sábado, 26 de junio de 2010

¿Me permite interviuvarle?

Una de los aspectos más interesantes de leer libros publicados hace unas décadas y, en particular, bolsilibros (parte de la literatura popular o paraliteratura, como tan bien la definiese Fulgida hace unos meses en los comentarios de esta entrada) es que podemos encontrarnos con la sorpresa de que, además de estar firmados por autores de gran calidad (como Silver Kane, seudónimo de Francisco González Ledesma, que fue premiado con el Planeta en 1984) nos desvelan una forma de ser y pensar de una sociedad tan cercana y, a un tiempo, tan alejada de la nuestra como es la de la España de mediados del pasado siglo.

Ayer comenzaba a leer Los hombres de Venus, el primer título de la conocida Saga de los Aznar, obra del autor valenciano Pascual Enguídanos y que firmase como George H. White. Había oído bastante y muy bueno sobre ella (no en balde está considerada como la mejor serie europea de ciencia ficción, galardón con que se la premió en la EuroCon de 1978 en Bruselas) y lo cierto es que, aunque no avancé más allá del capítulo tercero, el libro verdaderamente promete. Tiene algunas carencias, el estilo es muy de “novela popular” y sus personajes algo arquetípicos pero parecen mejor construidos y con mayor profundidad que los de otras muchas “novelas de a duro”. Por lo pronto les aquejan problemas muy humanos y la acción transcurre de un modo muy realista. De todas formas no venía a escribir sobre su argumento (dejaré para eso el blog anexo a este “Bolsilibros de Homo libris”), sino sobre otro de los aprendizajes que nos ofrecen estos libros escritos y publicados, como decía antes, décadas atrás.

Ayer leía lo siguiente en el segundo capítulo del libro:
- Un viaje muy largo –comentó Ángel. Y volviéndose hacia el profesor preguntó-: ¿No hubiera sido más cómodo esperar a que el millonario Mitchel llegara a Nueva York para interviuvarle?
¿Interviuvarle? Está claro que es una castellanización de “interview”, el término inglés para entrevista o, en este caso, entrevistar. ¿Por qué utilizar ese extraño término en lugar de “entrevistar”? Es cierto que en aquella época, escribiendo siempre tras un seudónimo con reminiscencias anglosajonas (y, en particular, norteamericanas) los autores de bolsilibros cometían alguna que otra barrabasada de este tipo. Pero no lo es menos que España se abría al mundo poco a poco y comenzaba a recibir contaminaciones de este tipo provenientes del turismo, la televisión y las publicaciones extranjeras. Extrañado, tomé nota de la palabreja para comentarlo con Azote que, cuando la vi, llegada ya la noche, me dijo que posiblemente sí, sería una adopción del inglés (igual que interviú, que sí que viene directamente del verbo entrevistar inglés) y que en cuanto estuviéramos en casa podría consultarlo en el Nuevo tesoro lexicográfico de la lengua española. Finalmente, he sido yo mismo esta mañana quien me he puesto a investigar un poco sobre el asunto y, curiosamente, me he encontrado con que la palabra “entrevista” está recogida en los diccionarios de la RAE (en concreto, en el Diccionario de la lengua castellana compuesto por la Real Academia Española, reducido a un tomo para su más fácil uso) desde 1791 pero, sin embargo, el verbo “entrevistar” entró a formar parte del mismo en 1970. Por completar la información, “interviú” lo haría en 1984, igual que en “interviuvar” (aunque esta última está propuesta para ser suprimida en posteriores ediciones del diccionario).


"Entrevista" en Diccionario Usual de 1791.

"Entrevistar" en Diccionario Usual de 1970.

"Interviú" e "Interviuvar" en el Diccionario Manual de la Academia, Tomo IV, de 1984.

De este modo, y si no estoy equivocado –corregidme si no es así, pues me consta que hay gente con más conocimiento en estos lares que yo sobre estos temas- si bien es cierto que Enguídanos se adelantó a la entrada de la palabra en el idioma “oficial” no lo es menos que posiblemente su uso estaría más o menos extendido y aceptado en España por aquella época. De hecho, he encontrado una edición del ABC de 1927 donde es usada:

Curiosa esta historia de las palabras y, hoy más que nunca, impresionante el nivel de contaminación que sufre el castellano proveniente de otras lenguas (especialmente del inglés), ¿verdad?

viernes, 25 de junio de 2010

Pensamiento crítico

Conocí a Chomsky en la carrera por la jerarquía que lleva su nombre y que clasifica distintas gramáticas formales que generan lenguajes formales. Después pasé de asociarle exclusivamente a la informática (y, en particular a los traductores, compiladores e intérpretes de lenguajes de programación) a vincularlo a la lingüística y, tanto o más interesante, al activismo político y a la dura (mas bien fundada) crítica a la política exterior estadounidense y de otros países, como Israel.

Estoy leyendo, entre otros, un libro que recopila algunas entrevistas y conversaciones con el autor sobre temas tan interesantes como la solidaridad, los canales mediáticos, la creación de la opinión pública o la relación de EEUU con el resto del mundo. Os dejo un párrafo (uno de tantos, la verdad, estoy incluso pensando en crear una entrada colectiva o nunca pondré al día el blog) que me ha llamado especialmente la atención.

Creo que se aprende haciendo las cosas. Soy un admirador de Dewey desde hace mucho tiempo, desde las experiencias de mi infancia y las lecturas. Se aprende a hacer las cosas observando cómo los demás las hacen. Es así como se aprende a ser un buen carpintero, por ejemplo, y como se aprende a ser un buen físico. Nadie puede enseñarte a ser un buen físico. No se dan cursos de metodología en ciencias naturales. Por ello, un seminario típico de licenciados en ciencias consistiría, simplemente, en hacer que la gente trabajara de forma conjunta, lo que no se diferencia en absoluto del artesano que aprende un oficio trabajando con alguien que se supone que es bueno en él.

La forma correcta de hacer las cosas es no intentar convencer a las personas de que tienes razón sino desafiándolas a que piensen por ellas mismas. No hay ninguna cuestión humana de la que podamos hablar con total seguridad. Incluso en las ciencias naturales exactas esta afirmación es bastante cierta. Ene l caso de las cuestiones humanas, los temas internacionales, las relaciones familiares, etc., lo que puedes hacer es recoger pruebas, agruparlas y contemplarlas desde cierta perspectiva. La forma correcta de proceder, dejando aparte lo que una u otra persona haga, es simplemente motivar a las personas a hacer esto.

En concreto, se trata de mostrar el abismo que separa las versiones corrientes de lo que ocurre en el mundo de lo que las evidencias de los sentidos y las averiguaciones de las personas les muestren cuando empiezan a observarlo. Una de las reacciones más frecuentes es que me digan que no se puede creer nada de lo que les estoy diciendo, que se trata de algo que entra en conflicto con lo que han aprendido y con lo que siempre han creído, y que no tienen tiempo de buscar todas esas notas a pie de página. ¿Cómo saber si lo que digo es cierto? Es una reacción muy natural, y por eso les digo que es una reacción correcta, que no deben creer que lo que les digo es verdad. Las notas a pie de página están ahí para que puedan encontrarlas si así lo quieren pero, si no se toman la molestia, no hay nada que hacer. Nadie va a inyectar la verdad en el cerebro de otros. Es algo que hay que descubrir por uno mismo.

(Noam Chomsky, La propaganda y la opinión pública. Conversaciones con David Barsamian.)

viernes, 18 de junio de 2010

"Mi" Saramago

Han transcurrido exactamente 9 años y un mes desde que pude estrechar su mano. Le admiraba desde años atrás, cuando un amigo me lo descubrió de una forma prácticamente casual. Por aquel entonces mantenía, en Granada, una intensa vida cultural. Junto a algunos amigos y compañeros emitíamos desde una emisora local un programa radiofónico sobre música rock y editábamos una revista homónima que trataba sobre la misma temática: Bajo Cuerda. Pasaba el tiempo y nuestras inquietudes, unidas a la colaboración con la Casa de Jaén en Granada, parieron otro par de revistas. Primero, Fronteras, y posteriormente, Al-Margen, que tuvo una vida sensiblemente más corta que las anteriores. Fue entonces, decía, cuando Leopoldo, que ya había publicado un libro de relatos, me presentó el borrador de su primera novela. La leí con gusto, señalándole aquellos aspectos que llamaban mi atención y creía que podían ser sometidos a reconsideración por su parte. Nos encontrábamos en una de nuestras particulares reuniones, hablando de música, cine o literatura, cuando me enseñó uno de los artículos que había preparado para el siguiente número de Fronteras. Era 1998, José Saramago había recibido recientemente el Premio Nobel de Literatura, y el título de la reseña era “Todos los nombres”. Me habló con tal apasionamiento de la novela, él que era (y es) un enamorado de Kafka, de sus funcionarios grises y del trasfondo metafísico de su obra, que no pude hacer otra cosa que conseguir el libro.

Después de cenar frugalmente, como era su costumbre y la necesidad obligaba, don José se encontró con toda una velada por delante sin tener nada que hacer. Durante media hora todavía consiguió distraerse ojeando algunas de las vidas más famosas de la colección, les añadió unos cuantos recortes recientes, pero su pensamiento no estaba allí, andaba vagando por la oscuridad de la Conservaduría, como un perro negro que hubiese encontrado el rastro del último secreto. Comenzó a pensar que no existía peligro alguno en utilizar simplemente las fichas que tenía de reserva, aunque fuesen apenas tres o cuatro, sólo para ocupar un poco la noche y luego dormir tranquilo. La prudencia intentaba retenerlo, sujetándolo por la manga, pero, como todo el mundo sabe, o debía saber, la prudencia sólo es buena cuando se trata de conservar aquello que ya no interesa, qué mal podría acarrearle abrir la puerta, buscar rápidamente tres o cuatro fichas, bueno, cinco, que es número redondo, dejaría las carpetas de los expedientes para otra ocasión, así evitaba tener que servirse de la escalera. Esta idea acabó de decidirlo. Alumbrando el camino con la linterna en la mano trémula, penetró en la caverna inmensa de la Conservaduría y se aproximó al fichero. Más nervioso de lo que creyera antes, giraba la cabeza a un lado y a otro con desconfianza, como si estuviera siendo observado por millares de ojos escondidos en la oscuridad de los pasillos entre los estantes. Todavía no se había rehecho del choque de la mañana. Tan rápido como le permitieron sus dedos tensos, abrió y cerró cajones, buscando en las diferentes letras del alfabeto las fichas que precisaba, equivocándose una y otra vez, hasta que finalmente consiguió reunir los primeros cinco famosos de la segunda categoría. Ya asustado de verdad, volvió a casa corriendo, con el corazón dándole saltos, como un niño que va a la despensa para robar un dulce y vuelve de allí perseguido por todos los monstruos de las tinieblas. Les dio con la puerta en la cara y cerró con dos vueltas la llave, no quería pensar que aún tendría que volver esa noche a la Conservaduría para colocar las malditas fichas en sus lugares. Con la intención de calmarse, bebió un trago de la botella de aguardiente que guardaba para las ocasiones, tanto las buenas como las malas. Por culpa de la prisa y de la falta de costumbre, dado que en su insignificante vida hasta lo bueno y lo malo habían sido raridad, se atragantó, tosió, volvió a toser, casi sofocado, un pobre escribiente con cinco fichas en la mano, creía él que eran cinco, con el esfuerzo de la tos las había dejado caer, y no eran cinco, eran seis, esparcidas por el suelo, como cualquier persona podrá ver y contar, una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, un único trago de aguardiente nunca produjo este efecto.

Todos los nombres se convirtió en uno de mis libros de cabecera y Saramago en un autor del que comencé a devorar todas sus novelas. Absolutamente todas. Algunas me gustaron más, otras menos, pero todas transmitían parte de su profunda sabiduría, de su forma de entender un mundo injusto que, no por no poder cambiarlo se resistía a dejar de denunciar. Cuando hace unas semanas transcribía en el blog un párrafo de otra obra que me marcó cuando la leí, no podía imaginar que ahora me encontraría aquí, una vez más, escribiendo sobre él con una profunda pena pesándome en el corazón.

Presté mi ejemplar de Todos los nombres a un amigo que no lo estaba pasando bien (mal de amores) sin saber las vueltas que daría la vida posteriormente (aunque lo que llegó pertenecería antes a una novela de Auster que a una de Saramago) y creé un nuevo adicto a las letras del portugués. Unos años después, el 18 de mayo de 2001, lo llevaría debajo del brazo al asistir a la investidura de José Saramago como Doctor “Honoris Causa” por la Universidad de Granada. Cuando le busqué al terminar el acto por los patios del Hospital Real, su mano firme estrechó la mía y un asomo de sonrisa acompañó la firma del libro. Nos despedimos y se dispuso a prestar atención a sus acompañantes.

El libro sigue ahora conmigo, aunque ya no es mío, y al releer algún fragmento del mismo me viene a la mente nuestra querida Lammermoor. Cambian los tiempos, los libros de manos, pero su lectura permanece con nosotros, viva. Crece y se expande y, al menos en los buenos libros, no se queda en la primera que fue, sino que se enriquece con las vivencias, con las diversas experiencias que, día a día, se nos ofrecen.

Ahora, recordándole, pensando en “el Saramago” que conocí (no porque lo tuviera ante mí unos breves minutos, sino por sus libros, claro está) pienso en cuanto hacen falta personas como él en este mundo. Autores comprometidos, que no dudan en denunciar aquello que les parece injusto y ponerse de lado de quienes más sufren.

Se nos fue Saramago, pero no su legado. Ojalá no lo desaprovechemos.

martes, 15 de junio de 2010

Novísimas aventuras de un detective singular

Aquel día, 3 de septiembre, me dirigía a casa de Sherlock Holmes a una velocidad de 26 toesas por minuto. Desde el primer momento me extrañaron dos cosas: lo mal que me había puesto la corbata y la fruición y la ansiedad con que todos los transeúntes devoraban los periódicos matutinos.
Leer a Jardiel Poncela tras unas semanas de exámenes, al finalizar el año académico (al menos, eso se supone) es recibir con nuevo ánimo los tiempos por venir. Ayer me acercaba, una vez más, a estas Novísimas aventuras de Sherlock Holmes que suponen un anticipo de Los 38 asesinatos y medio del Castillo de Hull y en las que el propio Enrique Jardiel suplanta a Watson para deleitarnos con las numerosas ocurrencias de un Holmes muy particular y las exquisitas ilustraciones del autor.

Ya que se trata de un librito bastante discreto en su extensión -no llega ni al centenar de páginas- me apetecía releerlo para recuperar pronto el ritmo del blog y, por qué no, por echar unas risas con su humor absurdo y algo cándido. Lo que no esperaba era comenzarlo y darle fin en la consulta del dentista. Lo llevé ayer conmigo para amenizar con alguno de sus relatos la espera, mas esta se prolongó demasiado y di cuenta de todo el libro intentando inútilmente que una constante sonrisa se dibujase en mi rostro pero logrando, al menos, no prorrumpir en carcajadas ante la atónita mirada del resto de los que allí permanecían a la espera.

Mientras leía el libro no podía dejar de pensar que entre nosotros contamos con una querida autora capaz de llevarnos a la hilaridad; en efecto, hablo de Loquemeahorro. También recordaba una entrada que AD nos regaló hace unos meses y la reflexión a que allí nos invitaba:
Nunca te olvides de sonreír porque el día que no sonrías será un día perdido.
Podría extenderlo diciendo que los días en que no podemos leer, son días perdidos. Así pues...
- Decía antes que ha habido una cosa que me ha impedido comenzar hoy mismo mis trabajos. Esta cosa es, sencillamente, que carezco de un ayudante. ¿Quiere usted ser el ayudante que necesito?
- ¿Yo?
- Usted, sí. Es usted ágil, sabe jugar al ajedrez, mide un metro sesenta de estatura y se llama Enrique. Necesito un ayudante que reúna esas condiciones.
- ¿Y cómo sabe usted que...?
- Porque lo deduzco todo. Ya se irá usted acostumbrando a mis deducciones. He deducido que se llama usted Enrique porque usa calcetines grises.
Feliz lectura, con una sonrisa en los labios.

No sólo de libros...

...vive el Homo libris.

Un brevísimo off-topic en el blog. No he podido resistirme y, aunque Martin me tiene contento (nótese la ironía) con la publicación de A Dance with Dragons, quinta parte de su saga Canción de Hielo y Fuego, hay algunas noticias que despiertan el interés de los enamorados de Invernalia. Entre otras, las relacionadas con la serie de televisión que está preparando la HBO y que alegrarán a más de uno (y de una, especialmente por la aparición de Sean Bean, ¿verdad? ;)).

Os dejo con las primeras imágenes disponibles de la misma, que podéis encontrar en la web que se ha preparado para el proyecto.



Winter is coming... at last.

sábado, 5 de junio de 2010

Los ríos moribundos

Hoy se celebra el Día Mundial del Medio Ambiente y, aunque estas semanas estoy más desaparecido que nunca (ya queda poco, apenas dos, para que vuelva con ganas y ánimo nuevo por aquí) no quería dejar pasar este día para traeros un texto de nuestro querido (y tristemente desaparecido este año) Miguel Delibes. Unos breves párrafos para la reflexión.

Los ríos moribundos, de Miguel Delibes.

"El agravio constante a que sometemos a la naturaleza adopta una de sus expresiones más lamentables en las corrientes fluviales. Hay ríos muertos, como los de las zonas fuertemente indistrualizadas, ríos agonizantes, que son la mayor parte de los de nuestro país, y ríos simplemente enfermos, a los que si no se les presta remedio pasarán a engrosar las largas listas de los dos primeros. Lo que ya no quedan son ríos sanos y, teniendo en cuenta que los ríos ibéricos son poco caudalosos, la noticia de la defunción de nuestras aguas fluviales, de no arbitrarse medidas rápidas y eficaces, no tardará en producirse.

Sorprende, sin embargo, que la Europa comunitaria, atenta siempre a conservar en España la fauna que ellos destruyeron antes en sus países respectivos, se preocupe tan poco de nuestros ríos. La contradicción únicamente es aparente porque ellos disponen de mayores masas fluviales, llevan años velando por su depuración y, en consecuencia, no ven en tanto peligro los peces como el halcón peregrino, el lince o el buitre negro, por poner solamente tres ejemplos de especies en el límite de supervivencia.

[...]

¿Por qué no empezar el proceso de recuperación del medio ambiente saneando nuestros ríos, esos cementerios acuáticos donde apenas sobrevive la carpa cenagosa y escatófaga? Bien es verdad que podríamos empezar por cualquier otra parte: nuestros bosques, nuestra atmósfera, nuestro Mediterráneo, nuestras basuras... Lo que apunto es la urgencia, la necesidad de empezar pronto y por algún lado. Nuestra dejadez en este terreno no debe ir más lejos de donde ha ido; urge poner un límite.

[...]

No lo olvidemos y pongámonos sin dilación a la tarea."
La imagen que ilustra la entrada pertenece al "río" (duele llamarlo así) Citarum, posiblemente el más contaminado de la Tierra. Por desgracia, no hace falta ir hasta Indonesia para ver que no tratamos como debiéramos a los ríos, dadores de vida.

martes, 1 de junio de 2010

Cuando no hay elección posible

Los libros, las más de las veces, barruntan verdades que pueden transformarse en realidades en cualquier momento, aunque tomen particulares formas...
En las casas, en los cafés, en las tabernas y en los bares, en todos los lugares públicos y privados donde hubiese un televisor o una radio, los habitantes de la capital esperaban, más tranquilos unos que otros, el resultado final del escrutinio. Nadie compartía confidencias con su vecino acerca de su voto, los amigos más cercanos guardaban silencio, las personas más locuaces parecían haberse olvidado de las palabras. A las diez de la noche, finalmente, apareció en televisión el primer ministro. Venía con el rostro demudado, con ojeras profundas, efecto de una semana entera de noches mal dormidas, pálido a pesar del maquillaje tipo buena salud. Traía un papel en la mano, pero casi no lo leyó, apenas le lanzó alguna que otra mirada para no perder el hilo del discurso, Queridos conciudadanos, dijo, el resultado de las elecciones que hoy se han realizado en la capital es el siguiente, partido de la derecha, ocho por ciento, partido del medio, ocho por ciento, partido de la izquierda, uno por cierto, abstenciones, cero, votos nulos, cero, votos en blanco, ochenta y tres por ciento. Hizo una pausa para acercarse a los labios el vaso de agua que tenía al lado y prosiguió, El gobierno, reconociendo que la votación de hoy confirma, agravándola, la tendencia verificada el pasado domingo y estando unánimemente de acuerdo sobre la necesidad de una seria investigación de las causas primeras y últimas de tan desconcertantes resultados, considera, tras deliberar con su excelencia el jefe de estado, que su legitimidad para seguir en funciones no ha sido puesta en causa, ya que la convocatoria ahora concluida era sólo local, y porque además reivindica y asume como su imperiosa y urgente obligación investigar hasta las últimas consecuencias los anómalos acontecimientos de que fuimos, durante la última semana, aparte de atónitos testigos, temerarios actores, y si, con el más profundo pesar, pronuncio esta palabra, es porque los votos en blanco, que han asestado un golpe brutal a la normalidad democrática en que transcurría nuestra vida personal y colectiva, no cayeron de las nubes ni subieron de las entrañas de la tierra, estuvieron en el bolsillo de ochenta y tres de cada cien electores de esta ciudad, los cuales, con su propia, pero no patriótica mano, los depositaron en las urnas.

José Saramago, Ensayo sobre la lucidez.