jueves, 9 de julio de 2009

El Barbas

Encontré este cuento en mi ordenador hace unos días. Tendrá algo más de un año, lo escribí rememorando algunas de las historias que oí de niño, y al releerlo no me pareció estar del todo mal, por lo que aquí lo tenéis, sin colorantes ni conservantes.

Los que iban a matar a Manuel, El Barbas, pasaron a buscarle con la primera luz de la mañana. Manuel, que estaba dentro del chambao, preparando los aperos para comenzar la jornada, les oyó llegar porque el Tobías, que era algo cojitranco, resbaló al saltar la acequia que corría paralela al camino. También porque estaba puesto sobre aviso, y sabía que corría peligro quedándose en el pueblo porque estaba en una de esas listas que aquellos días circulaban de mano en mano, señalando la suerte de los que aparecían allí nombrados.

El Barbas, que por aquel entonces no debía contar más de treinta y tantos, tampoco era conocido en el pueblo por este sobrenombre. Manuel era, para todos, el hijo del Luis y la María, y era un buen mozo que pasaba los días faenando en el campo, de sol a sol, y al que le gustaba salir, como a todos, por las ferias patronales de los pueblos cercanos. El apodo se lo ganaría años después, cuando se dejó crecer una larga y espesa barba que le confería un aspecto un tanto adusto, a resultas de una promesa que hizo cuando, dejándose llevar por uno de sus arranques de ira, propinó a su hija tal paliza que don Marcial, el médico, la dio por muerta, y Manuel entre lágrimas, se disponía a entregarse en el cuartelillo. Pero la niña, Isabelita, salvó la vida, y vivió muchos más años que los siete u ocho con que contaba cuando ocurrió aquello.

Lo de estar en aquella lista no era porque Manuel, El Barbas, tuviese el pronto que años después le llevaría a formular la promesa que le impuso el mote, sino porque por sus ideas se había ganado la fama de rojo. La guerra había quedado atrás, pero no lo suficiente como para que quedase olvidado desde qué bando había disparado cada hombre, ya fuesen palabras o balas; y Manuel, que era de los del puño arriba y bien cerrado, ni tras la victoria de los nacionales había sido capaz de quedarse en casa y callado, para disgusto de su madre, que perdió al marido en la contienda.

Con el Tobías venían Fermín, el mayoral del señorito Luis, y Pedro, del que se sabía que era uno de los que iban señalando a dedo a muchos de los hombres cuyos nombres figurarían después en las fatídicas listas. Conforme llegaban al secadero de tabaco, se fueron acercando al ciruelo que crecía en la parte anterior de aquel. Unos lustros después, Manuel, El Barbas, luciéndolas llenas de canas, colocaría sobre sus ramas caramelos para que, la mañana de Reyes, sus nietos recogiesen los dulces e inesperados frutos que lloverían sobre ellos cuando zarandease el árbol.

Manuel tomó la hoz y con paso tranquilo se dirigió a la puerta. Ya se lo había dicho su madre, Manuel, sólo me quedas tú, no te metas en política, no me dejes sola. El José, que entonces era apenas un zagal y trabajaba en su misma cuadrilla, le advirtió, Tu nombre está en una de las listas, Manuel. Pero, a esas alturas, poco podía hacer él para cambiar eso.

Los tres hombres, que se encontraban frente a la puerta, se pararon en seco al verle salir, hoz en mano, el cigarro colgando de los labios. Sé que venís a matarme, dijo, así que id pensando quién se viene conmigo. Arrojó el cigarro a un lado, expelió el humo por la nariz y volvió a hablar. No es tan fácil matar a un hombre que os mira a los ojos, ¿verdad? Fermín, no saques eso que llevas ahí, bajo la camisa, o te sajo la garganta aquí mismo.

Miró Fermín a Tobías, dubitativo, y volvió la mirada a Pedro, que poco después perdería el nombre para ser conocido como El Judas, quien le devolvió sólo miedo en los ojos. Se llevó entonces la mano al sombrero, deseó buenos días a Manuel, y se fue seguido por los otros dos hombres.

6 comentarios:

lammermoor dijo...

Es alucinante que además del trajín que debes tener con la puesta en marcha del grupo, seas tan prolífico con las entradas. (Nada que objetar a ello; ya sabes que es un placer leerte)
Vamos al cuento (aún tengo el del cazador pendiente)No necesita conservantes ni colorantes; así al natural está muy bien.
Has conseguido reflejar el ambiente de la postguerra inmediata, hacernos conocer el pasado de Manuel y dejarnos entrever que llegaría a viejo, con nietos y todo ello dentro de un relato breve -hiper relato,que dicen ahora-que transcurre en apenas ¿una hora?.
Por poner un pero, Quizás el final no tenga la suficiente intensidad dramática. O quizás si, porque me los imagino perfectamente, arrugándose al ver que les planta cara, hoz en mano.
¡Felicidades!

Homo libris dijo...

Bueno, la verdad es que ha tenido trajín a ratos, pero como suele decirse, "sarna con gusto no pica". En cuanto a las entraas, bueno, el cuento es antiguo como os decía, y fue al encontrarlo y ver que era medianamente potable, y que su extensión no es demasiada, cuando me dije: voy a publicarlo.

En cuanto a relato, lo cierto es que no le dediqué demasiado tiempo y, como dices, al final podría haberle aportado más carga dramática. Sin embargo, quise hacer ver con la falta de interés de los que iban a por Manuel, que en muchas ocasiones la gente no estaba demasiado convencida de que lo que estaba haciendo estuviera bien y, por otro lado, que muchos de los que dirigían procesos así se echaban atrás cuando encontraban con una firme oposición. Obviamente, no eran así todos los casos, y lo de Manuel fue valentía y suerte a partes iguales.

Gracias por los comentarios, y es que sólo gracias a ellos se puede mejorar y aprender :)

Isi dijo...

A mí también me ha gustado, a pesar de ser tan cortito (ya sabes que no es mi género).
Y no había pensado lo del final, pero igual sí que pudes darle un poco más de fuerza... pero claro, yo no sabría cómo ;)

Homo libris dijo...

Jejeje, Isi, lo sé, sé que no se trata de tu género preferido. La verdad es que es breve, y por eso lo publiqué. Tendrá algo más de un año, como os decía, y es lo primero que escribía tras unos siete años que transcurrieron desde Terruño o El puente vertical. Durante la época de estos dos, escribí bastantes cuentos, afortunadamente a día de hoy cayeron en el olvido y ni tan siquiera yo, creo, tengo copia de los mismos :)

Tomo buena nota del tema del final, parece que es lo que más flaquea del relato. ¡Gracias!

Eva dijo...

Vaya Historia! de estas tengo muchas en mi memoria pero nunca las he anotado, mi padre ya no podrá contarme nunca más las que él me narraba de su infancia y hoy me arrepiento de ello y me digo que con mi madre no me pasará lo mismo, que mañana mismo me llevo el cuadernillo y que ella empiece a hablar y a trabajar su cabecita que cada vez olvida más cosas, pero nunca lo hago.
Que pena.
Muy bueno, de verdad, enhorabuena!

Homo libris dijo...

Eva, la verdad es que es una pena que se pierdan todas estas historias, que conforman parte de nuestra Historia y de las vidas que las conocieron. En ocasiones he pensado hacer lo que dices: pasear por el pueblo, conversar con las personas mayores, que atesoran en su memoria infinitas vivencias y una forma distinta de ver la vida.

Tal vez las conversaciones con tu madre te den para muchas historias, para un libro, como el maravilloso La tierra herida, de Miguel Delibes, padre, y Miguel Delibes de Castro, hijo :)

Buen fin de semana.