Uno nunca es tan feliz como cuando encuentra el medio de perderse.
Últimamente me encuentro bastante disperso; entre el trabajo, la carrera y otras obligaciones autoimpuestas en aras de no convertirme en
“basura tecnológica”, lo cierto es que tengo poco tiempo para nada. Eso redunda en un descenso terrible en las entradas de los blogs y en poco tiempo para leer, tal vez lo que más eche en falta. Mi ritmo de lectura ha descendido tanto o más que mi capacidad de concentración, y lo único que ha aumentado es mi insatisfacción hacia lo que escribo. Últimamente todo lo que sale de mis dedos me parece carente de inspiración, inane, sin chispa. De ahí que, aunque tengo varias entradas en la recámara, no me decido a dispararlas. También es el motivo por el cual últimamente estoy intentando leer libros breves, de cien o doscientas páginas, y estoy acariciando la idea de volver a los relatos, a esos cuentos escritos por verdaderos maestros y que tantas satisfacciones me dieron en el pasado.
El último libro que he leído (ayer mismo, en el trayecto de ida y vuelta al trabajo en transporte público) ha sido
Diario de Golondrina, de Amélie Nothomb. Había oído hablar mucho y bueno de esta autora francojaponesa, hace tiempo a un gran amigo de cuyo criterio me fio ciegamente y algo después a algunos de quienes este blog frecuentáis. En particular, por
las reseñas que ha ido publicando Isi siempre se me antojaron libros interesantes, y cuando fue la autora elegida para leer en Bibliolandia pude al menor conocer vuestras impresiones.
Azote tiene algunos de ellos en francés, pero no fue hasta que el otro día, cuando encontré este libro en la biblioteca pública que, finalmente, me hice con algo suyo.

Estamos ante un libro breve, muy breve, aunque esta parece ser la tónica de la autora a la hora de escribir sus novelas; lo hace en cuadernos, siendo esta novela uno de ellos. Si es el caso, lleva a cabo un juego metaliterario más que evidente, del tipo que le gusta a Paul Auster, donde en la autoría de la historia se dan la mano la autora y el protagonista principal. Diario de Golondrina nos acerca a la figura de Urbano, un repartidor de nombre antes desconocido, que tras un desengaño amoroso y una pérdida total de la capacidad de sentir emociones, se convierte en asesino a sueldo que adopta ese nombre.
Nothomb describe la desazón de un personaje que, desahuciado del mundo de los sentimientos, solo encuentra placer en lo extraño, en aquello que le resulta nuevo y desconocido. Siendo así, no es de extrañar que en su afán por encontrar algo que le estimule llegue a aceptar el trabajo de asesino a sueldo. Cuando descubra cuánto le excita arrebatarle la vida a seres desconocidos se habrá convertido en el más despiadado de cuantos asesinos contrata el ruso Yuri, que ejerce de intermediario entre estos y su desconocido mas omnipresente jefe.
Lo cierto es que el libro me ha gustado, tal vez porque la autora hace gala de su buen oficio con la pluma, aunque la historia parece poco creíble, un poco traída por los pelos, y el final de la novela resulta abrupto, demasiado abierto y con un desenlace previsible. También he leído que Amélie Nothomb suele ser mucho más caustica, más irónica en otros libros. Este, por lo pronto, me ha animado a leer más obras suyas, así que ya os iré contando.
¿Y a vosotros? ¿Qué os parece Nothomb? ¿Y esta obra suya? Contad, contad…