lunes, 23 de agosto de 2010

Desmintiendo a Keats


There was an awful rainbow once in heaven:

We know her woof, her texture; she is given
In the dull catalogue of common things.
Philosophy will clip an Angel’s wings,
Conquer all mysteries by rule and line,
Empty the haunted air, and gnomed mine -
Unweave a rainbow, as it erewhile made
The tender-person’d Lamia melt into a shade.

John Keats, fragmento de Lamia.

¿Alguien dijo que ciencia y poesía son incompatibles? Richard Dawkins en Destejiendo el arco iris se dispone a demostrarnos cuán equivocados estaríamos si acaso lo pensáramos. Con estas palabras, que el autor se reserva como epitafio, da comienzo el libro:

We are going to die, and that makes us the lucky ones. Most people are never going to die because they are never going to be born. The potential people who could have been here in my place but who will in fact never see the light of day outnumber the sand grains of Arabia. Certainly those unborn ghosts include greater poets than Keats, scientists greater than Newton. We know this because the set of possible people allowed by our DNA so massively exceeds the set of actual people. In the teeth of these stupefying odds it is you and I, in our ordinariness, that are here.
Vamos a morir, y esto es una suerte. La mayoría de gente no tendrá oportunidad de morir porque nunca habrá nacido. Las personas que podrían haberse encontrado aquí en mi lugar y que nunca verán la luz del día son más numerosas que los granos de arena de Arabia. Estos fantasmas no nacidos seguramente incluyen poetas más grandes que Keats y científicos más grandes que Newton. Podemos asegurarlo porque el conjunto de individualidades posibles que permite nuestro ADN excede con mucho el de personas reales. Entre las incontables posibilidades que podrían haberse materializado, somos usted y yo, en nuestra normalidad, los que estamos aquí.

martes, 17 de agosto de 2010

Recuerdos entomológicos

Hay libros que, de intentar catalogarlos de algún modo, no podríamos encajar en la categoría de ficción porque los hechos narrados acaecieron en un momento determinado pero a su vez están narrados de forma tal que nos sumergen en su lectura de forma tal que podrían enfrentarse en un mano a mano o, mejor aún, enzarzarse en una batalla de palabras, con cualquier novela y no perecer en el intento de divertirnos y maravillarnos a un tiempo. Todo dependerá, por supuesto, del interés que despierte en nosotros aquello que nos es contado y del buen hacer del autor que, con tino, sepa encandilarnos con sus palabras. Libros que podrían encajar en lo expuesto podrían ser los de viajes, donde el autor nos lleva de la mano a lugares conocidos o apenas entrevistos o soñados, así como los que me llevan a escribir la entrada de hoy (rompiendo una vez más, no sé si con fortuna o no, esperemos que sí, la palabra dada). Se trata de libros en los que el autor desgrana algunas de sus vivencias pero que no son en modo alguno autobiográficos –o no necesariamente- sino que, de algún modo, nos transmite su pasión por un determinado asunto. Por ejemplo, podría citar (estos sí con cariz marcadamente biográfico) la trilogía de Corfú de Gerald Durrell (Mi familia y otros animales, Bichos y demás parientes y El jardín de los dioses) o algunos de sus libros sobre andanzas naturalistas por el mundo, como Atrápame ese mono o Un zoológico en mi azotea, por nombrar siquiera un par de ellos. Otros libros de este tipo que hayan aparecido por el blog podrían ser El naturalista, de Edward O. Wilson, por ejemplo, o Entre hombres y pájaros. Andanzas de un naturalista, de Tito Narosky que, como podéis apreciar, comparten temática, algo que no extrañará en absoluto a quienes me conozcan un poco o hayan seguido las andanzas del personaje singular que protagoniza este, mi otro blog.


Hace unos días traía a Homo libris un fragmento de un libro que estoy disfrutando de lo lindo. No tendréis que hacer mucho esfuerzo para imaginar una calurosa tarde de verano (agosto, para más referencias, en el hemisferio norte) o una noche no mucho menos tórrida en la que sea complicado conciliar el sueño. Tendríais que verme entonces, departiendo con el padre Saz sobre la necesidad que tienen las avispas del género Eumenes (avispas alfareras) de construir las vasijas que albergarán a su progenie del modo en que lo hacen y que, precisamente, ilustra la fotografía superior, obtenida durante mi última visita a Granada poco antes de hacerme con el libro Costumbres de insectos observadas en plena naturaleza. Es más, como habría sido de esperar por la temática del libro, Eugenio Saz se inspiró para escribirlo en la monumental obra de Jean Henri Fabre, al que podríamos considerar padre de la entomología moderna, y que tantos y tan buenos ratos nos ha dado a los aficionados al estudio de los insectos, Souvenirs Entomologiques (Recuerdos entomológicos), del que cité un párrafo hace apenas unos días en Andanzas de un Trotalomas al recordármelo un vídeo que estuve viendo.

Sin embargo, nada tiene que ver Fabre en la búsqueda del libro del padre Saz. Fue simplemente por casualidad, buscando información sobre mirmecología (la rama de la entomología encargada del estudio de las hormigas) que me topé con una serie de comentarios sobre "curas y hormigas" o la relación entre los sacerdotes y el estudio de la naturaleza y, entre ellos, con un fragmento del segundo tomo de Costumbres de insectos observadas en plena naturaleza del que sencillamente me enamoré (lo reproduciré en una próxima entrada, porque creo que a más de uno le va a encantar). Busqué los libros por Internet (realmente compilaciones de artículos de la Revista Ibérica) y me encontré ante varias ediciones, generalmente incompletas, de los mismos. En una librería localicé los tres primeros pero, tras consultarles, resulta que no tenían el catálogo actualizado y los libros ya no se encontraban disponibles. Finalmente en otra encontré los dos primeros y me hice con ellos en su edición de 1930. Hay que leerlos prácticamente sobre un atril o apoyándolos en una superficie estable, con mimo y cuidado, lo que constituye una experiencia realmente singular de "bibliofilia entomológica", tratando a los libros como ejemplares de insectos que pudieran desmembrarse al menor descuido.

No termina aquí la cosa, ya que de Fabre poseo una edición de La vida de los insectos, una selección de artículos de sus Recuerdos entomológicos, tal y como fue traducida y editada aquí en España. Realmente constituye una serie de textos bastante pequeña respecto a la obra original del autor francés pero que fue uno de los libros que, ya en aquellos remotos tiempos de la E.G.B. despertó en mí la pasión por el estudio de los insectos (del sentimiento del naturalista no guardo memoria de su origen, parece que me acompañase desde siempre) y el comienzo de una particular afición al coleccionismo amateur que trajo por la calle de la amargura a mi sufriente madre durante algunos años. Pues bien, tras conseguir el libro de Saz y recuperar de la estantería el que poseía de Fabre me dediqué a buscar alguna que otra edición antigua (pues están descatalogados desde hace lustros) del resto de volúmenes de las selecciones de Recuerdos entomológicos y esta misma mañana llegaban a casa Costumbres de los insectos y Maravillas del instinto en los insectos, procedentes de un expurgo realizado en la Biblioteca Pública de Puebla de Montalbán, provincia de Toledo (una verdadera lástima para los fondos de la biblioteca y motivo de inmensa alegría para un servidor).


Para terminar con el cúmulo de casualidades, precisamente tenía pensado escribir una entrada en septiembre sobre insectos y literatura, y estos encuentros me están motivando aún más a “volver” y hacerlo, a ver qué os parece. Además, si os resulta de interés podría traer al blog algo más de información sobre J. H. Fabre, ya que sus obras van más allá del tratamiento científico de la entomología y tienen una visión verdaderamente poética del tema.

Sin más, me despido deseándoos una feliz lectura (y esperando, de paso, haber dado cumplida cuenta al comentario de Ascen en la anterior entrada y es que, si bien quería escribir esta, no sabía si publicarla aquí o en mis particulares Andanzas…).

viernes, 13 de agosto de 2010

De cómo la zorra se quita las pulgas

Me consta, me consta que la anterior entrada era una "despedida" hasta septiembre, pero basta y sobra que haga una declaración de intenciones para que surja algo que provoque un cambio de rumbo inesperado. Si digo que quiero escribir cada poco tiempo, todo se tuerce para que no sea así y si, como es el caso, intento apartarme del blog unas semanas para dedicar el tiempo a otros menesteres y volver con fuerzas renovadas, llega a mis manos un libro buscado (realmente se trata de los dos primeros tomos de una publicación de la Imprenta Revista "Ibérica" sobre costumbres de los insectos) y, al comenzar a leerlo con suma delectación, no puedo evitar traeros aunque sea parte del prólogo que avance una de las entradas que tengo pendientes desde hace tiempo y que quiero que sea una de las que vuelvan a abrir el blog dentro de unas semanas.


No me extiendo más. Os dejo con los pensamientos del padre Eugenio Saz y su lectura de Fray Luis de Granada.
En el salón de estudio del Colegio del Salvador, de Zaragoza, estaba yo vigilando a los alumnos de la primera brigada un domingo en tiempo de visitas, cerca del mediodía. Parece muy natural que a aquellas horas no convenga obligar a estudiar a los pobres muchachos, que no tienen sus familias cerca, para poder recibir cada domingo la visita, los regalos y los besos de sus queridos padres. Así que, con muy buen acuerdo, en nuestros colegios se les suele permitir durante aquel tiempo la lectura de algunos libros amenos. 

Frecuentemente se ve ir y venir por el salón a varios alumnos. Unos del pupitre a la estantería, donde están los libros, llevando en la mano el consabido billetito, donde está anotado el título de la obra que desean leer; lo entregan al bibliotecario y éste, una tras otra, va despachando las peticiones con toda solicitud: otros vuelven a su sitio con el libro adquirido, para entregarse a su lectura. Todo esto tiene lugar en medio del más absoluto silencio, a que los buenos colegiales están ya tan acostumbrados.

En estas idas y venidas me llama la atención entre todos uno de los más pequeños, que lleva abrazado un gran mamotreto de tapas de pergamino, que pesa casi tanto como él. Al llegar a su sitio, se sienta muy formal, pone el libro sobre el pupitre, lo abre por el principio, por el fin, por el medio y por un lado y por otro varias veces, sin encontrar, por lo visto, lo que desea. En seguida veo que me mira y que me hace la consabida señal de levantar la mano para pedir algún permiso.

Yo, un poco prevenido, pues aunque se trata de un chico de muy buen corazón y muy piadoso, como es de un natural que parece un manojo de nervios, me pongo en guardia, temiendo no se proponga hacer un poco el payaso, para hacer reír a sus compañeros, y con el rostro algo severo le indico con la cabeza que puede venir.

Él me trae el libro, que pone sobre mi pupitre, y me dice: “Padre, deseo el P. Granada”. – “Pues ya lo tiene V. aquí”, le digo yo, abriendo la portada; porque, efectivamente, aquel libro era un tomo de las obras del P. Fray Luis de Granada. –“Pero aquí no encuentro lo de los animales”, me contesta él, con aire contrariado. –“Yo busco aquello… de cómo la zorra se quita las pulgas… que, según me ha dicho el Sr. Castillo, es tan bonito”. –“Pues vaya, y que el Sr. Bibliotecario le dé otrotomo, aquel que tenga escrito en la portada: Introducción del símbolo de la Fe, y vuelva con él”.

Al poco rato se me presenta muy ufano con el tomo, en el que están las historias de los animales, lo extiende sobre mi mesa, buscamos y encontramos muy pronto aquello “de cómo la zorra se quita las pulgas”, que parece tenía como fascinado a Ricardo Navascués, pues así se llama mi interlocutor.

En la parte primera, capítulo XIV, párrafo primero, comenzamos por leer cómo el cangrejo caza las otras, echándoles una piedrecita para que no puedan cerrar las valvas antes de que llegue el ladrón.

En seguida, mi compañero exclama: “Ya viene la zorra”, al leer esta palabra al lado de la segunda columna: “Cómo la zorra caza los cangrejos y se limpia las pulgas”.

Leemos lo siguiente:

“El cangrejo hurta la carne de la ostra, y la raposa hurta la dese cangrejo, y no con menor artificio. Testigo desto es un monte, que hay en Vizcaya, que entra un pedazo en el mar, en el cual hay muchas raposas. Y la causa desto es la comodidad, que ellas tienen allí para pescar. Mas, ¿de qué manera pescan? Imitan a los pescadores de caña, y no les falta ingenio ni industria para ello. Porque meten casi todo el cuerpo en la lengua del mar; y extienden la cola, que les sirve de caña y de sedal para pescar. Y como los cangrejos, que andan por allí nadando, no entienden la celada, pícanla en ella: entonces, ella sacúdela a gran priesa, y da con el cangrejo en tierra, y allí salta, y lo despedaza, y come. Pues, ¿quién pudiera descubrir esta nueva invención y arte de pescar?”.

Después leemos cómo la zorra sabe también proveerse de mantenimiento para otro día, cuando mata muchas gallinas de una vez; pues sabe enterrarlas, para comérselas cuando le venga el hambre. Y… por fin, viene lo de las pulgas.

“Tiene pues artificio este animal, para despedir de sí las pulgas, cuando le molestan. Mas, ¿de qué manera? Toma en la boca un ramillo, y metiéndose en el agua de algún río o de la ribera de la mar, y tirándose del agua poco a poco hacia atrás, las pulgas, huyendo de la parte del cuerpo, que se está mojando, a la que está enjuta; proceden de esta manera metiéndose ella poco a poco en el agua, hasta llegar a ponérsele todas en la cabeza, la cual ella también de tal modo zambulle en el agua, que no le queda más que los ojos y la boca fuera. Entonces, saltando ellas en el ramillo, que dijimos tener en la boca, suelta el ramo, y salta fuera del agua, libre ya de los enemigos que la fatigaban. Este artificio tan exquisito, ¿quién lo puede enseñar a un animal bruto, sino el Criador? Pues, Señor, ¿qué se os da a Vos que las pulgas sean molestas a una zorra, pues ella es a nosotros tan molesta? Sí da mucho (dirá Él); porque, aunque se me da poco por ese animalejo, va mucho en que los hombres por este y por otros ejemplos entiendan cuán perfecta y cuán universal es mi providencia; pues no hay cosa tan pequeña, a que no se extienda y a que no provea de remedio, aunque sea tan pequeña como esa”.


(P. Eugenio Saz, S. J. Costumbres de insectos observadas en plena naturaleza.)

martes, 10 de agosto de 2010

Vacaciones Santillana


Llegó el calor, el sol brilla más alto y sus rayos nos llegan con más intensidad que nunca. Por delante, dos semanas de vacaciones... Pero, como no podía ser de otro modo tras el complejo año vivido, son unas "Vacaciones Santillana"; con los libros por delante intentando minimizar el impacto que tuvieran el resto de obligaciones sobre el curso escolar (del que no puedo quejarme, por otro lado). Después de estas, otro par de semanitas de trabajo y los exámenes. Desgraciadamente no pude cantar lo mismo que el bueno de Alice Cooper:

Son muchas las entradas que tengo pendientes, algunas de ellas pensadas y repensadas, más otras que apenas se me pasaron por la cabeza y que ni tan siquiera ahora consigo sentarme a escribirlas. ¿Será el bloqueo "de la pantalla el blanco"? ¿O tal vez la ruptura en la continuidad de sentarme a escribir o a leer acaso algo que no tenga que ver con el ámbito académico? En vistas de que sois muchos los que también en estas fechas estáis ausentes he pensado que lo mejor sería ponerme al día en la lectura de entradas de blogs amigos, dedicarme a estudiar a pleno rendimiento y descansar, en lo posible, para volver en septiembre con fuerzas renovadas.

Hasta entonces, que tengáis un feliz verano. Disfrutad, pasadlo bien e id por la sombra...