Me consta, me consta que la anterior entrada era una "despedida" hasta septiembre, pero basta y sobra que haga una declaración de intenciones para que surja algo que provoque un cambio de rumbo inesperado. Si digo que quiero escribir cada poco tiempo, todo se tuerce para que no sea así y si, como es el caso, intento apartarme del blog unas semanas para dedicar el tiempo a otros menesteres y volver con fuerzas renovadas, llega a mis manos un libro buscado (realmente se trata de los dos primeros tomos de una publicación de la Imprenta Revista "Ibérica" sobre costumbres de los insectos) y, al comenzar a leerlo con suma delectación, no puedo evitar traeros aunque sea parte del prólogo que avance una de las entradas que tengo pendientes desde hace tiempo y que quiero que sea una de las que vuelvan a abrir el blog dentro de unas semanas.
No me extiendo más. Os dejo con los pensamientos del padre Eugenio Saz y su lectura de Fray Luis de Granada.
En el salón de estudio del Colegio del Salvador, de Zaragoza, estaba yo vigilando a los alumnos de la primera brigada un domingo en tiempo de visitas, cerca del mediodía. Parece muy natural que a aquellas horas no convenga obligar a estudiar a los pobres muchachos, que no tienen sus familias cerca, para poder recibir cada domingo la visita, los regalos y los besos de sus queridos padres. Así que, con muy buen acuerdo, en nuestros colegios se les suele permitir durante aquel tiempo la lectura de algunos libros amenos.
Frecuentemente se ve ir y venir por el salón a varios alumnos. Unos del pupitre a la estantería, donde están los libros, llevando en la mano el consabido billetito, donde está anotado el título de la obra que desean leer; lo entregan al bibliotecario y éste, una tras otra, va despachando las peticiones con toda solicitud: otros vuelven a su sitio con el libro adquirido, para entregarse a su lectura. Todo esto tiene lugar en medio del más absoluto silencio, a que los buenos colegiales están ya tan acostumbrados.
En estas idas y venidas me llama la atención entre todos uno de los más pequeños, que lleva abrazado un gran mamotreto de tapas de pergamino, que pesa casi tanto como él. Al llegar a su sitio, se sienta muy formal, pone el libro sobre el pupitre, lo abre por el principio, por el fin, por el medio y por un lado y por otro varias veces, sin encontrar, por lo visto, lo que desea. En seguida veo que me mira y que me hace la consabida señal de levantar la mano para pedir algún permiso.
Yo, un poco prevenido, pues aunque se trata de un chico de muy buen corazón y muy piadoso, como es de un natural que parece un manojo de nervios, me pongo en guardia, temiendo no se proponga hacer un poco el payaso, para hacer reír a sus compañeros, y con el rostro algo severo le indico con la cabeza que puede venir.
Él me trae el libro, que pone sobre mi pupitre, y me dice: “Padre, deseo el P. Granada”. – “Pues ya lo tiene V. aquí”, le digo yo, abriendo la portada; porque, efectivamente, aquel libro era un tomo de las obras del P. Fray Luis de Granada. –“Pero aquí no encuentro lo de los animales”, me contesta él, con aire contrariado. –“Yo busco aquello… de cómo la zorra se quita las pulgas… que, según me ha dicho el Sr. Castillo, es tan bonito”. –“Pues vaya, y que el Sr. Bibliotecario le dé otrotomo, aquel que tenga escrito en la portada: Introducción del símbolo de la Fe, y vuelva con él”.
Al poco rato se me presenta muy ufano con el tomo, en el que están las historias de los animales, lo extiende sobre mi mesa, buscamos y encontramos muy pronto aquello “de cómo la zorra se quita las pulgas”, que parece tenía como fascinado a Ricardo Navascués, pues así se llama mi interlocutor.
En la parte primera, capítulo XIV, párrafo primero, comenzamos por leer cómo el cangrejo caza las otras, echándoles una piedrecita para que no puedan cerrar las valvas antes de que llegue el ladrón.
En seguida, mi compañero exclama: “Ya viene la zorra”, al leer esta palabra al lado de la segunda columna: “Cómo la zorra caza los cangrejos y se limpia las pulgas”.
Leemos lo siguiente:
“El cangrejo hurta la carne de la ostra, y la raposa hurta la dese cangrejo, y no con menor artificio. Testigo desto es un monte, que hay en Vizcaya, que entra un pedazo en el mar, en el cual hay muchas raposas. Y la causa desto es la comodidad, que ellas tienen allí para pescar. Mas, ¿de qué manera pescan? Imitan a los pescadores de caña, y no les falta ingenio ni industria para ello. Porque meten casi todo el cuerpo en la lengua del mar; y extienden la cola, que les sirve de caña y de sedal para pescar. Y como los cangrejos, que andan por allí nadando, no entienden la celada, pícanla en ella: entonces, ella sacúdela a gran priesa, y da con el cangrejo en tierra, y allí salta, y lo despedaza, y come. Pues, ¿quién pudiera descubrir esta nueva invención y arte de pescar?”.
Después leemos cómo la zorra sabe también proveerse de mantenimiento para otro día, cuando mata muchas gallinas de una vez; pues sabe enterrarlas, para comérselas cuando le venga el hambre. Y… por fin, viene lo de las pulgas.
“Tiene pues artificio este animal, para despedir de sí las pulgas, cuando le molestan. Mas, ¿de qué manera? Toma en la boca un ramillo, y metiéndose en el agua de algún río o de la ribera de la mar, y tirándose del agua poco a poco hacia atrás, las pulgas, huyendo de la parte del cuerpo, que se está mojando, a la que está enjuta; proceden de esta manera metiéndose ella poco a poco en el agua, hasta llegar a ponérsele todas en la cabeza, la cual ella también de tal modo zambulle en el agua, que no le queda más que los ojos y la boca fuera. Entonces, saltando ellas en el ramillo, que dijimos tener en la boca, suelta el ramo, y salta fuera del agua, libre ya de los enemigos que la fatigaban. Este artificio tan exquisito, ¿quién lo puede enseñar a un animal bruto, sino el Criador? Pues, Señor, ¿qué se os da a Vos que las pulgas sean molestas a una zorra, pues ella es a nosotros tan molesta? Sí da mucho (dirá Él); porque, aunque se me da poco por ese animalejo, va mucho en que los hombres por este y por otros ejemplos entiendan cuán perfecta y cuán universal es mi providencia; pues no hay cosa tan pequeña, a que no se extienda y a que no provea de remedio, aunque sea tan pequeña como esa”.
(P. Eugenio Saz, S. J. Costumbres de insectos observadas en plena naturaleza.)
6 comentarios:
Que texto tan curioso nos traes. Curioso no por lo "raro" sino por lo sentido del mismo. A la vez biográfico, a la vez científico y a la vez religioso. ¡Qué ganas de leer la entrada que pospones tras esta introducción!
¿Verdad que sí, que resulta de lo más peculiar? Ya os contaré cómo lo encontré, qué me pareció y posiblemente traiga algún fragmento que otro de estos libros en los que conviven diversos sentimientos, en ocasiones enconadamente enfrentados... ;)
Por cierto, tengo pendiente también alguna entrada (para otro blog) relativamente cercana a la serie que estás publicando ahora en el tuyo sobre la "fauna" universitaria. A ver si me pongo con ello y la escribo. :)
Un abrazo.
Sí que es curiosa, si. Y entretenida. Tengo interés en saber cómo lo encontraste, pero sobre todo cómo te interesaste por él. Aunque ya veo que todo lo relacionado con el mundo natural te interesa mucho.
Supongo que el resto del libro no será así, ¿no?, que estó será algo curioso y original.
Ascen, tienes la respuesta en la siguiente entrada, jeje.
Sobre el resto del libro... se le asemeja, la verdad, aunque con experiencias relacionadas con la entomología. Ya os traeré algo por aquí.
Un saludo.
Para que luego digan que los libros no nos encutran a nosotros...cuando menos nos lo esperamos, ahí están haciendo las presentaciones. Esa es la magia de la literatura: que cada obra llega cuando tiene que llegar. En el momento justo para tocarnos la fibra. Curioso texto.
Sally, ciertamente muchas lecturas nos encuentran en el momento preciso y, si no es así, esperan hasta que estamos preparados para acercarnos a ellas, ¿verdad?
La verdad es que sí, se trata de una lectura la mar de curiosa. En Andanzas de un Trotalomas ayer mismo transcribía otro fragmento de la misma. Espero que os guste.
Un saludo.
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