
Conocía a Barry Commoner gracias a algunas referencias en libros y a la lectura de algunos artículos que traían a colación sus aportes al conocimiento del medio ambiente y las interacciones que con él, por fuerza, mantienen nuestras sociedades. No hace mucho, preparando una de las dos asignaturas de sociología que estoy cursando este cuatrimestre, me encontré en el libro Redes que dan libertad, de Jorge Riechmann, con un par de extractos de Ciencia y supervivencia y El círculo que se cierra, este último, con toda probabilidad, su libro más conocido y donde aparecen sus famosas cuatro leyes de la ecología. Como la curiosidad del Homo libris es insaciable en todo lo tocante a los libros y realmente no había leído ninguna obra suya al completo, me puse a investigar y encontré que la mayor parte de los libros de Commoner se encuentran descatalogados en castellano a día de hoy así que haciendo uso de los pertinentes buscadores en Internet localicé una librería en Madrid que tenía los dos títulos citados y me hice con ellos (y con algún otro, pero es que tenía que "amortizar" los gastos de envío, jeje).
Unos días atrás terminaba la lectura de Ciencia y supervivencia, un librito que no por breve resulta poco exhaustivo. Se deja leer, como buen ensayo y mejor obra divulgativa, con placer y aprovechamiento, y ofrece más de lo que narra, ya que constituye una herramienta de reflexión más que interesante porque, aunque han transcurrido casi cuatro décadas desde que fuera escrito, lo cierto es que, salvando la más que comprensible preocupación en torno a la guerra nuclear que completa una buena parte de sus páginas, sus argumentaciones y las problemáticas que recoge permanecen (por desgracia) plenamente vigentes hoy día.
La ciencia moderna y las ingentes empresas tecnológicas engendradas por ella representan el pleno florecimiento de la mente humana en su interpretación de la naturaleza. Los conocimientos científicos son nuestra mejor guía para controlar las fuerzas naturales. A ese respecto, su éxito ha sido extraordinario; precisamente a este éxito debemos las maravillas de la electricidad moderna y el tremendo poder de las bombas nucleares.[...] ¿Cabe la posibilidad de que desconozcamos las consecuencias absolutas de los nuevos circuitos eléctricos y de las nuevas bombas? ¿Poseemos verdaderamente un dominio completo sobre los vastos y nuevos poderes que nos ha donado la ciencia, o corremos el riesgo de que ésta se desmande?
Días atrás argumentaba ante unos compañeros que la problemática asociada a algunos productos cuya fabricación y distribución está disparándose en los últimos años es lo suficientemente compleja como para considerarla, en sí misma, un problema perverso. Es el caso de los transgénicos, donde a día de hoy no se ha demostrado que sean dañinos para la salud pero tampoco que no lo sean, si bien es cierto que son sometidos a numerosas pruebas. Salvando que su uso acarrea graves problemas para los agricultores que no desean que sus cultivos sean afectados por la polinización de aquellos y que su extensión está provocando graves pérdidas de biodiversidad (esto último achacable a cualquier sistema de producción agrícola intensiva cuando se lleva a cabo sin tener en cuenta el entorno), lo cierto es que estamos permitiendo que sea plantada una semilla (nunca mejor dicho) que resultará muy difícil erradicar si en un futuro se demuestra que sus maldades predominan sobre lo que pudieran tener de bueno.
Cabe argumentar que los imponderables de esos contaminadores modernos son insignificantes en comparación con los peligros inherentes a otras empresas humanas. Por ejemplo, hoy día el imponderable de la lluvia radiactiva se nos antoja mucho menor que el de los indudables riesgos que se corren en las autopistas o en las rutas aéreas. Pero, ¿cuáles no serán los riesgos que estamos endosando a futuras generaciones? Ninguna apreciación precisa del daño que se está produciendo actualmente con la lluvia radiactiva, el smog y los contaminadores químicos puede oscurecer esta simple verificación: en todos los casos se corrió el riesgo antes de comprenderlo cabalmente. La importancia de esas disyuntivas, para la ciencia y para el ciudadano, no reside solamente en los imponderables interdependientes, sino también en el hecho de que implican una alarmante e incipiente renuncia a uno de los deberes primordiales de la ciencia: el de predecir y supervisar las intervenciones humanas dentro de la naturaleza. Esos imponderables actuales no nos dan la verdadera medida del peligro; sus verdaderas escalas serán los desastres que nos sucederán si osamos abordar la nueva era sin corregir los yerros elementales en la empresa científica. Y si hemos de corregir tales yerros, debemos descubrir previamente por qué se produjeron.
Es, justamente, lo que ocurrió antaño con la creación de detergentes basados en el petróleo que, una vez inundado el mercado con ellos, convirtieron los ríos norteamericanos donde fueron vertidos en canales de agua sucia carentes de vida.
Otro problema actual, también difícil de estimar dadas las características que posee, es el del cambio climático. En este, más que en ningún otro, se da un enfrentamiento entre científicos que se empeñan en contradecir cuanto dice el contrario. Sus argumentaciones, marcadas por el vaivén de razones políticas y empañadas por la cercanía de las grandes corporaciones multinacionales, provoca en la ciudadanía una sensación de desazón, de no saber a qué estar, de no saber a quién creer.
No se encontrará el germen supremo de la ciencia en sus impresionantes productos ni en sus poderosos instrumentos. Se encontrará en las mentes de los científicos y en el lenguaje empleado por éstos para describir lo que saben y pulir la interpretación de lo aprendido. Esos factores internos -métodos, procedimientos y procesos que utilizan los científicos para descubrir y discutir las propiedades del mundo natural- han proporcionado a la ciencia sus grandes éxitos. Cuando mencionemos tales procesos y la organización a ellos inherente, deberemos hablar de integridad científica... Nuestra interpretación de los enormes poderes que la ciencia ha puesto a disposición de la sociedad, depende de la integridad científica. Así pues, el bienestar y la seguridad del género humano dependen también de esa interpretación, y, en definitiva, de la integridad científica...Bajo la presión de insistentes demandas sociales, ha habido una seria erosión de la integridad científica...[lo que] precipitó la aplicación tecnológica antes de que el conocimiento científico básico estuviera lo suficientemente desarrollado como para permitir un pronóstico acertado sobre los efectos de esa nueva tecnología en la Naturaleza...
Ciencia y supervivencia es un libro sobre el que reflexionar, en el que ver que seguimos cometiendo los mismos errores que en el pasado porque nuestro ritmo de vida, insaciable, imparable, imposible, no nos deja pararnos un momento a pensar. Y, si lo hacemos, siempre hay alguien que se encarga de que retomemos el ritmo. Se impone la sinrazón que ignora cuestiones básicas como el Principio de precaución que propugnase la Comisión Europea, por ejemplo.
¡Feliz lectura!