domingo, 9 de octubre de 2011

La isla misteriosa

El reencuentro con un viejo amigo, sobre todo cuando ha pasado un periodo de tiempo considerable, siempre entraña algo de riesgo. Por muy afines que fuésemos en su día, el tiempo pasa de forma inexorable, erosiona nuestra superficie, lima nuestras asperezas y nos asienta el carácter hasta, en ocasiones, llegar a cambiarnos de forma tal que resultamos irreconocibles. Estos cambios, que para la Geología requieren de millones de años, pueden darse en el hombre en apenas unas décadas, máxime cuando media entre ambos periodos la siempre convulsa adolescencia. Sin embargo, aunque a priori pudiésemos sentir algo de temor ante el reencuentro, no deja de ser mayor el estímulo provocado por las emociones agolpándose en nuestro interior. Se despierta la memoria de viejas vivencias, de los momentos que transcurrieron en mutua compañía y de las aventuras vividas.

Ha sido finalmente el verano de 2011 el que me ha hecho regresar a la isla Lincoln. Después de un par de años acariciando la idea para volver a dejarla estar sin decidirme a dar el paso, transcurrido algo más de un lustro desde mi último acercamiento a Verne, encontrar la edición de bolsillo de una nueva traducción al español de La isla misteriosa y hacerme con ella fue una misma cosa. Tenía ganas de volver a sentirme náufrago, de ser un Robinson en toda regla, y es que tengo una especial predilección por las historias “robinsonianas”; algún día nos sentaremos a hablar sobre la isla de Morel, acerca de naufragios en un barco como los de Roberto de la Grive, de ratones aventureros a su pesar como Abel, de señores de las moscas y sobre un nutrido compendio de obras literarias realmente maravillosas.

Con los buenos libros ocurre igual que con los buenos amigos: les encontramos iguales a como los dejamos en su día. Cambiados, sí, posiblemente, igual que nosotros, pero en lo esencial siguen siendo aquellos que nos enamoraron, pues la amistad no es más que un particular y especial estado del amor. Y tan cierto es que «En el mismo río entramos y no entramos, pues somos y no somos [los mismos]» como que cada lectura de un libro será distinta para nosotros. Máxime cuando, como en el caso que nos ocupa, hacía más de dos décadas desde mi último acercamiento a La isla misteriosa. Canta Sabina en una de sus canciones más hermosas que al lugar en que has sido feliz no debieras tratar de volver. Esto, no por acertado deja de ser harto difícil de cumplir, y esta entrada es buena muestra de ello. 

Intentar presentar a Julio Verne es como querer hablar de la lluvia; todo el mundo la conoce, sabe –más o menos– en qué consiste pero, a poco que empezamos a indagar en torno a ella, todo son dudas a su alrededor. Que el francés es uno de los más populares autores de novelas (pretendidamente) juveniles de todos los tiempos resulta evidente, pero no así las circunstancias que rodearon la escritura de las mismas o diversos aspectos de su vida. Para indagar un poco más sobre ello, os recomiendo el imprescindible sitio web Viaje al centro del Verne desconocido (junto a la revista electrónica Mundo Verne) así como el imprescindible ensayo de Miguel Salabert, Jules Verne, ese desconocido.

La isla misteriosa es una de las mejores novelas de Verne (a mi parecer, la mejor) y posiblemente la más “adulta” de todas ellas. Aunque es posible leerla de forma independiente, concluye una trilogía formada tanto por ella como por Veinte mil leguas de viaje submarino y Los hijos del capitán Grant, y constituye un particular acercamiento a un tema literario tan recurrente e interesante como el del náufrago “Robinson”, como apuntaba anteriormente. En ella, varios prisioneros escapan del ejército del general Lee cuando este les mantiene presos en la sitiada ciudad de Richmond durante la Guerra de Secesión. Aprovechando un huracán desatado durante su aprisionamiento, ocupan un globo aerostático que es dejado sin vigilancia dadas las extremas condiciones climatológicas y escapan arriesgando la vida. La fuerte tormenta les lleva por los aires durante cinco días hasta que el maltrecho globo cae al mar. Afortunadamente esto ocurre cerca de una isla donde los náufragos (los colonos, como gustarán autodenominarse) tendrán que sobrevivir con la única ayuda de su inteligencia y su fuerza de voluntad. Y aquí es donde comienzan las diferencias entre La isla misteriosa y otras historias sobre náufragos. Si bien en todas ellas el valor y el ingenio ocupan un papel importante, en la novela de Verne viene a constituir el núcleo de la narración, ya que esta “novela sobre Química”, como la quiso el autor, lleva a cabo una reconstrucción de la historia reciente de nuestra especie. Contado así podría intimidar a futuros lectores de la novela, pero lo cierto es que las aventuras del ingeniero Cyrus Smith y sus compañeros son cualquier cosa menos aburridas. 

Cyrus estará acompañado por sirviente el liberto Nab, el reportero Gedeon Spillet, el marino Pencroff y Harbert, ahijado de este. Juntos tendrán que conseguir alimento y cobijo, fabricar los útiles necesarios para sobrevivir en la isla y todo partiendo de la nada. A lo largo de sus páginas, La isla misteriosa nos deleita con la fabricación de armas, explosivos y útiles de caza, con la elaboración de herramientas y maquinaria necesarias para poner en marcha industrias de todo tipo: metalúrgica, textil, cerámica…

Posiblemente haya disfrutado el libro tanto o más que las primeras veces que lo leí. No obstante, sí que he percibido aspectos que por aquél entonces me pasaron inadvertidos o, al menos, no me llamaron tanto la atención. Por ejemplo, la profunda religiosidad que encontramos ante cada nuevo reto o cuando empiezan a sucederse los misterios que dan nombre a la isla del libro. Cyrus y sus amigos no se resignan, dan todo de sí para asegurar su supervivencia y bienestar, pero lo hacen siempre contando con aquello que les depara la Providencia. Eso sí, recuerdo cómo me marcó en su día el momento en que Cyrus —Ciro en aquella primera lectura— lee el versículo de la Biblia «Porque todo aquel que pide, recibe, y el que busca, halla, y al que llama, se le abrirá». 

También son notables los recursos de la isla, tanto a nivel geológico como respecto a sus ecosistemas. La isla Lincoln cuenta con recursos mineralógicos cuasi ilimitados y su biodiversidad es notable. Especies de animales y plantas de todas las regiones biogeográficas concurren en el limitado espacio de la isla, algo muy al uso por parte de las novelas de aventuras de la época en que fue escrita la novela. El apasionamiento por la ciencia y su aplicación técnica era más que evidente en esta época revolucionaria, y Verne se hace eco del mismo con la preclara visión del futuro que le caracterizaba. Quedaban aún lejos los días en que el pesimismo sobre el hombre y el uso dado a los descubrimientos científicos se apoderase del autor francés.

Cuando hace unas (cuantas) semanas terminé el libro me quedé con el desasosiego de haberme perdido algo. Con ganas de volver a compartir aventuras, de revivirlas y descubrir aquello que mis ojos, una vez más, no supieron ver. Sé que lo haré cuando pase un tiempo, aunque desde hoy mismo os invito a visitar La isla misteriosa por primera o enésima vez. Sé que disfrutaréis con la lectura.

¡Que sea muy feliz!

6 comentarios:

La Belle Dame Sans Merci dijo...

¡Ah, La isla misteriosa! Me trae recuerdos de un verano soleado en Pamplona, cuando devoré de la biblioteca muchas novelas de Verne y otras tantas de Dumas y Salgari. ¡No cambiaría esos momentos por nada! Leer a Verne debería ser obligatorio. Jo, me están dando ganas de releer esta novela...¡Estarás contento! :P
¡Un besico!

Anónimo dijo...

¡Muy esperada esta reseña!
Con diferencia, este fue mi libro favorito de Verne, quizá junto con Miguel Strogoff y 20.000 leguas. Lo releí varias veces en pocos años y fue muy embaucador por el ingenio increíble con el que los colonos convertían su isla en poco menos que un paraíso.
Lo que dices de las relecturas separadas por tanto tiempo es verdad, ya me ha pasado varias veces que libros que me emocionaron en su momento me gustan más aún ahora ¡Y hace tantísimo que no leo a Verne!
Algo que me parece interesante de lo que comentas y que en su momento no supe valorar es que los colonos eran prisioneros durante la Guerra de Secesión, por ejemplo (es el tipo de detalles en el que no me fijaba por aquel entonces).
Por buscarle alguna pega, quizá en una nueva relectura no me convencieran tanto algunos golpes de suerte un tanto increíbles de nustros amigos los colonos que, pese a todo, recuerdo muy vivamente.

-SPOILERS-

Como cuando encuentran aquella oportuna cerilla mágica y convenientemente seca, o aquel grano de trigo del forro de un bolsillo que ¡les permitió hacer incluso pan algunos años depués! Y por supuesto la providencial disposición de todo tipo de minerales y recursos que ya has comentado y que el prodigioso Ciro (también así en mi traducción) tan bien sabía usar.

Muchas gracias por despertar del recuerdo este libro tan estupendo, de verdad que intentaré hacerle un hueco en mi lista, se me ha despertado el apetito de un poco de Julio Verne.

MJGF dijo...

Adoro ese libro. En mi cole de primaria, teníamos la colección completa de literatura juvenil (estoy intentando recordar la editorial; eran blancos) y saqué justo esa obra de Verne como seis veces. Luego he vuelto a ella en diversos momentos y siempre acabo el libro con satisfacción.
Qué genial que me la hayas recordado.
F
P. D. a Copepodo: a mí también me encanta la cuestión de los hallazgos salvadores.

Senior Citizen dijo...

Yo leí los libros de Verne numerosas veces siendo muy niña, pero cuando los volví a leer ya de mayor, me sorprendió que aquellos libros tan densos, con tanto texto y tan pocos dibujos, me hubieran gustado a esa edad. No creo que ahora un niño de 8 o 9 años se los trague, acostumbrados como están a la imagen y a las versiones "adaptadas" y simplificadas.

Pablo dijo...

Tengo muchas ganas de leer a Julio Verne, hace algunos años comencé Viaje al Centro de la Tierra pero me cambié de casa y perdí el libro :/ tengo ganas de comprar otro de él, el autor es un clásico :) Muchos Saludos :)

Homo libris dijo...

Alienor, coincido contigo en que leer (y a Verne también, además) debería ser obligatorio hoy día. Falta le hace a nuestra sociedad como el comer, la verdad.

Me alegra haberte creado la necesidad de releer la novela, pues tú eres una creadora nata de necesidades lectoras. XD

Copépodo, me alegra mucho leerte por aquí y más con este título por el cual, precisamente, compartimos devoción.

Son muchos los detalles que se descubren con el tiempo, que nos nos llamaron la atención en su día y que adquieren una relevancia máxima cuando volvemos al libro en cuestión. También es cierto que muchos golpes de efecto hoy día no los notamos tanto o nos parecen forzados. La isla misteriosa está repleta de ambas posibilidades y, pese a todo, volvería a releerla (y lo haré, llegado el momento). Es parte de su grandeza.

Mi apetito por Verne también se ha reavivado, jeje. Tengo en mente para este invierno que se acerca (aunque no lo parece por las temperaturas) releer a Poe y a Verne de forma conjunta. Entre otros títulos, el tándem formado por La narración de Arthur Gordon Pym y La esfinge de los hielos.

Fulgida, cierto es que estos libros quedan grabados en nuestra memoria de una forma muy especial. Eran grandes títulos y posiblemente los leímos en el momento adecuado.

La colección que comentas tal vez fuese la de Molino (que antes tenía los libros con el lomo blanco, por lo que he visto) o, por ejemplo, de Susaeta (mi La vuelta al mundo en ochenta días es así).

Senior Citizen, coincido plenamente contigo. Hoy día posiblemente los libros de Verne aburran a un niño "normal". A mí me fascinaba leerle en verano, cuando las tardes demoraban la llegada de la noche, y compaginaba la lectura con algún libro de divulgación como los de Asimov. También disfrutaba de lo lindo mirando las estrellas cuando caía la noche, especialmente con unos prismáticos de mi padre, sentado a la puerta de casa.

Hoy se ven muchas menos estrellas en el cielo nocturno y niños leyendo muchos menos. :( Lo más triste es que no es nostalgia, son hechos.

Pablo, Verne es todo un clásico y siempre merece la pena volver a él. Si lo haces no dejes de contarnos tu reencuentro con el autor francés. Por lo pronto voy a echarle un ojo a tu blog. ;)

Un abrazo.