domingo, 14 de diciembre de 2008

Stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus

Escribo estas líneas en un tiempo en el que, por buena o mala fortuna, prácticamente todo ha sido dicho sobre el libro que da el pistoletazo de salida a las andanzas de esta nueva aventura que afronto: un blog sobre y por los libros. Sin embargo, me pareció oportuno comenzar con él, por la tremenda amalgama de acercamientos que ofrece la obra, y por tratarse de un libro muy importante para mí.

El nombre de la rosa, del semiólogo italiano Umberto Eco, fue un best-seller allá en la década de los 80, en cuyos albores fue publicada, pero no estamos ante un superventas al uso (kenfolletiano, zafoniano…), no, sino ante una novela culta, con tintes de relato policíaco, latinajos por doquier y el afán de teorizar sobre política y religión en la oscura Edad Media con un discurso que no puede ser ajeno a nuestros días. Tras su lanzamiento, se presentaron tantas interpretaciones sobre la novela como fueron posibles, siendo todas ellas, sin embargo, inconclusas e insignificantes. Porque El nombre de la rosa es más que una simple historia, más que un acercamiento de Eco al género de la novela en la que fuese su primera obra de ficción. Es por esto que trascendió más allá del tiempo, y a día de hoy es un clásico contemporáneo en toda regla.

Como buen libro de profundas raíces, puede leerse bajo distintos estados de ánimo, en diversos momentos de nuestras vidas, y cada lectura será diferente y enriquecedora respecto a las demás. Las aventuras del dual Guillermo de Baskerville (Sherlock Holmes del medioevo, fraile y hombre de ciencia a un tiempo) acompañado del joven novicio a su cargo, Adso de Melk, pueden verse como una intrigante y apasionante historia policíaca; el debate sobre la Iglesia y la pobreza de Jesucristo brinda una interesantísima visión sobre las corruptelas que ya entonces existían en el seno pontificio y su “santa” Inquisición; el amor carnal de Adso y la joven muchacha, un adendum pasional no demasiado ajeno al practicado por tantos otros monjes en la novela, iniciática para el novicio; la reflexión filosófica que enfrenta a fray Guillermo (de Occam) y Santo Tomás de Aquino; la ambientación histórica, conseguida en grado sumo, un referente bibliográfico para profesores y alumnos que utilicen la novela como lectura de referencia.

No son precisamente referencias lo que faltan en El nombre de la rosa. Recrea a Holmes en el personaje de Guillermo, cuyo apellido toma de una de las más famosas aventuras del detective inglés, a Borges en el fraile Jorge de Burgos, y nos trae un libro de Aristóteles perdido (en la Historia y en la historia) sobre la risa.

Todo esto, y mucho más, es para mí la primera novela de Eco, la que me dio a conocer a un autor con el que tantas veces he disfrutado: con su desquite en El péndulo de Foucault, una novela erudita sobre la orden del Temple, náufrago frente a La isla del día de antes, una historia sobre la incertidumbre y la necesidad de respuestas que no deja por ello de ser una hilarante y divertidísima lectura, siguiendo a Baudolino hasta Alejandría en su vuelta a la novela histórica, en este caso de tintes picarescos, o recorriendo el imaginario vital del autor en su autobiográfica y última novela, La misteriosa llama de la reina Loana.

En estos días en los que la nieve despliega su manto sobre todo el país, y el frío acude para infiltrarse por cualquier resquicio de la casa, dan ganas de sentarse junto a la luz y el calor del hogar, echarse una manta sobre el regazo y abrir la novela. Junto al plano de la abadía, cuya ubicación no quiso desvelar el autor, da comienzo la narración de un envejecido Adso que, antes de que la memoria huya de sí, nos dice que…

[…]
Ya al final de mi vida de pecador, mientras, canoso y decrépito como el mundo, espero el momento de perderme en el abismo sin fondo de la divinidad desierta y silenciosa, participando así de la luz inefable de las inteligencias angélicas, en esta celda del querido monasterio de Melk, donde aún me retiene mi cuerpo pesado y enfermo, me dispongo a dejar constancia sobre este pergamino de los hechos asombrosos y terribles que me fue dado presenciar en mi juventud, repitiendo
verbatim cuanto vi y oí, y sin aventurar interpretación alguna, para dejar, en cierto modo, a los que vengan después (si es que antes no llega el Anticristo) signos de signos, sobre los que pueda ejercerse la plegaria del desciframiento.
[…]

Feliz lectura.

2 comentarios:

lammermoor dijo...

Esta novela no tiene desperdicio; tiene tantas lecturas como posibles lectores o como lecturas queramos darle. ¿Nos quedamos en lo policiaco? ¿Nos decantamos por la novela histórica? ¿Vamos a lo filosófico? Y además, permite abrir el debate (lo se, lo tengo pendiente) sobre los best-seller ¿sinónimo siempre de falta de calidad?
No sigo, que me lanzo y ¡por fin! parece que vamos a tener un fin de semana que realmente parezca de fines de mayo.
Así que voy corriendo a preparar el macuto y me marcho a O. a disfrutar de la playa,o al menos del mar.
¡Pásalo bien!

Homo libris dijo...

Se trata de uno de mis libros preferidos. Lo habré releído varias veces, y la película, aunque no le hace justicia, y se queda circunscrita fundamentalmente en el aspecto policiaco, resulta tan entretenida con el gran Sean Connery en el papel de Guillermo, la he visto en decenas de ocasiones.

Vamos a disfrutar pues del fin de
semana que se presenta soleado también aquí en Andalucía.

¡Buen finde!