miércoles, 23 de mayo de 2012

Sentimiento colectivo

"Lamento" tener que seguir extrayendo párrafos de Expediente Barcelona para traerlos al blog, pero es que además de la calidad literaria de González Ledesma me temo que la crítica social que contiene (esa de la que carece la novela negra española en contraposición de la nórdica, según afirmaban miembros de cierta asociación de traductores granadina para indignación propia y de extraños) está más de actualidad que nunca. Así,
Con Rodríguez, con Costa, con dos estudiantes de Derecho, un profesor de la Escuela Social y tres obreros fundamos el Centro Interior de Resistencia. Ya no se trataba de hablar, de reunirnos en los bares y de recitar nostalgias, sino de enfrentarnos a la situación con medidas que estuvieran a nuestro alcance de gentes que sufrían. En el local de una asociación literaria donde se editaba una revista condenada a garrote vil, nos reunimos para hacer un religioso inventario de nuestros sueños. Los obreros hablaron de huelgas, de jornales y de libertad sindical; nosotros hablamos de libertad de prensa, de eliminación de la censura y de los tribunales especiales, además de un cambio total en el profesorado universitario. Nos dimos cuenta en seguida de que no acabaríamos de coincidir jamás, de que ellos pedían unas mejoras concretas para hoy, mientras nosotros construíamos en las nubes la España del mañana.
[...]
Era difícil que nos uniésemos de verdad para hacer algo cuando enfrente teníamos a las comunidades de intereses más potentes de Europa; y las comunidades de intereses, señorita Jou, son más fuertes que todos los sueños paridos por la izquierda desde Pablo Iglesias hasta ahora, cosa que a mí me dolía reconocer. Por eso la verdadera izquierda no se pone de acuerdo jamás, puesto que tiene que administrar a la vez dinero, resquemores, banderas, mártires y ráfagas de viento. La derecha solo tiene que administrar intereses, para lo cual, además, emplea a los tecnócratas, los milagreros del siglo XX.
[...]
A veces me preguntaba, durante la noche, mientras oía moverse a la Isabel en la habitación contigua, si tenía algún sentido hacer todo aquello. Al fin y al cabo, ¿en qué país me movía? La gente que a uno le empuja en las calles, la que se disputaba los pisos y compraba los televisores a plazos, había perdido toda sensibilidad, todos sus ideales colectivos. [...] Yo me daba cuenta de que mi ciudad, mi país —pero a mí solo me importaba mi ciudad— estaba formada por hombres que tenían o buscaban un trabajo, una mesa, una mujer y una cama: habían llegado a no pensar en nada más. El país consistía en un simple juego de posibilidades económicas: lo importante era atrapar alguna, asirse a ella, mejorarla, mamarla y procurar que a uno no le pillasen las ruedas. A eso se le llamaba oficialmente «hacer grande a España». A falta de otra, los jerarcas de la situación se referían constantemente a esta tarea. Y luego, con la democracia, ha pasado lo mismo. Los grandes sentimientos colectivos ya no tienen cabida en la indiferente España.

2 comentarios:

Lectora dijo...

Y de haberlos (esos grandes sentimientos colectivos) casi siempre serán adecuadamente utilizados por alguien para sus propios fines, siempre tengo esa impresión.

Homo libris dijo...

Me temo que sí, Sonja, que incluso los más altruistas y universales pueden ser orientados en propio beneficio por unos pocos. Tal vez de eso solo nos pueda librar algún día la educación. :)

Gracias por tu comentario.