Subrayar o no subrayar, he ahí la cuestión. Debatida una y mil veces, nunca nos ponemos de acuerdo. Algunos amigos subrayan siempre, mientras que otras amigas no lo hacen nunca. Y al revés, amigas que subrayan de cuando en cuando frente a amigos que preferirían cortarse un brazo a trazar con mano temblorosa una línea que macule la página de un libro. Bueno, tal vez sea un poco exagerado, pero el debate está abierto, hay argumentos válidos en cada bando y yo mismo no tengo muy clara mi postura (aunque siempre he sido reacio a subrayar los libros, últimamente hay se dan cada vez más las ocasiones en las que la lectura me impele a hacerlo: Walden es un buen ejemplo de ello, y no soy el único al que le ocurre con este libro. Si no, echad un vistazo por aquí o por aquí).
Pero bueno, esta entrada no quería ser más que un subrayado virtual de otro fragmento del libro al que pertenece el de la fotografía: Alguien dice tu nombre, la preciosa novela de Luis García Montero que no tardaré en reseñar por aquí. He coincido en el tiempo aunque no en la época. El agosto de hace cincuenta y un años durante el puente que divide en dos la monotonía de la, durante este mes, desierta Granada, que tanto contrasta con el bullicio que vivimos en Málaga. Os dejo con el fragmento de esta deliciosa coincidencia.
¡Salud!Unas vacaciones dentro de otras vacaciones son demasiadas vacaciones. Sin clases en la Universidad, sin trabajo en la oficina, sin valor para presentarme en casa de Consuelo, las pareces de mi habitación se han convertido en una cárcel. Puedo salir, andar por el piso, entrar en el cuarto de Jacobo, espiar los cajones de Jesús, pero la cárcel sigue conmigo. Puedo hundirme en una novela rusa, disponer de la estepa, de una batalla, de una historia de amor, pero la cárcel sigue conmigo. Puedo abrir la puerta, bajar las escaleras, salir a la calle, cruzar la ciudad, moverme con el descaro de un perro salvaje, pero la cárcel sigue conmigo. Vaya donde vaya, sigue conmigo. Aplazar el encuentro que se teme o que se desea, romperle el tiempo a una obsesión, supone cerrar cada minuto con los barrotes de una celda.La virgen de la asunción no es una fecha grande en mi pueblo. En Villatoga quemamos todo nuestro fervor el día de santiago. La misa solemne, el sermón de don Bartolomé, la procesión, la banda de música que llega de Jaén y la verbena visten de fiesta el calor del verano. Pero el quince de agosto es un día sin fuerza y sin espuma, entre otras cosas porque don Bartolo va siempre a León hacia la mitad del mes para pasar dos semanas de vacaciones con su familia. Alguien que lleva el nombre de mi ciudad debe portarse de forma muy correcta, mejor que nadie, me exigía cuando era niño. Al principio le caí simpático al párroco de Villatoga gracias a mi nombre. Después también empezó a mirarme con precaución, como a todo el mundo. La verdad es que le gusta regañar, imponer respeto, pero tiene corazón, se porta bien con los desgraciados. Mi madre siempre repite que mira y habla con más prudencia que el alcalde. Cuando se va, mandan a un sustituto desde el obispado, un cura de quita y pon, un adorno para los vecinos. Los fieles acuden a misa el domingo por cumplir y después olvidan los compromisos con la iglesia. El miedo al pecado se marcha de vacaciones en el mismo autobús que don Bartolo y regresa con él, doblado entre las sotanas de su maleta.
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