No conozco a la mitad de ustedes, ni la mitad de lo que querría y lo que yo querría es menos de la mitad de lo que la mitad de ustedes merece.Esto fue inesperado y bastante difícil. Se oyeron algunos aplausos aislados, pero la mayoría se quedó callada, tratando de descifrar las palabras de Bilbo y viendo si podía entenderlas como un cumplido.En segundo lugar, para celebrar mi cumpleaños.Aplausos nuevamente.Tendría que decir: nuestro cumpleaños, pues es también el cumpleaños de mi sobrino y heredero Frodo. Hoy entra en la mayoría de edad y en posesión de la herencia.Se volvieron a escuchar algunos aplausos superficiales de los mayores y algunos gritos de «¡Frodo! ¡Frodo! ¡Viva el viejo Frodo!» de los más jóvenes. Los Sacovilla-Bolsón fruncieron el ceño y se preguntaron qué habría querido decir Bilbo con las palabras «posesión de la herencia».Juntos sumamos ciento cuarenta y cuatro años. El número de ustedes fue elegido para corresponder a este notable total, una gruesa, si se me permite la expresión. Ningún aplauso. Era ridículo. Muchos de los invitados, especialmente los Sacovilla-Bolsón se sintieron insultados, entendiendo que se los había invitado sólo para completar un número, como mercaderías en un paquete. Una gruesa, en efecto. ¡Qué expresión tan vulgar!
El fragmento que antecede a mis palabras es harto conocido; pertenece al comienzo de La Comunidad del Anillo, el primero de los libros que conforman la trilogía El Señor de los Anillos, de J.R.R. Tolkien. Hoy me vino a la cabeza cuando, al recordar que Baudelaire fallecía un 31 de agosto de 1867, me planteé escribir una breve entrada conmemorativa. Un rápido cálculo mental concluyó en la exclamación “¡Anda, una gruesa!” y en la asociación de ideas que me ha llevado a incluir las líneas que introducen la entrada.
La figura de Baudelaire siempre me pareció fascinante; por su obra, totalmente imprescindible, por ser el traductor de Edgar Allan Poe al francés y por su físico. Yo descubrí a Poe, sin saberlo, en la voz de Julio Cortázar, su más afamado traductor al castellano, y en él encontré también esa mirada extraña tan característica del francés como de los americanos. Sus miradas, distintas pero hipnóticas todas ellas, y los gatos, ya que estos últimos influyeron también en la vida de los tres escritores, constituyeron una obsesión para mí durante cierto tiempo, durante el cual en mi cabeza se fue forjando un cuento que nunca llegué a plasmar sobre el papel.
Hoy he recordado mi cuento, a Poe, Cortázar y Baudelaire. Y alzo mi copa de amontillado para brindar, siquiera de forma metafórica, por su memoria. Por la de todos ellos, que son uno solo en la mía.
Les Chats
Les amoureux fervents et les savants austères
Aiment également, dans leur mûre saison,
Les chats puissants et doux, orgueil de la maison,
Qui comme eux sont frileux et comme eux sédentaires.
Amis de la science et de la volupté
Ils cherchent le silence et l'horreur des ténèbres;
L'Erèbe les eût pris pour ses coursiers funèbres,
S'ils pouvaient au servage incliner leur fierté.
Ils prennent en songeant les nobles attitudes
Des grands sphinx allongés au fond des solitudes,
Qui semblent s'endormir dans un rêve sans fin;
Leurs reins féconds sont pleins d'étincelles magiques,
Et des parcelles d'or, ainsi qu'un sable fin,
Etoilent vaguement leurs prunelles mystiques.
— Charles Baudelaire
Los gatos
Los amantes fervientes y los sabios austeros
adoran por igual, en su estación madura,
al orgullo de casa, la fuerza y la dulzura
de los gatos, tal ellos sedentarios, frioleros.
Amigos de la ciencia y la sensualidad,
al horror de tinieblas y al silencio se guían;
los fúnebres corceles del Erebo serían,
si pudieran al látigo ceder su majestad.
Adoptan cuando sueñan las nobles actitudes
de alargadas esfinges, que en vastas latitudes
solitarias se duermen en un sueño inmutable;
Mágicas chispas yerguen sus espaldas tranquilas,
y partículas de oro, como arena agradable,
estrellan vagamente sus místicas pupilas.
— Charles Baudelaire