lunes, 19 de enero de 2009

Edgar Allan Poe

Se cumplen hoy doscientos años del nacimiento del gran poeta maldito, Edgar Allan Poe. Mucho se ha escrito y hablado sobre su vida y su obra, y todos coinciden en afirmar que el autor es una de las grandes plumas de la literatura norteamericana del siglo XIX. Sin duda, Poe no habría sido el mismo de no haber nacido en el seno de una familia rota desde su infancia; sus padres murieron y fue adoptado por un matrimonio acomodado que, sin embargo, desoyó sus anhelos y con quienes rompió relaciones para terminar desheredado. Lo que es cierto es que esta infancia marcada por el dolor, y una platónica relación con su prima Virginia, con la que contrajo matrimonio cuando ésta tenía únicamente 13 años, edad que él doblaba, constituyeron el alimento que una mente inquieta y febril necesitaba para dar rienda suelta a su genialidad.

Poe fue el primer autor norteamericano que intentó vivir de los réditos de su literatura, y este afán le costó caro. Poeta vocacional, articulista por necesidad y narrador inmortal, Edgar ha pasado a la historia gracias a sus cuentos, que supo construir de forma magistral. Su obra ha constituido una referencia para autores de todos los continentes, y fueron seguidores confesos suyos Baudelaire, Verne, Lovecraft, Dovstoievski, Borges o Cortázar, entre otros.

Personalmente, descubrí a Poe a una edad temprana, aproximadamente a los 9 ó 10 años. Fue, si mal no recuerdo, gracias a las cuidadas ediciones de la colección Tus Libros de Anaya, en la que publicaban a autores clásicos con un estudio preliminar sobre la vida del autor y la obra que se tenía entre manos. Posiblemente fue El gato negro el primer cuento que leí suyo, y le siguen en mi memoria El pozo y el péndulo, El escarabajo de oro y Los crímenes de la calle Morgue. Después vendrían El corazón delator, Hop Frog, El tonel de amontillado, La caída de la casa Usher o Berenice, y poemas como los inolvidables Anabel Lee o El Cuervo.

Es difícil ser objetivo, y plantearse hasta qué punto nos ha marcado un autor, pero no andaría muy errado al afirmar que junto a Verne, y posteriormente Tolkien, Poe es el autor que más me llegó a impactar como lector, y que fue quien me llevó a amar es estilo breve del relato. No cabe duda que, posteriormente, Chéjov, Borges, Cortázar o Lovecraft le seguirían en mis desvelos literarios, pero Poe ya me había atrapado para siempre. Lo recomendé siempre a mis amigos, tomé ideas que ya usara él para relatos propios en un intento de homenajearle, y a día de hoy me reencuentro periódicamente con sus obra inmortal.

Por todo esto, os recomendaría encarecidamente que lo leyeseis si no lo habéis hecho ya. Leedlo en Internet, hay numerosas páginas con sus poemas y cuentos, o compradlo en alguna de las fabulosas ediciones que se están editando en este año tan marcado: desde la de bolsillo de Alianza Editorial a la ultimísima Todos los cuentos, de Círculo de Lectores y Galaxia Gutenberg, hay un amplio abanico en el que escoger. Además, podemos leer a Poe en diversos idiomas sin que desmerezca la traducción (salvo los poemas, que obviamente pierden su musicalidad). No en balde, Poe contó con unos traductores de lujo: Charles Baudelaire fue quien volcó al francés su obra, y Julio Cortázar hizo otro tanto para traernos el placer de su lectura al español.

No puedo despedir el día de hoy sin recordarle. Por eso, os dejo con el dilema de una elección. Elegid entre escuchar la hermosa lectura que de El cuervo llevara a cabo Juan Antonio Cebrián en el programa radiofónico La Rosa de los Vientos, y que está disponible para su descarga en la propia página del programa, o deleitaros con la lectura que de la versión original de The Raven lleva a cabo el afamado actor británico Basil Rathbone (uno de los Sherlock Holmes más conocidos de la historia del cine).

Sea como fuere, feliz audición.






Una vez, al filo de una lúgubre media noche,
mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido,
inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia,
cabeceando, casi dormido,
oyóse de súbito un leve golpe,
como si suavemente tocaran,
tocaran a la puerta de mi cuarto.
“Es -dije musitando- un visitante
tocando quedo a la puerta de mi cuarto.
Eso es todo, y nada más.”







Once upon a midnight dreary, while I pondered weak and weary,
Over many a quaint and curious volume of forgotten lore,
While I nodded, nearly napping, suddenly there came a tapping,
As of some one gently rapping, rapping at my chamber door.
`'Tis some visitor,' I muttered, `tapping at my chamber door -
Only this, and nothing more.'

2 comentarios:

Alexandre Kovacs dijo...

Congratulations by the nice site which is quite similar of my own page in the love for literature.

Parabéns, voltarei outras vezes!

Homo libris dijo...

Hi, Kovacs!

I visited your blog, and has already become a part of my RSS reader. Congratulations!