Hay libros que, de intentar catalogarlos de algún modo, no podríamos encajar en la categoría de ficción porque los hechos narrados acaecieron en un momento determinado pero a su vez están narrados de forma tal que nos sumergen en su lectura de forma tal que podrían enfrentarse en un mano a mano o, mejor aún, enzarzarse en una batalla de palabras, con cualquier novela y no perecer en el intento de divertirnos y maravillarnos a un tiempo. Todo dependerá, por supuesto, del interés que despierte en nosotros aquello que nos es contado y del buen hacer del autor que, con tino, sepa encandilarnos con sus palabras. Libros que podrían encajar en lo expuesto podrían ser los de viajes, donde el autor nos lleva de la mano a lugares conocidos o apenas entrevistos o soñados, así como los que me llevan a escribir la entrada de hoy (rompiendo una vez más, no sé si con fortuna o no, esperemos que sí,
la palabra dada). Se trata de libros en los que el autor desgrana algunas de sus vivencias pero que no son en modo alguno autobiográficos –o no necesariamente- sino que, de algún modo, nos transmite su pasión por un determinado asunto. Por ejemplo, podría citar (estos sí con cariz marcadamente biográfico) la trilogía de Corfú de Gerald Durrell (
Mi familia y otros animales, Bichos y demás parientes y
El jardín de los dioses) o algunos de sus libros sobre andanzas naturalistas por el mundo, como
Atrápame ese mono o
Un zoológico en mi azotea, por nombrar siquiera un par de ellos. Otros libros de este tipo que hayan aparecido por el blog podrían ser
El naturalista, de Edward O. Wilson, por ejemplo, o
Entre hombres y pájaros. Andanzas de un naturalista, de Tito Narosky que, como podéis apreciar, comparten temática, algo que no extrañará en absoluto a quienes me conozcan un poco o hayan seguido las andanzas del personaje singular que protagoniza
este, mi otro blog.

Hace unos días traía a Homo libris un fragmento de un libro que estoy disfrutando de lo lindo. No tendréis que hacer mucho esfuerzo para imaginar una calurosa tarde de verano (agosto, para más referencias, en el hemisferio norte) o una noche no mucho menos tórrida en la que sea complicado conciliar el sueño. Tendríais que verme entonces, departiendo con el padre Saz sobre la necesidad que tienen las avispas del género Eumenes (avispas alfareras) de construir las vasijas que albergarán a su progenie del modo en que lo hacen y que, precisamente, ilustra la fotografía superior, obtenida durante mi última visita a Granada poco antes de hacerme con el libro
Costumbres de insectos observadas en plena naturaleza. Es más, como habría sido de esperar por la temática del libro, Eugenio Saz se inspiró para escribirlo en la monumental obra de
Jean Henri Fabre, al que podríamos considerar padre de la entomología moderna, y que tantos y tan buenos ratos nos ha dado a los aficionados al estudio de los insectos,
Souvenirs Entomologiques (Recuerdos entomológicos), del que
cité un párrafo hace apenas unos días en Andanzas de un Trotalomas al recordármelo un vídeo que estuve viendo.
Sin embargo, nada tiene que ver Fabre en la búsqueda del libro del padre Saz. Fue simplemente por casualidad, buscando información sobre mirmecología (la rama de la entomología encargada del estudio de las hormigas) que me topé con una serie de comentarios sobre "curas y hormigas" o la relación entre los sacerdotes y el estudio de la naturaleza y, entre ellos, con un fragmento del segundo tomo de Costumbres de insectos observadas en plena naturaleza del que sencillamente me enamoré (lo reproduciré en una próxima entrada, porque creo que a más de uno le va a encantar). Busqué los libros por Internet (realmente compilaciones de artículos de la Revista Ibérica) y me encontré ante varias ediciones, generalmente incompletas, de los mismos. En una librería localicé los tres primeros pero, tras consultarles, resulta que no tenían el catálogo actualizado y los libros ya no se encontraban disponibles. Finalmente en otra encontré los dos primeros y me hice con ellos en su edición de 1930. Hay que leerlos prácticamente sobre un atril o apoyándolos en una superficie estable, con mimo y cuidado, lo que constituye una experiencia realmente singular de "bibliofilia entomológica", tratando a los libros como ejemplares de insectos que pudieran desmembrarse al menor descuido.
No termina aquí la cosa, ya que de Fabre poseo una edición de La vida de los insectos, una selección de artículos de sus Recuerdos entomológicos, tal y como fue traducida y editada aquí en España. Realmente constituye una serie de textos bastante pequeña respecto a la obra original del autor francés pero que fue uno de los libros que, ya en aquellos remotos tiempos de la E.G.B. despertó en mí la pasión por el estudio de los insectos (del sentimiento del naturalista no guardo memoria de su origen, parece que me acompañase desde siempre) y el comienzo de una particular afición al coleccionismo amateur que trajo por la calle de la amargura a mi sufriente madre durante algunos años. Pues bien, tras conseguir el libro de Saz y recuperar de la estantería el que poseía de Fabre me dediqué a buscar alguna que otra edición antigua (pues están descatalogados desde hace lustros) del resto de volúmenes de las selecciones de Recuerdos entomológicos y esta misma mañana llegaban a casa Costumbres de los insectos y Maravillas del instinto en los insectos, procedentes de un expurgo realizado en la Biblioteca Pública de Puebla de Montalbán, provincia de Toledo (una verdadera lástima para los fondos de la biblioteca y motivo de inmensa alegría para un servidor).

Para terminar con el cúmulo de casualidades, precisamente tenía pensado escribir una entrada en septiembre sobre insectos y literatura, y estos encuentros me están motivando aún más a “volver” y hacerlo, a ver qué os parece. Además, si os resulta de interés podría traer al blog algo más de información sobre J. H. Fabre, ya que sus obras van más allá del tratamiento científico de la entomología y tienen una visión verdaderamente poética del tema.
Sin más, me despido deseándoos una feliz lectura (y esperando, de paso, haber dado cumplida cuenta al comentario de Ascen en la anterior entrada y es que, si bien quería escribir esta, no sabía si publicarla aquí o en mis particulares Andanzas…).