viernes, 19 de agosto de 2016

La noche del lobo

Me acerqué a esta obra de Javier Tomeo de forma casual, tomando el libro entre otros suyos del estante de la biblioteca pública donde descansaba desde la última fecha estampada en su ficha. Una lectura sucinta, de breves capítulos, ideal para este periodo que estoy viviendo, en el que no siempre puedo dedicar todo el tiempo que desearía a la lectura (y menos de forma continuada), gracias al cual estoy recuperando el gusto por el relato y la novela corta. 

Comencé su lectura en una noche de vigilia y la fui espaciando durante varias más hasta acabar por devorarla como si yo me hubiese convertido también en un licántropo, deseoso de saber más sobre las desventuras (ya que no andanzas, ahora conoceremos el motivo) de Mario, un poeta que todo lo sabe gracias a Internet y a pesar de su vida de retiro a las afueras de un pueblo, e Ismael, agente de seguros que pasaba por allí cuando, ya anochecido, ambos sufrieron una torcedura de tobillo, quedando a unas decenas de metros de distancia, tan cerca y sin poder verse ni ayudarse más allá de la mutua compañía que les ofrecía su diálogo en una oscuridad sólo rota por la luna llena que asomaba de cuando en cuando entre las nubes. 

Acompañados por la cambiante voz de un cuervo y el eco de otro diálogo nocturno, el de dos grillos que no deberían estar allí en esa época del año, toda la novela se impregna de una sensación de irrealidad que nos alcanza y que comienza a sembrar en nosotros la sombra de una duda. ¿Qué hay de verdad en lo que cuentan nuestros protagonistas? ¿Qué podemos creer de cuanto narra el autor? ¿Qué pensar del cambiante graznido del cuervo, del chirriar intermitente de los grillos?

En el diálogo perenne de la novela, Mario se presenta ante Ismael de una forma distinta a como le conocimos páginas atrás: como un bohemio que se marchó de la ciudad voluntariamente a este retiro de la compañía de los hombres donde, irónicamente, está más en contacto con su cultura que en ningún otro lugar gracias a su conexión a Internet. Mario memoriza todos los datos que lee, profundiza en foros, en blogs, en redes sociales, participando de esa sensación de posesión de la cultura, del conocimiento, que tenemos actualmente en nuestra sociedad moderna e industrializada, a un clic de la Wikipedia y del saber. A dos de poder editarlo y cambiarlo a nuestro antojo. A una vida de aprehenderlo, de hacerlo nuestro y convertirlo en verdadera cultura.

Ismael, por el contrario, es un hombre de ciudad, de su casa, amante fiel de su esposa que, gracias a las palabras de un Mario licántropo con dentadura postiza pero afilada lengua, podría no guardar, en igualdad, la misma fidelidad a su esposo. O sí, pero en su continuo devenir de pueblo en pueblo vendiendo seguros, no estaría en condiciones de afirmarlo, de poner por ella la mano en el fuego.La luna llena no viene a apartar las sombras de duda, pero sí a alimentar la sospecha.

Mario e Ismael son dos hombres solitarios, en definitiva, aislados en la incomunicación por más que entre ellos se establezca un diálogo en el que, en algunas ocasiones, únicamente se están escuchando a sí mismos; Su única cercanía es la física, pues toda la novela podría representarse en teatro (y creo que sería una gran obra teatral) y ambos quedarían presentes en todo momento sobre las tablas, pero les separa una inmensa distancia espiritual.

La novela, como decía, atrapa sin remedio. Con una construcción que apenas notamos, ligera pero poderosa, nos invita a adentrarnos en una realidad que comienza, poco a poco, a parecernos una pesadilla, irreal pero estremecedora. Javier Tomeo me ha ganado para su causa y estoy deseando leer más libros de este autor. Pronto, muy pronto, en cuanto amanezca el día y el sol aleje, hecha jirones, la lobuna oscuridad.

1 comentario:

PABLO dijo...

Parece interesante y junto a aquello de la cultura>internet de uno de los personajes.