Con la crisis global cerniéndose sobre las cabezas de dos terceras partes del mundo (la última de ellas la sufrió siempre, a costa del desarrollo de las otras), el mercado editorial ha disfrutado de un repunte en las ventas que ha resultado claramente apreciable en las pasadas navidades, donde el libro ha sido el producto estrella en los regalos: es bueno, bonito, (relativamente) barato y permite quedar bien: al que regala, por su presunta cultura, y al regalado, por idéntico motivo. Pero no seré irónico al respecto; simplemente me ceñiré a las cifras: en España (como en tantos otros países, por otro lado), se edita infinitamente más de lo que se lee, y se reedita muchísimo menos de lo necesario.
Hace unos días escribía en esta bitácora una entrada referente a la caza de libros, y los medios con que contamos hoy día para localizar títulos que ya no es posible encontrar ni tan siquiera en las librerías de viejo de nuestras ciudades. Hay que cruzar, en ocasiones, medio país, varias fronteras o algún que otro océano para encontrar un libro que nos recomendaron, que leímos antaño o, simplemente, que han decidido dejar de editar porque no resulta rentable, o porque existe una nueva hornada de títulos que ofrecer. El mercado del libro fue devorado, tiempo atrás, por el consumismo exacerbado que tan bien ostenta el hombre moderno.
Dispuesto a no fenecer ahogado por la vorágine editorial, con mucho menos tiempo para leer debido al trabajo y, por tanto, con pocas ganas de acaparar los libros de la biblioteca pública más cercana durante semanas, con el consiguiente apremio de terminar su lectura, en los dos últimos años me he vuelto más consumista de libros: los compro de forma más compulsiva que antes, por lo que he debido buscar la forma de controlarme para no adquirir demasiados, y para no hacerlo según el arbitrio de la publicidad editorial de turno. Por un lado, ando sumergido en una larga saga, una novela río que me está apasionando y que os recomendaría encarecidamente: Canción de Hielo y Fuego, del autor norteamericano George R.R. Martin. Por otro, suelo indagar más que antes en los títulos que llaman mi atención, y para esto han resultado de gran ayuda los numerosos blogs literarios que sigo, y de los cuales cada vez cuento con más en mi lector de RSS. Por último, estoy dedicándome a buscar en mi memoria títulos que me gustaron de pequeño, o cuando era más joven, y las bibliotecas públicas constituían mi principal suministro de libros. Obviamente, su relectura a día de hoy me producirá una sensación distinta a la que me regalaron en su día, pero os aseguro que estoy disfrutando de lo lindo con algún que otro reencuentro. Para esta búsqueda me ayudan, por supuesto, las librerías de viejo e Internet (fundamentalmente con páginas web y buscadores de estas librerías), ya que la mayoría de títulos están descatalogados. Mi afán recolector sufre además el acicate de encontrar libros que me parecieron maravillosos en su día y que, llegado el momento, me gustaría compartir con mis hijos, y esperar que los disfruten como yo. Sé que es pecar de iluso, pero según se dice, este pecado es el último que se pierde.
Por último, ¿os soléis encontrar con el problema de libros descatalogados que andéis buscando? ¿Qué libros os marcaron u os gustaría recuperar, pasado el tiempo?