miércoles, 29 de junio de 2011

Día Mundial del Árbol

Algo rezagado llego a este 28 de junio, Día Mundial del Árbol. El día se me pasó volando y aunque tenía intención de escribir algo para Andanzas de un Trotalomas finalmente no pude hacerlo. Fue a través del blog de Silvia que recordé mi "obligación", y al menos quería traer un par de fragmentos de Delibes donde plasma con hermosura lo vinculados que han estado siempre los árboles a la vida de los pueblos, de sus gentes, y recordar lo olvidados que les tenemos hoy día.
El tendido de luz desciende del páramo al llano y, antes de entrar en el pueblo, pasa por cima de la nogala de la tía Bibiana. De chico, si los cables traían mucha carga, zumbaban como abejorros y, en estos casos, la tía Marcelina afirmaba que la descarga podía matar a un hombre y cuanto más a un mocoso como yo. Con la llegada de la electricidad, hubo en el pueblo sus más y sus menos y a la Macaría, la primera vez que le dio un calambre, tuvo que asistirla don Lino, el médico de Pozal de la Culebra, de un acceso de histerismo. Más tarde el Emiliano, que sabía un poco de electricidad, se quedó de encargado de la compañía y lo primero que hizo fue fijar en los postes unas placas de hojalata con una calavera y dos huesos cruzados para avisar del peligro. Pero lo más curioso es que la tía Bibiana, desde que trazaron el tendido, no volvió a probar una nuez de su nogala porque decía que daban corriente. Y era una pena porque la nogala de la tía Bibiana era la única del pueblo y rara vez se lograban sus frutos debido al clima. Al decir de don Benjamín, que siempre salía al campo sobre su Hunter inglés seguido de su lebrel de Arabia, semicorbato, con el tarangallo en el collar si era tiempo de veda, las nueces no se lograban en mi pueblo a causa de las heladas tardías. Y era bien cierto. En mi pueblo las estaciones no tienen ninguna formalidad y la primavera y el verano y el otoño y el invierno se cruzan y entrecruzan sin la menor consideración. Y lo mismo puede arreciar el bochorno en febrero que nevar en mayo. Y si la helada viene después de San Ciriaco, cuando ya los árboles tienen yemas, entonces se ponen como chamuscados y al que le coge ya no le queda sino aguardar al año que viene. Pero la tía Bibiana era tan terca que aseguraba que la flor de la nogala se chamuscaba por la corriente, pese a que cuando en el pueblo aun nos alumbrábamos con candiles ya existía la helada negra. En todo caso, durante el verano, el autillo se asentaba sobre la nogala y pasaba las noches ladrando lúgubremente a la luna. Volaba blandamente y solía posarse en las ramas más altas y si la luna era grande sus largas orejas se dibujaban a contraluz. Algunas noches los chicos nos apostábamos bajo el árbol y cuando él llegaba le canteábamos y él entonces se despegaba de la nogala como una sombra, sin ruido, pero apenas remontaba lanzaba su «quiú, quiú», penetrante y dolorido como un lamento. Pese a todo nunca supimos en el pueblo dónde anidaba el autillo, siquiera don Benjamín afirmara que solía hacerlo en los nidos que abandonaban las tórtolas y las urracas, seguramente en el soto, o donde las chovas, en las oquedades del campanario.
[...]
Al pie del cerro que decimos el Pintao -único en mi pueblo que admite cultivos y que ofrece junto a yermos y perdidos redondas parcelas de cereal y los pocos majuelos que perviven en el término- se alzan los chopos que desde remotos tiempos se conocen con el nombre de los Enamorados. Y no cabe duda, digan lo que quieran los botánicos, que los árboles en cuestión son macho y hembra. Y están siempre juntos, como enlazados, ella -el chopo hembra- más llena, de formas redondeadas, recostándose dulcemente en el hombro de él -el chopo macho-, desafiante y viril. Allí, al pie de esos chopos, fue donde la exhalación fulminó a la mula ciega de Padre el año de los nublados. Y allí, al pie de esos chopos, es donde se han forjado las bodas de mi pueblo en las cinco últimas generaciones. En mi pueblo, cuando un mozo se dirige a una moza con intención de matrimonio, basta con que la siente a la sombra de los chopos para que ella diga «sí» o «no». Esta tradición ha terminado con las declaraciones amorosas que en mi pueblo, que es pueblo de tímidos, constituían un arduo problema. Bien es verdad que, a veces, de la sombra de los Enamorados sale una criatura, pero ello no entorpece la marcha de las cosas pues don Justo del Espíritu Santo nunca se negó a celebrar un bautizo y una boda al mismo tiempo. En mi pueblo, digan lo que digan las malas lenguas, se conserva un concepto serio de la dignidad, y el sentido de la responsabilidad está muy aguzado. Según decía mi tía Marcelina, en sus noventa y dos años de vida no conoció un mozo que, a sabiendas, dejara en mi pueblo colgada una barriga. Pocos pueblos, creo yo, podrán competir con esta estadística.
Miguel Delibes, Viejas Historias de Castilla la Vieja.

Me gustaría también compartir con vosotros una hermosa escena del episodio "El águila perdicera (II)" de la serie documental "El hombre y la Tierra", del gran amigo de Delibes, Félix Rodríguez de la Fuente. En particular, id al minuto 19:35 del vídeo y disfrutad.

lunes, 27 de junio de 2011

Últimas lecturas y novedades

Aproveché la época previa a los exámenes para ir adelantando algunas de las lecturas livianas que vendrían a preceder a las que me proponía emprender en verano. Quienes seguís el blog habitualmente habréis podido ver que ha sido una época de sequía en lo tocante a escritura, con apenas alguna que otra entrada, en ocasiones redactada en apenas unos momentos o trayendo a colación algún párrafo que me había gustado o llamado la atención. No ha sido este un mal endémico de este blog, sino que ha enraizado también en el resto de los que escribo. De ahí que no hace tanto plantease aquí mis dudas existenciales sobre si sería mejor unirlos o no, sobre si merecía la pena continuar en estas circunstancias. No quiero, ni lo merece el blog ni quienes lo leéis, que languidezca durante un largo periodo hasta ser abandonado finalmente. No es mi intención tampoco esa y de algún modo tendré que encontrar el tiempo necesario para dedicarle la atención que merece.

Por lo pronto, y por dar zanjado el periodo previo e ir avanzando el estival, junto a la anterior entrada donde presentaba algunas de mis próximas lecturas os traigo esta, dedicada a unas pocas de cuantas me han acompañado estos meses.

Andaba releyendo a Thoreau cuando surgió el movimiento en torno al 15M que tanta tinta ha hecho correr. No podría haber hecho una elección mayor, y en varias ocasiones traje aquí o dejé en Andanzas de un Trotalomas algunos fragmentos de su obra, y hoy dejo uno final, que quise reproducir semanas atrás y para el que no encontré el momento:
Después de todo, la autentica razón de que, cuando el poder está en manos del pueblo, la mayoría acceda al gobierno y se mantenga en él por un largo período, no es porque posean la verdad ni porque la minoría lo considere más justo, sino porque físicamente son los más fuertes. Pero un gobierno en el que la mayoría decida en todos los temas no puede funcionar con justicia, al menos tal como entienden los hombres la justicia. ¿Acaso no puede existir un gobierno donde la mayoría no decida virtualmente lo que está bien o mal, sino que sea la conciencia? ¿Donde la mayoría decida sólo en aquellos temas en los que sea aplicable la norma de conveniencia? ¿Debe el ciudadano someter su conciencia al legislador por un solo instante, aunque sea en la mínima medida? Entonces, ¿para qué tiene cada hombre su conciencia? o creo que debiéramos ser hombres primero y ciudadanos después. Lo deseable no es cultivar el respeto por la ley, sino por la justicia. La única obligación que tengo derecho a asumir es la de hacer en cada momento lo que crea justo. Se ha dicho y con razón que una sociedad mercantil no tiene conciencia; pero una sociedad formada por hombres con conciencia es una sociedad con conciencia.
[...]
Las votaciones son una especie de juego, como las damas o el backgammon que incluyesen un suave tinte moral; un jugar con lo justo y lo injusto, con cuestiones morales; y desde luego incluye apuestas. No se apuesta sobre el carácter de los votantes. Quizás deposito el voto que creo más acertado, pero no estoy realmente convencido de que eso deba prevalecer. Estoy dispuesto a dejarlo en manos de la mayoría. Su obligación por tanto, nunca excede el nivel de lo conveniente. Incluso votar por lo justo en no hacer nada por ello. Es tan sólo expresar débilmente el deseo de que la justicia debiera prevalecer.
Henry D. Thoreau, Desobeciencia civil.
Con el devenir de los acontecimientos, y habiendo leído el alegato de justicia de Stephane Hessel, ¡Indignáos!, me dispuse a leer un libro que recopila artículos de varios pensadores y periodistas. Se trata de Reacciona, una obra colectiva promovida por Rosa María Artal y que cuenta en su haber con autores de la talla de Hessel (el ilustre prologuista), José Luis Sampedro, Federico Mayor Zaragoza, Ignacio Escolar… Pienso que a nuestros desaparecidos Saramago y Sábato les habría gustado estar ahí, y que desde su recuerdo nos instan a reaccionar, a actuar.

Reacciona se lee con avidez, no aburre a fuerza de dar datos y más datos e invita a seguir investigando, a profundizar en los orígenes de la situación en que nos encontramos actualmente y a ponerle remedio. Somos muchos los que llevamos pidiendo este cambio, intentando hacer que la gente despierte y vea el inmenso poder que tiene en sus manos gracias a su capacidad de decisión. La del 15M fue una chispita pero hay que conseguir que el fuego prenda, que la sociedad desee decidir sobre su futuro y ejerza su derecho a hacerlo (sin menoscabar el de quienes están por venir, por supuesto).

También estuve terminando en esos días el último libro de artículos de Pérez-Reverte, Cuando éramos honrados mercenarios. Lo comencé, creo, durante los exámenes de febrero, y me ha venido acompañando durante todo este tiempo. Con los libros de artículos de don Arturo me ocurre siempre así: devoro de un tirón un año completo de artículos o dejo el libro olvidado y voy leyendo un par de ellos o tres de cuando en cuando. Me ha gustado, no obstante, y lo recomendaría sin dudar por la mala baba que rezuma y lo irónico de su pluma. Algo demagoga en algunas ocasiones, sí, pero siempre afilada y dispuesta a zaherir a politicuchos de poca altura y gentes de dudosa honra. Eso sí, he notado que con los años Pérez-Reverte se ha vuelto más oscuro, que sus artículos muestran, si cabe, un mayor desencanto hacia el hombre, aunque siga arrancándonos una sonrisa cuando, con la aguda mirada del que vivió informando, nos invita a compartir pequeños momentos con los personajes singulares que va conociendo en sus andaduras.

Por último, y aunque dejo alguna lectura en el aire, terminé con el libro de Misha Defonseca, Sobrevivir con lobos. Me lo prestó, hace ya demasiado tiempo como para que sea digno hacerlo público, mi amigo Alberto. Ya me avisaba de que a él no le había gustado demasiado pero, como somos amigos de cuanto tiene que ver con el hermosísimo cánido, quería leerlo también. Lo cierto es que el libro es emotivo y nos lleva a la infancia de una niña que, caída en desgracia cuando los nazis invaden su país, ha de sobrevivir sola en el bosque con lobos que son más humanos que quienes se expanden por Europa aquellos días. Tiempo después se demostró que la historia que la autora nos quiso hacer creer real no era más que una ficción, una novela que habría sido curiosa pero que queda en una farsa que busca el éxito (que lo tuvo, y mucho, en su día) a expensas del holocausto.

Y poco más. Tras esta última entrada rápida espero zanjar un periodo. No sé con qué periodicidad publicaré entradas aquí o en el resto de blogs, pero voy a intentar (aunque a veces me pueda la impaciencia y aproveche cualquier hueco para publicar algo) que las entradas vuelvan a ser más elaboradas, más cuidadas, y releerlas al menos antes de “entregarlas a imprenta”.

¡Feliz lectura!

martes, 14 de junio de 2011

75+25=100 (% calidad)

Los primeros recuerdos que tengo de Borges no son sobre él en exclusiva sino compartidos con Bioy Casares y vienen a mi memoria a través del pseudónimo H. Bustos Domeq. Fueron los Seis problemas para don Isidro Parodi escritos a cuatro manos los que me acercaron al autor argentino, al que seguí posteriormente con suma delectación a lo largo de los años. He amado a Borges y a sus laberintos reales, imaginarios, en forma de biblioteca o trazados sobre la piel de un tigre, adoro sus cuentos y ya le entroné como fabulista mayor del reino de la fantasía junto a Poe, Hawthorne o el propio Cortázar.

Cantaba Gardel que veinte años no es nada y han transcurrido cinco más desde que Jorge Luis nos dejó para siempre. Con su mirada triste, finalmente perdida, supo hurgar en lo más profundo del ser humano, en sus sueños y anhelos de mil y una noches compartidas a la luz de las velas. Y hoy, antes de que acabe el día, quería recordarle a través de una (o dos) de sus poesías.
El mar

Antes que el sueño (o el terror) tejiera
mitologías y cosmogonías,
antes que el tiempo se acuñara en días,
el mar, el siempre mar, ya estaba y era.

¿Quién es el mar? ¿Quién es aquel violento
y antiguo ser que roe los pilares
de la tierra y es uno y muchos mares
y abismo y resplandor y azar y viento?

Quien lo mira lo ve por vez primera,
siempre. Con el asombro que las cosas
elementales dejan, las hermosas

tardes, la luna, el fuego de una hoguera.
¿Quién es el mar, quién soy? Lo sabré el día
ulterior que sucede a la agonía.
Comencé a leer a Chesterton un poco antes que a Borges, pero como ocurrió con este último, fue a través de sus cuentos  policíacos, ahora sobre el Padre Brown. Podría tener alrededor de diez u once años y el gran Holmes ya me había marcado por aquel entonces, al igual que ciertos crímenes inexplicables en la Rue Morgue. Ávido de misterios por resolver, el candor del sacerdote de Chesterton me encandiló y me dediqué a acompañarle en sus pesquisas a lo largo de varios tomos de cuentos. A Chesterton le recordamos hoy en el 75 aniversario de su fallecimiento


Al igual que me ocurriera con Borges, cuanto más fui leyendo a Chesterton más me fue gustando, y aunque siempre estuvo presente la “semillita” policíaca del acercamiento inicial, lo cierto es que la obra de ambos genios trasciende más allá de este género y los hace simplemente imprescindibles.
King Guthrum was a dread king,
Like death out of the north;
Shrines without name or number
He rent and rolled as lumber,
From Chester to the Humber
He drove his foemen forth.

The Roman villas heard him
In the valley of the Thames,
Come over the hills roaring
Above their roofs, and pouring
On spire and stair and flooring
Brimstone and pitch and flames.

Sheer o'er the great chalk uplands
And the hill of the Horse went he,
Till high on Hampshire beacons
He saw the southern sea.

High on the heights of Wessex
He saw the southern brine,
And turned him to a conquered land,
And where the northern thornwoods stand,
And the road parts on either hand,
There came to him a sign.

The Ballad of the White Horse, G. K. Chesterton (fragmento).
¿Qué leísteis de Borges y de Chesterton? ¿De qué género de cuantos abarcaron os gustó más su producción literaria? ¿Alguna recomendación al respecto?

lunes, 13 de junio de 2011

Palabra de visionario

Tras comenzar el pasado fin de semana la relectura de La isla misteriosa, ayer comentaba con Azote las -no por esperadas menos sorprendentes- sensaciones que estaba provocándome el libro al acercarme a él habiendo transcurrido tanto tiempo desde la primera vez que lo leí.

Hablábamos sobre Verne y su archiconocida capacidad visionaria, ya que en lo tocante a avances tecnológicos grandes aciertos suyos fueron materializándose conforme avanzaba el siglo que le vio morir. La llegada del hombre a la Luna posiblemente sea uno de los más sonados y, pese a que como es sabido usaba para documentarse simples libros de divulgación científica, el uso de una envidiable imaginación -dentro de los parámetros establecidos por su editor Hetzel, que tanto constriñeron su labor creativa- compensaba las limitaciones que pudieran existir, hasta el punto de que por el buen tino de sus predicciones el bueno de Jules, Julio para los españoles de mi época, en ocasiones daba algo de miedo.

Verne se fue convirtiendo en un pesimista a lo largo de su vida, perdiendo cada vez más la esperanza en el hombre y en que este diera buen uso a los constantes avances científicos de la época que le tocó (nos tocó, más adelante y de forma acelerada) vivir. Aunque su escepticismo no llegó con la madurez, como parece que vino a demostrar la escritura de esta obra de juventud, París en el siglo XX. Hetzel nunca la publicaría al considerarla demasiado crítica y pesimista con el progreso, una actitud poco idónea para las mentes juveniles que constituían el mercado para el que debía trabajar Verne. El título quedó inédito, guardado en un cajón hasta hace apenas unos años. Y una vez más parecía que su visionaria imaginación no iba por mal camino (desgraciadamente) cuando la escribió.


Recordando el capítulo inicial de su novela perdida, en un mundo en el que el chino comenzaba a ser una lengua dominante en el planeta y la sociedad "avanzada" aparece masificada, no puedo más que estremecerme al acercarme a los párrafos siguientes que, por este motivo, he querido invitaros a leer aquí.
Debemos confesar que el estudio de las humanidades y de las lenguas muertas (incluido el francés) se había sacrificado bastante; el latín y el griego no sólo eran lenguas muertas, sino enterradas; existía aún, por mantener las formas, alguna clase de literatura, con pocos alumnos, de poca envergadura y muy mal considerada. Los diccionarios, los textos, las gramáticas, las antologías y las ediciones criticas, los autores clásicos, toda la panoplia de De Viris, de los Quintus Curcius, de los Saustius, de los Titus Livius, se pudría tranquilamente en las estanterías de la antigua casa Hachette. Pero las nociones de matemáticas, los tratados descriptivos de mecánica, de física, de química, de astronomía, de comercio, de finanzas, de artes industriales, todo lo relacionado con las tendencias especulativas del momento, circulaba en miles de ejemplares.
[...]
No vamos a insistir en el floreciente estado del Crédito Instruccional; las cifras lo dicen todo, según un proverbio de los banqueros.
Hacia fines del siglo pasado, la Escuela Normal estaba en franca decadencia; se presentaban pocos jóvenes a quienes la vocación condujera a las letras; ya se habían visto muchos casos en que los mejores abandonaban el atuendo de profesor para precipitarse en la multitud de periodistas y autores; pero un espectáculo tan molesto ya no se reproducía: hacía diez años que los estudios científicos se abarrotaban de candidatos a los exámenes de ingreso de la Escuela.
Pero si de una parte los últimos profesores de griego y latín terminaban de extinguirse en sus clases abandonadas, ¡qué posición, de otra parte, las de los señores titulares de ciencias, y cómo se pavoneaban afectando distinción! 
Las ciencias se dividían en seis ramas: existía el jefe de la división de matemáticas con los subjefes de aritmética, geometría y álgebra; el jefe de la división de astronomía, el de mecánica, el de química y, en fin, el más importante, el jefe de la división de ciencias aplicadas con sus subjefes de metalurgia, de construcción de fábricas, de mecánica y de química aplicada a las artes.
Jules Verne, París en el siglo XX.
Lo que relata Verne me recuerda a tantas conversaciones mantenidas, a los alegatos por una educación más completa, más digna, que me parece inconcebible e incompleta sin las letras, sin la cultura clásica, sin las raíces de la civilización. Posiblemente vuelva a este libro cuando termine La isla misteriosa. Creo que merece la pena incluirlo en la lista de títulos “indignados” con un sistema cada vez menos justo.

Nota: La imagen que ilustra esta entrada pertenece a la iniciativa de L'Extraordinarie Uchronie, tomada vía Microsiervos.

viernes, 10 de junio de 2011

¿Qué no es un blog? Nuevo "IMM"

Últimamente acaricio secretamente la idea de dar un giro al blog, de insuflarle de algún modo un hálito de vida cuando más falto de la misma aparece al abrirlo en el navegador para comprobar que un par de semanas separan la entrada previa de la que estoy escribiendo. No concibo a día de hoy acabar con él, pero resulta a todas luces visible que no puedo dedicarle el mismo tiempo que antaño, tanto por las diversas obligaciones diarias como por la dispersión a la que tiendo en ocasiones, repartiendo mi atención entre diversas temáticas circunscritas a varios blogs. Lo cierto es que no sé cómo imprimir el impulso para llegar al cambio deseado, aunque espero que el verano que se aproxima me lleve a hacerlo. Compruebo que incluso entradas que deseaba escribir, y a las que debía dedicarles más tiempo de lo habitual (por la labor de investigación o documentación subyacente) pero que me ilusionaban especialmente, quedan relegadas al olvido cuando no a cierto remordimiento subconsciente por no haberlas convertido en realidad.

Cuando hace unas semanas leía la entrada de Lammermoor, “¿Para qué sirve un blog?”, y días después charlaba a través de Twitter con, entre otras personas, Elwen y Lady Boheme sobre lo que nos motiva a escribir en los blogs, coincidía en algunos aspectos (todos tenemos los propios y personales, aun cuando muchos de ellos sean compartidos por tantos de nosotros) con todas ellas. Y pensaba, además de que me estoy convirtiendo en un lector silente de tantos de vuestros blogs, algo que quiero cambiar en breve, en lo que no me motivó a plasmar sobre el internet mis pensamientos. No el sentimiento de obligación de escribir, sino su disfrute; nunca una exposición de verdades absolutas, sino un libre fluir de pensamientos deseosos de ser rebatidos o reforzados… Siempre, sí, un intento de compartir deseos, anhelos, aficiones y amor, en el caso particular que nos ocupa, por los libros. De conocer a gente interesante, de la que aprender. Y si consideran interesante mi propio blog, mejor que mejor. En este sentido tengo que agradecer (no como debo ni se merece, pero sí que quería hacerlo público) a Silvia el último premio otorgado al blog (a los blogs, realmente, pues a Andanzas de un Trotalomas le dio el premio “Tu blog me inspira” y a Homo libris y Lobosoft el “Sunshine Award”). Viniendo de ella es todo un honor haber recibido esas distinciones. Muchas gracias, Silvia.

Por lo demás, pasado el periodo de exámenes y hasta que comience a preparar mi “tercera fase” de evaluaciones, tengo unas cuantas lecturas a la vista. De las que he ido acometiendo en este tiempo tal vez cuente algo en una próxima entrada, de forma conjunta. Os presento las próximas.

A Never Cry Wolf le tenía muchas, muchas ganas. Hace un par de años conocí el libro a través de una amiga bióloga y conseguí hacerme con él gracias a un fortuito (y afortunado) encuentro en la librería de Torremolinos que tanto me gusta. En esta novela Farley Mowat narra cómo llegó a conocer profundamente a los lobos durante su larga estancia en el Ártico. Creo que Debate llegó a editar el libro en castellano hace 25 años pero no he encontrado ningún ejemplar en nuestro idioma.

Dickens, aunque para Azote sea “la Corín Tellado” de la Inglaterra decimonónica, siempre ha sido un autor muy querido para mí. En la misma librería me topé con un precioso ejemplar de The Old Curiosity Shop, en una edición de año indeterminado (una anotación interior hace referencia a 1888, aunque me temo que no es tan antigua; más bien parece de principios del XX por lo que he podido averiguar, aunque hay una muy similar de 1896 por lo que no descarto por completo la fecha indicada). Con sus ilustraciones, de cualquier modo, y su precioso formato, va a ser una delicia leerlo.


El siguiente libro es fruto del descubrimiento de un autor, digamos, peculiar. Gracias a mi afición pulposa descubrí a través del blog Acotaciones de un lector de folletines a Harry Stephen Keeler. Tanto llamó mi atención que seguí investigando sobre él y terminé por hacerme con su libro Hallad el reloj. Desgraciadamente, ninguno de cuantos encontré en otra de mis librerías de viejo preferidas de Málaga contaba con las preciosas sobrecubiertas a tres colores que caracterizaron la colección editada a mediados del pasado siglo por el Instituto Editorial Reus. Posiblemente, junto al siguiente libro, sean los dos cuya lectura emprenda en primer lugar.

Leí por vez primera La isla misteriosa hace un cuarto de siglo y volví a releerla poco tiempo después. Se convirtió entonces en mi libro de Verne preferido, algo que no ha cambiado hasta el día de hoy. En ocasiones había pensado volver a releerlo, pero nunca había encontrado la oportunidad, así que cuando hace un par de años fue reeditado en una nueva traducción pensé que había llegado el momento. Aunque no ha sido hasta ahora que me he hecho con él (ya en edición bolsillo), me encuentro dispuesto a recordar la grata experiencia lectora que me regaló Editorial Molino en su día y a reencontrarme con Ciro Smith (Cyrus, respetando el nombre original en esta traducción moderna) y sus compañeros de la isla Lincoln.

El siguiente libro es una preciosidad de la que me enamoré sin remedio cuando fui a buscar Hallad el reloj. Editado en 1917 y dedicado por una abuelita a su nieto, me recordó a tantos libros divulgativos desde la experimentación que leí en mi infancia y que me predispusieron (o alentaron lo que ya sentía) hacia el mundo de la ciencia. Con unas ilustraciones preciosas y unos textos que invitan a la ternura, descubren al niño algunos de los secretos de esos animales que podía encontrar en el jardín, en la granja o en el campo. Una delicia, sin más.

La crisálida me recordó una fotografía que saqué durante un paseo el año pasado y que llevé a Andanzas...



Aunque he leído con frecuencia libros de su hermano, Gerard Durrell, del que su trilogía ambientada en la isla de Corfú es una lectura clásica entre los aficionados a la naturaleza –Mi familia y otros animales, Bichos y demás parientes y El jardín de los dioses– hasta la fecha no me había acercado a Lawrence aunque me constaba que Justine, primera parte de su Cuarteto de Alejandría, era una obra que pintaba de lo más interesante. Será, tiempo libre mediante, una de las lecturas estivales que deseo acometer.

Y, por último, dos libros que mencioné a colación de cierta charla en la Feria del Libro de Granada. La novela criminal española, de José R. Valles Calatrava y Reflexiones sobre el tiempo y el clima, de José Manuel Castillo Requena, este último para ir abriendo boca si el próximo año me matriculo de la asignatura de "Meteorología y Climatología".

¿Y vosotros, qué lecturas planificáis para el verano? ¿Surgen espontáneamente o dejáis para estas fechas alguna lectura más ligera o densa, más apetecible para leer a orillas del mar o con el tiempo y atención que no suelen dejarnos las ocupaciones el resto del año?

¡Feliz lectura!

Rompiendo el silencio

Fin del (temporal aunque prolongado) silencio. Y como no hay mejor forma de romperlo que con música, aquí va un pequeño descubrimiento que hice el otro día. Una versión heavy del tema de apertura de la magnífica banda sonora de la serie "Juego de Tronos". Disfrutadla.