lunes, 13 de junio de 2011

Palabra de visionario

Tras comenzar el pasado fin de semana la relectura de La isla misteriosa, ayer comentaba con Azote las -no por esperadas menos sorprendentes- sensaciones que estaba provocándome el libro al acercarme a él habiendo transcurrido tanto tiempo desde la primera vez que lo leí.

Hablábamos sobre Verne y su archiconocida capacidad visionaria, ya que en lo tocante a avances tecnológicos grandes aciertos suyos fueron materializándose conforme avanzaba el siglo que le vio morir. La llegada del hombre a la Luna posiblemente sea uno de los más sonados y, pese a que como es sabido usaba para documentarse simples libros de divulgación científica, el uso de una envidiable imaginación -dentro de los parámetros establecidos por su editor Hetzel, que tanto constriñeron su labor creativa- compensaba las limitaciones que pudieran existir, hasta el punto de que por el buen tino de sus predicciones el bueno de Jules, Julio para los españoles de mi época, en ocasiones daba algo de miedo.

Verne se fue convirtiendo en un pesimista a lo largo de su vida, perdiendo cada vez más la esperanza en el hombre y en que este diera buen uso a los constantes avances científicos de la época que le tocó (nos tocó, más adelante y de forma acelerada) vivir. Aunque su escepticismo no llegó con la madurez, como parece que vino a demostrar la escritura de esta obra de juventud, París en el siglo XX. Hetzel nunca la publicaría al considerarla demasiado crítica y pesimista con el progreso, una actitud poco idónea para las mentes juveniles que constituían el mercado para el que debía trabajar Verne. El título quedó inédito, guardado en un cajón hasta hace apenas unos años. Y una vez más parecía que su visionaria imaginación no iba por mal camino (desgraciadamente) cuando la escribió.


Recordando el capítulo inicial de su novela perdida, en un mundo en el que el chino comenzaba a ser una lengua dominante en el planeta y la sociedad "avanzada" aparece masificada, no puedo más que estremecerme al acercarme a los párrafos siguientes que, por este motivo, he querido invitaros a leer aquí.
Debemos confesar que el estudio de las humanidades y de las lenguas muertas (incluido el francés) se había sacrificado bastante; el latín y el griego no sólo eran lenguas muertas, sino enterradas; existía aún, por mantener las formas, alguna clase de literatura, con pocos alumnos, de poca envergadura y muy mal considerada. Los diccionarios, los textos, las gramáticas, las antologías y las ediciones criticas, los autores clásicos, toda la panoplia de De Viris, de los Quintus Curcius, de los Saustius, de los Titus Livius, se pudría tranquilamente en las estanterías de la antigua casa Hachette. Pero las nociones de matemáticas, los tratados descriptivos de mecánica, de física, de química, de astronomía, de comercio, de finanzas, de artes industriales, todo lo relacionado con las tendencias especulativas del momento, circulaba en miles de ejemplares.
[...]
No vamos a insistir en el floreciente estado del Crédito Instruccional; las cifras lo dicen todo, según un proverbio de los banqueros.
Hacia fines del siglo pasado, la Escuela Normal estaba en franca decadencia; se presentaban pocos jóvenes a quienes la vocación condujera a las letras; ya se habían visto muchos casos en que los mejores abandonaban el atuendo de profesor para precipitarse en la multitud de periodistas y autores; pero un espectáculo tan molesto ya no se reproducía: hacía diez años que los estudios científicos se abarrotaban de candidatos a los exámenes de ingreso de la Escuela.
Pero si de una parte los últimos profesores de griego y latín terminaban de extinguirse en sus clases abandonadas, ¡qué posición, de otra parte, las de los señores titulares de ciencias, y cómo se pavoneaban afectando distinción! 
Las ciencias se dividían en seis ramas: existía el jefe de la división de matemáticas con los subjefes de aritmética, geometría y álgebra; el jefe de la división de astronomía, el de mecánica, el de química y, en fin, el más importante, el jefe de la división de ciencias aplicadas con sus subjefes de metalurgia, de construcción de fábricas, de mecánica y de química aplicada a las artes.
Jules Verne, París en el siglo XX.
Lo que relata Verne me recuerda a tantas conversaciones mantenidas, a los alegatos por una educación más completa, más digna, que me parece inconcebible e incompleta sin las letras, sin la cultura clásica, sin las raíces de la civilización. Posiblemente vuelva a este libro cuando termine La isla misteriosa. Creo que merece la pena incluirlo en la lista de títulos “indignados” con un sistema cada vez menos justo.

Nota: La imagen que ilustra esta entrada pertenece a la iniciativa de L'Extraordinarie Uchronie, tomada vía Microsiervos.

5 comentarios:

Rocío dijo...

Me gusta mucho Verne.
Muchísimas gracias por traérmelo a la memoria. Estoy segura de que le volveré a echar un vistazo a La isla misteriosa.

Un beso.

Shorby dijo...

Qué buenas obras nos dejó este hombre =)

Homo libris dijo...

Sentimentiras, me alegra habértelo recordado y que sirva de aliciente para recuperar La isla misteriosa. Además, tanto o más que eso me anima saber de ti y comprobar que has vuelto a la carga.

Como habrás leído, en estas últimas semanas he estado bastante apartado del blog y ahora que empezaba a ponerme al día con los vuestros, gracias a tu comentario he visto que el tuyo ha seguido adelante, ¡y de qué manera! :D

Nos leemos. :)

Shorby, y qué desaprovechadas estuvieron en tantos casos, ¿verdad? Casi tanto como el autor, que lamentó profundamente no haber podido dedicarse a una literatura más "elevada", la que él habría querido y podido hacer.

Pero bueno, de nada sirve lamentarlo, fue lo que pudo ser y, de cualquier modo, creo que sus libros han ayudado a crear legiones de lectores. Solo por eso ya es imprescindible. :)

¡Besos!

@scen dijo...

¿Verne no consideraba "elevada" su escritura? ¿Uno de los mejores escritores de todos los tiempos?. He leído muchísimo de Verne, pero lo mejor de todo es que me queda aún muchísimo por leer.
No hace mucho vi, creo que en La 2, un documental sobre Verne, sus libros y sus "adelantos" científicos, que me entusiasmó. No sólo sus novelas son fascinantes, también aquellas que hablan sobre él(novelas o documentales).

Homo libris dijo...

Ascen, Verne se consideraba a sí mismo un autor de multitudes pero vio coartada su labor al tener que darse a sus lectores. Así, ni su escritura pudo ser todo lo lírica que a él le habría gustado ni sus temas tan universales (si bien es cierto que desde una perspectiva particular y no siempre exenta de cierto grado de, digamos, "ocultismo", intentó dejar en su obra referencias a los grandes temas que han preocupado y ocupado a tantos genios de la literatura.

Un abrazo.