domingo, 8 de enero de 2012

Mis "clásicos" infantiles

Los días que rodean a estas fiestas navideñas suelen ser escenario de diversos reencuentros; los que están fuera vuelven a casa, las familias se reúnen, vemos a los amigos que están lejos o que quedaron atrás por las inevitables vicisitudes que tiene la vida… También, habitualmente, suponen un reencuentro con nosotros mismos, con quienes fuimos y con el tiempo que quedó atrás. Hace apenas un par de días, además, la ilusión tomó la forma de tres Reyes Magos que vienen de Oriente, y hasta los más republicanos transigen con su presencia cuasi omnipresente, el múltiples cabalgatas celebradas al mismo tiempo en innumerables ciudades.

Días atrás pensaba en lecturas pasadas. En libros que quedaron atrás pero no se marcharon nunca. En esas historias que, sin menospreciar a otras muchas que conforman el corpus lector vital de cada uno de nosotros, quedaron grabadas y a día de hoy seguimos recordando. Y decidí traer algunas de ellas al blog justo al finalizar estas fiestas, compartirlas con vosotros, revisar si siguen estando disponibles o pasaron al agujero negro de los títulos descatalogados y, en fin, pediros que participéis y compartáis con todos algún libro de vuestra infancia de entre cuantos aún recordáis con cariño. En la relación he obviado a los clásicos (quedan fuera Verne, Salgari, Dumas, Stevenson, Poe, Dickens…) porque podrían componer en sí mismos una o varias entradas.


La autora finlandesa Tove Jansson regaló a los niños de varias generaciones las aventuras de los mumins, unos particulares trolls escandinavos que siempre me recordaron a rechonchos y amables hipopótamos. Recuerdo que devoré sus historias en los libros disponibles en la biblioteca pública de mi pueblo, editados por Noguer, y que la familia Mumin me hizo disfrutar de lo lindo en aquella época. Ilustrados por la autora, en sus libros los personajes adquieren vida propia y deleitan al lector con sus marcadas personalidades. De entre los amigos del pequeño Mumin, el protagonista principal de las historias, el más interesante posiblemente es Manrico: músico, cuentacuentos, trotamundos, le es indiferente el paso del tiempo y simplemente disfruta de su vida errante y bohemia compartiendo con sus amigos los buenos momentos que esta les depara. Los libros de Jansson transmiten valores tan importantes como el sentido de la amistad y la necesidad de tomarse la vida con humor, algo bastante necesario hoy día.

Mientras escribo la entrada he echado un vistazo a la bibliografía de Tove Jansson editada en castellano y, con sorpresa, veo que fue publicado un libro para adultos titulado El libro del verano. Además de la tentación de recuperar algún libro de la familia Mumin (como La familia Mumin en invierno, que ilustra la entrada) creo que echaré el lazo a esta historia intergeneracional; ya os contaré.


Otra de mis referencias en cuanto a lo que literatura infantil (y no tanto) se refiere es Michael Ende. Años después vendrían La historia interminable, Momo o el alucinante libro de relatos El espejo en el espejo, pero durante mis primeros años en la biblioteca pública leí una y otra vez las aventuras de Jim Botón y su amigo Lucas, el maquinista de la locomotora Emma, en el pequeño país de Lummerland. Tan amenos me resultaron los dos libros publicados (también por Noguer), Jim Botón y Lucas, el maquinista y Jim Botón y los trece salvajes, que recuerdo cómo me castigaba los ojos a la luz de la linterna, bajo las sábanas, por no dejar de leer por la noche. Hace unos años me hice con los libros en la reedición que —me felicito por ello y les felicito a ellos— llevó a cabo la editorial no hace mucho. En El templo de las mil puertas es posible encontrar una reseña más detallada sobre esta obra de Ende.

Uno de los libros que más me fascinó de niño, pues si bien no es un libro para infantes según avisa el propio autor («Quien se regocija leyendo a Rabelais, ese grande y auténtico genio francés, acogerá, creo que con placer, este libro que a pesar de su título no va dirigido ni a los niños ni a las doncellas») siempre lo he encontrado en colecciones juveniles (lo leí en la colección Tus Libros, de Anaya, y posteriormente me hice con él en la Biblioteca Juvenil de Alianza) fue La guerra de los botones. Louis Pergaud escribe una historia en la que dos pandillas de mozalbetes de pueblos vecinos permanecen continuamente enfrentadas. Las batallas en las que se enzarzan no buscan ningún fin especial: los jóvenes se odian simplemente por ser de lugares distintos y su juego de niños, en el que los botones arrebatados a los contrincantes constituyen el botín de guerra, pronto se les irá de las manos. Los protagonistas usan un vocabulario algo soez y la violencia está presente en toda la novela (de ahí que, en efecto, sea un libro destinado realmente a los adultos), pero lo cierto es que en una época donde la sobreprotección a la infancia no estaba tan extendida constituyó para mí una lectura excepcional, una novela de aventuras y, al fin, un alegato pacifista.

Uno de los grandes clásicos infantiles que, en mi caso, disfruté especialmente a través de la serie de dibujos animados basada en el libro, fue El maravilloso viaje de Nils Holgersson de la autora sueca Selma Lagerlöf, la primera mujer en obtener un Nobel de Literatura. Leí los libros con veintitantos años y lo cierto es que la ilusión con que recordaba el viaje de Nils a lomos de su ganso Martín se convirtió en la del redescubrimiento del clásico. Nils es un chico travieso y algo maleducado que disfruta haciéndoselo pasar mal a los animales de la granja de sus padres. Mientras estos están en la iglesia, Nils captura a un duende y rechaza su ofrecimiento de una moneda de oro por su libertad. El duende convierte a Nils en uno de los suyos, reduciendo su tamaño y permitiéndole entender a los animales, y el muchacho parte junto al ganso doméstico en pos de una bandada de gansos salvajes en el que será su viaje (iniciático) por excelencia.

Si hay algo que caracteriza a la infancia (y al propio hombre) es la curiosidad y la capacidad de asombro. Por eso, no es de extrañar que buena parte de la literatura infantil tenga a jóvenes detectives por protagonistas (Alfred Hitchcock y los tres investigadores, o Víctor, el niño de La casa de los cocodrilos, por ejemplo) y que la resolución de enigmas sea un tema recurrente en la literatura. Uno de los libros de aventura y desafío intelectual que recuerdo con más cariño es El misterio de la isla de Tökland, de Joan Manuel Gisbert. En él, conoceremos al millonario Anastase Kazatzkian y su Compañía Arrendataria de la Superficie y Subsuelo de la Isla de Tökland. Kazatzkian hace pública la creación del mayor acertijo de la historia, destinado a poner a prueba las mentes más preclaras del mundo y dotado con un premio de cinco millones de dólares para quien consiga resolverlo. Llegarán solicitudes de participación de todos los lugares del globo, pero, de entre los pocos aventureros capaces de resolver las tres pruebas preliminares, solo Cornelius accederá además a la isla. La narración va saltando entre los distintos protagonistas de la novela, y Gisbert mantiene en todo momento la tensión y el misterio que me mantuvieron en su día enganchado literalmente al libro. Años después me topé con alegría con la revista literaria Tökland y el libro, hasta donde sé, sigue siendo reeditado por Planeta.

Por estas fechas, cuando el frío estaba en su máximo apogeo (algo que no ha ocurrido precisamente este año), me encantaba recuperar de la biblioteca los cuentos rusos recopilados por Afanasiev. Posiblemente nunca otros cuentos populares me han impresionado tanto y probablemente no recomendaría otros más que estos a quien desease una buena lectura invernal. Sobre ellos escribí hace casi dos años y medio en el blog, según estoy viendo ahora, y curiosamente en la entrada hacía también referencia a Jim Botón y a mis lecturas nocturnas. Empiezo a sentirme un poco como el abuelo Cebolleta, así que os dejo con el vínculo a esa entrada y con el recuerdo de otros dos “clásicos” de mi infancia, también muy recomendables; La isla de Abel y el prácticamente imposible de encontrar La casa de los cocodrilos, para el que recupero una entrada escrita hace un par de años en otro blog y que publico justo a continuación de esta.


Y, al fin, ¿qué libros infantiles recordáis al llegar estas fechas? ¿Cuáles nos recomendaríais recuperar o regalar a un joven lector?

¡Que el oso Paddington, con sus bollitos y chocolate caliente, os acompañe en vuestras lecturas!

2 comentarios:

lammermoor dijo...

¡uy!Creo que entre mis clásicos (no clásicos) infantiles están Oscar, Puck y ...Guillermo Brown. Dos de los que me acuerdo mucho -en cualquier época del año- son uan edición ilustrada de los Cuentos de la Alhambra y un libro que era de mi hermana -Zapatos de fuego y Sandalias de Viento.
Y por supuesto Tintín -tuve una infancia tintinófila.

alvaro dijo...

uaaa,hacía años que no oía de Los Mumin, que para ti es un libro pero para mí son unos dibus de mi infancia.