lunes, 29 de marzo de 2010

Los herederos

Descubrí a Golding, imagino que como tantos otros lectores suyos, gracias a su libro El Señor de las Moscas, una novela distópica en la que reflexiona en torno a la moral, la educación y la naturaleza de las sociedades humanas, constituyendo un verdadero clásico que no deberíais de dejar de leer si no lo habéis hecho ya; os gustará esta fábula, palabra de Homo libris. Después de esta obra leí Ritos de paso, novela de ambientación marinera en la que el análisis de la naturaleza humana se revela a través de los diversos mecanismos de poder que son puestos en práctica por los personajes. Con estos precedentes, cuando hace unos años me encontré con una novela suya que transcurría en la prehistoria, periodo este de nuestra existencia como especie que me fascina, no pude dejar pasar la oportunidad de acercarme nuevamente al autor.

Aunque había pensado en ocasiones traer Los herederos al blog tras una relectura, no fue hasta hace unos fines de semana cuando, escuchando a Félix Rodríguez de la Fuente nuevamente en la radio, a raíz de los diversos homenajes que se han llevado a cabo en su memoria, me decidí a hacerlo. Os preguntaréis qué suerte de razón vincula al doctor Rodríguez de la Fuente con el autor británico o, más concretamente, con el libro que, a la sazón, nos trae de nuevo aquí. Bien, el primero de los programas de “Objetivo: salvar la naturaleza”, espacio radiofónico que ocupara Félix hace 34 años y que ahora ha sido recuperado por RTVE de la mano de Joaquín Araujo, nos acercaba a la visión que del Homo sapiens tenía Félix y a la relación de aquel con la naturaleza que le rodea, “que es su sustento”, en palabras del locutor. Era la suya una visión innovadora, realmente revolucionaria, que le acercaría, gracias a su intuición, a la que mantienen actualmente muchos sociólogos y antropólogos. Precisamente en el programa del que hago mención aparece Juan Luis Arsuaga como colaborador, con lo que el interés del documento sonoro es realmente mayúsculo, por lo que os recomiendo escucharlo, si bien intentaré resumir aquí la visión de Félix. Según él, el hombre del Paleolítico era mucho más dependiente de su entorno natural, estaba más integrado en él gracias a su condición de cazador-recolector, y no fue hasta el Neolítico, con la introducción de la agricultura y la ganadería, que se inició una ruptura que nos ha llevado a una posición de dominancia sobre el resto de especies y la propia Tierra claramente perjudicial para estas (y, en último término, incluso para nosotros).

En Los herederos, William Golding nos lleva a contemplar a los últimos neandertales con vida durante su encuentro con los cromañones, con el hombre moderno que se encontraba en clara expansión por aquel entonces. Existen diversas teorías sobre la desaparición del hombre de Neandertal, aunque las más aceptadas van desde las que hablan de factores ambientales, debido al cambio climático acaecido durante el Cuaternario, hasta las que suponen la existencia de una competencia interespecífica entre cromañones y neandertales de la que salieron vencedores los primeros. La visión de Golding se acerca a esta última teoría, aunque con una particularidad: asocia la idea de la supervivencia no a la superioridad numérica, o de fuerza o inteligencia, sino a la maldad. Es el mal el que hace fuerte al hombre, le permite avanzar, medrar e imponerse al resto de especies. La prosperidad, de este modo, implica destrucción.

Lok y sus compañeros de tribu viajan guiados por Mal, el anciano, buscando recursos y alimentos. Es la suya una vida sedentaria, dirigida por las necesidades del grupo y por las condiciones ambientales que les obligan a deambular dentro de su territorio buscando frutos y algo de caza. Un día, Ha, uno de los hombres más fuertes del grupo, desaparece. Al buscarle, Lok descubre el olor de otro hombre ajeno a la tribu y, con él, dará comienzo una dolorosa experiencia que llevará aparejada la pérdida de su inocencia.

Los neandertales de Golding son seres inocentes, inscritos en una sociedad matriarcal con fuertes lazos de amistad. Dado que la capacidad de abstracción les estaba vetada, o limitada en cualquier caso, tienden a unir los recuerdos que guardan de sus seres queridos con el entorno, con la naturaleza. Se comunican entre ellos de una forma instintiva, intuitiva. Contrasta con esta la visión del hombre moderno que nos ofrece el autor; un ser que somete a la naturaleza a su antojo y que posee una curiosidad no exenta de crueldad que le lleva a “jugar” con el neandertal capturado y a no dudar en infligirle dolor para observar sus reacciones.

La historia está narrada con un estilo muy sutil, ambiguo, que se ofrece a múltiples interpretaciones pero que permite mostrar la visión peculiar que podrían tener, sobre el mundo y sobre sí mismas, unas mentes tan cercanas y, a la vez, tan distintas a las nuestras. Como apuntaba más arriba, Golding reflexiona en este caso sobre la inocencia y la maldad, sobre la pérdida de la primera y la prevalencia de la segunda. Sobre quiénes somos, qué camino hemos tomado y qué estamos dejándonos atrás al recorrerlo.

viernes, 26 de marzo de 2010

El maestro de go

Era uno de esos cálidos días de finales de otoño cuando la isla de Oshima se ve en medio de la bruma. Los barriletes rozaban la superficie o se hundían en el mar calmo…
Aunque es generalmente considerado “el ajedrez oriental”, el Go es un juego de mesa en el que contrastan sus reglas sencillas con la complejidad de las estrategias que se pueden desarrollar en él. El juego de go se originó en China hace más de 2500 años (a diferencia del ajedrez que todos conocemos, de origen Persa) y, aunque no se conoce con exactitud la fecha de su invención, ya aparecía citado en los Analectas de Confucio. En el capítulo 17 lo menciona así:
El Maestro dijo: “No puedo soportar esas gentes que llenan su vientre todo el día, ¡sin utilizar su cerebro! ¿Por qué no pueden jugar al ajedrez? Al menos, eso sería mejor que nada.”
Aunque el traductor ha usado la palabra ajedrez, en el original chino, que intentaré reproducir aquí, dice:
子曰:“饱食终日,无所用心,难矣哉!不有博弈者乎?为之,犹贤乎已。
Donde se aprecia claramente ( ;) ) que nos habla de bo yi, el juego que se conocería con posterioridad bajo el nombre de xiang qi en China y go en Japón.

Si no lo conocéis, os invito a descubrir un juego que, hasta cierto punto, mantiene algunas similitudes con “El juego de la vida” de Conway, en el que prima la estrategia de la expansión; la ocupación de cada una de las intersecciones que la rejilla que compone un tablero de 19 x 19 ofrece combinaciones inimaginables.
El juego ha traspasado lo que significa juego y prueba de fuerza y se ha convertido en un modo de arte… Hay cierto misterio y nobleza orientales en él. Es evidente que en el Go el espíritu japonés ha trascendido lo meramente importado y heredado.
Hace algo más de un año, durante una visita a Madrid, deambulaba entre las estanterías de una librería, echando un vistazo a los libros, y vino uno a mis manos llamado El maestro de go, del autor japonés Yasunari Kawayata, que fue premiado con el Nobel de Literatura en 1968. El libro me llamó la atención, y aunque entonces no lo llevé conmigo, hará cosa de un mes que me acordé de él y empecé a leerlo aunque, por los mismos motivos que últimamente actualizo el blog con menor frecuencia, lo hice de forma irregular, fragmentada. Aun así, disfruté mucho con la narración de una partida de Go que se prolongó durante meses, enfrentando a Honinbo Shusai, jugador profesional y heredero del título de la casa Hoinbo con Kitani Minoru (en el libro, Otake), el joven aspirante, en una recreación magistral de la vida y la muerte. El libro, como el juego, refleja el choque generacional entre el viejo jugador y el joven, dos formas de jugar al Go que son realmente dos concepciones por completo distintas de la existencia. El viejo jugador ve próxima la muerte, y juega con la sabiduría que dan los años y la experiencia pero también con el desasosiego del luchador imbatido que ve peligrar su reinado. Otake, por el contrario, despliega sus conocimientos con pasión, es más irreflexivo pero, a la vez, muestra el empuje que la juventud y la seguridad en sí mismo le ofrecen.
Cuando pensaba, la respiración del Maestro se aceleraba, y encorvaba la espalda. El movimiento que recorría su espalda era regular. Era como una concentración de violencia, como fuerzas de un poder misterioso que hubiera tomado posesión de él. El efecto era más intenso, pues el Maestro no parecía consciente de lo que sucedía. Pero pronto el Maestro estaba en calma. Su respiración era normal, si bien uno no podría asegurar en qué momento había vuelto a la serenidad. Me preguntaba si esto señalaba un punto de partida, el cruce de una línea, para que el espíritu presentara batalla…
El maestro de go es una obra que se disfruta como el mejor cine de Kurosawa, y que maravilla si conocemos los rudimentos del juego de go (sobre todo porque a lo largo del libro van apareciendo diagramas con las jugadas) y, aunque se encuentra bastante alejada -según parece- del resto de la obra del autor (hay que tener en cuenta que se publicó originalmente como columna de un diario), me ha dejado con ganas de seguir profundizando tanto en el juego como en el resto de libros de Kawayata, máxime cuando en los últimos meses en varios blogs amigos han ido apareciendo otras obras de autores japoneses realmente interesantes.

Para saber más:
Por supuesto, son todos los que están, pero no están todos los que son.

martes, 23 de marzo de 2010

Fauna

¿Es posible entusiasmar a un niño con la lectura de una enciclopedia? La respuesta es un simple pero rotundo sí. Una enciclopedia temática, rigurosa, que no escatima a la hora de usar vocabulario especializado aunque su función primordial sea la de divulgar, enseñar a sus lectores. Félix Rodríguez de la Fuente consiguió entusiasmar a todo un país con su serie documental “El hombre y la Tierra”, pero logró además maravillar a cuantos nos acercamos desde el papel a su visión del mundo, del hombre y la naturaleza, como un todo indivisible.

La Enciclopedia Mundial de la Fauna y la Enciclopedia de la Fauna Ibérica y Europea, coordinadas por el Dr. Rodríguez de la Fuente, nos permitieron introducirnos gracias a su poderoso verbo en las llanuras de la sabana africana, descubrir las fuentes del Orinoco y maravillarnos de las similares adaptaciones biológicas de la fauna de la Región Holártica. Aprendimos a distinguir al meloncillo por su particular posición erguida, a escudriñar el nido invernal del lirón careto y saber que la gineta es un vivérrido, y no un felino, a pesar de que en ocasiones es llamada “gato civeta”, y que fue introducido en España por los árabes por sus cualidades cazadoras a la hora de controlar plagas de roedores.

Muchos descubrimos Fauna gracias a un único volumen. En aquella época, para muchos de nosotros, eran nuestros padres quienes adquirían los libros. El mío coleccionó los fascículos del primer tomo y algunos del segundo y, con los años, he encontrado a más amigos que se vieron en la misma situación. Leímos una y otra vez ese primer volumen, anduvimos por el campo disfrutando de los fascículos restantes y sólo años después nos hicimos con la colección completa. Cuando podíamos, aprovechábamos la oportunidad de hojear otros tomos en casa de amigos o familiares que tuvieran la dicha de poseer algunos tomos más o (¡albricias!) la colección completa. Sus fotografías, sus dibujos, los textos explicativos, las narraciones aventureras de Félix en la selva, junto a sus queridas rapaces o sobre un vehículo todoterreno nos ofrecían material suficiente (por si tuviéramos poco con el propio) para soñar despiertos.

En Fauna colaboraron algunos de los científicos y naturalistas más destacados en las décadas posteriores: Joaquín Araujo, Miguel Delibes de Castro (hijo del recientemente desaparecido Miguel Delibes) o Luis Miguel Domínguez, entre otros, y constituyó un hito en la historia editorial de este país y, cómo no, uno más en la incansable carrera del genial naturalista.

Y es que, ¿quién no disfrutaría de una obra escrita con pasión y autoconvencimiento de cuanto allí se narra, que es a un tiempo novela de aventuras, álbum de fotografías, libro de viajes, fantasía desbordada e ilusión en estado puro?

miércoles, 17 de marzo de 2010

Los años perdidos de Sherlock Holmes

Lo soñó un irlandés, que no lo quiso nunca
y que trató, nos dicen, de matarlo. Fue en vano.
El hombre solitario prosigue, lupa en mano,
su rara suerte discontinua de cosa trunca.
No tiene relaciones, pero no lo abandona
la devoción del otro, que fue su evangelista
y que de sus milagros ha dejado la lista.
Vive de un modo cómodo: en tercera persona.
Atiza en el hogar las encendidas ramas
o da muerte en los páramos a un perro del infierno.

J. L. BORGES (Los Conjurados. Fragmento.)
Algo que ya sabéis quienes leéis de cuando en cuando lo que por aquí y por allá voy escribiendo es que Holmes es uno de los personajes literarios que más fascinación ha ejercicio sobre mí desde los inicios de mis andanzas bibliófilas. Ya de niño me cautivaba la figura de este detective calculador, de arrebatadora personalidad, sagaz y con una capacidad asombrosa de pasar de una siempre supuesta apatía a la acción. Tendría unos nueve o diez años cuando comencé a devorar “El Canon Holmesiano” y, aunque preferí siempre sus relatos, lo cierto es que las cuatro novelas de Conan Doyle no tienen nada que despreciar. Recientemente, tanto Lammermoor como Alienor hacían alusión al personaje; la primera, recordándonos el ambiente gótico y misterioso de El sabueso de los Baskerville tras una relectura, la segunda, hablándonos de la última adaptación cinematográfica basada en la estrecha relación entre Holmes y Watson y su lucha conjunta contra el crimen.

Tan conocida es la fama de Sherlock Holmes como el profundo odio que llegó a sentir hacia él su creador, Sir Arthur Conan Doyle. Lo menciona Borges en el fragmento del poema que encabeza la entrada, y a tanto llegó ese sentimiento de afrenta que decidió arrebatarle la vida. Cuando Conan Doyle publicó en 1891 "El problema final" no sabía lo que le esperaba. Tras un último enfrentamiento con su némesis particular, el profesor Moriarty, Holmes y él se despeñaron por la catarata Reichenbach, en Suiza, muriendo ambos. Lectores indignados dirigieron al autor epístolas no precisamente amorosas, y los editores le insistieron en que recuperase a Holmes, de modo que Conan Doyle tuvo que desvelar a Watson lo ocurrido en el relato titulado "La casa vacía". Sin embargo, Holmes no fue muy pródigo en explicaciones, y lo único que supo Watson (y, de paso, los pobres lectores) es que se ocultó durante unos años para no poner en peligro a Watson y que, al darle por muerto, la organización criminal organizada por Moriarty relajase sus medidas de seguridad y fuese, de este modo, más sencillo proceder a su desmantelamiento. Algo que sí supimos, sin embargo, es que pasó algún tiempo en Lhasa, en el Tíbet, y de su estancia allí y de cuanto aconteció durante la misma es de lo que nos habla Los años perdidos de Sherlock Holmes, de Jamyang Norbu.

Norbu, el autor, es un reconocido activista de la causa del Tíbet. Así, si unimos este hecho con su afición por la novela anglosajona (y, en este caso particular, por la obra de Conan Doyle y el Kim de Rudyard Kipling) no es de extrañar que tengamos ante nosotros una novela peculiar que aúne la faceta detectivesca de Holmes con un particular Watson en la figura de Hurree Chunder Mookerjee, un funcionario indio bastante peculiar que le acompaña en estas nuevas aventuras ejerciendo de cronista de las mismas.

Aunque salvando distancias, la novela me ha recordado a Las puertas de Anubis, de Tim Powers, posiblemente por el ambiente decimonónico, bastante exótico en este caso, en el que transcurre la narración y las situaciones extraordinarias a las que tendrá que hacer frente nuestro detective. La opresión de China al Tíbet, la presencia del Gran Lama y ciertos toques de magia ofrecerán una visión que no teníamos previamente sobre el gran Sherlock Holmes.

En resumen, una novela ágil, que se lee con deleite y que resulta especialmente interesante, como pastiche holmesiano, para aquellos que admiramos al personaje y no dudamos en seguirle incluso aunque cambie de nombre y nacionalidad.

viernes, 12 de marzo de 2010

A su memoria

“A la memoria de mi amigo Félix Rodríguez de la Fuente”.

Así rezaba la dedicatoria de Los santos inocentes, uno de los libros inmortales de nuestra literatura. Miguel Delibes fue amigo de Félix Rodríguez de la Fuente y compartieron salidas al campo, un hijo (biológico y moral en Miguel Delibes de Castro, que aprendió de ambos y siguió los pasos del naturalista) y una concepción del hombre y de la naturaleza en la que no es posible entender el uno sin la otra ni esta sin aquel.

Cazador comprometido con la defensa de una naturaleza sin la que puede ser entendido el ejercicio cinegético, más allá de la mera concepción deportiva del mismo que tantos intentan hoy día imponer, su obra estuvo siempre vinculada a la infancia, a la naturaleza y a la propia esencia del ser humano.

No podría haber escogido otra época para marcharse sino en cercanía con la de su amigo, ahora que se cumplen 30 años de su fallecimiento. Se nos ha ido Miguel Delibes a los 89 años de edad, y no me salen las palabras, ni el verbo ágil de Félix ni la siempre acertada palabra del vallisoletano, para decirle adiós a alguien que, más que mi autor preferido en lengua castellana, ha sido siempre un mentor y un amigo.

Azarias, la milana bonita, Daniel, el Mochuelo y el Nini le acompañarán por siempre.

Descanse en paz.

martes, 9 de marzo de 2010

Deuda externa, deuda eterna

¿Quién debe a quién?, el libro de los profesores Alier y Oliveres, analiza el estado de la deuda externa contraída por los países en vías de desarrollo con los de un primer mundo que aprovecha el control que ejerce sobre los organismos supragubernamentales encargados del control del endeudamiento para imponer sus condiciones sobre aquellos. El libro, aunque fue editado hace unos años, ha sido incluido dentro de la colección de libros sobre política, sociología y medio ambiente que está apareciendo con la edición de los sábados de un diario de tirada nacional y que resulta, a mi parecer, de lo más interesante.

Este pequeño libro, de apenas 120 páginas, nos invita a reflexionar sobre la deuda externa de los países del Tercer Mundo y las implicaciones que tiene esta sobre la calidad de vida de sus ciudadanos. ¿Hasta qué punto “nos deben” dinero estos países? ¿En qué consiste la deuda externa? ¿Cuánto suponen realmente las ayudas al desarrollo? ¿Está más que saldada por la deuda histórica, social y ecológica? ¿Y simplemente por el pago de intereses acumulados?

Arcadi Oliveres, economista y, ante todo, conocido activista por la paz y justicia social, introduce el libro con una reflexión sobre el endeudamiento de los países pobres y el modo en que se ha ido gestando y creciendo hasta llegar a una situación realmente insostenible, de la que resulta imposible salir al ir creciendo la deuda año tras año al verse privados de los recursos naturales y económicos que tienen como única vía de desarrollo.

A continuación, Joan Martínez Alier, catedrático de Economía e Historia Económica en la Universidad Autónoma de Barcelona, reflexiona sobre las consecuencias sociales del endeudamiento, el empobrecimiento sistemático de los pueblos y la aparición de un “ecologismo de los pobres” que, sin saberse "ecologistas", les hace reivindicar su modo de vida tradicional, la relación vital y necesaria hombre-naturaleza y el desarrollo armónico y sostenible con el medio. Es a este "ecologismo de los pobres" al que el autor dedica su último libro publicado (esta vez en solitario), y que resulta del máximo interés ya que, a mi parecer, no son únicamente los ciudadanos pertenecientes a estos países en vías de desarrollo, sino muchos otros, los que son "ecologistas" sin ser conscientes de ello.

En la tercera parte del libro se lleva a cabo un juicio social sobre la situación, inculpando a los países del primer mundo y, en especial, a los Estados Unidos, al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional, así como a los gobernantes de los países endeudados (en muchas ocasiones bajo un régimen dictatorial) de llevarles a un callejón sin salida al permitir su endeudamiento y arrebatarles o, simplemente, adquirir a la baja, las mercancías que son capaces de exportar y que se obtienen a través de personas en condiciones laborales precarias, infligiendo daños irreparables al medio ambiente y sobreexplotando recursos no renovables que llevan al país a un mayor empobrecimiento.

En resumen, ¿Quién debe a quién? es un libro interesante, ágil de leer, que nos invita a reflexionar sobre la situación de injusticia en la que vive una inmensa mayoría de los habitantes de este planeta cada vez más pequeño y, posiblemente, peor repartido.


¡Feliz lectura!

domingo, 7 de marzo de 2010

El arte de cetrería

De cada día vieron los hombres cómo, naturalmente, unas aves toman a otras y se ceban y alimentan de ellas, y las tales aves son llamadas de rapiña: así como son águilas, azores, halcones, gavilanes, esmerejones, alcotanes y otras.
Y estas dichas aves, salvo el águila, nunca comen otra carne si no fuere de aves que ellas por sí toman y cazan; pero el águila cuando no puede tomar o cazar algún ave de las que acostumbra tomar o cazar, torna a tomar liebre, o conejo, o cordero pequeño, y aun viene al perro muerto, por la gran glotonería que en ella hay.
Y hay, también, otras aves que algunas veces se ceban de las aves que toman, pero comúnmente sus viandas son carnizas de bestias muertas, así como son los cuervos carniceros, que muchas veces toman aves vivas, pero su caza natural es carniza de bestias muertas y de aquello tienen su mantenimiento.

(Pedro López de Ayala, Libro de la caza de las aves).

Et otro día lo deven dar aun muy menos et de peor carne et non le fazer ningún plazer, et al tercer día dévenle señolar la primera vez muy cerca et de pie rodeando el señuelo poco; et luego que el falcón sale de la mano, echarle el señuelo alongando del omne et en lugar escanpado, et desque el falcón entrare en él, dévenle dar bien de roer; et la otra vez alongársele más et la terçera aún más, et entonçe cevarle en la manera que desuso es dicho como se deve fazer el primer día. Et otro día non le mostrar el señuelo et darle a comer como fizieron al otro día pasado, el que non señolaron, et el otro tercer día señolarle más lueñe. Et finca en el entendimiento del falconero que dexe venir al falcón suelto al señuelo quando entendiere que lo puede fazer sin peligro de perderle; ca ante d'esto, sienpre deve venir al señuelo con un cordel delgado et luengo atado a la lonja o a las piyuelas. Et el señuelo deve seer bien llano en tal manera que, quando cayere en tierra, por fuerça aya de caer la carne bien descubierta de la una parte, et el falcón se pueda asentar et poner entre anbas las manos ençima del señuelo.

(Don Juan Manuel, Libro de la caza).

Un día hablaba el Conde Lucanor con Patronio, de este modo:
-Patronio, vos sabéis que soy muy buen cazador y he introducido muchas innovaciones en el arte de la caza, antes desconocidas, así como reformas muy necesarias en las pihuelas y en los capirotes de las aves de cetrería. Ahora los que se quieren meter conmigo se burlan de mí por mis invenciones, y así como alaban al Cid Ruy Díaz o al conde Fernán González por las victorias conseguidas o al santo y bienaventurado rey don Fernando por sus notables conquistas, me elogian a mí diciendo que realicé una gran gesta al cambiar un poco las pihuelas y los capirotes. Como comprendo que tal alabanza es sólo una burla, os ruego que me aconsejéis qué deba hacer para que no se mofen de mí por aquellos inventos tan útiles.

(Don Juan Manuel, El conde Lucanor).


Conté en mi casa lo que había visto y me enteré que era un halcón. Busqué en el diccionario su concepto y supe que en la Edad Media había sido domesticado por el hombre para cazar. Pensé que algún día conseguiría adiestrar a ese ser rápido y hermoso.
Félix Rodríguez de la Fuente, a quien pertenecen las palabras citadas en último término, falleció en Alaska hace 30 años, en la fatídica fecha del 14 de marzo de 1980, justo el día en que cumplía 52 años de edad. Resulta difícil concebir que alguien no pueda conocer al hombre que revolucionó, en su día, gracias a su palabra, el sentir de todo un país respecto a la naturaleza con la que había convivido y a la que había sometido desde antaño. Sin embargo, como es posible que algunos de quienes leéis el blog no le conozcáis (fundamentalmente por vivir en otros países), os remito a la Wikipedia, enlazada más arriba, y a mi otro blog, Andanzas de un Trotalomas, para profundizar un poco en su vida y en lo que supuso para muchos de nosotros su imborrable obra, alguna de la cual traeré estos días a Homo libris.

Resulta difícil empezar a hablar de Félix, de una persona que abarcó tanto y tan bien. Que llegó a cambiar la concepción del término “alimaña” en un país en el que los problemas se atajaban a golpe de veneno (y cuyos perniciosos efectos pudimos ver en televisión en un magnífico ejemplo de las consecuencias que tiene sobre la cadena trófica de los ecosistemas) y el lobo era el enemigo a extinguir. “El amigo de los animales”, como llegó a llamársele, era también el de los hombres. No concebía la naturaleza sino como un todo, en el que el hombre ocupaba su lugar, importante sin duda, y le hacía responsable de su poder: era necesario ser conscientes de nuestra capacidad de destrucción, hacernos cargo de ello y utilizar la ciencia para congraciarnos con el entorno natural. Nada de volver a un pasado imaginario, bondadoso e infantil, como se llega a proponer incluso hoy día, sino un futuro en equilibrio donde seamos capaces de autorregularnos para no buscar la extinción de otras especies o la nuestra propia. En eso, como en tantos otros aspectos, Félix fue un adelantado a su época.

Aquí, a Homo libris, quería traer algunos de los libros más significativos de su prolífica obra. Y he decidido hacerlo por el primero de sus libros: El arte de cetrería. Félix, mientras cursaba estudios de medicina, buscaba información sobre un arte desaparecido en España por aquel entonces, el que fuera uno de los pasatiempos de la nobleza durante la Edad Media: la cetrería. Félix había quedado prendado en su infancia del vuelo de las rapaces en los campos que rodeaban su Poza de la Sal natal, y quería domeñar al animal salvaje, traerle a su puño, conocerle íntimamente. Pero ya no existían conocimientos vivos sobre cómo hacerlo, y el burgalés se vio forzado a recuperar textos perdidos de Don Juan Manuel y Pedro López de Ayala para saber cómo se debía proceder para adiestrar a una rapaz. Aprendió y nos devolvió parte de nuestra cultura perdida, modernizada hasta el punto de constituir hoy día un elemento imprescindible para mejorar la seguridad en los aeropuertos, ahuyentando las parvadas de pájaros que pueden colisionar contra los aviones durante su despegue y aterrizaje. De su pasión habla la noticia que se enlaza más arriba, referida a su viaje a Arabia.

El arte de cetrería es un libro que, hasta no hace mucho, era complicado encontrar. Descatalogado años atrás, no fue hasta hace unos pocos que comencé a encontrarlo en librerías y ferias del libro de ocasión, editado en 1986 por la librería mexicana Noriega, cuya portada aparece a continuación.

El libro resulta de lo más interesante para aficionados y profesionales de la cetrería, encontrando en él métodos y prácticas que hoy están prohibidos (hay que tener en cuenta la fecha en que se escribió y que la legislación sobre naturaleza y medio ambiente era prácticamente inexistente, encontrándose enfocada siempre la relación hombre-naturaleza desde una perspectiva antropocéntrica). En cualquier caso, de El arte de cetrería puede aprenderse muchísimo, especialmente aquellos que deseamos conocer cómo se trabajaba con la naturaleza hace unas décadas y profundizar, además, en la mente de quien revitalizó el perdido saber de la cetrería.

Gracias a sus documentales en "El hombre y la Tierra" conoceríamos y amaríamos a Taiga, el azor, quedaríamos prendados por los primeros vuelos del halcón en los aeropuertos españoles durante los episodios dedicados a la altanería y fascinados ante la caza del chivo por el águila real, una de las escenas de la televisión que, a mi parecer, más nos marcaron a quienes nos adentramos en los vericuetos de la naturaleza de la mano de Félix. El arte de cetrería nos permite, por tanto, conocer algunos de los secretos que había entre bambalinas durante el rodaje de la mítica serie de televisión.

lunes, 1 de marzo de 2010

Declaración de intenciones para marzo

¡Dos entradas en todo un mes! ¡Que el escarnio y la mayor de las vergüenzas caigan sobre mí y toda mi estirpe, que de Homo libris en Homo libris, generación tras generación, gen a gen, quedemos marcados por la ignominia de quienes permitieron que nuestro blog quedase desterrado por ostracismo, por la inactividad que le ha caracterizado poco tiempo después de cumplir un año de existencia!

Huy… ¿están ustedes por aquí? Discúlpenme y permítanme recomponer mis vestiduras. No esperaba, ciertamente, su pronta visita. Estoy tan acostumbrado, últimamente, a la soledad que me imponen las obligaciones, que he permitido caer en la imperdonable falta de descuidar las más básicas normas de etiqueta. ¿Desean tomar algo? Siéntense, tomen asiento y permítanme recoger sus abrigos. En seguida estoy con ustedes.

El mes de febrero ha resultado bastante nefasto para el blog (para todos los míos, ciertamente), aunque qué voy a contar que no sea ya sabido por todos quienes los visitáis con cierta frecuencia. Lo peor es que marzo no se avecina más calmo que febrero (parece que las tormentas no se limitan únicamente a la meteorología últimamente), pero voy a intentar que los blogs no lo acusen tanto. Sobre la mesa se depositan algunos de los títulos que han ocupado, ocupan u ocuparán mi tiempo en lo sucesivo. Con algunos de ellos prometo no torturaros demasiado (la Guía de campo de los insectos de España y Europa, por ejemplo, me ha sido valiosísima aunque su traducción no sea todo lo buena que debiera, al igual que la magnífica Entomología esencial de McGavin que un amigo tuvo a bien prestarme y que me ha encantado hasta el punto de que tendré que hacerme con una copia de cara a la próxima primavera), aunque otros sí que puede que os resulten de interés (os tomo la palabra respecto a lo que comentasteis en verano al respecto de las reseñas sobre ensayos que llamasen mi atención) a pesar de ser material de estudio en la carrera, como Redes que dan libertad o El impacto político de los movimientos sociales. Otros, que se sitúan a medio camino entre la obligación y la devoción (aunque casi diría que se trata del mismo sendero en este caso) son ¿Quién debe a quién?, deuda ecológica y deuda externa, La salud que viene o Sueño y mentira del ecologismo. De todas formas, tanto para estos como para los documentales que van engrosando la cola de vídeos pendientes de ver posiblemente guarde un espacio mayor en las andanzas de cierto trotalomas que por aquí, para descanso del personal. Pero no todo serán ensayos, la literatura tiene también su espacio por aquí (eso siempre, por supuesto). Ahora ando viajando junto a Holmes por el Tíbet, y pronto os contaré algo sobre tan singular aventura. Tengo ganas de conocer cuál es El nombre del viento, aunque me consta que muchos ya sabéis de él, y Vonnegut me espera desde hace ya demasiado tiempo para embarcar hacia las Galápagos. Una visita a la siempre apetecible librería de Torremolinos ha hecho que, además sumar otros títulos a los pendientes de leer, cuente con una invitación a conocer El reino de los réprobos de la mano de Burguess.

Pero este mes es el de Félix Rodríguez de la Fuente. Nació y murió el 14 de marzo, y de la fatídica fecha se cumplirán en unos días 30 años. Por esto el naturalista que nos marcó a tantos tendrá una especial presencia en el blog estos días.

Nos leemos.