sábado, 30 de mayo de 2009

Terruño, y otros cuentos

Tiene más de nueve años, pero sigue siendo uno de mis cuentos (por buscarle algún enclave literario, y con el adjetivo posesivo me refiero a escrito por mí) preferidos. Lo recuperé recientemente, gracias a la versión electrónica de una revista juvenil en la que fue publicado, en tanto otros muchos se perdieron, puede que por fortuna, para siempre. Quería traerlo aquí para que no le ocurra como a esos otros.

Una historia de un tiempo en el que escribía habitualmente, y tal vez un aliciente para volver a hacerlo.

Terruño

Aún no amanecía y ya se encontraba el viejo caminando entre los olivos, despanzurrando bajo la suela de sus botas los terrones arcillosos del suelo de secano, precedido por la perra, que avanzaba olisqueando a una quincena de metros de él. La llamó mediante un silbido. El animal, una añosa hembra de pointer de pelo blanco y naranja, se volvió hacia el hombre y retrocedió sobre sus pasos, cansina. Éste vestía un jersey verde oscuro, apenas entrevisto por el cuello de la zamarra de lana que lo cubría desde el suyo propio hasta bajo la cintura, justo donde comenzaba el pardo pantalón de pana. La perra llegó hasta él, siendo acariciada tiernamente por una mano surcada, como la tierra, de arrugas y cicatrices realizadas por la yunta del tiempo y el arado del trabajo. El cielo comenzaba a tomar un color plomizo que fue enrojeciendo por el este, y los bancos de niebla que se asentaban en las vaguadas comenzaron a tomar consciencia de su pronta desaparición. "Hará buen día", pensó el viejo. Descolgó de su hombro la alargada funda que portaba, sacó de ella una escopeta de cañones yuxtapuestos, cromados y con el ánima estriada, la partió, cargó con cartuchos que previamente había sacado de un zurrón que llevaba en bandolera y volvió a cerrarla con un sonoro chasquido.

Era casi mediodía, el sol se alzaba en el cielo, brillante, pero no lograba calentar la mañana. El viejo había tomado asiento sobre una roca de superficie pulida, al abrigo de una retama; la perra a su lado, tumbada, con la lengua fuera, jipando, las ubres de perra vieja que dio a luz múltiples camadas moviéndose con laxitud al ritmo impuesto por la acelerada respiración, los ojos oscuros vigilando las bocas de gazaperas que se abrían frente a ella, al otro lado de la barranquera. Al viejo se le daba un ardite el conseguir una pieza, al contrario que esos jóvenes cazadores cuya máxima aspiración era volver con las perchas llenas; tal vez porque él había pasado por esa etapa durante su larga vida, prefería disfrutar del día en el campo de un modo más sosegado, gozando del olor del aire, transporte de aromas a tomillo, romero y salvia; de los rayos de sol calentando su cuerpo, por más que ese día el astro parecía un avaro guardando su oro tras una vitrina, mostrándolo sin desear compartirlo. Sacó del bolsillo un cajetín de tabaco, lo golpeó contra el dorso de su mano izquierda, haciendo salir un cigarro que puso entre sus labios. Guardó el paquete de tabaco y sacó un encendedor con el que prendió fuego a la punta del cigarrillo, protegiendo la llama entretanto con la palma de la mano. Dio un par de caladas y espiró el humo por la nariz mientras levantaba la cabeza y, usando la mano izquierda como visera, descubría una pequeña mancha contra el azul del cielo. Un cernícalo, alas y cola desplegadas, se cernía sobre una loma cercana, avanzando de vez en cuando ayudado por las corrientes eólicas para volver a detenerse algo más adelante como si estuviera sujeto por un hilo invisible, quizá el de la supervivencia.

La tarde comenzaba lentamente a morir y el viejo volvía a caminar con la perra por delante, como siempre, bebiendo ésta los vientos en busca de un rastro. Se detuvo el cánido, de repente, sin avisar, una pata delantera flexionada, el rabo perpendicular al suelo y la mirada fija en unos matorrales. El viejo tomó con ambas manos el arma y se la encaró a la vez que emitía un chasquido con la lengua. La perra se lanzó contra el matojo y de éste surgió una mancha rojiza que aleteando ruidosamente mostraba la espalda al cazador. Tronó la escopeta y su boca escupió fuego, y la perdiz cayó pesadamente contra el suelo, dejando tras de sí una estela de plumón. La perra alternaba su atención entre el lugar donde se encontraba el ave y su amo. A un gesto de éste fue trotando, cogió el inerte cuerpo y volvió cojeando, la cabeza gacha, moviendo el rabo y con mirada cómplice, hasta depositar a los pies del hombre la presa. "Buena chica" pensaba el viejo mientras levantaba con sus manazas el noble rostro de la perra y la miraba a los ojos, profundos, inteligentes. Le cogió la pata derecha y buscó en la parte inferior de ésta, hallando clavada entre los pulpejos una esquirla metálica. La tomó entre dos dedos y la extrajo haciendo manar la sangre cálida y espesa del animal. "Ambos estamos viejos, demasiado viejos. Anda, volvamos a casa, que ya es tarde", dijo mientras cogía del suelo la perdiz y la introducía en el zurrón, que presentaba desde siempre irregulares manchas parduscas de sangre.
También de aquella época es el cuento El puente vertical, que fue publicado por la revista de ciencia ficción argentina Axxón en su número 111. Con esto del Papyre y el jugueteo con los formatos digitales para este dispositivo, me dió por publicarlo en formato FB2. Si alguien se arriesga a probarlo en su lector, puede descargarlo sin más.

10 comentarios:

Elwen dijo...

Me encantan las descripciones del paisajes y las acciones, uno lo pueden imaginar con tanta claridad... creo que yo jamás podría hacerlo así. Aunque (y aquí viene el pero xD), creo que hoy en día podrías incluso mejorar el texto.

Homo libris dijo...

Bueno, los textos siempre son susceptibles de mejora (y particularmente los míos, muy susceptibles de ello :D). Este me gustaba, como dices, por lo descriptivo, y por ser un tímido homenaje a uno de mis autores preferidos (a ver si alguien adivina cuál ;) ).

Hoy día, posiblemente debería centrarme en escribir con mayor fluidez: tengo especial tendencia al hartazgo literario y a perderme en vericuetos narrativos varios :) Aun así, me alegra que te gustase.

Saludos.

Isi dijo...

Lo acabo de leer y cierto es que puedes imaginarte la escena tal cual. Por cierto, que mi abuelo fue cazador de perdices y tenía también una perra muy parecida (pongo su nombre, porque me parece un nombre precioso para un animal: "Lira"). Le he visto a él, os lo juro.
Una cosa más: las ubres son de las vacas, no se utiliza este término para ningún otro animal ;))

Homo libris dijo...

Isi, el nombre de la perra es precioso, ciertamente. En mi caso, también tengo cercano el tema de la caza: tanto mi padre como mi hermano lo son, de caza menor, y en ocasiones he compartido jornadas cinegéticas con ellos, aunque únicamente en la caminata campestre, ya que por mi parte soy ecologista convencido, y personalmente no comparto el gusto por la caza :)

Respecto a las ubres... siento contradecirte, pero se pueden aplicar a más especies que a las hembras de bóvidos. Al menos, eso nos dicen desde la RAE ;)

Saludos.

Elwen dijo...

Dos cosas; la primera es que olvidé decir que bajé El puente vertical a mi Papyre. Creo que va a ser lo primero que me siente realmente a leer.

Segundo, ¿por qué no tienes un buscador de palabras? Me resulta cómodo cuando voy tras algo concreto

Isi dijo...

Te prometo que nunca se utiliza más que para rumiantes y yeguas; jamás en perros, gatos y cerdos.
Pero bueno, por lo menos ahora sé que es correcto. Gracias :)

Lo de la caza y la pesca, veo que fue una actividad necesaria en otra época. Bueno, de hecho me parece impresionante que la familia de mi abuelo comiera (en su día) sin tener que ir al supermercado, es como de película antigua ;)

Homo libris dijo...

Elwen, clemencia... :D Tiene siglos, y no es gran cosa. Por cierto, hay una parte, cerca del final, en la que hay una serie de cifras que deberían haber aparecido en forma de columna, pero la aplicación para convertir el formato de Grammata las colocó fatal. Si tienes el valor de llegar hasta ahí, te recomendaría leer esa parte en la web de Axxón.

En cuanto al buscador dentro del blog, deseo concedido ;) Muy buena sugerencia (parece mentira que trabaje en esto, jajaja).

Isi, no te digo que el uso esté extendido, es cierto que es mucho más común oírlo en este tipo de animales, y posiblemente en una perra o una gata no sea lo habitual. De todas formas, si leéis algo mío, sobre todo de algún tiempo atrás, veréis que tiendo a recuperar bastantes palabras que están en desuso, pero siguen estando admitidas por la RAE. Me resisto a dejar morir palabras y acepciones, no por pedantería, sino por nostalgia :)

En cuanto a la cacería, lo cierto es que en su día tuvo su explicación, y bien entendida no tiene porqué ser una actividad dañina. El problema no está en los cazadores de siempre, que entienden el equilibrio natural, y saben además que sin presas, ellos también perderían su razón de ser, sino en aquellos que no dudan en descargar sus escopetas sobre todo aquello que se mueve por "deporte" :)

Anónimo dijo...

Tienes una manera de describir la escena que te permite visualizar exactamente lo que vas narrando...¡bueno, hasta pude oler ese vientecillo con olor a hierbas frescas!

me gustó...¡gracias!

Isi dijo...

Se me olvidaba: estoy de acuerdo en lo de los 2 tipos de cazadores.
No creo que haga falta decir que mi abuelo cazaba y pescaba de joven para comer. De mayor ya vivía en la ciudad y de vez en cuando iba a pescar: una trucha para cada hijo, y las cenábamos tan contentos!
El veterinario donde hago prácticas también es pescador, pero el practiba lo de la pesca sin muerte; sólo va porque le gusta, y de vez en cuando se trae alguna.
Eso es lo que deberían hacer los demás, creo yo...

Homo libris dijo...

Me alegra que te gustase lo descriptivo de la narración, Bibliobulímica. En cuanto a ti, Isi, en efecto, creo que no es incompatible el ejercicio del deporte como tal, con la conservación del medio ambiente. De hecho, tengo amigos que han tenido que trabajar en proyectos de este tipo (son biólogos), y me comentaban que en algunas zonas, es el mal menor: es o eso, y dar un futuro a la gente que vive allí, o deforestar grandes extensiones de selva para tener cultivos poco sostenibles a medio o largo plazo (porque la tierra termina deslavazada y erosionada).