sábado, 26 de noviembre de 2011

Morriña

Aunque no me gusta especialmente este grupo, lo cierto es que la canción que acompaña a la entrada, y que me descubrió Azote hace poco, se ha convertido (para ambos, quién se lo iba a decir ;)) en un canto nostálgico a la ciudad de Granada. Os dejo con "La nueva reconquista de Graná" y con un fragmento del prólogo de Melchor Fernández Almagro a la edición de 1961 de Granada. Guía artística e histórica de la ciudad, de Antonio Gallego y Burín, que estoy leyendo estos días (en la reedición de 1989).

«Aquí yacen los Reyes Católicos. Allá hizo un milagro San Juan de Dios. Ahí predicó fray Luis de Granada. En este caserón solariego nació el padre Suárez. En ese otro, la Emperatriz Eugenia. En aquella casa murió el Gran Capitán. En este carmen de los Mártires, se alzaba el convento donde San Juan de la Cruz escribió “Noche oscura del alma”. He aquí las habitaciones de Washington Irving. Esa es la Puerta del Vino, de Debussy. Estamos en la plaza que Regoyos salvó de su insignificancia. Esas muchachas que pasan, enamoraron a Gautier y son las mismas que han pintado López Mezquita y Rodríguez-Acosta. ¿No suena a música de Albéniz el Albaicín que contemplamos desde el Cubo de la Alhambra, a la luz melancólica del atardecer...? Curioso reencuentro el de los mendigos y los gitanos de Gustavo Doré o de Roberts. Es ese el "barandal de espumas", de Juan Ramón Jiménez, y esa, la "fuente de las trenzas de ópalo". Pepita Durán, en la casería de la Bailarina, traída hacia acá por Sackville-West. Valera, en el Sacro-Monte, Chateaubriand, en el paseo de los Tristes. Ganivet, en el Avellano. Falla, en la Antequeruela. André Gide, en una zambra. García Lorca, recogiendo los suspiros del Genil y del Darro...»

domingo, 20 de noviembre de 2011

Lecturas democráticas

Mal tiempo para votar, se quejó el presidente de la mesa electoral número catorce después de cerrar con violencia el paraguas empapado y quitarse la gabardina que de poco le había servido durante el apresurado trote de cuarenta metros que separaban el lugar en que aparcó el coche de la puerta por donde, con el corazón saliéndosele por la boca, acababa de entrar. Espero no ser el último, le dijo al secretario que le aguardaba medio guarecido, a salvo de las trombas que, arremolinadas por el viento, inundaban el suelo.

Falta todavía su suplente, pero estamos dentro del horario, le tranquilizó el secretario. Lloviendo de esta manera será una auténtica proeza si llegamos todos, dijo el presidente mientras pasaban a la sala en la que se realizaría la votación. Saludó primero a los colegas de mesa que actuarían de interventores, después a los delegados de los partidos y a sus respectivos suplentes. Tuvo la precaución de usar con todos las mismas palabras, no dejando transparentar en el rostro o en el tono de voz indicio alguno que delatase sus propias inclinaciones políticas e ideológicas. Un presidente, incluso el de un común colegio electoral como éste, deberá guiarse en todas las situaciones por el más estricto sentido de independencia, o, dicho con otras palabras, guardar las apariencias.

[...]

Como los demás presidentes de mesa de la ciudad, este de la asamblea electoral número catorce tenía clara conciencia de que estaba viviendo un momento histórico único. Cuando ya iba la noche muy avanzada, después de que el ministerio del interior hubiera prorrogado dos horas el término de la votación, periodo al que fue necesario añadirle media hora más para que los electores que se apiñaban dentro del edificio pudiesen ejercer su derecho de voto, cuando por fin los miembros de la mesa y los interventores de los partidos, extenuados y hambrientos, se encontraron delante de la montaña de papeletas que habían sido extraídas de las dos urnas, la segunda requerida de urgencia al ministerio, la grandiosidad de la tarea que tenían por delante los hizo estremecerse de una emoción que no dudaremos en llamar épica, o heroica, como si los manes de la patria, redivivos, se hubiesen mágicamente materializado en aquellos papeles. Uno de esos papeles era el de la mujer del presidente. Vino conducida por un impulso que la obligó a salir del cine, pasó horas en una fila que avanzaba con la lentitud del caracol, y cuando finalmente se encontró frente al marido, cuando oyó pronunciar su nombre, sintió en el corazón algo que tal vez fuese la sombra de una felicidad antigua, nada más que la sombra, pero, aun así, pensó que sólo por eso había merecido la pena venir aquí. Pasaba de la medianoche cuando el escrutinio terminó. Los votos válidos no llegaban al veinticinco por ciento, distribuidos entre el partido de la derecha, trece por ciento, partido del medio, nueve por ciento, y partido de la izquierda, dos y medio por ciento. Poquísimos los votos nulos, poquísimas las abstenciones. Todos los otros, más del setenta por ciento de la totalidad, estaban en blanco

El desconcierto, la estupefacción, pero también la burla y el sarcasmo, barrieron el país de una punta a otra. Los municipios de la provincia, donde las elecciones transcurrieron sin accidentes ni sobresaltos, salvo algún que otro ligero retraso ocasionado por el mal tiempo, y cuyos resultados no variaban de los de siempre, tantos votantes ciertos, tantos abstencionistas empedernidos, nulos y blancos sin significado especial, esos municipios, a los que el triunfalismo centralista había humillado cuando se pavoneó ante el país como ejemplo del más límpido civismo electoral, podían ahora devolver la bofetada al que dio primero y reír de la estulta presunción de unos cuantos señores que creen que llevan al rey en la barriga sólo porque la casualidad los hizo vivir en la capital. Las palabras Esos señores, pronunciadas con un movimiento de labios que rezumaba desdén en cada sílaba, por no decir en cada letra, no se dirigían contra las personas que, habiendo permanecido en casa hasta las cuatro de la tarde, de repente acudieron a votar como si hubiesen recibido una orden a la que no podían ofrecer resistencia, apuntaban, sí, al gobierno que cantó victoria antes de tiempo, a los partidos que comenzaron a manejar los votos en blanco como si fuesen una viña por vendimiar y ellos los vendimiadores, a los periódicos y otros medios de comunicación social por la facilidad con que pasan de los aplausos del capitolio a despeñar desde la roca tarpeya, como si ellos mismos no formaran parte activa en la preparación de los desastres.

José Saramago, Ensayo sobre la lucidez.

martes, 1 de noviembre de 2011

Samhain lovecraftiano

Asistiendo a una lectura poética unos meses atrás me enteré de que se estaba gestando la publicación de una edición en castellano de Hongos de Yuggoth, el conocido poemario de H. P. Lovecraft, de boca del propio traductor. Ni corto ni perezoso, como buen seguidor del oscuro escritor de Providence, me puse manos a la obra con el objetivo de hacerme con una copia del libro en cuanto fuese publicado buscando, como no podía ser de otro modo, disfrutar de la lectura de estos poemas, y por otro lado, deseando compartirla con vosotros a través del blog.

Dicho y hecho, me puse en contacto con la editorial y les solicité una copia del libro, a ser posible un poco antes de que apareciese en las librerías, con la intención de que la reseña apareciese aproximadamente en el mismo momento en que el libro estuviera disponible para sus lectores. Por azarosas circunstancias esto no ha podido ser así, si bien desde Cangrejo Pistolero Ediciones tuvieron la gentileza de regalarme la copia del libro, algo que desde aquí aprovecho para agradecerles. Abortado el plan primigenio, decidí publicar la entrada con la reseña en una fecha propicia y relacionada con la temática del libro. Si bien Lovecraft poco tiene que ver con Samhain, con aparecidos y brujas, con vísperas del Día de Todos los Santos o Halloween varios, sí que la cosmogonía que recogen sus escritos ha constituido el alimento necesario para que enfebrecidas mentes hayan divagado durante años por la difusa frontera que separa la cordura de la demencia. Solo por eso ya merecía aparecer por aquí en una noche como la de hoy.


Yuggoth, el planeta mitológico donde Lovecraft sitúa el origen de cuanto acontece en estos poemas, aparece descrito en otras de sus obras como, por ejemplo, en el relato «El susurrador en la oscuridad». Allí se nos habla de Yuggoth y de los extraños seres que alberga este planeta:
«En Yuggoth hay inmensas ciudades... interminables hileras de torres construidas en terrazas de piedra negra, como la muestra que traté de enviarle. Procedía de Yuggoth. La luz del sol no es más fuerte que la de una estrella, pero los seres no precisan luz. Poseen otros sentidos más sutiles, y en sus mansiones y templos no hay ventanas. La luz incluso les hiere, molesta y entorpece sus movimientos, pues no existe la menor traza de ella en el oscuro cosmos allende el tiempo y el espacio del que son originarios. Bastaría una visita a Yuggoth para volver loco a un hombre débil... pero yo voy a ir allá.
Los ríos negros de alquitrán que discurren bajo esos misteriosos puentes ciclópeos —obra de una antigua raza extinguida y olvidada antes de que los seres llegaran a Yuggoth procedentes de los últimos vacíos—, debieran bastar para hacer un Dante o un Poe de cualquier hombre.., si conserva el juicio el tiempo suficiente para contar lo que ha visto.
[…]
«Pero recuerde: no hay nada de terrible en ese oscuro mundo de jardines fungiformes y ciudades sin ventanas... aunque así nos lo parezca a nosotros. Probablemente nuestro mundo les pareció igual de terrible a los seres cuando lo exploraron por vez primera en épocas remotas.

La edición del Cangrejo Pistolero de los poemas de Hongos de Yuggoth está cuidada al detalle. Presentada en rústica, el papel es de calidad y el formato en el que aparecen los poemas no es el que acostumbramos a encontrar en una edición bilingüe. Es, quizás, menos cómodo para el lector que recurra una y otra vez a comparar las traducciones con los textos originales, pero no deja de ser original que encontremos todos los poemas en castellano en un bloque inicial y, justo después, en blanco sobre negro, los textos en inglés.

El libro pertenece a la colección de poesía ilustrada «Visionarios» así que obviamente incorpora numerosas y preciosas ilustraciones a cargo de Carmen Burguess y Daniela Zahra, y la traducción ha corrido a cargo de Luis Gámez, cotraductor de la archiconocida Guía de supervivencia zombie, de Max Brooks.

Pero como esta edición en particular tiene un especial interés para Azote Ortográfico, le doy a ella la palabra en esta entrada escrita a cuatro manos, sentándome junto a vosotros a leer sus palabras.

Leo en el prólogo de Javier Calvo, sobre Lovecraft, que «Lo intraducible es su idioma profundo». Cierto es que el americano es uno de esos escritores que sugieren mucho más de lo que dicen, que provocan escalofríos más allá del significado objetivo de los términos y, además, calan en el lector hasta un punto en que cuesta detenerse tras una lectura iniciática: Lovecraft irremisiblemente pide más Lovecraft.

Elevado a los altares de la literatura de terror por méritos propios, la poesía del de Providence no goza, sin embargo, de la misma aceptación entre sus lectores, pese a que Hongos de Yuggoth sea una perfecta amalgama de ritmo, rima y esencia lovecraftiana, a mi entender al menos. Esta edición bilingüe permite a los amantes de la poesía anglosajona gozar de esa cosmogonía tan singular; los giros argumentales, sorprendentes y característicos a la vez, que tan habitualmente pueblan sus relatos y, además, esa sonoridad que los pies yámbicos confieren a cada verso, engarzados minuciosamente en poemas que bien podrían calificarse de microrrelatos líricos.

Debo decir, no obstante, que a pesar de que mi objetividad a la hora de juzgar la traducción podría haberse visto menoscabada por el hecho de que Luis Gámez, el «traidor» temerario que se ha embarcado en una tarea tan titánica como traducir los poemas de Lovecraft, es mucho más que un viejo amigo para la que escribe, no ha sido este el caso. No ya porque sacar los colores a alguien a quien aprecias tanto siempre es difícil, sino porque Luis no me ha dado la oportunidad de hacerlo.

Al enfrentarme cara a cara con su interpretación, sentí en todo momento que su trabajo, minucioso, exhaustivo y, sobre todo, cargado de mimo a la hora de tratar el texto responde sin duda a lo que cabría esperar de él: un respeto total a la naturaleza de Lovecraft.

Si bien apenas tengo objeciones relacionadas con la traducción (que, no obstante, carece del ritmo que caracteriza al original, debido sobre todo a la pérdida de los pies yámbicos, así como de la rima), centradas por otro lado en sutilezas de interpretación más o menos libre, sí las tengo, en primer lugar, con la disposición gráfica de los textos traducidos. Aunque es encomiable que se haya querido respetar la simetría visual de los originales, el hecho de que los versos en español no cuadren con los ingleses y se abuse de unos encabalgamientos abruptos que no aparecen en estos rompe de alguna manera el efecto poético de los mismos. A grandes rasgos, convierte cada poema en una prosificación del original.

En segundo lugar, la pérdida del ritmo del original, aunque inevitable, combinada con lo anterior resta lirismo al resultado final.

Con todo, y volviendo al prólogo de Javier Calvo, ha sabido evitar sabiamente lo que este refiere con respecto a las obras traducidas de Lovecraft: que imitan «la letra pero sin el espíritu. Son como un niño que copia las letras de un texto sin saber leer». Los sacrificios cuasi forzosos realizados en relación con el original, esto es, el ritmo y la rima, han allanado el camino para que el espíritu del autor campe a sus anchas. Así, pese a la renuncia a la forma, el fondo ha sido digno del mayor de los respetos en la loable traducción de Gámez.

Bien hecho, hermano.

En resumen, esta nueva edición de Hongos de Yuggoth constituye una cita ineludible para cualquier seguidor de Lovecraft que se precie de serlo. Si sois osados, venid y acompañadnos en un recorrido entre hongos.

¡Feliz lectura!

P. S.: La presente constituye la entrada nº 222 del blog a día 1/11/11. Curiosa conjunción numérica, ¿verdad? Me pregunto qué opinaría Abdul Alhazred sobre esto...