
Terminada la lectura, y dando por hecho que transcurrirá un tiempo bastante dilatado hasta que Martin publique (y especialmente salga en castellano) Dance with Dragons, la continuación de la historia, me asaltan una serie de inquietantes preguntas, a las que no termino de dar respuesta. ¿Qué nos hace convertirnos en sufridos lectores de sagas interminables, aún no terminadas de escribir, traducir y/o publicar? ¿Por qué nos enganchamos a ellas como antaño los lectores de folletines, y anhelamos el próximo capítulo, la aparición de un avance, la noticia de alguna novedad en el horizonte de publicaciones? ¿Es una expresión de fanatismo, de fervor cuasi religioso o de pasión por lo escrito? ¿Se trata de un fenómeno similar al que se está dando con las series de televisión, que en buena parte desplazan al cine como elemento de divertimento en la actualidad? ¿No salimos escarmentados ante las jugarretas editoriales?
Me resulta difícil dar respuesta a dichas cuestiones, aunque lo cierto es que en el mundo de las grandes sagas literarias (o, cuanto menos, libreras) me ha ocurrido de todo. Desde esperar año tras año la aparición de un libro que nunca llega, la sexta parte de Hijos de la Tierra, de Jean M. Auel, que comencé a leer hace dieciocho años, hasta hacerlo con una saga ya escrita pero no volcada del polaco, como ocurre con La dama del lago, de Andrzej Sapkowski, último volumen de la serie de Geralt de Rivia, que tras un par de años de espera la editorial no solamente no publica, sino que otra comienza la reedición de toda la saga, y nos hacen esperar a los lectores un añito más hasta ponerse a la par y generar, de paso, una mayor expectación. Hablo, claro está, de Bibliópolis y Alamut respectivamente.
En otras ocasiones, las editoriales son aún más duras. Que se lo digan a los lectores de Titus Groan, que tuvieron que esperar tres lustros a que Minotauro se dignase a traducir Gormenghast, y a mí mismo que, conociendo la situación, no adquirí en su día el libro para encontrarme años después con las tres partes descatalogadas; conseguí adquirir la primera y tercera para encontrarme, una vez más, con Gormenghast no disponible. La búsqueda de este título me ha provocado más de un quebradero de cabeza y problemas con compras por Internet que tal vez algún día que venga a colación traiga al blog.
También ocurrió con Timun Mas y su edición de Otherland, otra novela río, ésta de Tad Williams (de él me encantó particularmente su Añoranzas y Pesares), que la editorial se encargó de dividir y subdividir en diversos tomos para aumentar el número de ejemplares a vender y, por ende, de ingresos. Sin embargo la jugada le salió mal, las ventas cayeron en picado, y la serie no fue completada. Visto el cariz que tomaban las cosas, me desencanté y la dejé aproximadamente por la mitad, aunque realmente prometía. Años más tarde, Círculo de Lectores tuvo un gesto hermoso, publicando esta última parte para quienes deseasen completar, aunque fuese con otro formato, la colección. Pero para mí ya era demasiado tarde, habría tenido que reunir el resto de ejemplares, y por aquel entonces me encontraba cansado de la situación creada.
Así las cosas, ¿es arriesgado hoy día sumergirse en la lectura de una novela-río? ¿Creéis que las editoriales aprovechan el tirón de determinados autores para hacer su agosto a costa del sufrimiento de los lectores? ¿Puede más nuestra afición que el desgaste causado por este maltrato? ¿Cuál es vuestro parecer?