Así describía Thoreau sus pensamientos sobre la misma en su diario un 8 de mayo de 1857, con la sapiencia del naturalista y del que permanece alejado de la caducidad de cualquier moda. Podéis leer otros fragmentos del mismo en:
¿Qué es la biodiversidad? ¿Cómo se relaciona con la evolución? ¿Qué relación tiene su pérdida con las acciones del hombre? ¿Y la erosión genética? ¿Y la sostenibilidad? Cada día escuchamos infinidad de términos que, siendo sistemáticamente repetidos, quedan asimilados parcialmente en la mentalidad colectiva. Y digo parcialmente porque o no se entienden en toda su extensión o se repiten las palabras, huecas, vacías de significado, como "loritos" que no se cuestionan qué significan realmente. Y lo que es peor, nadie se preocupa de explicarlas porque se asume que son conocidas por todos.
Hace un par de años, en 2010, se celebró el Año Internacional de la Biodiversidad. Una celebración marcada por la vergüenza de no alcanzar ni de lejos los mínimos que los líderes mundiales se habían marcado ocho años antes y que buscaban frenar la pérdida de biodiversidad que se está produciendo a nivel global en el planeta. Una pérdida de especies que es, aproximadamente, mil veces superior a lo que debería y que ha provocado que numerosos científicos, muchos de ellos reconocidos divulgadores (Sir David Attenborough, Edward O. Wilson, James Lovelock…) pidan que, en un ejercicio de responsabilidad, todos trabajemos unidos para combatir este preocupante hecho.
Entre las numerosas publicaciones que aparecieron en 2010 me había pasado desapercibida esta que os traigo y recomiendo enfervorecidamente hoy: Elemental, queridos humanos. Vida y andanzas del ingenioso planeta Tierra contadas por Juan Luis Arsuaga con dibujos de Forges. No sé cómo se me pudo pasar en su día, pero cuando vi el libro en su nueva y flamante edición de bolsillo no pude hacer otra cosa que llevármelo conmigo y devorarlo. Devorarlo, sí, porque es un libro que se lee con gusto, con una sonrisa en los labios y que divulga sin que nos demos ni cuenta (como ha de ser). Las ilustraciones de Forges son, en ocasiones, didácticas, y las más de las veces simplemente divertidísimas.
Los contenidos del libro nos llevan en un viaje en el tiempo desde la formación de la Tierra hasta nuestros días, repasando conceptos y presentando otros con una claridad expositiva admirable. No da nada por sabido pero tampoco cansa, a mi parecer, al que ya conoce de qué se está hablando. Así, conoceremos lo antigua que es la vida sobre la Tierra, cómo su evolución ha generado una asombrosa diversidad de especies entre las que una muy particular, que apareció sobre la faz del planeta hace nada, anteayer, como quien dice, está trastornando el entorno que le rodea gracias a su espectacular crecimiento y capacidad de adaptación. Y que en esos cambios que imprime a su alrededor hay numerosísimas especies que son incapaces de adaptarse y terminan desapareciendo. Algo que, si bien es consuetudinario a la propia esencia de las especies, no ocurría a una velocidad similar desde las anteriores extinciones masivas que afectaron al planeta.
Cómo puede afectar esto al hombre es algo que está por determinar, pero en el mejor de los casos no nos va a favorecer, así que imaginad en el peor de ellos. El libro trata de hacernos pensar sobre la importancia de la diversidad biológica del planeta, de nuestro hogar, y hasta qué punto necesitamos de ella.
Para terminar, os dejo con una reflexión que hacía Miguel Delibes de Castro sobre la biodiversidad. Como buen divulgador presentaba un ejemplo que a todos nos resultará claro: imaginad esa lavadora que tenemos en casa funcionando y que retiramos cada cierto tiempo para limpiar. A veces puede aparecer algún tornillo o arandela debajo. Nos preguntamos de dónde procederá, pero nos olvidamos pronto de esa pieza: al fin y al cabo la lavadora sigue funcionando. Puede que con el tiempo sigan apareciendo tornillos y tuercas y la lavadora haga más ruido en el centrifugado. Pero oye, pensamos, qué tontos son los fabricantes de lavadoras que, pese a todo, colocan piezas inservibles a la lavadora. Hasta que un mal día la lavadora deja de funcionar. Los tornillos, tuercas y arandelas que imaginábamos sin cometido, de los que desconocíamos su función, servían para algo. Y tal vez la pérdida de una, dos o diez de estas piezas pequeñitas no impedirían que la lavadora (que el sistema) dejase de funcionar. Pero en conjunto, su pérdida lleva a la rotura de la misma.
Leed este libro. Interesaos por el planeta. Es nuestra casa tanto como la del resto de especies que nos acompañan desde que hace unos 3500 millones de años empezamos a interactuar con el entorno y, tal vez, hacerlo idóneo para sostener la vida. No cerremos el ciclo haciéndolo inhóspito y adverso a ella.
Permanecer durante tanto tiempo apartado del blog conlleva que, por bajo que sea el ritmo de lectura, como es mi caso en los últimos tiempos (¡oh, excelsos autores, perdonad mi falta!), se vayan acumulando las entradas y reseñas que en un determinado momento pasan por mi mente. Si bien es cierto que me queda mucho camino por recorrer hasta recuperar la regularidad lectora que me gustaría, no lo es menos que no termino de encontrarme cómodo con aquello que escribo. Perdonad, si es posible, queridos lectores, blogueros y amigos (¡Eh! ¿Hay alguien ahí? :)), este hecho.
Es posible que en sucesivas entradas vaya tirando de fondo de librería para hablar por aquí de algunos de los libros que más me han llamado la atención en este tiempo, sea individualmente o de forma conjunta, pero quería arrancarme a escribir con la última novela que he terminado de leer: El enredo de la bolsa y la vida, de Eduardo Mendoza.
Sobre este autor barcelonés he hablado varias ocasiones en el blog pero, curiosamente, no he reseñado las anteriores aventuras de su loco detective innominado que, os adelanto, me encantaron. El nivel de los libros que componen el ciclo formado por El misterio de la cripta embrujada, El laberinto de las aceitunas, La aventura del tocador de señoras y, por último, El enredo de la bolsa y la vida ha sufrido altibajos a lo largo de las andanzas de nuestro anónimo amigo. Si bien la primera de las novelas es genial y la segunda no la desmerece demasiado, a mi parecer la tercera es más bien floja y esta última, si bien eleva un poco el listón no llega al nivel de las primeras. No quiero decir con esto que estemos ante un mal texto, todo lo contrario. El desvergonzado Mendoza, que tanto y tan bien ha hecho dentro de la “literatura seria”, ofrece un divertimento de calidad, bien escrito y con un particular sentido del humor cargado de cierto surrealismo que me parece entrañable.
Tras los entuertos (los desmontados y los creados) por el detective en el pasado, este se ha retirado y lleva una vida tranquila gestionando la peluquería de su cuñado. Lo cierto es que esta labor no le ocupa demasiado tiempo, sobre todo si tenemos en cuenta que hace meses que no entra mujer alguna a cortarse el pelo, ponerse mechas o echarse un tinte. Así, no es de extrañar que, tras ser puesto al tanto de la desaparición de un antiguo compañero de manicomio, Rómulo el Guapo, que solo unas semanas antes le había propuesto llevar a cabo un golpe maestro que les sacaría de pobres, se embarque en la aventura que Quesito, una adolescente que quería a Rómulo como a un padre, le propone: encontrar a su amigo y salvarle de un desconocido peligro. Pero no estarán solos: nuestro detective-peluquero cuenta con grandes amigos entre las clases más desfavorecidas de Barcelona: un africano albino, una acordeonista callejera y comunista y el timador profesional Pollo Morgan entre otros, nos deleitarán y arrancarán más de una carcajada conforme devoremos las páginas de esta breve pero agradecida novela.
¡Ah, y un personaje de excepción, figura y centro de la crisis actual! No os digo más: ¡leedla!
Me encanta Vonnegut y, sin embargo, es un autor al que leo de higos a brevas. Me lo descubrió Azote a través de su novela Matadero cinco (subtitulado La cruzada de los niños) y lo cierto es que aquella primera lectura me dejó un poco descolocado. La forma de narrar de Kurt es bastante peculiar, hilvanando sus historias mediante un finísimo humor negro, tremendamente ácido, que nos hace dudar en ocasiones sobre si estará hablando en serio, si se ríe de nosotros o, lo que es más probable, si se estará riendo del mundo. En el blog hay un par de reseñas de obras suyas cuya lectura os recomiendo encarecidamente. La de las novelas. Bueno, y como diría él, la de las entradas también; Pájaro de celda y Galápagos.
Aunque durante los últimos meses he leído otros libros (no tantos como hubiese querido) no he reseñado prácticamente ninguno. La falta de tiempo, ganas y fuerzas se han dado la mano para hacer que el blog se asemejase a un desierto de letras, con sus plantas rodadoras (estepicursores) incluidas, y ha sido precisamente un libro de Vonnegut el que me ha sacado de esta apatía lectora. Un hombre sin patria es un libro de artículos, un experimento artístico, un conjunto de pensamientos plasmados sobre el papel, un monólogo interior vomitado en forma de tinta. Y lo he devorado sin ser capaz de despegar las pestañas de sus páginas, disfrutando con cada una de sus frases y cada sonrisa mía, cosechada en su momento justo gracias al buen oficio de este escritor.
Pero no todo son sonrisas, y, cuando lo son, suelen venir acompañadas de cierto regusto agridulce ya que nos estamos riendo, como Vonnegut, de la permanente e irónica locura del hombre en su relación con sus semejantes y el mundo que le rodea. Para muestra, un botón:
Uno de mis seres humanos preferidos es Eugene Debs, de Terre Haute, en mi estado natal de Indiana. […] Lo que decía durante la campaña era esto:
Mientras haya una clase baja, estaré en ella. Mientras haya un elemento delictivo, perteneceré a él. Mientras haya un alma en la cárcel, no seré libre.
¿No les da arcadas cualquier cosa relacionada con el socialismo? ¿Como las grandes escuelas públicas o la seguridad social para todos?
Los textos de Un hombre sin patria abarcan todo tipo de temáticas. Las guerras injustas (siempre lo son), ya se desarrollen en Irak o en Europa, puesto que Vonnegut sobrevivió durante la Segunda Guerra Mundial al bombardeo de Dresde y criticó duramente a los Bush y sus amigotes cuando llevaron el dolor y la desolación a Irak en dos ocasiones. La contaminación del planeta por el uso y abuso de los combustibles fósiles, las armas nucleares, el crecimiento hipotéticamente ilimitado de la población mundial... Nos habla del humanismo y de la religión, sobre literatura y ciencia desde el punto de vista del que ha vivido una vida larga y plena y sabe lo que se hace. No en vano su formación en Química y su máster en Antropología, su posición como presidente de la Asociación Humanista Americana (como sucesor de Isaac Asimov tras la muerte de este), complementarían y enriquecerían su experiencia vital.Y, así, su mensaje resulta plenamente lúcido y actual:
Llegaron en una época en que la clase dirigente anglo, igual que los políglotas oligarcas empresariales de hoy en día, querían los trabajadores más baratos y dóciles que se pudieran encontrar en el mundo entero. Los requisitos que debían cumplir estas personas, tanto entonces como ahora, eran los ya enumerados por Emma Lazarus en 1883: «cansados», «pobres», «hacinados», «desgraciados», «sin hogar» y «maltratados por la vida». Y, en aquella época, a las personas de este tipo había que importarlas. No era posible, como hoy, enviarles el trabajo allí donde eran tan infelices.
Un hombre sin patria es un libro escrito con ingenio y humor, divertido hasta el extremo, con ese estilo tan personal y único que le convierte en uno de los mayores autores norteamericanos de los últimos tiempos y que le hizo ser candidato al Premio Nobel de Literatura que, desgraciadamente, no llegó a conseguir. No dejéis de leer este libro: os encantará.
Lo que es radicalmente nuevo hoy en día es que mi hija Lily, que acaba de cumplir los veintiuno, se ha encontrado (como los hijos de ustedes, como George W. Bush, que también es un niño, como Saddam Hussein y como este otro y el de más allá) con una escandalosa herencia: un pasado reciente de esclavitud, una epidemia de sida y unos submarinos nucleares que dormitan en el fondo de los fiordos de Islandia y a saber en qué otros muchos lugares, con una tripulación dispuesta a, con tan sólo una orden, convertir en hollín radiactivo y en polvo de huesos cantidades industriales de hombres, mujeres y niños con sus misiles y sus bombas de hidrógeno. Nuestros hijos han heredado tecnologías cuyos efectos secundarios, lo mismo en tiempos de guerra que de paz, están destruyendo este planeta a marchas forzadas, logrando que deje de ser un sistema respirable y potable donde las formas de vida puedan desarrollarse.
Cualquiera que haya estudiado algo de ciencia y hable con científicos de vez en cuando comprende que actualmente nos encontramos ante una tremenda amenaza. Los seres humanos, los de antes y los de ahora, nos hemos cargado el chiringuito.
La mayor verdad que hay que afrontar ahora (y que probablemente hará que se me considere una persona poco simpática para el resto de mi vida) es que creo que a la gente le importa un pimiento si el planeta aguanta o no. Me da la impresión de que todo el mundo vive como viven los miembros de Alcohólicos Anónimos: al día. Y les basta con unos pocos días más. Conozco a muy poca gente que sueñe con un mundo para sus nietos.
Comienzo el 6 de septiembre como terminé el día anterior, estudiando y deseando que llegue la tarde para finalizar, para mal o para bien, con el curso académico actual y los exámenes, deseando retomar un ritmo de lectura que ya perdí hace meses (puedo llevar más de un mes o mes y medio sin leer un libro por placer, una situación como no recuerdo otra en mi vida) y otras muchas actividades.
Termina un año que ha sido especialmente duro, pero comienza una etapa que espero sea fructífera y provechosa. Y lo hace, posiblemente no pudiera ser de otro modo, con un sentimiento que tiene algo de pena y de alegría entreveradas. Por eso, y porque hoy se cumplen exactamente cinco años de su pérdida, quería escribir esta breve entrada recordando a la voz para la que fue escrita esta canción, la que me da fuerzas para afrontar la noche. Nadie ha conseguido emocionarme más al escucharla que Luciano Pavarotti.
Deambulando hace un par de días por la Biblioteca Pública Provincial de Granada, en su laberinto formado por muros de papel, se me dibujaban en la memoria tantos momentos allí vividos, las horas entre libros y las lecturas disfrutadas, y echaba de menos aquellos tiempos en los que regresaba a casa con la mochila repleta de páginas por leer, el rostro aterido por el frío viento que bajaba de la sierra, entre olores a pan caliente y castañas asadas.
No llega el invierno aún (no con la prontitud que desearíamos más de uno), y el estío nos muestra estos días su rostro maldito de incendios forestales y temperaturas extremas, y de nada valdrá la nostalgia cuando, asentado en la realidad, recorra los tres pasillos de libros y audiovisuales de la biblioteca malagueña, con sus lomos marcados por la nomenclatura de un arcaico sistema de clasificación bibliográfica, y eche de menos la ciudad del Darro y el Genil.
Por eso, mientras ocupo mis días estudiando Ecología (en el enlace a "Andanzas de un Trotalomas" os dejo un breve fragmento de un texto de Aristóteles que ya vaticina el estudio de esta ciencia, en el que describe todo tipo de relaciones intraespecíficas e interespecíficas y que encontré precisamente en la biblioteca granadina) y maldiciendo entre dientes este último año que ya nació torcido y ha crecido contrahecho, deseo que llegue septiembre y que pase volando este último tramo, plantarme ante los meses que están por venir y reorganizar mi vida (y nunca he sido de propósitos de año nuevo, ya sea este sideral o académico), fijar mis prioridades y retomar, entre otras cosas, un hábito lector que ha quedado maltrecho en los últimos tiempos y que siempre fue, para mal o para bien, uno de mis indicadores de salud y paz mental.
Posiblemente sí que sea esta vez la de mi regreso a estos pagos cibernéticos. No sé cuánto tardará en llegar ni si será duradero, pero me gustaría que fuese con unas ganas retomadas por escribir (disfrutar haciéndolo y sentirme bien con lo escrito) y, por supuesto, por compartir lecturas tanto aquí como en vuestros blogs, que nunca he dejado de visitar si bien de forma errática en la figura de un ente etéreo y silencioso que no dejaba huella ni tan siquiera en el cajoncito de los comentarios.
Nos vemos en unas semanas y, entretanto, os dejo con "Elegi", de Lars Winnerbäck, un hermoso descubrimiento que me brindó Azote tiempo atrás.
För en tystnad mellan väggarna som skar genom cement Två ögonpar i tomhet från september till advent För en man som gick till jobbet som om inget hade hänt För en kvinna som sa allting är förstört, allt är brännt
En elegi för alla vägar som vi inte vandrat än för en tid som bara går och aldrig kommer igen