
El otro día, tratando el tema de los enemigos que pueden dañar, e incluso destruir, a nuestros amigos los libros, nuestros amigos R. y Ardaleth mencionaban la posibilidad de tener en casa un pequeño extintor para sofocar algún pequeño incendio que, de producirse en casa, podría llegar a destruir nuestra biblioteca.
Lo cierto es que cuando me estuve planteando la entrada sobre los posibles enemigos de nuestros amigos de papel no lo hice desde una perspectiva catastrofista, sino reseñando alguno de los inclementes peligros que acechan a toda biblioteca. Ni terremotos (menuda experiencia la que compartió con nosotros R.), ni inundaciones (de humedad sí que hablábamos, pero no en este grado de saturación acuática), ni otros desastres de esta magnitud. Al mencionar la posibilidad de incendios, pensé en escribir esta entrada. Porque, ¿qué mayor peligro para los libros y los delicados materiales que los componen que el del fuego?
Si nos remontamos siglos atrás en la Historia se nos aparecerá, sin duda, la imagen de la Biblioteca de Alejandría. Aunque sus maravillosos tesoros no se hubiesen visto afectados por el incendio de la ciudad en el año 48 a. C., que un error filológico llevase a Plutarco de Queronea a mencionar que el fuego se extendió hasta devastar aquella, continente y contenido, nos hace recordarla aquí en primer lugar.
No es el fuego el único peligro que corren las bibliotecas, y a lo largo de los siglos han sido devastadas por incendios e inundaciones, expoliadas por saqueadores, destruidas por bombardeos… Sin embargo, dando un salto al plano literario, lo cierto es que cabría ver en el fuego un elemento metafórico; cuando los libros arden se pierde la cultura, la memoria de los pueblos. Nos vemos sumidos en la barbarie y la ignorancia cuando un patrimonio así llega a perderse. No hay peor castigo para un pueblo que hacer desaparecer su pasado. La memoria de los hombres es fútil, tenemos que apoyarnos en los libros para que lo importante persista.
A poco que lo pensemos, son numerosas las referencias dentro de la literatura a este tipo de hechos. Desde el mismísimo Quijote, que pierde la biblioteca que le llevó a su lúcido estado de locura a instancias del ama, y gracias a las conspiradoras manos del cura y del barbero, hasta la borgiana biblioteca de El nombre de la rosa que sufre los efectos del fuego, en muchas obras literarias se presenta el fuego como elemento purificador, capaz de llevarnos al lejano estadio virginal del desconocimiento, que no ha de ser (de hecho, no creo que lo sea) el ideal.

Uno de los libros que más puede marcarnos en relación a esto que comento es Fahrenheit 451, la genial novela distópica de Ray Bradbury, repleta de elementos metafóricos. Los hombres-libro, los bomberos incendiarios que destruyen sistemáticamente cuanto libro se les presente por delante. En la sociedad que nos describe el libro se considera que leer es malo, porque genera angustia, hace a los hombres distintos los unos de los otros, dándoles capacidad de criterio propio. Montag, uno de estos bomberos sufre una fuerte impresión al contemplar a una anciana que se inmola, prendiendo fuego a su casa y pertenencias, antes de perder sus libros. Este será el punto de partida para que nuestro protagonista intente comprender la motivación que lleva a estas personas a anteponer sus vidas a la pérdida de sus libros.
También contamos entre nuestras letras con un singular libro sobre la quema de libros, en particular durante periodos de guerra y represión. Se trata de Los libros arden mal, del gallego Manuel Rivas. Rivas, que es uno de mis autores preferidos, del que me encanta su prosa especialmente musical. En él, encontramos una mezcla de cuentos se van entretejiendo en una obra singular que abarca casi un siglo entre sus poco más de seiscientas páginas, y que hace especial hincapié en la Guerra Civil y la posguerra, donde se produjeron numerosas quemas de libros en Galicia. Como ya ocurriera en Berlín en 1933, quienes arrojaron a las llamas del olvido los libros del pueblo no fueron gente ignorante. Sabían muy buen lo que se hacían. Os invito a descubrir este libro, si no lo conocíais ya, y a disfrutar con las palabras de Rivas. Y también a concederme la gracia de las vuestras, opinando sobre los incendios, la destrucción de libros y el papel que les otorgáis dentro de la Cultura.
Os deseo una feliz (a la par que cuidadosa) lectura junto a una chimenea. Al menos, en cuanto empiece a refrescar un poco más la temperatura. ;)