jueves, 24 de febrero de 2011

Habló Aquiles y dijo...

Es curioso. Han pasado tres años menos tres días y he vuelto a recordar una entrada que escribí en mi blog de informática (en Lobosoft, aunque las antiguas entradas están "archivadas" en otro blog paralelo) por un motivo similar al que inspiró la escritura de aquella. Independientemente de las causas que la originaron, recordar este fragmento de la visión de la Ilíada por Baricco bien ha merecido la pena. Disfrutadlo. Os lo dejo con algo de música como acompañamiento.


Habló Aquiles, diciendo:
Hijo de Laertes, divino de mente astuta, es mejor que hable claro y diga lo que pienso, y lo que sucederá: así nos evitaremos seguir charlando inútilmente. No hay en la tierra ni un solo aqueo que pueda convencerme de que abandone mi ira. No podrá hacerlo Agamenón, ni podréis hacerlo vosotros. ¿Qué provecho obtiene quien combate, siempre, sin tregua, ante cualquier enemigo? El destino es igual tanto para el animoso como para el bellaco, igual es el honor para el valiente que para el cobarde, y mueren igual el holgazán y el esforzado. Nada me queda después de haber sufrido tanto, después de haber arriesgado mi vida en todo momento en el corazón de la batalla. Como un pájaro que lleva a sus polluelos la comida que con tanto esfuerzo ha conseguido, del mismo modo pasé yo muchas noches insomnes, y muchos días dediqué a luchar contra el enemigo en el campo ensangrentado.

[…]

Ve a donde esté Agamenón y refiérele lo que te he dicho, y hazlo en voz alta, delante de todos, de manera que los demás aqueos sepan qué clase de hombre es, para que tengan cuidado, no vayan a ser engañados ellos también. Yo os digo que, por muy desvergonzado que sea, no volverá a tener el valor de mirarme a los ojos. Y yo no iré en su ayuda, ni combatiendo, ni dándole consejo; ya he tenido bastante, que se vaya al diablo, nada puedo hacer si se ha vuelto loco. Él ya nada me importa, y odio sus presentes: aunque me diera diez, veinte veces cuanto posee, aunque me ofreciera tantos bienes como granos tiene la arena, ni siquiera así lograría doblegar mi corazón. Antes tendrá que pagar, hasta el fondo, la horrible ofensa con que me ha herido.

(Alessandro Baricco, Homero, Ilíada)

Lecturas hirsutas

Hace unos días, a través de un comentario realizado por un lector acerca de la obra de Silver Kane, descubrí uno de los blogs de este fan del autor de bolsilibros que me gustó sobremanera. Se trata de Porque las barbas molan, y lo cierto es que la bitácora también. Siempre me gustaron los rostros hirsutos de Verne, Cortázar o Whitman; de Unamuno, Baroja, Hemingway o Valle-Inclán. Nos resulta imposible concebir a Edmundo Dantés y a José Custodio de Faria en el Castillo de If sin ella., ni sin su imponente barba a Gimli, hijo de Glóin, o a Thorin, hijo de Thráin, con su fuerte personalidad. La barba imprime carácter, que podríamos decir.


El caso es que, tras recorrer de principio a fin el mencionado blog, me vino a la mente una obra literaria en particular; un libro que leí hace mucho, mucho tiempo. Su autor no llegó a alcanzar el reconocimiento popular en el mismo grado que otros de sus compañeros, pero su obra llegó a marcarles y a constituirse en un referente del género. Hablo de La Serpiente Uróboros, de E.R. Eddison, quien fue uno de los miembros de Los Inklings, el “club” (nótese el entrecomillado, ya que estas reuniones no venían marcadas por el calendario, regularidad alguna o reglas de cualquier tipo) al que pertenecían J.R.R. Tolkien y C.S. Lewis, entre otros, y en donde debatían sobre literatura, religión o mitología y leían ante los demás algunas de sus creaciones. Los Inklings siempre se me antojaron algo así como un “Club de los poetas muertos” donde los miembros no serían los alumnos de un vetusto colegio sino profesores de una renombrada Universidad. Ustedes me entienden: una compañía idónea para tomar unas pintas y departir durante horas, ¿verdad?

Pero bueno, vayamos al grano. E.R. Eddison terminó su obra mucho antes de que Tolkien iniciase la escritura de su trilogía más renombrada, y lo cierto es que al autor de El Señor de los Anillos le gustó. De Eddison diría en una de sus cartas que era “the greatest and most convincing writer of 'invented worlds' that I have read”, aunque de su obra llegaría a criticar lo arbitrario de la imaginada geografía donde situara su autor el desarrollo de la acción y la nula raigambre filológica de los nombres usados para los personajes. La Serpiente Uróboros nos sitúa en Mercurio, donde una guerra entre los reinos de Demonlandia y Brujolandia (sí, la traducción que se hizo del libro no fue probablemente la más acertada) está a punto de iniciarse. El nombre de este mundo es ciertamente simbólico, pues no en balde Eddison era un enamorado de los clásicos –griegos y romanos, así como de Islandia y de Coleridge, como descubriremos durante la lectura–, como nos hacen intuir el título de la obra (la Serpiente de Uróboros fue considerada uno de los cuatro símbolos de la eternidad por los seguidores de Hermes) y los aspectos mitológicos y épicos de una narración que hace de la epopeya a la que nos acerca una delicia más que recomendable para cualquier aficionado a la literatura fantástica o amante de los clásicos.

Volviendo al tema de las barbas, os preguntaréis el motivo por el cual el blog que mencionaba me recordó a esta obra. Bien, tal vez algunos fragmentos de la misma os lo puedan aclarar:
Y el hijo de Córund fue, y regresó al instante con el señor Gro, que llegó con pasos furtivos pero era hermoso y agradable de ver. Su nariz era ganchuda como una hoz, y sus ojos eran grandes y hermosos como los ojos de un buey, e inescrutables como los de dicho animal. Su complexión era delgada y enjuta. Su tez era pálida, y pálidas eran sus manos delicadas, y su barba larga y negra estaba muy rizada y brillaba como el pelo de un perro perdiguero negro.
Pese a lo que podría parecer, Gro es consciente de la importancia del cuidado personal:
Gro llegó por la terraza desde el norte, vestido de un manto de terciopelo de color pardo con un collar de oro labrado, con hilo de plata; y su barba negra, larga y rizada, estaba perfumada con agua de azahar y angélica.
Más adelante se describe al rey de Brujolandia de esta manera:
En medio de ellos marchaba el rey, con los grandes miembros cubiertos con un manto, como Goldry, y el manto era de seda negra forrada de piel de oso negra y adornada con cangrejos hechos de diamantes. La corona de Brujolandia, en forma de cangrejo repugnante y tan engastada de joyas que no era posible distinguir el hierro de que estaba hecha, le ceñía la frente ceñuda. Su barba era negra e hirsuta, con forma de pala y cerrada; su pelo, muy recortado. Tenía el labio superior afeitado, dejando al descubierto su boca burlona, y de la oscuridad que había bajo sus cejas se asomaban unos ojos que mostraban una luz verde, como los de un lobo.
E incluso los enemigos ostentan hermosos rostros barburdos:
Algunos soldados se despertaron y trajeron luces, y Brándoch Dahá observó al que había atrapado junto a la entrada de la fortaleza, al que tenía sujeto por los brazos. Tenía ojos de animal salvaje asustado, en un rostro moreno; llevaba pendientes de oro y barba cerrada y muy recortada, con hilo de oro entretejido entre sus bucles; iba con los brazos desnudos; llevaba una túnica de piel de nutria y pantalones anchos y peludos entrecruzados de hilo de plata, en la cabeza llevaba una diadema de oro, y su pelo negro y crespo formaba dos coletas que le caían hacia delante, sobre los hombros. Tenía los labios contraídos con mueca de perro gruñón, entre el miedo y la fiereza, y sus dientes blancos y puntiagudos y el blanco de los ojos le relucían a la luz de las antorchas.
El gusto por este atributo facial masculino no se ciñe al ámbito de la novela que nos ocupa, sino que Eddison, en su artículo “A Night Piece on Hair”, también llegó a afirmar que:
En la Inglaterra de hoy, la moda de afeitarse es tan universal, que es posible pasarse meses y años sin contemplar una barba natural. Entre la belleza nativa de una gran barba jamás tocada por la navaja (al decir esto, acaricié la suave negrura asiria de la mía propia) y las barbas recortadas, duras e hirsutas de hoy, que además son, por regla general, barbas de viejos, hay tanta diferencia como entre el olmo majestuoso y sus pobres hermanos podados de Kensington Gardens. Así que la barba ha pasado de ser el adorno principal de la virilidad a ser la insignia de una edad chocha que ya no usa la navaja por pereza: y aquella «flor de la juventud», la pelusa suave e incipiente de las mejillas de un joven que tanto gustaba a los griegos, está tan extinguida en este país como el quebrantahuesos y la avutarda.
Los caminos de la mente son inescrutables, ciertamente, pero me alegra haberme encontrado con ese blog, como os decía, y haber recordado algunas de las andanzas junto al señor Gro, uno de los personajes más carismáticos de los que pueblan los luminosos reinos fantásticos. Espero y deseo que si os acercáis a Mercurio os divirtáis tanto como yo en su día.

¡Feliz lectura!

miércoles, 9 de febrero de 2011

Rompo mi silencio monacal...

... de periodo de exámenes para anunciar a los cuatro vientos (cibernéticos) la felicidad que me embarga. Hace 20 años (que se dice pronto) empecé a leer una de las sagas que más me engancharon, la de Los Hijos de la Tierra, de Jean M. Auel, una serie de libros de aventuras prehistóricas donde compartíamos con Ayla, una joven cromañón criada por una tribu neandertal, alegrías y penas. La serie, a mi parecer, perdía fuerza conforme avanzaban los títulos que la componían, pero en fin, después de cinco libros y dos décadas de espera (tres para quienes empezaran a leer a Auel justo cuando publicó El clan del oso cavernario, el primero de los títulos de la saga) parece ser que llegamos al último de ellos (si Auel lo permite, ya que anunciaba no hace tanto que prepararía un séptimo volumen).


No creo que lo lea de inmediato, ya que esperaré a que lo ponga a la venta Círculo puesto que suyas son las ediciones del resto de libros que poseo, pero de cualquier modo creo que las aventuras de Ayla en la península ibérica (en minúsculas según la nueva ortografía de la RAE... sin comentarios) serán realmente prometedoras.

Por aquí se encuentra el primer capítulo del libro para quien quiera echarle un ojo.

Feliz lectura.

P.S.: Jorgito, no nos hagas lo mismo con Canción de Hielo y Fuego, por favor. ;)