viernes, 22 de julio de 2011

Nuevo IMM veraniego

Algunas próximas lecturas, fruto de las visitas a las librerías de viejo que tanto adoro y a Uniliber, todo hay que decirlo. Tradición y modernidad unidas, y poco más que decir. Tres cosas simplemente: el libro de Luismi se adelantó al IMM, Lupi y Obi no sufrieron daño alguno (a la vista está) en la realización de esta entrada y del resto de libros daré cumplida cuenta en breve, si os place (atención a la joya de la segunda foto, a la izquierda, de ese no se libra el blog ;) ).

Por lo demás, os deseo un feliz fin de semana y que disfrutéis del puente quienes lo tengáis.




¡Feliz lectura!

martes, 19 de julio de 2011

Diario de un naturalista distraído

Tierra nuestra, vida nuestra se ha introducido subrepticiamente en mis lecturas veraniegas viniendo a ocupar mi tiempo de ocio durante el pasado fin de semana. Hacía tiempo que deseaba leerlo, así que cuando lo vi a precio de saldo en una librería cuya web suelo visitar con frecuencia decidí hacerme con él, no solo por el precio sino porque una vez dentro de la categoría de «descatalogados» resulta cuestión de tiempo que sea difícil, por no decir imposible, conseguir un libro. Están ahí, como algunas veces hemos mencionado, los libros en peligro de extinción, los que habrá que buscar en bibliotecas públicas para, con suerte, llegar a encontrarlos. El caso es que no me ha dado tiempo a preparar una entrada IMM y el libro que abrí apenas para echar un ojo al prólogo, ya que tenía pensado leerlo en un par de meses, me atrapó por completo.

Luis Miguel Domínguez, Luismi para los amigos –y creo poder llamarle así porque compartimos pasión y devoción por una naturaleza cada vez más castigada pero siempre maravillosa–, hace gala en esta, su particular autobiografía plagada de anécdotas y humor, de una sencillez y claridad expositivas apabullantes. Escribe tal y como habla, por lo que devorando páginas le he escuchado narrar sus aventuras y desventuras naturalistas con esa voz cálida y rotunda que le caracteriza. Este naturalista distraído, como él mismo se define, podrá serlo a ojos de sus semejantes, esos que levantan la ceja al verle buscar grillos en la Puerta del Sol o pasar la tarde charlando con algún anciano en un pueblecito perdido de nuestra geografía, pero nunca es ajeno al paisaje y paisanaje que pasa ante los suyos, como demuestran las páginas repletas de anécdotas y observaciones de Tierra nuestra, vida nuestra.

Piensa en negro sobre blanco y comparte con nosotros recuerdos de infancia, de aquella en la que –como a tantos de nosotros– nos picó el bicho de la observación de la naturaleza, de la conservación del patrimonio natural, del respeto hacia los mayores y las costumbres que antaño hacían al hombre más humano y más cercano a lo que le rodeaban. No todas eran de tal guisa, por supuesto, pero desgraciadamente muchas de ellas perviven entre nosotros, como el malhadado azote del furtivismo. En otros aspectos hemos crecido, y buena parte del respeto y la comprensión del mundo natural vino de la mano de Félix Rodríguez de la Fuente, a quien Luismi respeta y admira y del que, con cariño, habla siempre que tiene oportunidad.


Posiblemente sea, de cuantos divulgadores cuenta nuestro país a día de hoy, el que mejor ha sabido coger el relevo al burgalés universal. Luis Miguel Domínguez habla con vehemencia, abstrae a su auditorio del entorno y, como los mejores narradores de historias de la prehistoria, nos reúne en torno a una imaginaria fogata para descubrirnos lo que tantos ojos no saben ver. Sus palabras rezuman sabiduría, denotan pasión por su profesión y suponen un más que necesario impulso para las vocaciones que encuentran, hoy día, un alto muro que saltar: hay que comer, y en esta tierra la investigación y las letras puras, mucho me temo, no se valoran como es debido.

Este año he tenido la oportunidad de escuchar a Luismi en tres ocasiones. La primera, hace unos meses, durante un homenaje a Félix Rodríguez de la Fuente que se llevó a cabo en un pueblo de Granada, clausurando un año repleto de recuerdos al padre moral de tantos de nosotros y biológico de Odile, la hija de este que le acompañaba en el acto. La segunda fue un mes después, en las jornadas zoológicas de otro pueblo, esta vez malagueño, donde presentó su último trabajo cinematográfico sobre las especies invasoras, un documental que recomiendo vivamente: "Invasores". La tercera y última, hasta el momento, ha sido leyendo su libro, escuchándole de nuevo, disfrutando de cada salida al campo y de cada rapaz avistada, de los viajes estivales al pueblo de su madre y los chapuzones en una clara poza del río. De esta Tierra nuestra que nos parió, que tanto nos quiere y a quien, errare humanum est, tantos disgustos damos cada día.

Nota: La fotografía de Luismi la he tomado prestada de esta web.

miércoles, 13 de julio de 2011

Making books

Un curioso vídeo visto en Microsiervos y que a buen seguro os resultará interesante y divertido. El que subo aquí es ligeramente distinto al que presentan estos chicos, por eso os recomiendo pasar por su entrada.


Mucho han cambiado las cosas desde que el vídeo fue grabado. Aun así, todavía es posible visitar talleres de encuadernación artesanales, tal vez uno de los mejores lugares para acercarse a conocer la anatomía de los libros. Os invito, finalmente a utilizar alguno de los preciosos fondos de escritorio que, desde hace mucho, nos ofrecen en El bibliófilo enmascarado.

sábado, 9 de julio de 2011

Mervyn Peake

El castillo de Gormenghast es de tan inabarcables dimensiones que sería un despropósito intentar conocerlo por completo. Conforma, en sí mismo, un universo propio, una prisión cuyos límites no vienen determinados por sus gruesas paredes sino la infinitud del espacio que encierra. Aunque inmenso, el aire no deja de estar viciado y de propiciar juegos de luces y sombras, actuando como si de un espejo que deformase lo que en él se refleja se tratase. Podría decirse que tiene una gravedad propia, un poder de atracción, de embrujo, que ha traspasado el injusto olvido de la obra a la que pertenece.

Mervyn Peake
Tal día como hoy, hace cien años, nacía en China Mervyn Peake, el autor de las novelas de Titus, una no querida trilogía (falleció antes de acabar su obra literaria, dejando apenas tres novelas escritas) denominada en ocasiones como el castillo omnipresente: Gormenghast. Hijo de misioneros británicos, la influencia del país asiático y sus rituales vinculados a una inamovible tradición sobre su obra es evidente. A los doce años viajaría a Inglaterra para acabar la secundaria y marcharse a vivir junto a un grupo de artistas a la pequeña isla de Sark, de apenas cinco kilómetros cuadrados, tan peculiar entonces como hoy día. Hasta hace un par de años se organizaba por el último régimen feudal existente en Europa y, como cuando se mudase Peake allí, sigue estando prohibido usar el coche. Así pues, es uno de esos destinos privilegiados donde la contaminación lumínica aún no ha cegado a sus habitantes impidiéndoles disfrutar de un verdadero cielo estrellado.

Rima del anciano marinero
Volviendo a la vida del bueno de Mervyn, cabría reseñar que durante la época que vivió en Sark fomentó su faceta de ilustrador y que junto a otros artistas llevó a exponer su obra en Londres, lo que le dio bastante renombre. Las ilustraciones que realizaría tiempo después para su “trilogía” o las que preparó para ediciones de Alicia en el país de las maravillas, Casa desolada, la Rima del anciano marinero o La isla del tesoro son verdaderas preciosidades, y os invitaría a visitar su página oficial para deleitaros con ellas.

Durante la Segunda Guerra Mundial Peake fue llamado a filas y sería entonces cuando comenzaría la escritura de Titus Groan, el primero de los libros de Gormenghast. Conforme iba redactando la novela enviaba los textos a su esposa, a la casa que tenían alquilada en Sussex, y esta guardaba los manuscritos para mantenerlos a salvo. Tras una crisis depresiva Mervyn sería dado de baja por invalidez, aunque al final de la guerra volvería a ser llamado esta vez como artista, para reflejar el horror de los campos de concentración.

Tras la guerra llegaría a publicar su Titus Groan gracias a la amistad que le unía a Graham Greene, que trabajaba como editor y que revisó una y otra vez el original hasta que Peake le dio la forma definitiva. Corría el año 1946 y con el dinero obtenido se mudaría un año después nuevamente a Sark, ahora junto a toda su familia. Allí escribió Gormenghast, aunque tendrían que volver a Londres poco después al quedarse sin dinero.

Vista aérea de la isla de Sark
Peake comenzó a enseñar dibujo en las escuelas e intentó publicar obras de teatro sin mucho éxito. A inicios de los años 50 sufriría un ataque y poco después empezó a manifestarse en él el Parkinson que le aquejaba. Escribiría entonces Titus Solo, un curioso y poético final para la obra de su vida, en un estilo que nada tenía que ver con los dos libros que le precedían.

Una década después, en 1968, falleció cuando contaba 57 años.

Página del manuscrito original de Titus Groan
La calidad de su obra literaria, muy singular, fue reconocida por autores como Anthony Burgess o el propio Graham Greene. Hipnótica, embrujadora, llegó a obsesionar a Sting, que compraría los derechos de la obra para llevarla a televisión en un proyecto que terminaría por materializarse en la miniserie “Gormenghast” emitida por la BBC hace poco más de 10 años. A mí mismo me atrapó su castillo hace décadas, incluso antes de lanzarme a leer Titus Groan y adentrarme por sus pasillos. Me recuerdo en la librería leyendo y releyendo la breve reseña que figuraba en la sobrecubierta de la edición de Minotauro. Sin embargo, la editorial tardaría lustros en publicar la traducción del segundo de los libros y poco tiempo después los descatalogaría inexplicablemente.

Aunque podría haber recurrido a alguna biblioteca pública o, qué remedio, a alguna edición electrónica no autorizada, lo cierto es que la maldición de Gormenghast pesaba sobre mí: tenía que hallar el libro. Y lo hice, tras dos años de búsqueda y alguna que otra incidencia que ya conté en su día, para poder hoy, en el centenario de su nacimiento, dejarme atrapar de nuevo por su encanto.

Os dejo con la música del disco de rock progresivo de 1970 “Titus Groan” y con  uno de los poemas de Peake.


I CANNOT GIVE THE REASONS

I cannot give the reasons,
I only sing the tunes:
the sadness of the seasons
the madness of the moons.

I cannot be didactic
or lucid, but I can
be quite obscure and practic-
ally marzipan

In gorgery and gushness
and all that's squishified.
My voice has all the lushness
of what I can't abide

And yet it has a beauty
most proud and terrible
denied to those whose duty
is to be cerebral.

Among the antlered mountains
I make my viscous way
and watch the sepia mountains
throw up their lime-green spray.
¡Feliz lectura!

lunes, 4 de julio de 2011

Hallad el reloj

Descubrí a Harry Stephen Keeler gracias a la entrada que Enrique Altés dedicó al autor en su interesantísimo blog “Acotaciones de un lector de folletines”. Keeler, autor de pulps, novelas detectivescas llevadas al desenfreno por mor de hilarantes situaciones y tramas imposibles, llamó mi atención de inmediato. Por un lado, su vida no pudo ser más afín a las historias que inventaba: internado en un manicomio durante un año por su madre cuando cumplió los veinte, a la salida del mismo estudió electricidad y empezó a trabajar en una fundición de acero, dedicando todo su tiempo libre a escribir. Llegaría a publicar 37 novelas en apenas 15 años, y muchas de ellas no llegarían a publicarse en inglés pero sí en castellano gracias a la amistad que le unía a su editor español, Reus.

Con semejante currículum (os invito a disfrutar, además de la entrada de Altés, con el artículo que le dedicaron en el Heraldo de Aragón, “Harry S. Keeler, el escritor más bizarro del mundo”) y mi manifiesta afición por la novela popular, pulp, bolsilibresca o paraliteraria, no es de extrañar que me pusiese manos a la obra a fin de encontrar alguna de sus ídems.

Aparte de Noches en Sing-Sing, que ha sido reeditada, el resto de sus libros hay que buscarlos en el mercado de segunda mano. Como resultado de mis pesquisas conseguí hacerme con Hallad el reloj, título que presentaba hace unos días en mi último IMM y que acabé de leer la pasada semana con gran satisfacción. Su argumento en forma de telaraña (el proceso narrativo que el autor definiese como webwork plot) no resulta demasiado enmarañado salvo durante el desenlace, y tendré que leer otros de sus libros para encontrarme con algo similar a la madeja que muestra en La voz de los siete gorriones, por ejemplo.

Hallad el reloj parte de la extraña propuesta del profesor Victor Landrau a Lily, “el lirio de Manchester”, de asumir la personalidad ficticia de la joven Diana St. John y frecuentar el círculo social de cierto hombre. Gracias a ello podrá hacerse con una cuantiosa suma de dinero.

Entretanto, el periodista especializado en sucesos Jeff Darrell, es desplazado de su puesto por la nueva estrella del Call, el diario donde trabaja. Se trata de Marvin Feldock, un insufrible reportero con ínfulas de grandeza que trata despóticamente a sus subordinados. En tanto Feldock conoce la ciudad y establece su red de contactos habrá de ser Darrell, obligado por el draconiano contrato que le vincula al Call, el que tendrá que buscar información sobre los sucesos que acontezcan en la ciudad y redacte la información que será firmada por Feldock.

Será buscando la noticia en el barrio chino cuando llegue a las manos de Darrell un extraño mensaje escrito en un pañuelo depositado junto a un hato de ropa sucia en la lavandería de Foy Yi, más conocido como Napoleón Foy. En el mensaje se explicita que quien lo ponga en manos de Rita Thorne, actualmente en la ciudad, será recompensado con 50 $. Darrell se encarga de hacerlo, intrigado por el mensaje, indicando a la señorita Thorne que sea Foy Yi quien reciba la cantidad señalada. Sin embargo, esta encargará a Darrell que busque cierto reloj mencionado en el texto del pañuelo, perteneciente a un familiar. Y aquí comenzará la aventura para Darrell, una aventura de peligrosas e inciertas consecuencias.

Los elementos que componen Hallad el reloj no pueden ser más sencillos ni tampoco más efectivos cuando se mezclan con sabiduría o cierto toque de locura: el afán de búsqueda de la noticia periodística, los barrios bajos chinos de Chicago, un nazi huido de la justicia, una bella dama en apuros… Mi bautismo en la obra Keeleriana no pudo ser más divertida y, aunque fue llamado el Ed Wood de las novelas de misterio, lo cierto es que algunos de sus recursos narrativos, como los relatos dentro del relato (cual si de una matrioska literaria se tratase) se dan con bastante frecuencia en el cine de hoy día.

Y ya que hago mención al séptimo arte, antes de despedirme señalaré que también la obra de Keeler fue llevada al celuloide. Mientras leía Hallad el reloj vi también la película protagonizada por Bela Lugosi “El misterioso Mr. Wong”, basada en el relato “The Twelve Coins of Confucius”. De bajo presupuesto, discreta en sus pretensiones, resulta, no obstante, entretenida.

En resumen, Harry Stephen Keeler resulta un autor más que recomendable si queremos enfrentarnos a novelas de misterio poco al uso, sin otro objetivo que entretener al lector y ofrecerle un buen rato de diversión. Definitivamente, la lectura ideal para las tórridas tardes de verano.

Notas: