lunes, 21 de julio de 2014

El indestructible

El pasado viernes me encontraba en el autobús releyendo un libro de artículos de Isaac Asimov cuando, inesperadamente, me topé con un viejo conocido. Un texto que recordaba suyo, aunque en una versión más reducida (si mal no recuerdo, uno de esos condensados del Selecciones de Reader's Digest que tenía mi padre en casa, y que no había sido capaz de volver a encontrar). Os dejo con él y después os comento un par de detalles.



El indestructible
Algunos de los cambios más espectaculares que hemos presenciado en el siglo actual tienen que ver con los vehículos para el entretenimiento de los seres humanos.
De las pianolas se pasó a los gramófonos; de «vaudeville» al cine; de la radio a la televisión. A las películas se les añadió sonido; a la radio, imágenes; y a ambas, el color. Y nadie duda de que podamos ir más lejos.
Con el láser y la holografía podemos producir imágenes tridimensionales de mayor definición que la que puede ofrecer cualquier fotografía corriente en dos dimensiones. Las modernas técnicas de grabación en cinta nos permiten editar vídeo-cassettes sobre cualquier tema, de modo que el cliente puede reproducir en cualquier momento lo que le apetezca en su propio televisor.
Cada nuevo invento desplaza a los antiguos en la medida en que el público acude a aquella técnica que le da más. El cine mató al vaudeville, la televisión a la radio y el color al blanco y negro. Las tres dimensiones acabrán sin duda con la bidimensionalidad, y las cassettes puede que maten a la televisión de masas, dirigidas al gran público.
¿Cuál es la tendencia general? ¿A qué se llegará en último término?
En cierta ocasión asistí a una exhibición de cassettes de TV y me saltó a la vista lo voluminoso y caro que era el equipo auxiliar necesario para descodificar la cinta, llevar el sonido hasta los altavoces y proyectar la imagen sobre la pantalla. No hay duda de que las mejoras vendrán por el lado de la miniaturización y de la mayor complejidad, que es el  mismo proceso que en años recientes nos ha proporcionado radios, cámaras, computadores y satélites más pequeños y compactos.
Es posible que el equipo auxiliar disminuya de tamaño y acabe por desaparecer. La cassette se convertirá en un objeto autónomo que contenga la cinta y todos los mecanismos necesarios para producir el sonido y la imagen.
La miniaturización hará que la cassette sea cada vez más manejable y ligera, hasta poderla llevar casi bajo el brazo. Y su funcionamiento requerirá también cada vez menos energía, hasta rozar casi el ideal último de no consumir ninguna.
Una cassette ordinaria produce sonidos y proyecta luz, porque ese es precisamente su propósito. Pero ¿por qué invadir la esfera de otras personas ajenas a ellos? La cassette ideal sería visible y audible para la persona que la está utilizando, y para nadie más.
Las cassettes que existen hoy necesitan, como es lógico, una serie de mandos: un botón de encendido y apagado y otros para regular el color, el volumen, el brillo, el contraste y demás. La dirección del cambio será, naturalmente, hacia una simplificación de los controles. En último término habrá un solo botón... o quizá ninguno.
Cabría imaginar una cassette que estuviese siempre perfectamente ajustada, que empezara a funcionar automáticamente en cuanto uno la mirara, que se parara automáticamente en cuanto uno dejara de mirarla; que pudiera avanzar o retroceder deprisa o despacio, a saltos o con repeticiones, a placer del usuario.
Qué duda cabe que ése es el aparato de nuestros sueños; una cassette que puede contener información sobre infinitos temas, del mundo de la ficción o del real, que es autónoma, manejable, parsimoniosa en el consumo de energía, perfectamente privada y sometida en gran medida al control de la voluntad.
¿Será sólo un sueño? ¿Tendremos algún día una cassette así?
La respuesta es un sí rotundo. No es que la vayamos a tener algún día, es que la tenemos ya; para ser más exactos: existe desde hace siglos. El ideal que he descrito es la palabra impresa: la revista, el libro, el objeto que tiene Vd. en sus manos; un objeto ligero, privado y manipulable a voluntad.
¿Piensa Vd. que el libro, a diferencia de la cassette que he descrito, no produce sonidos e imágenes? Pues se equivoca.
Es imposible leer sin oír las palabras en la mente y sin ver las imágenes que producen. Y con la ventaja de que son sonidos e imágenes propios, no inventados por otros.
Las imágenes y el sonido que ofrecen todos los demás medios de entretenimiento son «congelados», y tienen un nivel de detalle que mejora con el avance de la tecnología. El resultado es que los medios exigen cada vez menos del usuario. Incluso se insertan cuñas musicales y risas pregrabadas para elicitar determinadas emociones en el cliente sin esfuerzo de su parte. La persona a quien le cuesta leer (y a la mayoría le cuesta) recurrirá a estos productos «congelados», y seguirá siendo un espectador pasivo.
La palabra impresa, por el contrario, presenta un mínimo de información. Todo lo demás por encima de ese mínimo tiene que ponerlo el lector: la entonación de las palabras, la expresión de los rostros, la acción y el escenario han de ser extraídos de estas sartas de símbolos en blanco y negro. El libro es una empresa compartida entre el escritor y el lector, como ninguna otra forma de comunicación puede serlo.
Si Vd. pertenece, por tanto, a esa pequeña y afortunada minoría para quienes la lectura es fácil y agradable, el libro, en cualquiera de sus manifestaciones, será para Vd. irreemplazable e indestructible, porque exige participación. Por muy agradable que sea el papel de espectador, participar siempre es mejor.
Isaac Asimov, ¡Cambio! 71 visiones del futuro.

¿Sorprendidos? Conforme leía el artículo (que está fechado a mediados de los años 70 del pasado siglo XX), pensaba en los avances tecnológicos que habían puesto en nuestras manos el walkman, los reproductores MP3 y, recientemente, móviles inteligentes y tabletas que integran todo cuanto este visionario autor reflejaba en el artículo. Todo para llegar al libro, a ese magnífico e irreemplazable instrumento, maravillosa puerta a otros mundos y a todos los saberes. Cuando llegué a ese instante comprendí que había encontrado el texto original que recordaba y que siempre quise compartir en el blog. Un motivo más para sentarme a escribir y recuperarlo (poco ahora, más en poco tiempo), ahora que vuelvo a leer con relativa normalidad y a disfrutar con la lectura, acabando libros, tomándolos por el mero placer de hacerlo.

¡Feliz lectura!