miércoles, 9 de septiembre de 2009

¿Por qué nos comportamos como lo hacemos?

Cuando hace unos días mostraba la desilusión que me había producido la lectura de un ensayo sobre el lobo, me venían a la mente otras obras ciertamente interesantes sobre el gran cazador del hemisferio norte. En particular, dos libros de Ramón Grande del Brío sobre el lobo ibérico: El lobo ibérico. Biología y Mitología, editado por Blume en 1984 y ya agotada, y El lobo ibérico: biología, ecología y comportamiento, de Amarú, que recoge el contenido de aquella y de otra obra del autor, Territorio y sociedad del lobo ibérico. En todas ellas, Grande del Brío repasa la biología del lobo haciendo especial hincapié en su comportamiento en la naturaleza, y trata las relaciones entre el cánido y el hombre: los mitos surgidos en torno a su figura y su presencia en la cultura popular. Son, junto al libro El lobo ibérico en Andalucía: historia, mitología, relaciones con el hombre, de Víctor Gutiérrez Alba, obras de referencia para todo aquél interesado en la vida y secretos del gran cazador.

Pues bien, precisamente recordando estos libros me encontré con el ensayo Las bases ecológicas del comportamiento humano, del mismo autor, posiblemente el más prolífico del conservacionismo en España. Doctor en Historia, naturalista que trabajó en colaboración con Félix Rodríguez de la Fuente, es uno de los más respetados estudiosos de la etología del lobo ibérico, tiene a su cargo equipos de investigación en torno a temas medioambientales y, en su día, incluso tocó la guitarra en la banda salmantina de rock Grupo 96. Si algo debo criticar de su ingente labor es la forma que tiene de escribir, abusando de la puntuación (terminé el libro actual haciendo caso omiso de las comas, que me frenaban palabra tras palabra). Una buena corrección de estilo haría relucir la forma tanto como el fondo de la obra, sin duda alguna magistral (os remito a la entrada de Azote Ortográfico donde se cita al Panhispánico de Dudas: "Es incorrecto escribir coma entre el sujeto y el verbo de una oración, incluso cuando el sujeto está compuesto de varios elementos separados por comas").

Tras este pequeño tirón de orejas al autor, a la editorial o a quien competa, paso a comentaros algunos aspectos de una obra que me ha parecido apasionante, aunque es cierto que su estilo es el de un libro de texto universitario antes que el de un ensayo con tintes didácticos o divulgativos. Es una obra científica, que se sabe tal y no pretende ser más accesible de lo que ya es. Aunque no tendría por qué, me parecería interesante que el autor se interesase por elaborar una obra de contenido similar pero más accesible al común de los lectores, porque podría llevar a más gente a reflexionar en torno al rumbo que tomamos hace unas decenas de miles de años y que nos está llevando, indefectiblemente, hacia nuestra autodestrucción.

A lo largo de los capítulos que conforman el libro, Grande del Brío va desmontando algunas de las teorías que conductistas y ambientalistas han mantenido a lo largo de los años sobre la conducta del ser humano, especialmente en lo tocante a las relaciones entre miembros de nuestra propia especie y dentro del medio ambiente que habitamos. Está claro que, desde que comenzamos a modificar el entorno en nuestro propio beneficio de forma sistemática (allá por el Neolítico), hemos actuado con nuestro medio como ninguna otra especie animal con anterioridad. A raíz de esta conducta que prima la alteración antes que la adaptación, se produce una “emancipación” del hombre respecto a la Naturaleza, debido a su inteligencia. Emancipación que no es tal, ya que seguimos dependiendo de ella para subsistir, por mucho que nos cueste reconocerlo.

Se propugna que hay que civilizar pueblos salvajes, explotar el medio, domeñar la Naturaleza; en suma, incrementar la producción de energía, geometrizar el paisaje, fabricar armas. Todo esto forma parte del cuerpo doctrinal del hombre civilizado, bebe en las fuentes de la concepción antropocéntrica, según la cual, el hombre debe explotar las “riquezas” que el medio le ofrezca. Y cuenta, además, con el “respaldo” del mandato bíblico. Esos presupuestos “mentales” operan de forma acumulativa a lo largo del tiempo, no mueren ni resucitan en cada generación, se refuerzan cada vez más; pero, a pesar de todo, los observadores superficiales verán en el fárrago de asociaciones, programas divulgativos, campañas de “sensibilización” y “concienciación” y disposiciones legales de “protección del medio”, la muestra de la existencia de una pretendida filosofía de comunión con la Naturaleza.
Es decir, que a la destrucción del medio ambiente, al enturbiamiento de las relaciones interpersonales, a la deshumanización de las ciudades, le sigue la aparición de movimientos “pro-medio ambiente”, “pro-derechos humanos”… que, lo queramos o no, suponen en muchos casos un mero lavado de cara de gobiernos y empresas. Precisamente hace unos días en el blog de Azote Ortográfico se trataba el tema, a colación de una entrada sobre los errores ortográficos que exhibe la compañía en sus carteles publicitarios.

En una segunda parte, el ensayo profundiza en las raíces de la agresividad. El texto comulga en lo básico con la obra del Premio Nobel en Medicina y reputado etólogo Konrad Lorenz, que estudió las implicaciones de la agresión en la conducta animal. Grande de Bríos recapacita en torno a las distintas formas de agresión en las sociedades civilizadas, contrastándolas con las primitivas y con los animales depredadores. Nuestra sociedad establece pautas de conducta agresivas contra su propia especie (en el día a día, con tratos entre las personas y, en último término con la guerra) y con el medio que le rodea. Al autor no le cabe la menor duda que la escalada armamentística actual y el devenir de las guerras en el futuro no tendrá fin, ya que es una de tantas expresiones de la pérdida de referentes que tiene la humanidad hoy día, a causa de su propia alteración del medio, que provoca, como si de un círculo vicioso se tratase, un mayor incremento de la agresividad interespecífica. Así las cosas, relatos como La carretera, que también aparecía en el blog hace poco, no constituyen más que una expresión realista –ni tan siquiera pesimista- de lo que está por llegar si no cambiamos nuestra conducta de forma radical. ¿Y es esto posible? Desde mi punto de vista (totalmente personal y basado meramente en lo que llevo visto en la vida), no creo que cambiemos en lo esencial. La extinción de nuestra especie vendrá de nuestra propia mano, y no ha de tardar, en términos geológicos.
Quien haya aprendido a evaluar las situaciones humanas, comprenderá que el problema, extremadamente grave, de la conservación del llamado equilibrio ecológico, exige una reducción de índice demográfico y del proceso artificial de crecimiento y desarrollo, una valoración del hombre por encima de la máquina… y un largo etcétera de actuaciones en esa línea, que ya diversos ecólogos y etólogos han preconizado, y en lo que, forzosamente, tendrán que estar de acuerdo quienes todavía siguen contemplando este planeta como soporte de vida; en contra de quienes lo consideran como escenario de sus competiciones particulares, en su alocada carera por agotar los recursos naturales y obtener un poder transitorio y ficticio sobre los restantes seres, ya sean éstos animales o humanos.
En fin, la reducción o, al menos, el control de la agresividad, exigiría la renuncia a proseguir la carrera de explotación de los recursos naturales según los patrones que se han seguido hasta ahora. Sería, en todo caso, un sacrificio que, con toda probabilidad, la humanidad, o al menos, una gran parte de ella, no estaría dispuesta a asumir, por aquello de que si el aumento de la productividad “es algo que muchos quieren, entonces, no tendría por qué ser rechazable”. Y, así, en esa falacia multisecular, las sociedades humanas civilizadas continuarán, qué duda cabe, su labor de desnaturalización del ecosistema, “dando gato por liebre”, es decir, acaparando y liberando cada vez mayores cantidades de energía, para ellas y sus sistemas asociados –plantas, animales domésticos…- en detrimento de la salud ecológica, que lo es también etológica. Y, guiados por las prédicas de los conductistas, esas mismas sociedades se justificarán, irresponsablemente, cargando todas sus culpas sobre el ambiente, al que, si pudieran, condenarían, como supuesto fautor de todos sus males.

10 comentarios:

Isi dijo...

Pues qué verdad: sólo se fomenta la competitividad, la envidia, la cosecución de la superioridad frente a los demás. Desde el individuo hasta el país entero, pasando por las familias, ciudades, comunidades, y un largo etc.
Y claro, para conseguirlo se sacrifica todo lo que tenemos alrededor.
En fin... ya reazonaré más cuando acabe los exámenes ;)

Homo libris dijo...

Isi, por desgracia es así. En el libro se hace referencia a este hecho: se hace apología del mínimo esfuerzo (todo es fácil, al alcance de la mano o del vehículo a motor pertinente) y la total disponibilidad de aquello que ¿necesitamos? ¿queremos? ¿hacen que deseemos? En el otro lado de la balanza, se prima esa competitividad frente a la cooperación. Y en el camino vamos dejando los restos de nuestro ser (llámesele alma, esencia o, simplemente, "humanidad").

Mucho ánimo con esos exámenes, que ya va quedando poquito :)

Besos.

@scen dijo...

Estoy totalmente de acuerdo con vosotros, pero creo que estamos abocados a ello.

Me parece que somos incapaces de volver atrás con todo lo que conlleva (tampoco creo que quisiéramos) para quitarnos de encima toda la carga de agresividad que llevamos encima.

Maribel dijo...

Al leerte, homolibris
y aunque es un trabajo ya superado, me acuerdo de El mono desnudo de Desmond Morris, por eso de que al final seguimos siendo muy animales.

Hay un trabajo precioso estos años, serio, de análisis de comportamientos, de emociones de José Antonio Marina, cualquiera de sus libros es interesante, me gusta especialmente La inteligencia fracasada, o ¿por qué las personas inteligentes toman decisiones idiotas?

Ya sé que el enfoque de tu ensayo no tiene nada que ver, pero el título que has elegido suena a Pinker o Punset.
(revisaré mi uso de las comas, que seguro es erróneo muchas veces, Azote nos pone más presión, bien!)
Un saludo ;-)

lammermoor dijo...

Tu entrada anterior sobre el lobo me hizo pensar precisamente en todas esas cosas. El hombre es el único animal (porque como bien dice Desmond Morris, al que cita Maribel, somos animales) que ataca a su propia especie sin motivo.
En cuanto a la extinción de nuestra especie ¿por qué no? ¿Acaso no desaparecieron otras especies antes? Exactamente igual que la civilización occidental. Nos parece que durará eternamente -mi teoría es que ya estamos en la época de convulsión previa a la desaparición y sustitución por una nueva civilización. (Cuando digo esto la gente me mira raro; no se trata de que se acabe en diez años pero si que todas las civilizaciones desaparecen)
Me estoy enrollando y no estoy segura de que lo esté explicando bien.
¡Como siempre, una entrada muy interesante y que invita a la reflexión!

Isi dijo...

Pero ¿cómo se puede vivir sin querer más? ¿cómo conformarme?
Yo por ejemplo me puedo conformar con algunas cosas, pero con otras me es imposible.
Por ejemplo: tengo un coche viejito pero no tengo intención de comprarme uno nuevo (aunque me sobrara el dinero, quiero decir). Sin embargo desde que tengo el iPod, siento la necesidad de poseer toooooodos los accesorios.

Y así podría seguir eternamente con la comida, la ropa, los libros, etc etc.

PD: oye, a ver si escribimos menos/más separado en el tiempo!!

Azote ortográfico dijo...

A mí lo que me da pena es que se tenga que usar al lobo para dar cuenta de lo mezquinos que somos con los de nuestra propia especie, por mucha tradición que tenga el dicho de "el hombre es un lobo para el hombre" (que, como ahora mismo comentaba con Homo Libris, no es del Leviathan de Thomas Hobbes, sino de la Asinaria de Plauto). La especie humana es mucho peor que cualquier otra.

Excelente recomendación la de Maribel, que apoyo encarecidamente.

Saludos.

Homo libris dijo...

Ascen, coincido con lo que dices: “somos incapaces de volver atrás con todo lo que conlleva (tampoco creo que quisiéramos)”, y es que no se trata únicamente de la fuerza de voluntad y el esfuerzo colectivo para volver a un estadio evolutivo (aunque sea culturalmente) previo, sino de que queramos dar el primer paso en firme.

Maribel, de la lectura de El mono desnudo guardo gratos recuerdos, aunque es ya una obra cuyas teorías han quedado en bastantes aspectos obsoletas, a raíz de descubrimientos posteriores. Me pregunto hasta qué punto tenía razón el zoólogo Desmond Morris cuando afirmaba que en los escasos dos millones de años de evolución del género Homo no habíamos sido capaces de desarrollar pautas de control para la agresividad interespecífica, y de ahí que sigamos teniendo la “sangre fría” de matar a nuestros semejantes sin pestañear. Sea porque nos falten los mecanismos de control por una evolución extremadamente rápida de la inteligencia, sea porque esté en nuestros genes la semilla de nuestra propia destrucción, lo cierto es que es mal camino el que llevamos.

La inteligencia fracasada la leí hace mucho, y lo cierto es que debería recuperar a José Antonio Marina (es mi intención, tras recomendarme el otro día Anatomía del miedo, un tratado sobre la valentía. Es curioso que nuestra inteligencia, la que nos ha llevado a abandonar nuestra cuna en África, ocupar todo el planeta e, incluso, salir de él, sea la que nos vaya a llevar a desaparecer. ¡Cuánto que aprender de esa cucaracha que despreciamos, y que lleva evolucionando en el planeta unos 250 millones de años!

Lammermoor, por supuesto, el problema no está en que desaparezcamos como especie (como bien dices, otras antes de la nuestra lo han hecho sin que exista el menor drama), sino el estado en el que estamos dejando el planeta: con un clima cada vez más impredecible y despiadado, esquilmando y contaminando los recursos acuíferos, alterando los ciclos productivos de las plantas…
Ayer oía a un economista en la radio comentar que la crisis venidera será más fuerte que la actual, ya que el modelo de crecimiento que seguimos no se puede sostener a largo plazo. ¡Bendita la hora! No fue un ecologista, no, sino alguien vinculado a la economía quien afirmó esto. Por desgracia, muchos de los movimientos actuales son meros lavados de cara, o llegan demasiado tarde. Coincido contigo en la desaparición de esta civilización y, posteriormente, de la especie (o que quedará tan esquilmada que, ojalá, su desarrollo posterior no será tan dañino para sí misma y para el planeta).

Homo libris dijo...

Isi, hace un tiempo leía un artículo en un suplemento semanal de un diario en el que hablaban de cómo vivir mejor con menos. Precisamente se trata de eso, de liberarnos de las necesidades que nos imponen las propias compañías. Podemos tener la compulsión de comprar, de querer más, de adquirir porque algo se nos antoja imprescindible. ¿Pero es así? ¿Realmente lo necesitamos? ¿Viviremos mejor con eso, o simplemente satisfaremos momentáneamente la necesidad de poseer algo? Hay una corriente bastante interesante, la del Decrecimiento, que propugna precisamente que se puede vivir con menos. Además, yo siempre recomiendo a mis amigos (otra cosa es que, como dice Lammermoor, a uno lo miren con extrañeza) que se planteen de dónde viene lo que compran: ¿se ha producido intentando minimizar los impactos medioambientales? (producción ecológica) ¿Los trabajadores estuvieron bien tratados y se respetaron sus derechos básicos? (comercio justo) ¿El producto es local, o nacional, o la distribución del mismo se lleva a cabo en un ámbito cercano, evitando el despilfarro de combustible? ¿Se han usado productos transgénicos, o que fomenten las guerras (como el coltán de teléfonos móviles, ordenadores portátiles…)? Sé que cuesta, al principio, hacerse todas estas preguntas y responderlas. Pero os aseguro que después, como con todo, se habitúa uno a ello y se hace de forma automática. Y aunque como decía, en la esencia no vamos a cambiar, y el impacto al que sometemos la Tierra es considerable, al menos le daremos un ligero respiro.

Para tu alivio, después de esta perorata, te diré que aunque el iPod incluye coltán entre sus componentes, Apple es una de las compañías que lo adquiere en países que no están en guerra por su causa (aunque luego está el truco de Brasil, que lo compra por ejemplo al Congo, y luego lo vende como propio).

Azote, el uso del lobo como “el malo de la película” está tan enraizado en nuestra tradición que difícilmente vamos a sacarlo de su encasillamiento. No hace mucho apareció un libro al que le tengo ganas: El lobo, de Joseph Smith, donde parece ser que un lobo (excesivamente antropizado por otro lado) reflexiona sobre su papel en la naturaleza y la relación que mantiene con el hombre. Una novela que promete ser interesante con la carga filosófica que parece sostenerla.

Os dejo finalmente, no sin invitaros a leer La lógica del caracol, una reflexión de Ivan illich:

"El caracol construye la delicada arquitectura de su concha añadiendo una tras otra las espiras cada vez más amplias; después cesa bruscamente y comienza a enroscarse esta vez en decrecimiento, ya que una sola espira más daría a la concha una dimensión dieciséis veces más grande, lo que en lugar de contribuir al bienestar del animal, lo sobrecargaría. Y desde entonces, cualquier aumento de su productividad serviría sólo para paliar las dificultades creadas por esta ampliación de la concha, fuera de los límites fijados por su finalidad. Pasado el punto límite de la ampliación de las espiras, los problemas del sobrecrecimiento se multiplican en progresión geométrica, mientras que la capacidad biológica del caracol sólo puede, en el mejor de los casos, seguir una progresión aritmética".

Homo libris dijo...

Ay, que se me olvidaba (y por no editar los comentarios tan breves, prefiero ponerlo en otro :P). Os paso un par de enlaces sobre el tema del Decrecimiento: en la Wikipedia, en el blog La lógica del caracol y en Decrecimiento.info.

Por cierto, no quiero parecer sectario al tratar asuntos medioambientales, pero no puedo evitar que "la cabra tire al monte", y quien me conoce sabe que antes que un microsiervo soy un convencido defensor de estos temas. Pero si me pongo excesivamente dogmático, no dudéis en tirarme de las orejas :D

¡Saludotes!