Podemos descubrir a un autor de las más variopintas maneras: mediante la recomendación de un amigo, a través de la lectura de uno de sus artículos, escuchándole en alguna entrevista en radio o televisión, e incluso a través de Internet o por el simple reconocimiento de una voz amiga tras leer el primer libro suyo que acabamos de disfrutar; y esto por citar sólo algunas.
Con José Saramago me ocurrió lo primero. Cuando un amigo me dejó el borrador de su primera novela para que le diese mi opinión y la conversación en torno a la misma derivó en algunas similitudes entre aquella y la escrita por Saramago justo el año antes de que le concediesen el Premio Nobel de Literatura. Corrían, por tanto, los últimos años del milenio pasado en el momento en que departíamos sobre las similitudes entre los personajes de su obra (El extraño mundo de un hombre gris), los de Kafka y, claro está, don José, el protagonista de Todos los nombres, la novela de Saramago a la que me refería anteriormente.
Leí a Saramago con fruición, descubriendo su magistral estilo a la hora de unir subordinada tras subordinada, construyendo un texto de frases encabalgadas que no cansa al ser leído. Requiere, sí, la atención plena del lector, pero una vez atrapada ésta, nada puede hacer que despegue los párpados de las páginas del libro que tiene ante sí. Fue aquél un descubrimiento de tal magnitud que no me cansé de recomendar el libro a todas mis amistades, sufriendo de paso una fiebre lectora que me impulsó a devorar compulsivamente cuanto había salido de la pluma del portugués universal. Lo cierto es que a día de hoy sigue encantándome, y me parece una de las voces más sensatas en este mundo cada vez más perdido.
Aunque en alguna de sus últimas novelas me ha parecido que flojeaba un poco (por ejemplo, en Las intermitencias de la muerte), esto no ha sido óbice para que el disfrute de otras obras suyas sea un placer inigualable. Ensayo sobre la ceguera, y su “continuación” en Ensayo sobre la lucidez, donde plantea interesantes cuestiones sobre la democracia y el papel real de la ciudadanía en ella; La caverna platónica en que vivimos sumidos en un consumismo compulsivo; su peculiar visión sobre la figura central del cristianismo en El evangelio según Jesucristo, que le llevase ser profusamente criticado en su país natal, o la peculiar escisión de la Península Ibérica del resto del continente en La balsa de piedra nos muestran a un Saramago reflexivo, crítico con las injusticias y lúcido como pocos.
Tengo pendiente El viaje del elefante, su obra más reciente, escrita justo tras superar la enfermedad que le postró, pero no pudo con él. Un disfrute que espero compartir con vosotros en breve.
¡Feliz lectura!
2 comentarios:
El Ensayo sobre la Ceguera me encantó, aunque los libros de este hombre me fatigan bastante por su peculiar sistema de puntuación.
-César. El Biobliófilo Enmascarado
Hola gregtork.
Yo acabo de iniciar El viaje del elefante, así que ya os contaré. Es cierto que el estilo de Saramago es bastante particular, y exige una atención continua para "no perder el hilo", aunque terminas por acostumbrarte a ello.
Un saludo.
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