domingo, 7 de marzo de 2010

El arte de cetrería

De cada día vieron los hombres cómo, naturalmente, unas aves toman a otras y se ceban y alimentan de ellas, y las tales aves son llamadas de rapiña: así como son águilas, azores, halcones, gavilanes, esmerejones, alcotanes y otras.
Y estas dichas aves, salvo el águila, nunca comen otra carne si no fuere de aves que ellas por sí toman y cazan; pero el águila cuando no puede tomar o cazar algún ave de las que acostumbra tomar o cazar, torna a tomar liebre, o conejo, o cordero pequeño, y aun viene al perro muerto, por la gran glotonería que en ella hay.
Y hay, también, otras aves que algunas veces se ceban de las aves que toman, pero comúnmente sus viandas son carnizas de bestias muertas, así como son los cuervos carniceros, que muchas veces toman aves vivas, pero su caza natural es carniza de bestias muertas y de aquello tienen su mantenimiento.

(Pedro López de Ayala, Libro de la caza de las aves).

Et otro día lo deven dar aun muy menos et de peor carne et non le fazer ningún plazer, et al tercer día dévenle señolar la primera vez muy cerca et de pie rodeando el señuelo poco; et luego que el falcón sale de la mano, echarle el señuelo alongando del omne et en lugar escanpado, et desque el falcón entrare en él, dévenle dar bien de roer; et la otra vez alongársele más et la terçera aún más, et entonçe cevarle en la manera que desuso es dicho como se deve fazer el primer día. Et otro día non le mostrar el señuelo et darle a comer como fizieron al otro día pasado, el que non señolaron, et el otro tercer día señolarle más lueñe. Et finca en el entendimiento del falconero que dexe venir al falcón suelto al señuelo quando entendiere que lo puede fazer sin peligro de perderle; ca ante d'esto, sienpre deve venir al señuelo con un cordel delgado et luengo atado a la lonja o a las piyuelas. Et el señuelo deve seer bien llano en tal manera que, quando cayere en tierra, por fuerça aya de caer la carne bien descubierta de la una parte, et el falcón se pueda asentar et poner entre anbas las manos ençima del señuelo.

(Don Juan Manuel, Libro de la caza).

Un día hablaba el Conde Lucanor con Patronio, de este modo:
-Patronio, vos sabéis que soy muy buen cazador y he introducido muchas innovaciones en el arte de la caza, antes desconocidas, así como reformas muy necesarias en las pihuelas y en los capirotes de las aves de cetrería. Ahora los que se quieren meter conmigo se burlan de mí por mis invenciones, y así como alaban al Cid Ruy Díaz o al conde Fernán González por las victorias conseguidas o al santo y bienaventurado rey don Fernando por sus notables conquistas, me elogian a mí diciendo que realicé una gran gesta al cambiar un poco las pihuelas y los capirotes. Como comprendo que tal alabanza es sólo una burla, os ruego que me aconsejéis qué deba hacer para que no se mofen de mí por aquellos inventos tan útiles.

(Don Juan Manuel, El conde Lucanor).


Conté en mi casa lo que había visto y me enteré que era un halcón. Busqué en el diccionario su concepto y supe que en la Edad Media había sido domesticado por el hombre para cazar. Pensé que algún día conseguiría adiestrar a ese ser rápido y hermoso.
Félix Rodríguez de la Fuente, a quien pertenecen las palabras citadas en último término, falleció en Alaska hace 30 años, en la fatídica fecha del 14 de marzo de 1980, justo el día en que cumplía 52 años de edad. Resulta difícil concebir que alguien no pueda conocer al hombre que revolucionó, en su día, gracias a su palabra, el sentir de todo un país respecto a la naturaleza con la que había convivido y a la que había sometido desde antaño. Sin embargo, como es posible que algunos de quienes leéis el blog no le conozcáis (fundamentalmente por vivir en otros países), os remito a la Wikipedia, enlazada más arriba, y a mi otro blog, Andanzas de un Trotalomas, para profundizar un poco en su vida y en lo que supuso para muchos de nosotros su imborrable obra, alguna de la cual traeré estos días a Homo libris.

Resulta difícil empezar a hablar de Félix, de una persona que abarcó tanto y tan bien. Que llegó a cambiar la concepción del término “alimaña” en un país en el que los problemas se atajaban a golpe de veneno (y cuyos perniciosos efectos pudimos ver en televisión en un magnífico ejemplo de las consecuencias que tiene sobre la cadena trófica de los ecosistemas) y el lobo era el enemigo a extinguir. “El amigo de los animales”, como llegó a llamársele, era también el de los hombres. No concebía la naturaleza sino como un todo, en el que el hombre ocupaba su lugar, importante sin duda, y le hacía responsable de su poder: era necesario ser conscientes de nuestra capacidad de destrucción, hacernos cargo de ello y utilizar la ciencia para congraciarnos con el entorno natural. Nada de volver a un pasado imaginario, bondadoso e infantil, como se llega a proponer incluso hoy día, sino un futuro en equilibrio donde seamos capaces de autorregularnos para no buscar la extinción de otras especies o la nuestra propia. En eso, como en tantos otros aspectos, Félix fue un adelantado a su época.

Aquí, a Homo libris, quería traer algunos de los libros más significativos de su prolífica obra. Y he decidido hacerlo por el primero de sus libros: El arte de cetrería. Félix, mientras cursaba estudios de medicina, buscaba información sobre un arte desaparecido en España por aquel entonces, el que fuera uno de los pasatiempos de la nobleza durante la Edad Media: la cetrería. Félix había quedado prendado en su infancia del vuelo de las rapaces en los campos que rodeaban su Poza de la Sal natal, y quería domeñar al animal salvaje, traerle a su puño, conocerle íntimamente. Pero ya no existían conocimientos vivos sobre cómo hacerlo, y el burgalés se vio forzado a recuperar textos perdidos de Don Juan Manuel y Pedro López de Ayala para saber cómo se debía proceder para adiestrar a una rapaz. Aprendió y nos devolvió parte de nuestra cultura perdida, modernizada hasta el punto de constituir hoy día un elemento imprescindible para mejorar la seguridad en los aeropuertos, ahuyentando las parvadas de pájaros que pueden colisionar contra los aviones durante su despegue y aterrizaje. De su pasión habla la noticia que se enlaza más arriba, referida a su viaje a Arabia.

El arte de cetrería es un libro que, hasta no hace mucho, era complicado encontrar. Descatalogado años atrás, no fue hasta hace unos pocos que comencé a encontrarlo en librerías y ferias del libro de ocasión, editado en 1986 por la librería mexicana Noriega, cuya portada aparece a continuación.

El libro resulta de lo más interesante para aficionados y profesionales de la cetrería, encontrando en él métodos y prácticas que hoy están prohibidos (hay que tener en cuenta la fecha en que se escribió y que la legislación sobre naturaleza y medio ambiente era prácticamente inexistente, encontrándose enfocada siempre la relación hombre-naturaleza desde una perspectiva antropocéntrica). En cualquier caso, de El arte de cetrería puede aprenderse muchísimo, especialmente aquellos que deseamos conocer cómo se trabajaba con la naturaleza hace unas décadas y profundizar, además, en la mente de quien revitalizó el perdido saber de la cetrería.

Gracias a sus documentales en "El hombre y la Tierra" conoceríamos y amaríamos a Taiga, el azor, quedaríamos prendados por los primeros vuelos del halcón en los aeropuertos españoles durante los episodios dedicados a la altanería y fascinados ante la caza del chivo por el águila real, una de las escenas de la televisión que, a mi parecer, más nos marcaron a quienes nos adentramos en los vericuetos de la naturaleza de la mano de Félix. El arte de cetrería nos permite, por tanto, conocer algunos de los secretos que había entre bambalinas durante el rodaje de la mítica serie de televisión.

6 comentarios:

Javier G. Pérez dijo...

Al margen de la gran capacidad divulgadora de este completísimo naturalista, hay otra faceta más complicada de su vida que, me dejó una huella imborrable en cuanto a su capacidad de superación. La vida era muy difícil en la época estudiantil de Félix, y éste, terminados los estudios, una vez habiéndose colocado en una clínica dental, trabajó para un prestigioso odontólogo de Madrid, y fue capaz de abandonar ese trabajo tan bien remunerado, para dedicarse a su pasión más señalada: la naturaleza. No hay que olvidar, la ola de migración hacia otros países europeos de muchos españoles que, marchaban en busca de trabajo, mientras Félix, apostaba por algo tan precario e incierto: la divulgación de la naturaleza y la cetrería.
Una emocionante dedicatoria.
Saludos.

Último Íbero dijo...

Siempre recordaré ese peculiar modo de hablar y su famosa coletilla de "Un equipo, de El hombre y la Tierra...". A mi, desde luego, me marcó la infancia.

loquemeahorro dijo...

Me parece increíble que haya españoles que por su edad no conozcan a Félix Rodríguez de la Fuente, que fue alguien fundamental en este país, por las razones que tú bien has descrito.
¿Y solo tenía 52 años? Me sorprende mucho.

Gran entrada, de verdad.

Eso sí, lo de la cabra... había intentado olvidarlo, ahora tendré que volver a terapia.

MJGF dijo...

Yo tengo el recuerdo de ver los documentales en la tele y esa imagen del lobo, gris, enjunto, con el sol moribundo detrás... Y la horrenda canción de Enrique&Ana grabada en la cabeza, que por más que intento sustituirla en mi banda sonora mental por la música de "El hombre y la tierra", no hay manera...
F

MJGF dijo...

Por cierto, si te interesan las cuestiones relacionadas con la cetrería, no dejes de consultar a Fradejas (de la U. de Valladolid), quien ha publicado bastantes cosas sobre su léxico, ha editado obras clásicas, estudios literarios, etc.
F

Homo libris dijo...

Javier, como dices, Félix fue un hombre incansable, que supo exprimir su vida al máximo, vivirla, tal y como dijeron de él, como si fuese a morir tan joven como ocurrió por desgracia.

Respecto a los métodos de trabajo con animales y las condiciones de rodaje, mucho se ha dicho al respecto. Algo pensaba comentar en el otro blog, aunque difícilmente habrían podido conseguir imágenes como las que nos trajeron si no hubiera sido así. Aunque para el individuo en cuestión tal vez no fuera lo más deseable, lo cierto es que creo que es ventajoso para la colectividad, y su labor hizo mucho bien por la preservación de la naturaleza y nuestras especies naturales.

Respecto a su apuesta personal (antes que profesional incluso) por la naturaleza, es algo encomiable. Dejar un puesto bien pagado como el suyo por un sueño del que no tenía realmente la constancia de que fuera a salir bien era algo impensable en su época, y el apostó por ello. Afortunadamente, para él y para nosotros, la jugada le salió bien, jejeje.

Amandil, su forma de hablar creo que está en nuestra memoria para siempre. Con recordarle ya viene, como si estuviéramos escuchándole, su peculiar acento y forma de hablar, ¿verdad?

Loque, pues los habrá, te lo aseguro, aunque los que tenemos una cierta edad (y nuestros mayores), a buen seguro nos acordamos de él. Me alegra que la televisión pública haya decidido aprovechar el aniversario para recuperar la serie y brindarnos la oportunidad de recordarle además de permitir a tantos otros encontrase con él. Y sí, si no estoy errado cumplía 52 años ese día.

Fulgida, esa imagen que recuerdas del lobo es clave. Un joven Félix, durante una cacería de lobos durante la que acompañó a los pastores de su pueblo (siempre andaba con ellos, aprendiendo en el campo), tuvo la suerte de encontrarse con un lobo que huía, cerca del puesto donde se encontraba. Le vio así, a contraluz, con las últimas luces del día, y salió, con un estremecimiento, a gritarle, a ahuyentarle para que no le mataran. Contaba que esa imagen le marcó, y quiso trasladarla al que sería su trabajo más recordado.

Creo que ese lobo nos ha marcado a muchos, cuando aún nos aventurábamos en el conocimiento de la naturaleza, y envidiamos estar ahí. De hecho, junto a algunos amigos, tengo pendiente una visita por la Sierra de la Culebra a ver si al menos oímos su canto en la noche. :)

Tomo nota, por cierto, de la referencia sobre cetrería que me das. Voy a indagar un poco, je, je. ¡Gracias!

¡Un abrazo para todos!