Aunque es posible adorar la literatura con un fervor casi religioso o místico, en el que lo material no empañe la devoción que sentimos hacia las palabras, quienes amamos los libros caemos en ocasiones en la pagana idolatría de ensalzar a un tiempo continente y contenido, cuerpo y alma, tal vez no por igual, pero sí con similar vehemencia.
Es lo que me ocurrió hará cosa de un mes cuando me encontré en la librería con el ejemplar de El experimento del Dr. Heidegger, de Nathaniel Hawthorne, editado por Ediciones Eneida dentro de su colección Confabulaciones. Si ya la pluma de Hawthorne confiere de por sí seguridad sobre la calidad del texto que encontraremos en su interior (no en vano es uno de los más representativos, junto a Poe o Melville, del Romanticismo americano, y es autor de novelas tan reconocidas como La Letra Escarlata), la preciosa edición en que se presentaba ante mí llegó a enamorarme de inmediato.
Presentado en rústica (tal vez su único defecto), el ejemplar que tenía en mis manos presentaba en su portada, ligeramente rugosa, un detalle de la obra Ophelia, de Sir John Everett. Tras abrirlo comprobé que una doble guarda roja precedía al texto, impreso con una tipografía clara y elegante, bastante poco al uso en las ediciones de hoy día, sobre un papel de calidad, suave y de tono ligeramente marfileño. La encuadernación, con los pliegos bien cosidos a la greca y encolados en el lomo, indicaba que el libro estaba hecho para durar. Sobra añadir que el libro se vino a casa conmigo, pues tuve además la suerte de que quien me acompañaba tuvo a bien regalármelo justo entonces.
En cuanto al contenido, tanto el relato que da título al ejemplar, El experimento del Dr. Heidegger, como el resto que le acompañan (El artífice de la belleza, El entierro de Roger Malvin, Los nuevos Adán y Eva…) hacen gala del talento estilístico de Hawthorne, del que ya escribiera Poe en su día lo siguiente:
[…] posee el estilo más puro, el gusto más fino, erudición, humor delicado, dramatismo conmovedor, imaginación radiante y el más consumado ingenio; con todas esas buenas cualidades, se ha mostrado un buen místico.
En general, los cuentos que recoge esta selección hacen gala del estilo de la época; poseen cierto sabor funesto, mezclan a partes iguales el interés por la ciencia y la mera especulación sobre los misterios de la vida y la muerte, en tanto nos muestran a un Hawthorne incapaz de desligarse de la represora educación recibida. Su lectura es amena, y es capaz de embelesarnos simplemente con la musicalidad de las palabras, que hilvana con un estilo sutil y preciso.
En resumen, se trata de un hermoso libro que no deberíamos dejar escapar. Por un lado, para acercarnos a Hawthorne a través de sus cuentos, por otro, porque por su bellísima factura hace de él una delicia para los sentidos de cualquier Homo libris.
¡Feliz lectura!
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