Seguro que, de una forma u otra, muchos de quienes leéis el blog coincidiréis con la afirmación que encabeza la entrada de hoy: “la felicidad es un libro”. Y puede serlo de muchas formas para cualquiera de nosotros: su lectura nos produce placer y nos evade de la realidad, o bien nos la confirma y nos acerca a ella, su tacto o su olor evocan vivencias pasadas, tiempos remotos o emociones que creíamos olvidadas. El de hoy me ha hecho feliz poco a poco, de forma discontinua, y me voy a permitir el recuerdo de momentos pasados, buenos y malos, relacionados con él.
La historia de Gormenghast se remonta a, viejo que es uno, más de dos décadas atrás en el tiempo. Por aquel entonces había leído por vez primera El Señor de los Anillos, quedando fascinado por el heroico mundo de fantasía creado por Tolkien. Quería más y, leídos El Hobbit y El Silmarillion, la oferta de títulos no era demasiado amplia. O tal vez sí, pero no me movía por los círculos adecuados. El caso es que, fiándome del criterio editorial, exploré los fondos de Minotauro encontrándome con un libro embrujador. ¿Por qué me atraía y repelía a un tiempo ese mamotreto encabezado por las palabras “Titus Groan”? La sinopsis del libro, hablaba de un inmenso y laberíntico castillo que a mí se me antojaba de dimensiones borgeanas, de una prosa que se perdía en circunloquios barrocos dándole una sonoridad cuasi poética, donde la palabra, como reflejo, era tan importante como el objeto de la escritura. Finalmente no me hice con los libros y fui demorando su lectura por algún motivo que aún hoy no consigo alcanzar.
Pasaron los años y Minotauro cambió el formato de sus libros. La edición de la trilogía (por mor de inconclusa obra de cinco volúmenes) de Mervyn Peake vino acompañada por un cambio en el formato de los libros, pasando de una edición en tapa dura a otra en rústica, y es que Minotauro tardó más de 15 años en sacar a la luz en castellano la segunda parte de Titus Groan, esto es, Gormenghast, con el consecuente cambio de enfoque en la imagen y diseño de sus colecciones. Los libros seguían en mi siempre creciente lista infinita de lecturas pendientes, y fue entonces cuando finalmente leí Titus Groan y me encantó, pero ¡ay!, cuando decidí hacerme con el resto de títulos los habían descatalogado. Gracias a la inopia en que había estado sumido no me había enterado de la desaparición de los libros.
Comencé a buscar la trilogía, conseguí Titus Solo, el tercero de la serie, pero de Gormenghast no había ni rastro. Localicé incluso una web donde lo vendían, me puse en contacto con la empresa y me convencieron de que sí, podían conseguirlo. Así que lo pedí junto a Titus Groan, pagué mediante PayPal... y comenzaron los problemas. Estos impresentables (Gisicom, por si a alguien le corroe la duda de quiénes serán) no solo no me enviaron el libro sino que comenzaron a darme largas diciéndome que lo conseguirían, terminaron por enviarme Titus Groan pero de Gormenghast nada más se supo. De aquel largo mes y medio de reclamaciones y conversaciones cruzadas guardo el recuerdo de unos cuantos correos electrónicos y de una conversación telefónica donde el teléfono ofrecido por la “empresa” era el de la madre de la novia de la persona que había respondido a los emails (WTF?). No siempre los problemas de compras por Internet terminan bien, aunque finalmente recuperé el dinero correspondiente al segundo de los libros, el que no me habían enviado, tras abrirles una disputa en PayPal, e incluso perdí una comisión en la transacción que me cobró la compañía al recibir el dinero en una cuenta para compras, pero bueno… se solucionó y me quedé sin Gormenghast.
Comencé a buscar la trilogía, conseguí Titus Solo, el tercero de la serie, pero de Gormenghast no había ni rastro. Localicé incluso una web donde lo vendían, me puse en contacto con la empresa y me convencieron de que sí, podían conseguirlo. Así que lo pedí junto a Titus Groan, pagué mediante PayPal... y comenzaron los problemas. Estos impresentables (Gisicom, por si a alguien le corroe la duda de quiénes serán) no solo no me enviaron el libro sino que comenzaron a darme largas diciéndome que lo conseguirían, terminaron por enviarme Titus Groan pero de Gormenghast nada más se supo. De aquel largo mes y medio de reclamaciones y conversaciones cruzadas guardo el recuerdo de unos cuantos correos electrónicos y de una conversación telefónica donde el teléfono ofrecido por la “empresa” era el de la madre de la novia de la persona que había respondido a los emails (WTF?). No siempre los problemas de compras por Internet terminan bien, aunque finalmente recuperé el dinero correspondiente al segundo de los libros, el que no me habían enviado, tras abrirles una disputa en PayPal, e incluso perdí una comisión en la transacción que me cobró la compañía al recibir el dinero en una cuenta para compras, pero bueno… se solucionó y me quedé sin Gormenghast.
Durante los dos años (casi exactos, por cierto) que han transcurrido desde esa mala experiencia, he seguido buscando periódicamente en Uniliber y he preguntado por el libro en cada librería de ocasión o feria del libro que ha pasado por mi camino. He de admitir que el placer de “la caza” me encanta, y considero que es parte de esa felicidad que nos regalan los libros. Pero el tiempo pasaba y todo parecía confirmar mi sensación inicial: iba a tardar bastante en localizar un rastro a seguir. Encontrar el libro no iba a ser cuestión de semanas ni de meses.
El fin de semana pasado, sin embargo, ocurrió algo particular. El viernes fue el “Día de leer a Tolkien” y, gracias a que desde numerosos blogs compartimos breves fragmentos de la obra del genial filólogo, tuve la oportunidad de recordar los sentimientos y emociones que me embargaron cuando los leí. El sábado, además, escuchando a Loreena McKennitt, estuve pensando en la melancolía que embarga El Señor de los Anillos y cómo se transmite a los lectores; el anhelo de un mundo que desaparece, el del libro que nunca querríamos dejar de leer, el de los amigos –ficticios pero más reales que muchas personas– que nunca nos abandonarán. Este tema, como tantos otros relacionados con la obra de Tolkien, merecería una entrada propia, así que no abundaré de momento en él. Lo interesante es que, a raíz de este pensamiento recordé el castillo de Gormenghast y a los inolvidables personajes que lo habitan; Excorio, Vulturno, el doctor Prunescualo, Fucsia, Lord Sepulcravo, el propio Titus... Volvieron a mi mente como el reclamo perfecto y me di cuenta de un detalle: no era yo quien cazaba al Gormenghast libro, sino que el Gormenghast castillo me había atrapado para siempre.
Casi dando el tiempo por perdido, volví a buscar en Internet. No podía ser. Allí estaba, el último de la lista. Una nueva entrada para Gormenghast aparecía como resultado de la búsqueda, junto a una edición en catalán y un ejemplar inexistente en una librería que no actualiza desde hace tiempo su catálogo en Uniliber (apareciendo siempre, en estos dos largos años, para alimentar una esperanza que se desvanecía en cuanto comprobaba que se trataba de los dos registros de siempre). En una librería zaragozana de valleinclanesco nombre afirmaban contar con un ejemplar del libro. Les escribí para confirmarlo. Después, pensándolo mejor, formulé el pedido. Anteayer recibía una llamada telefónica para confirmarme la recepción del pedido y que contaban con el ejemplar. La feria del libro que se está celebrando en Zaragoza estos días les habían mantenido ocupados y no habían podido responderme antes. Procedían a enviarme el libro, pues, y ayer por la mañana llegaba a casa.
Casi dando el tiempo por perdido, volví a buscar en Internet. No podía ser. Allí estaba, el último de la lista. Una nueva entrada para Gormenghast aparecía como resultado de la búsqueda, junto a una edición en catalán y un ejemplar inexistente en una librería que no actualiza desde hace tiempo su catálogo en Uniliber (apareciendo siempre, en estos dos largos años, para alimentar una esperanza que se desvanecía en cuanto comprobaba que se trataba de los dos registros de siempre). En una librería zaragozana de valleinclanesco nombre afirmaban contar con un ejemplar del libro. Les escribí para confirmarlo. Después, pensándolo mejor, formulé el pedido. Anteayer recibía una llamada telefónica para confirmarme la recepción del pedido y que contaban con el ejemplar. La feria del libro que se está celebrando en Zaragoza estos días les habían mantenido ocupados y no habían podido responderme antes. Procedían a enviarme el libro, pues, y ayer por la mañana llegaba a casa.
Así, con el henchido orgullo de un inmerecido padre, no he podido más que sentarme a escribir esta entrada para compartir con vosotros la alegría y felicidad que me ha proporcionado este hecho, ya que en su día lo hice por la indignación compartida provocada por las descatalogaciones de los libros que más nos gustan.
¡Feliz lectura!