Me ronda la cabeza desde hace mucho un tema que quería tratar en el blog (sí, en este espacio aletargado desde hace ya tanto tiempo en el que nos encontramos), y no es otro que el de los libros y las enfermedades. No libros sobre medicina, no, sino libros que nos acompañaron cuando la enfermedad se hace fuerte en nuestro interior y pasamos algunos días postrados en cama, sin muchas ganas de nada pero, ocasionalmente, con los libros brindándonos una compañía impagable. Por ejemplo, en mi memoria la lectura de Tarzán de los monos se asocia inmediatamente con mi infancia, durante unos días de inverno con mis amígdalas dándolo todo y fiebre elevada.
Sin embargo, esta prolongada ausencia me ha dado una nueva perspectiva desde la que aproximarme a esta entrada. La del libro o, más exactamente, la de la lectura, como síntoma de la enfermedad, ya no del cuerpo, sino (si se me permite la licencia poética) del alma. Aunque en el pasado me había ocurrido en alguna ocasión que se me atragantaba alguna lectura, nunca me había sucedido como hasta este año. Desde mediados de julio hasta principios de noviembre no he sido capaz de acabar un libro con éxito. Empezaba alguno y lo abandonaba cuando llevaba leídas 20 o 30 páginas. Tomaba otro, e igual. Y así con todo tipo de lecturas y relecturas (pues probé de todo) que no conseguían engancharme, que me dejaban proseguir con mi errático deambular de (no) lector. El desinterés, la desgana, la dispersa actitud mental de tener mil cosas en la cabeza y no aprehender ninguna de ellas que viene dada, en buena parte, por un estado de desánimo provocado por muy diversos factores en los que no entraré ahora pero que, al menos alguno de ellos, me gustaría tocar en Andanzas de un Trotalomas, otro de mis abandonados de este año.
Curiosamente, hace poco más de un mes pude charlar un rato con uno de los bibliotecarios de la Biblioteca Pública de Granada al que no veía desde hacía mucho. Además de alegrarme de volver a verle tras varios años (y es que, desde que vivo en Málaga, puedo ir mucho menos de lo que me gustaría por esa estupenda y nutridísima biblioteca), estuvimos charlando de la situación del país, ese gran tema de ascensor que ha venido a sustituir a la meteorología. Llevaba conmigo un libro sobre fabricación sostenible y otro de relatos de autores rusos, y me contaba este buen hombre que últimamente procuraba no ver las noticias y, cuando lo hacía, buscaba alguna cadena televisiva o emisora radiofónica que no fuese claramente «del Régimen». Además, me decía, ya no leía novela. Únicamente los relatos conseguían colarse en los intersticios de ese desánimo generalizado que nos invade a los que vemos mala salida de esta crisis de valores en la que estamos sumidos y de la que nadie parece acordarse para ponerle remedio. Justamente en los relatos pensaba yo para intentar combatir mi desidia lectora, aunque tuve que coincidir con él en que la elección de los autores rusos no era demasiado afortunada, por más que sus temas casasen a la perfección con nuestro estado anímico.
Finalmente, hace un par de semanas, conseguí acabar un libro. Había recurrido a Vázquez Figueroa y a su novela breve El perro, cuya adaptación cinematográfica me gustó tanto cuando la vi de niño. Tras leerlo, he acabado con El amante bilingüe, cuya lectura tenía pendiente desde hacía tanto, con Fugitivo, una novela sobre el mundo del lobo y ahora ando embarcado (nunca mejor dicho) en la lectura de El lobo de mar, de Jack London y deambulando entre animales salvajes con Gerald Durrell. De todo ello os hablaré en una futura entrada, si seguís ahí después de tanto tiempo.
Entretanto, contadme: ¿cómo os afecta el estado anímico en vuestro quehacer lector? ¿Habéis cambiado últimamente vuestros hábitos lectores? ¿Qué hacéis ahí, insensatos, si llevo meses sin escribir?
Sea como fuere, muy buenas de nuevo y, como siempre, feliz lectura.
3 comentarios:
Pues lo cierto es que entiendo bien esa sensación pero en mi caso no sé si es por desánimo. Llevo literalmente años de sequía lectora en lo que a ficción se refiere, con sólo alguna novela ocasional, normalmente de género, que se cuela por las rendijas (Embassytown en estos momentos). Ha llegado un momento en el que no me atrae leer nada "verosímil" y eso me deja poco margen. Escapismo llevado al extremo, tal vez. Culpa de Internet también, tal vez. Encuentro mayor solaz en los cómics.
En todo caso, ánimo con ello que todo pasa tarde o temprano :)
He visto hoy la entrada, pero te tengo que decir que ha sido el día perfecto, porque me ha levantado muchísimo el ánimo ver que este blog seguía vivo :)
No recuerdo especialmente ningún libro que haya leído convaleciente, porque básicamente me quedo en cama durmiendo y sudando las horas que hagan falta hasta que finalmente me levanto ya recuperada, así que no me da mucho tiempo para leer ;)
Un abrazo muy fuerte!!
Ültimamente mis últimos lecturas completas se deben a mis estancias hospitalarias, así que se ajustan bastante al perfil de lectura por el que preguntas.
No sé por qué he dejado en mis temporadas "sanas" la sana costumbre de leer... quizá por eso mis recaídas sean más frecuentes quien sabe, la lectura como método de evasión, la cura del espíritu como vacuna preventiva para el cuerpo...
En fin, dejando divagaciones fueraparte, algunas de mis hospilecturas:
La Autopista de la Eternidad - Simak
Los propios Dioses - Asimov
El mar de madera - Carroll (recomendable)
Por quién doblan las campanas - Hemingway)
y algunos de historia local.
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