perspectiva de género en sus escritos, ya sea duplicando el género de sus oyentes, intercambiando vocales o insertando novedosos y tecnológicos símbolos como la arroba (@), deberían plantearse si no están incurriendo en el mismo defecto que pretenden erradicar. Porque, puestos a ser política y genéricamente correctos, ¿deberíamos dirigirnos a nuestros oyentes según su sexo o su sexualidad? Así, tendríamos mujeres heterosexuales, hombres heterosexuales, mujeres homosexuales, hombres homosexuales, mujeres bisexuales, hombres bisexuales, transexuales (y alguna otra combinación que ignoro, o prefiero ignorar, que para el caso es lo mismo). De otra forma, señoras y señores, estaríamos obviando a parte de nuestra sociedad, sumiéndolos en el más horrible de los vacíos. Y podríamos escribir, dirigiéndonos a todos/as/es/@s/xs/ys los/as/es/@s/xs/ys ciudadanos/as/es/@s/xs/ys que, ¡albricias! recibirían nuestro texto con todo tipo de parabienes, aunque no hubiese ser humano/a/e/@/x/y en el mundo capaz de sacar la más leve pizca de información de ahí… o de no morir en el intento.

El idioma, señoras /es/os/@s/xs/ys, es el que es porque siglos de evolución le han hecho así. En estos tiempos de prisas, en los que lo queremos todo para anteayer, corremos el riesgo de dañar, destruir y hacer desaparecer uno de nuestros legados culturales más importantes: la lengua. Y todo ello en aras de ser más buenos y correctos. Aunque dejemos el alma por el camino, primando las formas sobre el fondo.

martes, 23 de junio de 2009

Luces de bohemia

Hace meses que no leía ninguna obra de teatro, y la verdad es que me iba apeteciendo. Aprovechando un interludio lector entre obras de gran envergadura (en número de páginas), he tirado de fondo bibliotecario para leer, saltando de la edición de papel a la digital que incorpora la biblioteca “libre” del Papyre, la maravillosa obra Luces de bohemia, de Valle-Inclán.

Cuando estudiábamos en la extinta EGB a los autores más representativos de nuestra lengua, las facciones del autor de luenga barba se me grabaron a fuego, y precisamente su inconfundible imagen me ha acompañado mientras leía Luces de bohemia, una obra magistral cuya lectura, de forma difícilmente justificable, aún no había acometido.

Con Luces de bohemia, Valle-Inclán crea un nuevo género teatral, el esperpento, mediante el cual pretende reflejar una sociedad grotesca, deforme, pútrida. El esperpento desfigura la estética de cuanto narra, recurriendo a figuras literarias como la cosificación de los personajes, o la animalización de los mismos, así como a una deformación de la realidad que busca su caricaturización. Así, en Luces de Bohemia, asistimos en poco más de veinticuatro horas a la caída de Max Estrella, un verdadero genio literario –que podría estar inspirado en Alejandro Sawa, un amigo del autor fallecido con anterioridad a la publicación de la obra-, un bohemio casado y con una hija, que vive sus últimos años en las tinieblas de una cruel ceguera, y que aun a pesar de ello es capaz de vislumbrar la realidad con más lucidez que muchos de los que le rodean. Le acompaña en sus andanzas Don Latino de Hispalis, un aprovechado amigo que hace honor al refrán de que, existiendo amigos como él, quién necesita enemigos.

Max Estrella y Don Latino deambulan por el Madrid de principios del siglo XX, encontrándose con usureros y prostitutas, con obreros manifestándose y con intelectuales que viven desenfadadamente su pobreza. Gracias a él, Valle-Inclán traza con agilidad un retrato de las miserias de una España en la que, como afirma uno de los personajes de la obra,
En España el mérito no se premia. Se premia el robar y el ser sinvergüenza. En España se premia todo lo malo.
En definitiva, se trata de una pieza de gran calado, que se lee en un suspiro, imprescindible para acercarse a la obra del autor gallego.

domingo, 21 de junio de 2009

Retrocediendo en la Historia con Antonio Muñoz Molina

Ayer se celebraba el Día del Español, y aunque me habría gustado tener la reseña de hoy a tiempo, finalmente terminé el libro pero diversas ocupaciones me obligaron a postergar su escritura hasta hoy domingo. En cualquier caso, diversos medios se hicieron eco de la noticia, así como un par de blogs amigos, a la sazón, el de Azote ortográfico y El cultural de Nerea, nuestras filólogas particulares.

Antonio Muñoz Molina es uno de los autores españoles más destacados, y su extensa obra constituye una heterogénea aproximación al castellano, ya que en su haber se cuentan desde diversas novelas hasta numerosos ensayos y artículos periodísticos. Aunque ya había leído alguna obra de Muñoz Molina, recientemente me encontré en el blog de Isi una reseña de su obra Beatus Ille, que me hizo recordar un libro que tenía pendiente del autor, Córdoba de los Omeyas, de modo que aprovechando una visita a casa de mis padres (que podría ser la Casa Tomada de Cortázar, pues se encuentra literalmente conquistada por mis libros), me traje el libro para leerlo con tranquilidad. Soy partidario, como Serrat , de las voces de la calle más que del diccionario, me privan más los barrios que el centro de la ciudad y los artesanos más que la factoría, la razón que la fuerza, el instinto que la urbanidad, y sin duda del campo y los pueblos antes que de las grandes urbes. Sin embargo, hay algunas ciudades que me han robado el corazón, a veces a primera vista, como si de un flechazo se tratase, en otras ocasiones a fuerza de convivir con ellas. En el primer caso se incluyen Zaragoza y Córdoba, y de esta última habla, claro está, el ensayo de Muñoz Molina.

Córdoba de los Omeyas nos acerca a la fundación de la ciudad de Córdoba, cuando habitándola grandes terratenientes visigodos, que sometían a la población bajo el yugo de la semiesclavitud, los primeros árabes atravesaron el Estrecho de Gibraltar, accediendo a la Península Ibérica y conquistando con relativa facilidad diversas plazas, entre las que se encontraba esta ciudad a orillas del Guadalquivir, el “río grande”. Pasarían los años hasta que llegase quien debería convertir a Córdoba en capital de occidente. Sería Abd al-Rahman ibn Muawiya, hijo de un príncipe Omeya y de una esclava bereber, quien tras vivir una juventud digna en sí misma de ser narrada, por las vicisitudes que tuvo que pasar y el constante peligro que corrió su vida, llegó a Córdoba para conquistarla y someterla, y conseguir que renaciese allí el fulgor de los príncipes Omeyas. El emirato independiente de Córdoba que fundase se convertiría, con el paso del tiempo, en califato, y el esplendor de la ciudad, donde coexistieron durante siglos árabes, judíos y cristianos en relativa paz, iría creciendo al mismo ritmo que su leyenda.



El ensayo se lee como si fuese una novela, resulta ameno y no nos inunda de nombres, fechas y citas. La prosa de Muñoz Molina consigue dotarlo de un tono artístico sin dejar de ser didáctico, y resulta imprescindible, con su extensa bibliografía adjunta, para adentrarnos en el pasado de una de las ciudades con más Historia, e historias, de la España árabe y de al-Andalus.



El otro libro que traigo hoy es El dueño del secreto, también de Muñoz Molina. Azote ortográfico lo tenía por casa, y viendo lo breve del texto, me decidí a leerlo también este fin de semana e incluirlo en un “dos por uno” en toda regla.

En esta novelita, Muñoz Molina retrocede a los últimos tiempos del franquismo para presentarnos a un joven de provincias que viaja a Madrid con la ilusión de estudiar periodismo. Acompañado en todo momento por su máquina de escribir portátil, una Tippa Adler, somos partícipes de sus penurias, del hambre que pasa este joven idealista de izquierdas alimentándose a base de bocadillos de fuagrás y galletas rancias untadas de leche condensada. Comunista convencido, le acompaña en la capital su paisano Ramon Tovar, Tovarich, partidario de la revolución rusa, aunque su mayor amigo será el señor Ataúlfo Ramiro, que le hará partícipe de un secreto que nuestro protagonista no sabrá guardar, lo que provocará el fracaso de un intento de derrocamiento del dictador. De estos hechos se nos hace partícipes nada más comenzar la novela, por lo que el interés de la misma se centra en el estudio psicológico de este cobarde confeso, antihéroe desdeñable, pero aun así entrañable, que recorre el Madrid de entonces siguiendo los designios ajenos que marcan su vida desgobernada. En resumen, una novela de iniciación protagonizada por un personaje en la antípoda del pícaro, el buscón o el lazarillo.

Una novela entrañable por momentos, divertida de principio a fin y narrada con singular genialidad, que puede hacernos pasar unos momentos agradables y acercarnos a una época no tan lejana donde se mezclaban el anhelo del cambio con el miedo a lo que pudiese venir después.

viernes, 19 de junio de 2009

Y dijo Aquiles...

Leyendo la última entrada de Elwen en Midnight Eclipse, en la que hace referencia a la novela Seda, de Alessandro Baricco, me ha venido a la mente un párrafo de otro libro suyo, Homero, Ilíada, que me encantó cuando lo leí, y que siempre recuerdo cuando, tras dedicar todo el esfuerzo posible a un proyecto, no lo valoran lo suficiente o, simplemente, lo menosprecian. En el endogámico mercado laboral de la informática suele ocurrir, y en momentos de particular estrés y tensión, dan ganas de convertirse en Aquiles y declamar:

Hijo de Laertes, divino de mente astuta, es mejor que hable claro y diga lo que pienso, y lo que sucederá: así nos evitaremos seguir charlando inútilmente. No hay en la tierra ni un solo aqueo que pueda convencerme de que abandone mi ira. No podrá hacerlo Agamenón, ni podréis hacerlo vosotros. ¿Qué provecho obtiene quien combate, siempre, sin tregua, ante cualquier enemigo? El destino es igual tanto para el animoso como para el bellaco, igual es el honor para el valiente que para el cobarde, y mueren igual el holgazán y el esforzado. Nada me queda después de haber sufrido tanto, después de haber arriesgado mi vida en todo momento en el corazón de la batalla. Como un pájaro que lleva a sus polluelos la comida que con tanto esfuerzo ha conseguido, del mismo modo pasé yo muchas noches insomnes, y muchos días dediqué a luchar contra el enemigo en el campo ensangrentado.

[...]

Ve a donde esté Agamenón y refiérele lo que te he dicho, y hazlo en voz alta, delante de todos, de manera que los demás aqueos sepan qué clase de hombre es, para que tengan cuidado, no vayan a ser engañados ellos también. Yo os digo que, por muy desvergonzado que sea, no volverá a tener el valor de mirarme a los ojos. Y yo no iré en su ayuda, ni combatiendo, ni dándole consejo; ya he tenido bastante, que se vaya al diablo, nada puedo hacer si se ha vuelto loco. Él ya nada me importa, y odio sus presentes: aunque me diera diez, veinte veces cuanto posee, aunque me ofreciera tantos bienes como granos tiene la arena, ni siquiera así lograría doblegar mi corazón. Antes tendrá que pagar, hasta el fondo, la horrible ofensa con que me ha herido.

Poco más por hoy. Me alegra que haya llegado el fin de semana, con sus prometedores momentos de lectura relajada, y el buen tiempo (más que eso, tórrida climatología). ¡Disfrutadlo en lo posible!

Un nuevo premio

Hoy recibí, con agrado no exento de sorpresa, el Premio Limonada 50 de manos de Metrópolis Libros. En concreto, ellos han otorgado dicho premio a varios blogs que se inscribieron en una curiosa iniciativa, la de los colaBLOGradores, mediante la cual quieren promocionar aquellos blogs que, tratando entre sus temáticas la reseña de libros, quieran enviarlas para que aparezcan en su blog, asociadas a los libros que tienen disponibles para la venta (recordemos que dicho blog está asociado a Metrópolis Libros, un sitio web sobre cine y literatura, con su propia tienda on-line). En mi caso, quise probar el sistema y envié una de las reseñas que tenía entre las últimas entradas publicadas en Homo libris, y he recibido este particular reconocimiento.

Estos premios, como bien sabéis, tienen sus propias reglas internas. Entre las del Premio Limonada 50 se encuentran:
  1. Poner el logo en el post o en el blog.
    Listo, ya está arriba del todo.

  2. Nominar al menos otros 5 blogs que muestren una gran actitud y/o gratitud.
    Aquí está el lado difícil. Veamos, veamos…
    - From Isi, por su faceta melómana e inquietudes vampirescas con "el Drácula".
    - Lo que me ahorro en psicoanálisis, por hacernos reír hasta en los días más duros.
    - Midnight Eclipse, porque creo que Elwen no tiene aún este premio, porque así la “obligo” a escribir un poquito, y porque realmente lo merece por su atención y cordialidad.
    - Fenixcidio, por su amor felino, y por compartir sus artículos, siempre extensos e interesantes.
    - El Guisante Verde Project, por descubrirles hace tiempo, perderles la pista con mi lector de RSS y haberles reencontrado a través de este blog.

  3. Asegurarse de enlazar bien a los nominados en el post.
    Bueno, eso debería ser algo implícito en lo anterior, pero en fin, revisaremos.

  4. Hacerles saber que han recibido este premio mediante un comentario en su blog.
    A ello voy.

  5. Esparcir el amor y no olvidarse de enlazar a quien te premió.
    Dicen en mi tierra que es de bien nacidos ser agradecidos. Aquí queda constancia de lo bien que me enseñaron.

miércoles, 17 de junio de 2009

En la oscuridad de la noche

Hace tiempo leí, escuché, oí decir a alguien que leía los libros de forma incompleta, abriéndolos al azar por una determinada página y prosiguiendo su lectura hasta un punto indeterminado, que podía coincidir o no con el final de la historia. Aunque no recuerdo el contexto donde percibí esta afirmación, lo cierto es que se me quedó grabada en la memoria, y leyendo After Dark, de Haruki Murakami, he sentido cómo el autor me obligaba, de forma consciente, a hacer esto mismo: introducirme en la vida de los personajes durante un intervalo determinado de tiempo, sin saber por qué se encuentran en ese estado cuando inicio la lectura, o cómo evolucionarán al final de la misma.

Murakami ha trazado en su última novela un paisaje, el de la ciudad nocturna, y una serie de personajes inolvidables a pesar de que les acompañamos únicamente durante unas cuantas horas, desde la medianoche hasta el amanecer. Acompañamos a un narrador omnisciente que se cuestiona a sí mismo las situaciones y encuentros, y que nos va presentando con ritmo cinematográfico –After Dark parece por momentos un guión más que una novela- a los personajes principales; Mari y Eri Asai, dos hermanas muy distintas entre sí, y Takahashi, un joven músico de jazz, que marca en parte el ritmo de la novela. Murakami es un enamorado del jazz, y aunque la presencia de la música es una constante en sus novelas, en la presente se convierte, por su estilismo cinematográfico, en una verdadera banda sonora que puede ser del todo real si, como es el caso, decidís buscarla y leer algunos pasajes acompañados de las canciones que nos sugiere el autor.

En esencia, el argumento nos presenta a una Mari Asai que pasa la noche fuera de casa. Ha perdido el último tren, y la encontramos tomando algo en un restaurante de comida rápida, leyendo un libro. Entretanto, su hermana Eri duerme en casa, y experimenta una serie de episodios oníricos que la llevan a una realidad paralela, algo habitual en la narrativa de Murakami. Conforme avanza la novela, se sucederán encuentros fortuitos entre personajes principales y secundarios, siendo estos últimos, desde mi punto de vista, tan interesante o más como los que acaparan la mayor parte de páginas del libro. Dado lo peculiar de la novela, resulta difícil profundizar más en la historia sin desvelar aspectos fundamentales de la misma, bien lo sean por exceso o por omisión.

Conocí a Murakami con Tokio Blues (Norwegian Wood), a través de la recomendación de Azote Ortográfico, y la novela me encantó. Me sumió en un estado de ensoñación, casi diría que opiácea, de la que pude salir a duras penas al terminar la novela. En cierto modo, viví su lectura como un otoño concentrado, con una sensación de placer y dulce melancolía. Poco después leería Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, novela mucho más paranoica, con una serie de personajes irrepetibles y situaciones de ensueño. Me gustó muchísimo más que Tokio Blues, aunque lo cierto es que no son novelas comparables. Sin embargo, sus cuentos, recopilados en Sauce ciego, mujer dormida, no despertaron en mí el ensalmo de las novelas. Tengo muchos más libros pendientes por leer del autor nipón, y aunque After Dark inicialmente me pareció algo descafeinado respecto a los que ya conozco, reconozco que finalmente me ha encantado leerlo.

lunes, 15 de junio de 2009

Granada, tierra soñada por mí...

En los últimos días han surgido algunos temas recurrentes, entre las entradas y los comentarios del blog, sobre los que no he podido resistirme a reflexionar. Por un lado, en la entrada sobre la simbología de las cifras en los cuentos e historias tradicionales, se hizo referencia al mundo árabe, a su cultura y a obras literarias como Las mil y una noches o Los cuentos de la Alhambra. De ahí, llegar a los cuentos populares rusos, de la entrada anterior a la presente, fue fácil y casi necesario. Para más inri, ando leyendo, entre otros libros, La Córdoba de los Omeyas, de Antonio Muñoz Molina, y si al cariño que guardo hacia esta hermosísima ciudad le añadimos mi amor por Granada, ciudad de la que provengo, o más concretamente de Santa Fe, la que fuese campamento de los Reyes Católicos durante la Reconquista y lugar de encuentro con Colón antes de su partida hacia las Indias, con intenciones tan buenas como pésimos fueron los resultados para la población local de la aún desconocida América, no os sorprenderá que venga a compartir con vosotros un documental que, a su vez, me ha enviado hace unas horas un amigo. Se trata de un trabajo de fin de carrera de unos estudiantes, que han decidido dejar en la red para su libre visualización y descarga. La página es Leyendas de Granada, y con ellas os dejo. Que las disfrutéis.

domingo, 14 de junio de 2009

Cuentos populares rusos

Hace ya unos cuantos años, descubrí en la biblioteca pública de mi pueblo natal unos libros de Anaya, en una edición parecida a la de la colección Tus Libros pero de mayor formato, con los Cuentos Populares Rusos que recopilara Aleksandr N. Afanásiev. Los libros me llamaron la atención desde el primer momento por la promesa de fantasía sin límites que parecía adivinarse en las ilustraciones maravillosas de Iván Bilibin, y cuando los tomé en mis manos me encantaron por su edición excelente encuadernación, su presentación en tapa dura y su papel, muy ligeramente satinado y de excepcional calidad, que ya me gustase acariciar en la mencionada colección, que reúne entre sus catálogos algunos de los mayores clásicos juveniles de todos los tiempos.

Por supuesto, me llevé el primero de los tomos a casa, y comencé a devorarlos sin freno. Me encantaban esas historias de agudos viejitos y malvadas ancianas, de hijos terceros de campesinos que se imponían, con su imaginación e inteligencia, a sus hermanos mayores, avariciosos y torpes. Me aterraba la presencia de la bruja Baba-Yaga, montada en su almirez, recorriendo los espesos bosques nórdicos y la estepa infinita. Las cabañas con patas de gallina, los lechos sobre el hogar de estufas de ladrillo, para mantener el calor durante toda la noche fría de la Siberia, o las versts recorridas por un caballo que permitía atravesar sus orejas a un joven leñador para salir convertido en un zarevich se convirtieron en referencias continuas de las noches de invierno. Me levantaba justo cuando mi hermano menor se quedaba dormido para continuar leyendo (siempre agradeceré a mis padres esta relajación de las normas que me permitía prolongar las horas de lectura, aunque para los días en que esto no era posible guardaba en la recámara una pequeña linterna con las pilas recién cargadas y uno de los libros de Jim Botón y Lucas, el maquinista, de Michael Ende) estos cuentos imperecederos. Posteriormente, los releería todas las Navidades, y esta tradición se ha mantenido hasta la fecha, aunque sea leyendo un par de cuentos, y no uno de los libros por completo.

Afanásiev se dedicó, a mediados del siglo XIX, a recopilar los cuentos tradicionales eslavos que, difundidos hasta entonces por tradición oral, conformaban un acervo cultural propio de la idiosincrasia rusa. El resultado de su trabajo fueron ocho volúmenes, con 680 cuentos que estaban en peligro de desaparecer ante la revolución campesina previa a la instauración del socialismo, y a la asimilación de los usos y costumbres del sur de Europa. Además de recopilar estos cuentos, trabajó durante toda su vida en el Archivo Central del Ministerio de Asuntos Exteriores, y fue un enamorado de la Literatura, la Historia y la Etnografía. De estas pasiones se derivaron varios ensayos y artículos periodísticos, como Historias de los cosacos, El Domovói o Brujos y Brujas, entre otros.

Como ya avanzaba, la temática de estos cuentos es innovadora, para quienes nos acercamos desde una cultura distinta, evocadora de lugares lejanos y maravillosos, y la prosa de Afanásiev está repleta de palabras exóticas que hacemos nuestras. Las historias se repiten con variaciones, algo habitual en la tradición oral, ya que todos estos cuentos conforman el corpus narrativo de la clase trabajadora (en aquella época, fundamentalmente campesina), y así es habitual encontrar alguna que otra historia que se asemeja a otra que hemos leído pero incluyendo, eso sí, algunas variaciones.

Uno de los personajes que encontraremos con relativa frecuencia en los cuentos es Baba-Yaga, y por su peculiar forma de ser, es uno de los que queda más marcado en nuestra memoria cuando nos acercamos a la literatura popular rusa. Baba-Yaga es una bruja, aunque en ocasiones se nos presenta como una vampiresa u ogresa, pero siempre bajo un aspecto similar: huesuda, demacrada, es una vieja de feo rostro y peores intenciones, que se alimentaba de carne humana cruda, especialmente de la de los niños. Tiene dientes de acero y una de sus piernas es de hueso, simbolizando su caminar entre el mundo de los vivos y el de los difuntos. Para desplazarse de un lugar a otro utiliza un inmenso almirez volador, y vive en una casa elevada del suelo sobre dos inmensas patas de gallina, rodeada de una verja construida de huesos de sus víctimas e iluminada por macabros candelabros de calaveras humanas, que se desplaza durante la noche de un lugar a otro, provocando la muerte de los animales y el agostamiento de cosechas y arboledas.

Poco más puedo decir sobre estos cuentos, mas que invitaros a descubrirlos si no los conocéis y a disfrutar de ellos leyéndolos en alguna de las ediciones existentes en la actualidad, aprovechando que han vuelto a ser editados en español, ya que durante unos años estuvieron en la siniestra oscuridad del “fuera de catálogo” editorial. He de confesar que la edición actual pierde, respecto a la original que conocí, el encanto de las ilustraciones que en su día realizase Bilibin, pero qué le vamos a hacer; los tiempos cambian inexorablemente. También podéis aproximaros a los cuentos populares rusos gracias a la edición electrónica que la Biblioteca Virtual Cervantes ha incluido en Internet. Y, por último, si os enamoráis de ellos, no dudéis en hacérmelo saber.

miércoles, 10 de junio de 2009

Cifras y letras

Existe, desde el principio de los tiempos, una estrecha relación entre el mundo de las letras y el de las matemáticas, y en particular entre aquellas y la simbología de los números. En numerosos escritos suelen encontrarse referencias a cifras mágicas, con un significado oculto reservado para unos pocos iniciados. Esto es tanto más cierto cuanto más nos acercamos a los escritos de origen místico o religioso, en los que abundan textos que podrían ilustrar claramente lo que afirmo: los doce apóstoles de Jesucristo, los cuarenta día con sus cuarenta noches de diluvio universal, los siete pecados capitales e igual número de brazos de la menorah judía o los cinco pilares del Islam recogidos en el Corán, por poner unos pocos ejemplos. Sin embargo, esta preferencia por los números de significado cabalístico no es exclusiva de los libros sagrados de las religiones, sino que se encuentra con frecuencia en el folclore de los pueblos y en los escritos cultos de toda la Historia.

Por ejemplo, el número tres es uno de los más recurrentes. Podemos encontrarlo en la mitología griega, donde Paris, hijo del rey de Troya, es llamado por Zeus para dirimir quién sería, de entre las diosas Atenea, Hera y Afrodita, la más bella. Paris elegiría a la tercera, Afrodita, diosa del amor, que le otorgaría a cambio el amor por Helena, mujer de Menelao, rey de Esparta, y que traería desastrosas consecuencias por todos conocidas, y narradas para la inmortalidad en la Ilíada de Homero.

También eran tres las hermanas de la fábula que aparece en el cuarto libro de El asno de oro de Apuleyo. Psiches, la más joven y hermosa de todas, comienza a ser adorada como una diosa, por lo que sus coetáneos olvidan el culto a Venus. Ésta, enfadada, ordena a Cupido que la condene a enamorarse del más desgraciado de entre los mortales, pero es salvada in extremis por él, aunque no será la última desgracia de Psiches, que deberá enfrentarse a la envidia de sus hermanas mayores.

En El rey Lear, Shakespeare plantea una situación similar, al obligar el viejo rey a sus tres hijas a que le demuestren su amor. Las dos mayores de deshacen en carantoñas y alabanzas a su padre, pero la tercera no cree que ésta sea la manera de demostrar el inmenso amor que siente hacia su padre, y rehúsa actuar así. El rey Lear, no entendiendo la actitud de su hija, decide desheredarla y someterla a escarnio.

También en El mercader de Venecia, el bardo inmortal -como le llamaría Asimov en un genial relato-, introduce una situación similar, mostrando a la joven Porcia que, a petición de su padre, elegirá por esposo a aquél de entre sus pretendientes que sepa escoger con acierto entre tres cofrecillos, uno de oro, otro de plata y un último de plomo, el que contiene un retrato de la amada. Adivinad, o recordad, cuál es el correcto.

Soy un confeso amante de los cuentos tradicionales, especialmente de los cuentos populares rusos. Algún día debería escribir sobre mi particular pasión por la recopilación de Afanasiev, y las lecturas y relecturas que suscitaron sus libros durante mi infancia. Entre la variada temática de estos cuentos es habitual encontrar a tres hermanas, de las cuales la más inocente es la menor, o tres hermanos el último de los cuales parece ser siempre de cortas entendederas, y que tras sufrir la mofa de los mayores consiguen, gracias a su inteligencia e ingenio, salir victoriosos de cuantos obstáculos les son impuestos. La vaquita parda, Fomá Berénnikov, El adivino o El gato, el gallo y la zorra, son algunos de estos cuentos.

No es el tres el único número habitual de la literatura, aunque sea uno de los más abundantes, y su presencia se produzca acompañada de una particular simbología: el tercero siempre será el menor, el más desvalido, pero sabrá imponerse por encima de quienes intentan oprimirle. El siete también es una cifra bastante significativa y generalmente viene acompañada de la fortuna, aunque todo jardín tiene su ortiga. Siete es el número que ocupa Alvin Maker dentro de la familia de los Miller. Es el séptimo hijo de un séptimo hijo, lo que le concede una serie de poderes mágicos que le llevan a convertirle en un Hacedor, algo que le traerá terribles consecuencias de manos de un implacable enemigo. Como curiosidad, enhebrando el tema con el de la entrada de hace unos días, la banda inglesa Iron Maiden lanzó el disco Seventh Son of a Seventh Son basándose en esta saga de Orson Scott Card, convirtiéndose en uno de los más grandes álbumes conceptuales de todos los tiempos.

El uso de números para transmitir un significado oculto o místico a los textos ha trascendido a todos los géneros literarios, incluso el humorístico. Terry Pratchett, en su libro Ritos iguales, lleva a cabo una inigualable parodia de la saga de Alvin Maker al presentarnos a una joven Eskarina, octava hija de un octavo hijo, que adquiere poderes de bruja y mago a un mismo tiempo. La parodia no ha hecho más que comenzar.

Haciendo un singular y mal chiste: rememorando lecturas en las que los números cobrasen una especial importancia, ¿qué os contáis?

P.S.: Ya que el tres ha sido el número simbólico más referido en la entrada, os dejaba arriba una fotografía de Trotalomas Pissoni (Trotty para los amigos) junto a la madre de Firmin y su segundo esposo, Azufaifo de Indias. Trotty es una cobaya de biblioteca y gran amigo de Obito y Lupi, nuestros gatos lectores.

lunes, 8 de junio de 2009

Un encuentro demorado... mas afortunado

Lo que son las cosas, en la empresa en la que trabajo apareció hace un par de meses un libro sobre una mesa, que llamó mi atención al encontrarse depositado entre ordenadores y material informático, y tratarse de un libro de bolsillo usado, para nada similar a un manual o libro técnico, que sí habría tenido más sentido que se encontrase en aquel lugar. Durante varios días lo vi abandonado y pensé que lo habría dejado alguien allí olvidado. Somos muchos en la empresa, y como podía ser de cualquiera, pensé que el propietario volvería a recogerlo en cualquier momento.

Pasaron las semanas y el libro seguía allí, acumulando polvo y desinterés por parte de quienes entraban día a día por la puerta, pasando al lado de la mesa y el libro en cuestión. En una ocasión llegué a tomarlo entre mis manos, lo hojeé un poco y volví a dejarlo sobre la mesa. Era un libro de Vargas Llosa que no había leído, Pantaleón y las visitadoras, y que seguía esperando a su perdido dueño.

La semana pasada, al pasar al lado de la mesa comprobé que el libro se encontraba sobre la mesa. Ya no había ordenadores, apenas algunos folios impresos, y algún que otro cable. Comenté con un par de compañeros la extrañeza que me causaba el abandono del libro. Tal vez se tratase, pensaba en voz alta, de un libro dejado allí por algún antiguo empleado, por un becario que, terminado su periodo de trabajo en la empresa, se había olvidado de él y no había llegado a recogerlo. Le puse una fecha límite a la situación: si para finales de esta semana no se lo llevaba nadie, iba a comenzar mis lecturas estivales con él. Dejaría una nota sobre la mesa informando de mi intención, por si aparecía el descuidado propietario del libro reclamándolo.

Hoy no he podido esperar más, y al salir lo he cogido, lo he abierto por la primera página y... ¡sorpresa! Es un libro liberado. Recordaréis que hace unos años se produjo la revolución del Bookcrossing, el fenómeno de convertir el planeta en una inmensa biblioteca donde los libros serían liberados en las calles, parques y cafeterías, dispuestos para ser leídos por aquellos que los encontrasen y, posteriormente vueltos a poner en libertad en algún lugar distinto. A través de Internet es posible llevar a cabo un seguimiento de estos libros, viendo dónde han sido liberados y encontrados, qué les ha parecido a los sucesivos lectores de los mismos, y disfrutar comprobando las vicisitudes y derroteros sufridos por estos libros viajeros, que tanto mundo terminan por recorrer. Posiblemente conozcáis esta iniciativa, y es fácil que hayáis encontrado algún libro por este método. Hace dos o tres años intenté seguir la pista a algunos libros que habían sido liberados en Granada, pero tuve mala suerte (o ésta me llegó de forma tardía) y no los encontré. En cambio, este libro ha estado esperándome dos meses sobre una mesa.

Así que ya sabéis, pronto os comentaré lo que me pareció su lectura y lo liberaré en alguna ciudad a la que viaje durante el verano para darle nuevas alas y permitiendo que otras personas disfruten con su lectura. Espero, eso sí, que sean más lanzadas que yo a la hora de cogerlo... ¡y más afortunadas, abriéndolo por su primera página para saber que no está allí por casualidad!

Reto: La cita

-Me parece que ya nunca podremos volver a la normalidad después de esto.
-Oh... dentro de unos meses ni nos acordaremos.
Knox mira por la ventana preguntándose si la habrá convencido. Una vez más, experimenta un vértigo de desastre inminente. Cuando se vuelve (¿segundos después, un minuto?; no está seguro), María se ha ido. Él ha quedado hipnotizado por la blancura del exterior. Los copos se posan como plumas, atrapando una capa de aire en el suelo, rozándose sólo por las puntas de los cristales.
La nieve perfecta para cubrir rastros.
Elwen, desde Midnight Eclipse me lanzaba ayer, junto a otros cuatro blogs, el desafío de La Cita, consistente en tomar el libro que tuviese más a mano, abrirlo por la página 161, buscar la 5ª frase completa del mismo y reproducirla en el blog o en los comentarios de su entrada. Ni corto ni perezoso, he tomado La ternura de los lobos, el libro que comenzaré en breve y que tenía bastante cerca, y he reproducido además de dicha frase, el resto del párrafo, ya que me ha parecido embrujador. La lectura promete, y estoy deseando comenzar a disfrutar de la misma.

Ahora debería nominar a otros cinco blogs para que procediesen a seguir con el reto. Y, como quiero interpretarlo a mi manera, no nomino a cinco blogs, sino a cinco bloggers, a hacerlo. A los cinco integrantes de El bibliófilo enmascarado, de los que tanto aprendemos y con los que tanto disfrutamos de una mutua y compartida bibliofília.

Saludos, y buenas noches.

viernes, 5 de junio de 2009

A punta de espada

Acabo de terminar una novela preciosista hasta la extenuación. Haciendo gala de un depurado estilismo en la descripción de las situaciones y los personajes, me ha traído a la memoria a algunos autores franceses, encabezados por el propio Dumas, y es que A punta de espada, de Ellen Kushner, es una obra fantástica poco al uso. Estamos ante una novela atípica, no es la espada y brujería habitual lo que encontraremos entre sus páginas, sino la capa y espada de las mejores historias de espadachines. Los hechos que acontecen en la novela transcurren en una ciudad sin nombre, entre los barrios de la ciudad, los de alta cuna y de baja cama. La Ribera ocupa el lugar de la ciudad antigua a orillas del río, que acoge entre sus decadentes edificios y su gloria perdida al pueblo llano, a ladrones y meretrices junto a los propios espadachines, que ofrecen a la nobleza el servicio de sus espadas para restañar honores heridos y limpiar de enemigos el camino hacia el poder. Los nobles, protagonistas también de la novela, con sus intrigas palaciegas y sus engoladas maneras, viven en la Colina, el barrio rico, alejado de la suciedad del río y de los desechos humanos que allí habitan.

El espadachín Richard De Vier, el más grande de entre los suyos, con sus andanzas y retos a muerte, de los que saldrá victorioso gracias a su buen hacer con la espada, y su amigo y compañero Alec, el estudioso de agrio carácter y oscuro pasado, conforman una pareja entrañable, a la que desearemos todos los parabienes posibles. Alec y Richard son pareja a todos los niveles, y es que en el mundo recreado por Kushner, las relaciones amorosas se dan entre personas, de igual o distinto sexo, con toda la naturalidad del mundo. Y es que este Melodrama de costumbres, como subtitula la autora al libro, ofrece como principal aliciente el estudio de las costumbres, de los hábitos de los personajes, siendo éste más importante que el de su psicología e, incluso, que la acción.

Pero no nos llevemos a engaño: A punta de espada es una novela entretenida, que engancha y se lee del tirón, pero la acción está contenida, se nos va dando de forma continuada pero sin sobredosis, de una forma muy real y totalmente creíble. Y nos deja con ganas de más. De más Ribera, con sus lances de espada apenas esbozados por la pluma de Ellen, de saber más sobre las relaciones turbulentas de Richard y Alec, de acompañares y probar el aguado sabor del vino de la taberna más oscura y, por supuesto, con más ganas de conocer las intrigas políticas de la Colina, tan ajena al dolor de los ribereños, donde el máximo castigo para un noble es el destierro al campo, a provincias, y el único honor que vale es el de los poderosos, un lujo del todo vetado a quienes no pertenecen a esta élite.

Descubrí la novela esperando la última novela de Geralt de Rivia, buscando entre los estantes donde se alojaban otros libros de la misma editorial. Me llamó poderosamente la atención la historia que prometía su sinopsis, la portada, los comentarios favorables de George R.R. Martin, Guy Gavriel Kay o Scott Card, pero no imaginé que sería tan bueno. Lo puse en la lista de pendientes: tendría que buscarlo algún día. Pero no fue hasta tiempo después, cuando descubrí en Midnight Eclipse una crítica de la última novela ambientada en este mundo (La caída de los reyes), que volví a pensar en él. Me decidí y lo compré. Y aquí estoy, deseando leer más de Kushner, adentrarme nuevamente en las embarradas calles de la Ribera para perderme entre la niebla y la nieve que cae, perezosa, de los marcos de las ventanas de rotos cristales y perdidos juegos cromáticos.

Día Mundial del Medio Ambiente

Hoy, como cada 5 de junio desde 1972, celebramos el Día Mundial del Medio Ambiente. Nació por una iniciativa de la Asamblea General de Naciones Unidas, y la idea del mismo es impulsar la concienciación de la población en materia medioambiental, algo que debería hacerse de forma continuada, a mi parecer, ya que el impacto de nuestras actividades diarias sobre nuestro entorno es cada día mayor y, por ende, más grave.

Multitud de asociaciones y colectivos celebran este día con todo tipo de actividades: reparto de plantones de especies forestales autóctonas, material informativo, impartición de charlas, etc. Así, desde Homo libris quería sumarme a esta iniciativa comentando algunos libros relacionados con el tema que me parecen imprescindibles para conocer hacia donde nos dirigimos en nuestra querida pero maltratada aldea global.

Empiezo con un clásico, Primavera silenciosa, de Rachel L. Carson. Escrito a principios de los años 60, en él se denuncia el uso de pesticidas (fundamentalmente DDT) en el control de plagas en la agricultura intensiva. Durante su lectura, descubriremos cómo hasta los años 50 los esquimales no conocían lo que era el cáncer, pero diez años después comenzaron a sufrirlo, y a descubrir trazas de plaguicida en sus organismos. También la increíble masacre sufrida en Sheldon, EEUU, durante esa misma época, cuando al intentar exterminar el escarabajo japonés, el DDT fue escalando en la pirámide trófica, matando a escarabajos y lombrices, también a los roedores y dejando estériles a los pájaros que no murieron por el veneno. Sin duda, un libro que denuncia duramente el uso de sustancias químicas que, a día de hoy, aún están presentes en la producción de algunos alimentos.

Ya que hablamos de comida, algo que nos llega muy de cerca, también me gustó muchísimo Otra manera de vivir, de la conocida primatóloga Jane Goodall. La autora es a los chimpancés lo que Dian Fossey a los gorilas de montaña (recordad la inolvidable película Gorilas en la niebla, basada en su trayectoria vital). En este libro, Goodall trata de forma amena la importancia de la alimentación en el desarrollo de los primates y, por supuesto, del hombre. Repleto de vivencias de la propia escritora, defiende la agricultura ecológica, y el consumo de alimentos locales y de temporada, para evitar la sobreexplotación de la tierra. Nos hace reflexionar en torno al modo en que se obtienen determinados alimentos (como las granjas donde viven masificados cerdos, vacas o gallinas ponedoras), y lanza un reto al lector: con nuestro voto silencioso, cuando vamos a la tienda a comprar, estamos decidiendo el modelo de vida que deseamos, para nosotros y, por extensión, para otros seres vivos.
Sí, colectivamente, nosotros, el pueblo, somos la fuerza que puede traer el cambio. Cada vez que salimos a comprar, cada vez que elegimos una comida en un restaurante, nuestras elecciones –lo que decidimos comprar o pedir- tiene importancia no solo para nuestra salud y equilibrio mental, sino también para el futuro del planeta. Afortunadamente, cada vez más gente se da cuenta de ello. Cada vez que un individuo cambia en su modo de vida, una persona más se apunta a la alimentación sana y ética.
De la pluma de uno de nuestros más reputados científicos, Miguel Delibes de Castro, y de su padre, el gran literato Miguel Delibes, nos llegó hace unos años un libro interesantísimo para comprender los problemas que aquejan a la tierra, y discernir cómo podemos enfrentarnos a ellos. Se trata de La Tierra herida, una obra en la que padre e hijo dialogan, preguntándose mutuamente de qué modo podemos afrontar los problemas medioambientales y sociales que estamos creando y dejaremos por herencia a nuestros hijos. Trata temas como el cambio climático, la reducción de la capa de ozono, la desertificación o la pérdida de biodiversidad. Una obra magnífica que podemos encontrar en ediciones de bolsillo, la “normal” de tapa dura y una de lujo, acompañada por un impactante trabajo fotográfico.

Últimamente se habla de crisis, crisis, crisis. Pero la económica no es la única, ni la más importante. De hecho, viene provocada por una crisis de valores medioambientales y sociales, propia del paradigma del consumismo exacerbado. Durante prácticamente el último siglo, la economía se ha basado en el consumo insaciable, en la ambición de tener más, a costa de todo y de todos. No importan las consecuencias, no cabe pensar en el otro. Vivimos en crisis continua, y en deuda con los países más pobres y nuestro medio ambiente. Ante esto, la única salida posible es apostar por un mundo más justo, más equitativo, más sostenible (palabra ésta que no se cae de boca de los políticos, y que está siendo vaciada de todo sentido, por desgracia). El decrecimiento, el vivir y disfrutar más, con menos, es la apuesta que nos hace Mejor con menos, de Joaquim Sempere, que considero muy interesante para descubrir cómo podemos mejorar nuestros hábitos de ocio y consumo.

Pero para los más jóvenes también hay propuestas. Por ejemplo, el clásico Momo, de Michael Ende, transmite valores de aprovechamiento y buen uso del tiempo, de cómo lo disfrutamos y a qué lo dedicamos. Vivimos con prisas, sin tiempo para la familia, para disfrutar, para aprender y mejorar como personas. Desde nuestro nacimiento, competimos por ser más rápidos, más altos, mejores que los demás. En nuestra sociedad se exalta la competitividad en todas las facetas posibles: en la escuela, en el trabajo, en el deporte… ¿Y de qué nos sirve? ¿Cómo nos hace mejores personas? Momo, nuestra protagonista, vive sin familia, sola, en un anfiteatro romano a las afueras de la ciudad. Sus amigos le llevan comida, y acuden a visitarla porque tiene un inmenso don: es capaz de escuchar como nadie. Cuando aparezcan los hombres grises, instando a todos a ahorrar el tiempo y dedicarlo a otros menesteres, ella y sus amigos serán los únicos que puedan alertar a la población del grave riesgo que corre.

Una novela que me encantó en su día (como ya lo hiciera años antes la versión cinematográfica, protagonizada por Harrison Ford) fue La Costa de los Mosquitos, de Paul Theroux, en la que un moderno Robinsón, genial inventor y descreído de la sociedad, aleja a su familia del consumismo imperante en Norteamérica para llevarles a la Costa de los Mosquitos, en Honduras, para hacer realidad su utópica forma de entender la vida. Un personaje que amaremos u odiaremos, pero que no deja a nadie indiferente.

Obviamente, existen muchos más libros que tratan de profundizar en la problemática medioambiental, o concienciar sobre la necesidad de preservar nuestra naturaleza. No quería terminar la entrada sin citar al más grande divulgador medioambiental de nuestra historia reciente: Félix Rodriguez de la Fuente, a quien perdimos hace 29 años, pero cuya obra y recuerdo quedará siempre con nosotros. Como director de diversas obras, entre la que se cuenta la magnífica enciclopedia Fauna, y como padre espiritual de toda una generación de biólogos, ambientólogos y apasionados del medio natural, Félix supo transmitir, como nadie, su pasión y amor por la naturaleza y el hombre. Vaya para él este sencillo homenaje.
Vosotros debéis enseñar a vuestros hijos que el suelo bajo sus pies es la ceniza de sus abuelos. Para que respeten la tierra, debéis decir a vuestros hijos que la tierra está plena de vida de nuestros antepasados. Debéis enseñar a vuestros hijos lo que nosotros hemos enseñados a los nuestros: que la tierra es nuestra madre. Todo lo que afecta a la tierra afecta a los hijos de la tierra. Cuando los hombres escupen el suelo se escupen a sí mismos.

Esto lo sabemos: la tierra no pertenece al hombre, sino que el hombre pertenece a la tierra. El hombre no ha tejido la red de la vida: es sólo una hebra de ella. Todo lo que haga a la red se lo hará a sí mismo. Lo que ocurre a la tierra ocurrirá a los hijos de la tierra. Lo sabemos. Todas las cosas están relacionadas como la sangre que une a una familia.

Extracto de la Carta del jefe indio Seattle.